ARGENTINA: VANGUARDIA EN EL ATAQUE A LAS LIBERTADES
En las últimas semanas las
encuestas de opinión ratifican que la imagen pública de Cristina Kirchner
comienza a aproximarse a la “caída libre”. La imagen “positiva” (como expresa
la jerga de las encuestas de opinión) está más de 40 puntos por debajo de la
que poseía en el momento en que asumió la segunda Presidencia y, la llamada
imagen ”negativa”, es tres veces más alta que la que tenía en ese mismo
momento puesto que ya supera largamente el 30% de la opinión nacional. Que la
tendencia sea inevitable, ya veremos que, desgraciadamente, no sirve como
anuncio de su salida del poder porque de aquí a las elecciones queda aún un
buen trecho y, en el tipo de régimen que esta presidente habita, las reglas de
obtención del poder son por demás peculiares. Sí, en cambio, este desfondamiento
de su imagen pública puede servir de indicador, quizás algo temprano pero
moderadamente esperanzador, de que la demencia continuista de la primera
magistrada, va a enfrentar grandes problemas si es que sigue empeñada en la
reelección.
No se necesita de análisis sesudo
alguno para explicar la baja de la imagen presidencial. Alcanza con repensar
como se construyó oportunamente su popularidad, fundamentalmente de la mano de
su difunto esposo, para imaginar, ahora, como se está “deconstruyendo” la
misma.
En la lógica del neo-populismo
autoritario (del que el kircherismo es un ejemplo palmario) que se ha
instaurado en amplios sectores y países de América Latina, de lo que se
trata es de reducir la política a
dos operaciones elementales.
Primero se trata de,
mediante dádivas, “desparramar recursos” (que no es la manera de distribuir),
supuestamente destinados a “los pobres”. Estos recursos, en buena medida,
quedan en manos de las instancias intermedias de los movimientos peronistas,
chavistas, correístas, las de cualquier otro caciquillo de turno, o en las
alforjas de los aparatos corporativos de los sindicatos que, esos mismos
movimientos, han tornado en cuasi omnipotentes –(el caso de Frente Amplio en el
Uruguay es paradigmático: un sindicato, ADEOM, se ha apropiado de buena parte
de la Intendencia de Montevideo y una suerte de “sindicatos” que se pretenden
“docentes” ya se han digerido la totalidad del enorme incremento presupuestal
que ingenuos Ministerios de Economía le ha otorgado a ese servicio público
desde hace 2 gobiernos)-.
Segundo, al mismo
tiempo que se procede a este “desparramo”, el aparato estatal central, se dedica
a destrozar toda forma de oposición, disidencia o ”matiz” que manifieste la
menor diferencia con el discurso, el humor o el capricho cotidiano del Gorila
(o la Gorila) que esté al mando (Cristina, Chávez, Lula, Correa, Morales, etc.).
Medios de prensa, sindicatos autónomos, jerarquías locales, jueces y poder
judicial, partidos de oposición, grupos de interés, sindicatos no obsecuentes,
etc., es decir toda la sociedad civil que todavía no ha sido cooptada o
comprada, deberán ser descalificados radicalmente y serán, sin la menor
duda, más o menos paulatinamente arrasados en plazos variables hasta quedar
reducidos a su más mínima expresión).
En resumen, la ecuación del
neo-populismo es sencilla: realizar mucho gasto ostensible, con tonalidad
“progresista”, y aplicar una disciplina de hierro en
la erradicación, lo más radical posible,
de toda forma de pluralismo, sea político, social, ideológico, etc.
No sin cierta ingenuidad, en
Argentina, hay algunos analistas que pretenden adjudicar el desastre de las
cifras de popularidad de la imagen de Cristina al uso y abuso coyuntural de las cadenas de Radio y Televisión
permanentes y sistemáticas (a propósito de ello informábamos hace algunas
semanas en “Letras Internacionales”
No. 158 y en http://jbonillasaus.blogspot.com/2012/07/argentina-hacia-una-reeleccion_19.html).
