jueves, 16 de agosto de 2012

LA ARGENTINA EN LA VANGUARDIA DEL ATAQUE A LAS LIBERTADES









ARGENTINA: VANGUARDIA EN EL ATAQUE A LAS LIBERTADES


En las últimas semanas las encuestas de opinión ratifican que la imagen pública de Cristina Kirchner comienza a aproximarse a la “caída libre”.  La imagen “positiva” (como expresa la jerga de las encuestas de opinión) está más de 40 puntos por debajo de la que poseía en el momento en que asumió la segunda Presidencia y, la llamada imagen ”negativa”,  es tres veces más alta que la que tenía en ese mismo momento puesto que ya supera largamente el 30% de la opinión nacional. Que la tendencia sea inevitable, ya veremos que, desgraciadamente, no sirve como anuncio de su salida del poder porque de aquí a las elecciones queda aún un buen trecho y, en el tipo de régimen que esta presidente habita, las reglas de obtención del poder son por demás peculiares. Sí, en cambio, este desfondamiento de su imagen pública puede servir de indicador, quizás algo temprano pero moderadamente esperanzador, de que la demencia continuista de la primera magistrada, va a enfrentar grandes problemas si es que sigue empeñada en la reelección.
No se necesita de análisis sesudo alguno para explicar la baja de la imagen presidencial. Alcanza con repensar como se construyó oportunamente su popularidad, fundamentalmente de la mano de su difunto esposo, para imaginar, ahora, como se está “deconstruyendo” la misma. 

En la lógica del neo-populismo autoritario (del que el kircherismo es un ejemplo palmario) que se ha instaurado en amplios sectores y países de América Latina, de lo que se trata  es de reducir la política a dos operaciones elementales.

Primero se trata de, mediante dádivas, “desparramar recursos” (que no es la manera de distribuir), supuestamente destinados a “los pobres”. Estos recursos, en buena medida, quedan en manos de las instancias intermedias de los movimientos peronistas, chavistas, correístas, las de cualquier otro caciquillo de turno, o en las alforjas de los aparatos corporativos de los sindicatos que, esos mismos movimientos, han tornado en cuasi omnipotentes –(el caso de Frente Amplio en el Uruguay es paradigmático: un sindicato, ADEOM, se ha apropiado de buena parte de la Intendencia de Montevideo y una suerte de “sindicatos” que se pretenden “docentes” ya se han digerido la totalidad del enorme incremento presupuestal que ingenuos Ministerios de Economía le ha otorgado a ese servicio público desde hace 2 gobiernos)-.

Segundo, al mismo tiempo que se procede a este “desparramo”, el aparato estatal central, se dedica a destrozar toda forma de oposición, disidencia o ”matiz” que manifieste la menor diferencia con el discurso, el humor o el capricho cotidiano del Gorila (o la Gorila) que esté al mando (Cristina, Chávez, Lula, Correa, Morales, etc.). Medios de prensa, sindicatos autónomos, jerarquías locales, jueces y poder judicial, partidos de oposición, grupos de interés, sindicatos no obsecuentes, etc., es decir toda la sociedad civil que todavía no ha sido cooptada o comprada, deberán  ser descalificados radicalmente y serán, sin la menor duda, más o menos paulatinamente arrasados en plazos variables hasta quedar reducidos a su más mínima expresión).

En resumen, la ecuación del neo-populismo es sencilla: realizar mucho gasto ostensible, con tonalidad “progresista”, y  aplicar una disciplina de hierro en la erradicación, lo más radical posible, de toda forma de pluralismo, sea político, social, ideológico, etc.

No sin cierta ingenuidad, en Argentina, hay algunos analistas que pretenden adjudicar el desastre de las cifras de popularidad de la imagen de Cristina al  uso y abuso coyuntural de las cadenas de Radio y Televisión permanentes y sistemáticas (a propósito de ello informábamos hace algunas semanas en “Letras Internacionales” No. 158 y en http://jbonillasaus.blogspot.com/2012/07/argentina-hacia-una-reeleccion_19.html).

