domingo, 26 de junio de 2016

Brexit: “NO SOMOS LOS ÚNICOS QUE SON ÚNICOS”

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‘Brexit’: reflexiones sobre una gran derrota

El ‘Brexit’ es una victoria de fuerzas populistas y una derrota de los partidarios de seguir en la UE que no supieron vencer a la demagogia

El PAIS de MADRID
Timothy Garton Ash
Londres

Reino Unido tiene tan pocas posibilidades de irse de Europa como Piccadilly Circus de irse de Londres. Estamos en Europa, y en Europa nos quedaremos. Gran Bretaña ha sido siempre un país europeo; su suerte ha estado indisolublemente unida a la del continente y siempre lo estará. Sin embargo, va a abandonar la Unión Europea. ¿Por qué?

He aquí una verdad absoluta: nadie sabe qué va a ocurrir, pero todo el mundo sabe explicarlo a posteriori. Sólo con que el 3% de los más de 33 millones de británicos que han votado en este referéndum hubieran cambiado el sentido de su papeleta, ahora estaríamos leyendo artículos sin fin que nos dirían que, al fin y al cabo, lo importante era "la economía, estúpido", que a la hora de la verdad había triunfado el pragmatismo británico, etcétera. De modo que conviene tener cuidado ante los engaños del determinismo retrospectivo. Siempre es un misterio qué empuja a millones de votantes a tomar su decisión. El misterio de la democracia.

Este resultado no tenía nada de inevitable; lo único inevitable es la muerte. Durante la campaña se vieron en televisión muchas imágenes aéreas de los acantilados blancos de Dover (los helicópteros locales deben de haber hecho un buen negocio). Es verdad que ser una isla es especial, pero geografía no equivale a destino. Después de la invasión de los normandos, durante siglos, los gobernantes de Inglaterra consideraron que el país, junto con sus posesiones en Francia, formaba una comunidad a ambos lados del Canal. Igual que sucede en las relaciones personales, es posible estar juntos pero separados, o separados pero juntos.

La Historia importa. Cuando los británicos lamentan que las leyes europeas anulen las inglesas, se oyen ecos del Acta de Restricción de Apelaciones firmada por Enrique VIII en 1533, que proclamaba que "este reino de Inglaterra es un imperio". Ayer, Roma, hoy, Bruselas. Cuando un tendero me dice que "debemos gobernarnos a nosotros mismos", está apoyándose en una tradición de soberanía parlamentaria que se remonta a la revolución inglesa del siglo XVII e incluso más atrás. Es una situación distinta, por ejemplo, de la de Alemania, que está acostumbrada, desde el Sacro Imperio Romano Germánico, a tener múltiples capas de autoridad, desde la ciudad medieval con sus propias leyes hasta un Reich compuesto por múltiples estados.

Ahora bien, el pasado no determina nuestra forma de actuar en el presente. Cuando los historiadores alemanes trataron de averiguar por qué su país había recorrido su desastroso "camino particular", su Sonderweg, a finales del XIX y principios del XX, señalaron el contraste con Gran Bretaña, que, en comparación, era un modelo de normalidad europea.

Es decir, no somos los únicos que son únicos. No hay una Gran Bretaña excepcional a un lado y un puñado de países europeos casi idénticos al otro. Gran Bretaña, con su Estado de bienestar y su servicio nacional de salud, es, en muchos sentidos, un país europeo típico de la posguerra. Todos los demás miembros de la UE tienen su propia relación, complicada y a veces tensa, con la idea de Europa y la imperfecta realidad de la Unión.

Sí es cierto, no obstante, que, a diferencia de casi todos los demás países europeos, el Reino Unido no sufrió en su propio territorio (salvo en las Islas del Canal), durante el siglo XX, las aleccionadoras experiencias de la guerra, la derrota, la ocupación ni la dictadura fascista o comunista. Cuando se unió a la Comunidad Económica Europea, en los primeros años setenta, lo hizo sobre todo como respuesta a un relativo declive económico y político. Su relación con lo que hoy es la UE, en general, ha sido más bien transaccional, en función de que la economía del continente fuera bien. Gran Bretaña ha sido, para ser sinceros, un amigo que ha querido estar sólo "a las maduras".