Como dijésemos en esa ocasión,
el uso oficial de los medios en cadena es tan bochornoso que hasta el
electorado peronista argentino comienza a desconfiar. En ese sentido sería de una ceguera
dramática no advertir que Cristina Kirchner ha entrado en una lógica de ”fin de règne” que es casi de Manual de
Ciencia Política. Cada día de la semana (e incluso, a veces, durante el fin de
semana) encuentra un nuevo enemigo a quien atacar y, por lo general,
últimamente lo hace entre los que integran sus propias filas. No debe eso
sorprender a nadie: eso anuncia el fin de Cristina pero no presagia, en
absoluto, el fin del neo-populismo autoritario en Argentina. Es más, es
necesario recordar que el mecanismo de la “quema” recurrente de déspotas y tiranuelos
a lo Kirchner, Correa, Morales, Lula, etc. (con una modalidad relativamente
peculiar en el caso del priísmo mexicano) es, en verdad “el
modo de reproducción” mismo del autoritarismo populista.
Si alguien, entre los más
jóvenes, todavía duda de ello (los que tenemos algunos años vivimos las
secuelas de los Perón, los Vargas, los Cárdenas, etc. ya lo sabíamos) ahora
estamos abiertamente advertidos por el tan sesudo como senil teórico del
kirchnerismo, el inefable Ernesto Laclau, autor del libro “La Razón Populista”.
Tiempo ha intelectual respetado,
hoy se ha transformado en escriba de un régimen manejado por una patota
prepotente que atropella ilegalmente cuanto obstáculo, real o ficticio, se
atraviesa en su camino. Imponerle al agro argentino detracciones por decreto
sin pasar por el Parlamento, cerrar las fronteras con países vecinos, incumplir
las obligaciones financieras del país, atacar sistemáticamente a la prensa
escrita y a los medios opositores, violar los tratados internacionales avasallando
los derechos del país vecino (Uruguay), utilizar los muertos de la dictadura
para montar un esquema de corrupción o proteger un vice-Presidente coludido con
la empresa que imprime la moneda del país, no son mas que unos pocos ejemplos
de la mezcla antidemocrática de ilegalidad y corrupción que es el “cristinismo”.
Laclau es, en su tontera
política, perfectamente explícito: el populismo ”necesita“ de la creación
permanente de “enemigos“ como forma de “…construir
al pueblo”. Lo que este autor llamar “la construcción del pueblo” es, en
realidad, una versión patética de la necesidad compulsiva de “dividir” a la
sociedad, en la tradición peronista de “alpargatas SI, libros NO”
.
Se trata de crear, mediante el
uso ilegítimo de la fuerza del Estado, dos campos políticos y sociales que se definan como opuestos. Esa fue la
esencia misma del peronismo y el quiebre decisivo en la historia de un gran
país que, destinado a transformarse en un modelo de éxito económico, se ha
tornado, de 1945 a la fecha, en un ejemplo de fracaso histórico. En su versión
actual, en el ejemplo kirchnerista, (es decir, aventadas todas las pretensiones
de que el populismo “integraba” nuevos sectores sociales como repitieron hasta
el cansancio “progresistas” bien intencionados) se utiliza el mismo recurso de la voluntaria escisión de la
sociedad, aunque éste aparezca ahora como una modalidad “tinellizada”, kitsch y
corrupta, de “la dialéctica amigo-enemigo” de Carl Schmitt
En las últimas semanas, la incorporación del tema de “la
corrupción” en la definición de cómo el gobierno argentino “divide” la sociedad
del país es algo que está tomando cada vez más fuerza en los discursos de la
presidente.
Durante
todos los gobiernos kirchneristas, la Argentina y el mundo asistieron (con
singular irresponsabilidad ambos, conviene decirlo) al desarrollo siempre más y
más creciente de la corrupción del gobierno y de los presidentes de ese país. Pero
aún así, para entonces, el ser considerado súbdito
leal del gobierno o enemigo del
mismo se dirimía en un terreno donde la cuestión de la corrupción no era forzosamente convocada. Es cierto, la
mayoría de los súbditos leales
pertenecían y pertenecen a algún esquema de corrupción más o menos conocido. Pero,
por cierto tiempo, para ser relativamente confiable en el mundo del populismo
autoritario de Kirchner, no era absolutamente necesario estar “comprometido” en
algún esquema corrupto. El que no lo estaba podía igualmente ser un
compañero de ruta transitorio. Pero desde que la presidente asumió sola la
gestión del país, no estar “comprometido” es un peligro para el “establishment”.