Como dijésemos en esa ocasión, el uso oficial de los medios en cadena es tan bochornoso que hasta el electorado peronista argentino comienza a desconfiar.  En ese sentido sería de una ceguera dramática no advertir que Cristina Kirchner ha entrado en una lógica de ”fin de règne” que es casi de Manual de Ciencia Política. Cada día de la semana (e incluso, a veces, durante el fin de semana) encuentra un nuevo enemigo a quien atacar y, por lo general, últimamente lo hace entre los que integran sus propias filas. No debe eso sorprender a nadie: eso anuncia el fin de Cristina pero no presagia, en absoluto, el fin del neo-populismo autoritario en Argentina. Es más, es necesario recordar que el mecanismo de la “quema” recurrente de déspotas y tiranuelos a lo Kirchner, Correa, Morales, Lula, etc. (con una modalidad relativamente peculiar en el caso del priísmo mexicano) es, en verdad  “el modo de reproducción” mismo del autoritarismo populista.

Si alguien, entre los más jóvenes, todavía duda de ello (los que tenemos algunos años vivimos las secuelas de los Perón, los Vargas, los Cárdenas, etc. ya lo sabíamos) ahora estamos abiertamente advertidos por el tan sesudo como senil teórico del kirchnerismo, el inefable Ernesto Laclau, autor del libro  “La Razón Populista”.

Tiempo ha intelectual respetado, hoy se ha transformado en escriba de un régimen manejado por una patota prepotente que atropella ilegalmente cuanto obstáculo, real o ficticio, se atraviesa en su camino. Imponerle al agro argentino detracciones por decreto sin pasar por el Parlamento, cerrar las fronteras con países vecinos, incumplir las obligaciones financieras del país, atacar sistemáticamente a la prensa escrita y a los medios opositores, violar los tratados internacionales avasallando los derechos del país vecino (Uruguay), utilizar los muertos de la dictadura para montar un esquema de corrupción o proteger un vice-Presidente coludido con la empresa que imprime la moneda del país, no son mas que unos pocos ejemplos de la mezcla antidemocrática de ilegalidad y corrupción que es el “cristinismo”.

Laclau es, en su tontera política, perfectamente explícito: el populismo ”necesita“ de la creación permanente de “enemigos“ como forma de “…construir al pueblo”. Lo que este autor llamar “la construcción del pueblo” es, en realidad, una versión patética de la necesidad compulsiva de “dividir” a la sociedad, en la tradición peronista de “alpargatas SI, libros NO.

Se trata de crear, mediante el uso ilegítimo de la fuerza del Estado, dos campos políticos y sociales que se definan como opuestos. Esa fue la esencia misma del peronismo y el quiebre decisivo en la historia de un gran país que, destinado a transformarse en un modelo de éxito económico, se ha tornado, de 1945 a la fecha, en un ejemplo de fracaso histórico. En su versión actual, en el ejemplo kirchnerista, (es decir, aventadas todas las pretensiones de que el populismo “integraba” nuevos sectores sociales como repitieron hasta el cansancio “progresistas” bien intencionados) se utiliza el mismo recurso  de la voluntaria escisión de la sociedad, aunque éste aparezca ahora como una modalidad “tinellizada”, kitsch y corrupta, de “la dialéctica amigo-enemigo” de Carl Schmitt

En las últimas semanas, la incorporación del tema de “la corrupción” en la definición de cómo el gobierno argentino “divide” la sociedad del país es algo que está tomando cada vez más fuerza en los discursos de la presidente.

Durante todos los gobiernos kirchneristas, la Argentina y el mundo asistieron (con singular irresponsabilidad ambos, conviene decirlo) al desarrollo siempre más y más creciente de la corrupción del gobierno y de los presidentes de ese país. Pero aún así, para entonces, el ser considerado súbdito leal del gobierno o enemigo del mismo se dirimía en un terreno donde la cuestión de la corrupción no era forzosamente convocada. Es cierto, la mayoría de los súbditos leales pertenecían y pertenecen a algún esquema de corrupción más o menos conocido. Pero, por cierto tiempo, para ser relativamente confiable en el mundo del populismo autoritario de Kirchner, no era absolutamente necesario estar “comprometido” en algún esquema corrupto. El que no lo estaba podía igualmente ser un compañero de ruta transitorio. Pero desde que la presidente asumió sola la gestión del país, no estar “comprometido” es un peligro para el “establishment”. Ahora el gobierno expresa en su práctica la desconfianza del régimen, el temor de los prepotentes, el miedo de los corruptos, el temblequeo de los genuflexos en un permanente y maníaco ataque contra toda persona que no comulgue con los más nimios caprichos de la “mandataria”.