Por encima de los acantilados blancos, Enrique VIII y los años setenta, lo más importante es Margaret Thatcher. No la Thatcher que llevaba un jersey lleno de banderas y el lema "Europa o nada" durante la campaña para la permanencia en el referéndum de 1975, ni la primera ministra de los años ochenta que impulsó el mercado único, sin el que nunca habría podido haber una moneda única que después tuviera un recorrido tan catastrófico en nuestros días. No, me refiero a la Margaret Thatcher de años después, la que se arrepentía y mostraba una aversión emocional cuando habla en sus memorias del "enfoque esencialmente anti-inglés" de la Comunidad Europea y que citaba un poema de Rudyard Kipling sobre los normandos y los sajones: "Cuando se alza como un buey en el surco, con sus ojos hundidos fijos en los tuyos, / y gruñe: 'Esto no es justo', hijo mío, deja en paz al sajón". Esta es la Thatcher a la que vi en una reunión memorable que organizó para debatir la unificación alemana en Chequers en 1990, con su imagen mental de un continente encerrado en un bucle de 1940 (Alemania mala, Francia débil) y su resentimiento contra Helmut Köhl porque había sido más listo que ella. Y también a la Thatcher de los últimos tiempos, que, según su biógrafo Charles Moore, era partidaria de que Gran Bretaña se fuera de la Unión.

Su legado ha creado dos generaciones de políticos y periodistas euroescépticos en el circuito cerrado de Westminster. Algunos eran periodistas y se hicieron políticos: Michael Gove, Boris Johnson. Un amigo me contó una vez una anécdota de Johnson, cuando era corresponsal en Bruselas de The Daily Telegraph: llegó tarde a una conferencia de prensa y preguntó entre gruñidos: "Vale, decidme qué pasa y por qué es malo para Gran Bretaña". Siempre fue un escéptico. Salvo que antes me parecía divertido.

Otros son periodistas que se comportan como políticos y se dedican a servir medias verdades y completas mentiras. El grado de sectarismo y distorsión de la prensa británica, desde el titular "La Reina respalda el Brexit" de The Sun hasta la primera página del Daily Express que anunciaba que la UE iba a prohibir las teteras británicas, no tiene parangón en Europa. Y tiene tanto poder porque se ha construido, día tras día y año tras año, a partir de un relato emocional y seductor sobre la isla osada y amante de la libertad que se convirtió en un gran imperio. Cuando Johnson declaró su apoyo al Brexit hace tres meses, después de haber dado vueltas "como un carro de supermercado" mientras intentaba decidir qué le convenía más, escribió que "antes, gobernábamos el mayor imperio que ha conocido el mundo... ¿de verdad somos incapaces de lograr acuerdos comerciales?". Gove, también un escritor y orador de gran talento, ha dicho lo mismo de distintas formas. Este optimismo nostálgico es el canto de sirena de los Brexiteers: hubo un tiempo en el que fuimos grandes sin ayuda de nadie, de modo que podemos volver a serlo. Es una deducción absurda, por supuesto ("Cartago fue grande y puede volver a serlo"), pero convincente.

Sin embargo, sería un error echarles todas las culpas a ellos. Mírense en el espejo y repitan conmigo: la culpa también es nuestra. ¿Cómo es posible que los educadores hayamos dejado pasar un relato tan simplista sin refutarlo con algunos de los sólidos argumentos de historia y ciencias sociales que se enseñan en el colegio y la universidad? ¿Cómo es posible que los periodistas hayamos permitido a la prensa euroescéptica que dijera lo que le daba la gana y marcara el programa informativo diario de la radio y la televisión? ¿Cómo es posible que los europeístas hayamos subestimado hasta tal punto el doloroso sentimiento de pérdida por la europeización que me he encontrado al ir de puerta en puerta pidiendo el voto por la permanencia, y que ahora grita en las papeletas de la otra mitad de Inglaterra? ("Lo habrás subestimado tú", pueden decirme. Pues sí, amigos, lo reconozco.)

¿Y por qué ninguna generación de políticos británicos ha sabido dar argumentos positivos a favor del proyecto de integración que llamamos "Europa"? Tony Blair ha pronunciado magníficos discursos proeuropeos, en Polonia, Alemania o Bélgica. Cuando pronunció uno en Oxford, le pedí que expresara en público las demoledoras críticas a la prensa euroescéptica que hacía en privado. Lo único que dejó pasar su jefe de comunicación fue un breve párrafo tan ambiguo que daba vergüenza (ha habido ex primeros ministros muy elocuentes, pero sólo después de abandonar el puesto).

Sin embargo, las raíces de este desastre son tanto europeas como británicas. Como suele ocurrir, las semillas de la catástrofe se sembraron en el momento del triunfo, de la soberbia. Sería exagerado decir que se va a erigir un muro en Dover porque se tiró el que había en Berlín, pero sí existe cierta relación. De hecho, hay tres nexos de unión. A cambio de apoyar la unificación de Alemania, Francia e Italia le obligaron a aceptar el calendario para una unión monetaria precipitada, mal concebida y demasiado ambiciosa. Al liberarse del control comunista soviético, muchos países pobres del Este de Europa se encontraron en el camino hacia la pertenencia a la UE, con la consiguiente libertad de circulación. Y 1989 abrió la puerta a la globalización, con sus extraordinarios vencedores y sus numerosos perdedores.