Ahora el gobierno expresa en su práctica la desconfianza del régimen, el temor
de los prepotentes, el miedo de los corruptos, el temblequeo de los genuflexos
en un permanente y maníaco ataque contra toda persona que no comulgue con los
más nimios caprichos de la “mandataria”.
Y,
curiosamente ahora, en este lamentable escenario de corrupción gubernamental
generalizada que la presidencia llama al linchamiento simbólico de los medios y
de los periodistas pidiendo que “se
denuncie la corrupción”, en particular en esas “cadenas nacionales” donde
ella se regodea con el aplauso de sus acarreados.
Nadie
puede dudar que en Argentina, como en todas partes, existan medios y
periodistas corruptos pero, en realidad, parece un chiste que Cristina Kirchner
sea la “denunciante”. Si
lográsemos juntar los jueces argentinos honestos (que seguramente todavía los
hay) y los legisladores igualmente honestos (que muy poquitos quedan) y
pudiésemos protegerlos de la represión oficial, sólo una escuálida minoría del staff
del kirchnerismo quedaría fuera de la cárcel. Los demás irían todos presos por
las más diversas figuras penales que el lector se pueda imaginar.
Una sola y muy sencilla decisión tiraría abajo toda la argumentación del Ejecutivo argentino sobre la corrupción en los medios. La corrupción en los medios viene esencialmente del gobierno, es creada y fomentada por el gobierno. Vean la televisión de ese país (o la de Brasil, Venezuela, Ecuador, Uruguay, en realidad, da lo mismo, porque todos son igualmente irresponsables) y que la conocida organización “Transparencia Internacional”, con sede en Berlín, Alemania, (pero que tiene “capítulos nacionales”, incluida la Argentina y dirigida por la canadiense Huguette Labelle), audite los criterios con los que el gobierno distribuye la publicidad oficial entre “medios afines al gobierno” y “medio críticos del gobierno”. Es decir, investigue cómo la Sra. Kirchner usa los recursos de la ciudadanía para financiar la imagen de su patético gobierno y su permanente campaña electoral.
Esa posibilidad, desde luego no le quita el sueño a la presidente. Nada de ello va a pasar. Es más, dos días atrás, tuvo el descaro de declarar, ella, la presidente que resulta ser, inexplicablemente, la segunda presidente multimillonaria de Sudamérica (el primero es Piñera pero este sí hizo su fortuna fuera de la política): "El cuarto poder debería publicar qué empresas les pagan para que cuando leamos un artículo sepamos", siguió la Presidenta. Y hasta se animó a reclamar: "Necesitamos una ley de ética pública porque la información hoy tal vez sea lo más importante porque la leen millones de personas y a partir de eso toman decisiones".
Esta
idea no es nada original y hace tiempo que el régimen argentino insiste en ella.
Pero viene a cumplir, en la coyuntura, una función en algún sentido
“vanguardista”. Mientras los regímenes totalitarios como el de Cuba han
terminado radicalmente con todo tipo de libertad de prensa, en América Latina,
los neo-populismos autoritarios estaban lidiando con distintas políticas para
desembarazarse de la prensa de oposición sin acertar a encontrar una solución
satisfactoria. Correa persigue judicialmente a los propietarios de medios y a
los periodistas, Chávez envía sus secuaces a expropiar redacciones e imprentas
en un estilo más decimonónico y el régimen nicaraguense tiene métodos todavía
mas expeditivos.
Pero
todos esos procedimientos aparecen como desprolijos. La idea de la presidente Kirchner tiene una enorme ventaja: hacer
votar una ley que suprima la libertad de prensa para todo los medios que no
sean oficialistas. La idea tiene la descomunal ventaja de que habrá millones de
tontos que creerán que la ley es legítima. Por lo pronto al gobierno uruguayo,
que tan bien se lleva con el argentino, ya le ha gustado la idea y está instrumentando un proyecto de Ley
de Medios que ya intenta atropellar a la
libertad en nuestro país.