Y, curiosamente ahora, en este lamentable escenario de corrupción gubernamental generalizada que la presidencia llama al linchamiento simbólico de los medios y de los periodistas pidiendo que “se denuncie la corrupción”, en particular en esas “cadenas nacionales” donde ella se regodea con el aplauso de sus acarreados.

Nadie puede dudar que en Argentina, como en todas partes, existan medios y periodistas corruptos pero, en realidad, parece un chiste que Cristina Kirchner sea la “denunciante”.  Si lográsemos juntar los jueces argentinos honestos (que seguramente todavía los hay) y los legisladores igualmente honestos (que muy poquitos quedan) y pudiésemos protegerlos de la represión oficial, sólo una escuálida minoría del staff del kirchnerismo quedaría fuera de la cárcel. Los demás irían todos presos por las más diversas figuras penales que el lector se pueda imaginar.

Una sola y muy sencilla decisión tiraría abajo toda la argumentación del Ejecutivo argentino sobre la corrupción en los medios. La corrupción en los medios viene esencialmente del gobierno, es creada y fomentada por el gobierno. Vean la televisión de ese país (o la de Brasil, Venezuela, Ecuador, Uruguay, en realidad, da lo mismo, porque todos son igualmente irresponsables) y que la conocida organización
“Transparencia Internacional”, con sede en Berlín, Alemania, (pero que tiene “capítulos nacionales”, incluida la Argentina y dirigida por la canadiense Huguette Labelle), audite los criterios con los que el gobierno distribuye la publicidad oficial entre “medios afines al gobierno” y “medio críticos del gobierno”. Es decir, investigue cómo la Sra. Kirchner usa los recursos de la ciudadanía para financiar la imagen de su patético gobierno y su permanente campaña electoral.

Esa posibilidad, desde luego no le quita el sueño a la presidente. Nada de ello va a pasar. Es más, dos días atrás, tuvo el descaro de declarar, ella, la presidente que resulta ser, inexplicablemente, la segunda presidente multimillonaria de Sudamérica (el primero es Piñera pero este sí hizo su fortuna fuera de la política): "El cuarto poder debería publicar qué empresas les pagan para que cuando leamos un artículo sepamos", siguió la Presidenta. Y hasta se animó a reclamar: "Necesitamos una ley de ética pública porque la información hoy tal vez sea lo más importante porque la leen millones de personas y a partir de eso toman decisiones".

Esta idea no es nada original y hace tiempo que el régimen argentino insiste en ella. Pero viene a cumplir, en la coyuntura, una función en algún sentido “vanguardista”. Mientras los regímenes totalitarios como el de Cuba han terminado radicalmente con todo tipo de libertad de prensa, en América Latina, los neo-populismos autoritarios estaban lidiando con distintas políticas para desembarazarse de la prensa de oposición sin acertar a encontrar una solución satisfactoria. Correa persigue judicialmente a los propietarios de medios y a los periodistas, Chávez envía sus secuaces a expropiar redacciones e imprentas en un estilo más decimonónico y el régimen nicaraguense tiene métodos todavía mas expeditivos.

Pero todos esos procedimientos aparecen como desprolijos. La idea de la presidente Kirchner tiene una enorme ventaja: hacer votar una ley que suprima la libertad de prensa para todo los medios que no sean oficialistas. La idea tiene la descomunal ventaja de que habrá millones de tontos que creerán que la ley es legítima. Por lo pronto al gobierno uruguayo, que tan bien se lleva con el argentino, ya le ha gustado la idea  y está instrumentando un proyecto de Ley de Medios que ya intenta atropellar a la libertad en nuestro país.