Todos estos elementos han confluido en el referéndum británico. Desde que la crisis financiera dejó al descubierto los fallos estructurales de la eurozona, la debilidad económica del continente ha sido un argumento crucial para los partidarios de irse, igual que su fortaleza económica había sido clave en la campaña para la permanencia en 1975, cuando Thatcher lució el famoso jersey. "En cuanto a los 19 países encerrados en la catastrófica moneda de talla única", decía The Daily Mail el día del referéndum, al pedir a sus lectores que votaran por el Brexit, "pregúntenles a los jóvenes en paro de Grecia, España y Francia si el euro ha sido la base de su prosperidad".

Tras la ampliación de la UE hacia el Este, en 2004, se inició un inmenso movimiento de gente en sentido contrario, y la generosa y equivocada política de puertas abiertas de Blair hizo que alrededor de dos millones vinieran a establecerse en el Reino Unido. A ellos se han unido, en los últimos años, los que buscan trabajo procedentes de Grecia o España. Como, a pesar del thatcherismo, Gran Bretaña sigue siendo sobre todo una socialdemocracia europea, con generosas prestaciones sociales, un servicio nacional de salud accesible y al que el usuario puede recurrir sin pagar nada, y educación pública para todos, estos servicios públicos, así como el parque de viviendas —en un país que durante décadas ha construido demasiado pocas—, han sufrido unas presiones que han repercutido en los más pobres. Es lo que me han dicho en la puerta de sus casas la anciana blanca de clase trabajadora, la peluquera británica de origen asiático y el sirio encargado de una pizzería. Es un error decir que esas personas son racistas. Sus inquietudes son generales y genuinas, y no hay que despreciarlas. Por desgracia, los xenófobos populistas como Nigel Farage se aprovechan de esas emociones, las unen a un nacionalismo inglés subterráneo y hablan, como hizo él en el momento de la victoria, del triunfo de "la gente real, la gente normal, la gente decente". Es el lenguaje de Orwell manipulado al servicio del pujadismo.

Lo que une y refuerza estos dos malestares es una reacción general contra las consecuencias de la globalización, de la que la Unión Europea es un ejemplo especialmente concentrado. Inquietas ante los rápidos cambios demográficos y culturales y la liberalización social y económica, con la sensación (acertada) de que las desigualdades han aumentado, porque la globalización, a unos, les ha beneficiado de forma increíble, mientras que a otros —menos preparados, menos móviles y adaptables—, les ha perjudicado, estas "personas normales" gritan: "No reconozco mi propio país". No es difícil animarles a echar la culpa a unas "élites" enigmáticas, remotas, cosmopolitas y burocráticas. (Gente como yo, por ejemplo. El jueves, cuando tuiteé que había votado por la permanencia, alguien llamado Andy Keech me respondió: "Nunca ha vivido en una vivienda protegida, nunca ha tenido que preocuparse por la factura del gas #voteleave".) Boris Johnson por supuesto, es un clásico producto de la élite (Eton, Oxford), pero sabe hacer la pirueta populista de ser un antielitista, un etoniano del pueblo.

No es un caso de excepcionalismo británico; es la variante británica de un fenómeno que ocurre en toda Europa y, en ciertos aspectos, todo Occidente. Los partidarios de irse han repetido su eslogan de "recuperemos el control" sin parar, porque era muy eficaz. "Recuperemos el control" es el grito de guerra de Marine le Pen, Geert Wilders, el partido nacionalista Ley y Justicia de Polonia, y Donald Trump. Es trumpismo a la europea.

Para mí, después de haber sido siempre europeo inglés, esta es la mayor derrota de mi vida política. Me siento casi tan mal como me sentí de bien el día que cayó el Muro de Berlín. Creo que este es el preludio del fin del Reino Unido. Una mayoría de ingleses y galeses ha sacado a los escoceses de una comunidad europea en la que estos últimos, casi todos, querían permanecer. No debe extrañarse nadie si ahora Escocia vota por la independencia dentro de la Unión Europea. Y este resultado puede poner en peligro la paz y el progreso tan penosamente obtenidos en la isla de Irlanda. ¿Qué sucederá con los 480 kilómetros de frontera abierta entre la República e Irlanda del Norte?

Las divisiones de mi país, Inglaterra, han salido a la luz: Londres y el resto, ricos y pobres, jóvenes y viejos (alrededor del 75% de los menores de 25 años votaron por quedarse). Ha sido un Viernes Negro para la mitad de Inglaterra y el Día de la Independencia para la otra mitad. Vamos a pagar el precio económico durante años. Y los costes recaerán con especial dureza en los ingleses más pobres que votaron por marcharse. Tenemos entre manos una batalla para garantizar que Inglaterra —este país lleno de gente buena, mi tierra tan querida— no se convierta en un lugar más oscuro, mezquino y ruin.

Pero aún peores pueden ser las consecuencias para Europa. "Esta no es una crisis para la Unión Europea", nos aseguró Martin Schultz, el presidente del Parlamento Europeo, en la BBC. Qué arrogancia tan ridícula. Esta es una crisis terrible para la UE, una de las mayores de su historia. Marine le Pen, la mujer que fija en los últimos tiempos la agenda política francesa, tuitea "una victoria para la libertad" y pide un referéndum en Francia. Geert Wilders exige una consulta en Holanda, y el líder de la Liga Norte en Italia añade: "Ahora nos toca a nosotros". Apoyan a Nigel Farage y dan la bienvenida a la "primavera patriótica". Todos los sondeos sucesivos muestran que entre la tercera parte y la mitad de la población de muchos países europeos comparten la desconfianza de los británicos respecto a la UE. Si no aprendemos las lecciones de este rechazo, el 23 de junio de 2016 podría ser el principio del fin de la Unión Europea.

Vladímir Putin debe de estar frotándose las manos de júbilo. Los descontentos ingleses han asestado un golpe tremendo a Occidente y a los ideales de cooperación internacional, orden liberal y sociedades abiertas a los que Inglaterra ha contribuido tanto en el pasado.

"Caer derrotados y no rendirse es una victoria", decía el héroe independentista polaco de entreguerras Jozef Pilsudski. "Salir victoriosos y dormirse en los laureles es una derrota". Los europeos ingleses debemos reconocer que hemos sufrido una derrota, pero no vamos a rendirnos. Al fin y al cabo, el 48% de los que votaron en este referéndum opinaron como nosotros.

En las próximas semanas y los próximos meses se dedicarán hectáreas de papel prensa y gigabytes de páginas web a la lúgubre mecánica de separar al Reino Unido de la Unión Europea. Como han señalado todos los expertos de los que se han reído los partidarios del Brexit, va a ser un proceso largo, complicado y doloroso. Por el momento, tengo unas reflexiones más personales.

Como europeo inglés veo que nos aguardan dos tareas, con cierta tensión entre ellas. Por un lado, ahora que el pueblo ha decidido, debemos hacer todo lo posible para limitar los daños a este país. Y, si resulta que "este país" va a estar formado por Inglaterra y Gales, sin Escocia, que sea la Inglaterra de Charles Dickens y George Orwell, no la de Nigel Farage y Nick Griffin. Como hemos predicho, con toda nuestra buena fe, que las consecuencias del Brexit serán desastrosas, debemos trabajar para demostrar que no teníamos razón. Me encantaría que se demostrara que no teníamos razón.

Por otro lado, como europeos, debemos hacer todo lo posible para asegurarnos de que la UE ha aprendido las lecciones de este penoso revés, cuyas raíces están en la historia europea reciente, además de la británica. Porque, si la UE y la eurozona no cambian, acabarán devoradas por mil versiones continentales de Farage. Y, con todos sus defectos, la Unión todavía merece la pena. Ya he adaptado anteriormente la famosa frase del gran europeo Winston Churchill sobre la democracia: esta es la peor Europa posible, aparte de todas las demás Europas que se han probado en otras ocasiones.
Sin embargo, y aquí está la tensión entre las dos tareas, lo mejor para Gran Bretaña puede no ser lo mejor para el resto de la UE, y viceversa. Si se demostrara que los partidarios del Brexit tenían razón al prometer que el Reino Unido puede tener todas las ventajas económicas de pertenecer a la UE sin ninguno de los inconvenientes —pleno acceso al mercado único sin libre circulación de personas, entre otras cosas—, no cabe duda de que sus homólogos franceses, holandeses y daneses gritarían: "Quiero lo mismo que ellos". Al fin y al cabo, ¿a quién no le gusta tener lo mejor de ambos mundos? Por eso resulta lógico, desde el punto de vista político, hacer que el proceso le resulte visiblemente difícil al Reino Unido, para desanimar a los demás. No me extrañaría que los franceses y algún otro socio sigan esta línea. De hecho, ya están diciendo que, hasta que no se completen los dos años de negociaciones de separación, ni se empezará a hablar sobre la relación comercial y de inversiones posterior.

Con todo esto, parece que mis dos almas, la inglesa y la europea, van a entrar en conflicto. Desde un punto de vista legal, como uno sólo es ciudadano de la UE cuando es ciudadano de un Estado miembro, yo dejaré de serlo, junto con todos los demás británicos —o por lo menos, si los escoceses se escabullen, con los galeses, ingleses e irlandeses del norte—, en 2018 o 2019, cuando terminen las negociaciones. Ahora bien, igual que Gran Bretaña siempre será un país europeo, yo siempre seré, suceda lo que suceda, europeo también.

Entre los numerosos mensajes que he recibido de mis amigos en el continente, hay uno que me ha conmovido especialmente. Es de un intelectual francés, y dice: "Ce n'est qu'un au revoir, mes frères / Ce n'est qu'un au revoir" ("No es más que un hasta la vista, hermanos, no es más que un hasta la vista), la versión francesa de Auld Lang Syne. Debajo, termina: "Amamos a Inglaterra".

Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, donde dirige el proyecto freespeechdebate.com, e investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford University. 
Acaba de publicar Free Speech: Ten Principles for a Connected World.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

jueves, 23 de junio de 2016

Y VUELTA A UN BRASIL DE ESCALA "MINI-GLOBAL" !



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MERCOSUR: Canciller Serra afirma que Brasil "no quiere exterminar" el bloque



Sao Paulo, 20 jun (EFE).- El canciller brasileño, José Serra, afirmó hoy que su país "no quiere exterminar" el Mercosur, aunque instó al 'gigante suramericano' para que adopte cambios necesarios que le permitan su liderazgo en un escenario internacional de comercio y economía.
"No vamos a llegar y terminar. Lo que vamos es buscar una transición con eso, pues primero tenemos que evaluar los impactos de las acciones en este grupo, necesitamos mirar los datos", señaló Serra en una reunión con empresarios de la Federación de Industrias del Estado de Sao Paulo (FIESP), la principal patronal del país
En ese sentido, el canciller reiteró que por parte de Brasil no existe "ninguna intención de exterminio con relación al Mercosur".
Para el jefe de la diplomacia brasileña, la séptima economía mundial tiene que apoyar flexibilizaciones dentro del bloque e incentivar nuevas políticas de inversiones que favorezcan al bloque integrado por Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Venezuela.
De otro lado, el presidente de la FIESP, Paulo Skaff, explicó que es de interés de la patronal buscar en la región negocios e inversiones que aumenten la "sinergia" entre los países del bloque.
"Apoyamos que se dé prioridad al Mercosur 'original' en busca, principalmente, de negocios y de inversiones específicas de compra y venta de forma que nosotros podamos comprar mucho más de los países del Mercosur y vender mucho más a ellos", declaró Skaff a periodistas después del evento.
Serra también citó las dificultades de control en fronteras como una de las mayores preocupaciones de su gestión y consideró "gravísimo" el contrabando de armas y mercaderías, así como el narcotráfico en la región.
Según el economista, ese tipo de contrabando movió entre 30.000 millones y 100.000 millones de reales (entre unos 8.823 millones y 29.411 millones de dólares).
El también senador destacó a China como el principal socio e importante actor en cuestión de "economía de mercado", estatus que el país asiático tendrá a partir de 2017 y, en ese sentido, recordó su intención de crear dentro de la Cancillería un departamento dedicado a ese economía.
"Los chinos tienen una característica: cuando están en una mesa de negocios saben lo que quieren. Brasil nunca sabe lo que quiere y no es el Gobierno (el responsable), pero necesitamos algo más fragmentado. Tiene que haber una política consistente, de bloque con China", subrayó Serra.
El ministro de Relaciones Exteriores indicó igualmente que Estados Unidos es una de las apuestas de las políticas internacionales en la gestión del Gobierno del presidente interino, Michel Temer.
Para Serra debe existir más aproximación entre el Mercosur y Estados Unidos, con un "gran efecto psicológico", y en esa línea propuso la exención de visas para empresarios estadounidenses y brasileños.
De igual manera, el canciller manifestó el interés de Brasil de relacionarse con Irán, país que sufrió sanciones desde 2002 por la cuestión nuclear.
"Con más de setenta millones de personas, que tienen una gran demanda incluso de petróleo, podemos abastecerlos. Así como lo hacemos también con otros países árabes en los que la demanda por comida procesada es muy alta y en eso somos expertos", comentó.
Con el Gobierno Temer, Serra destacó los cambios institucionales en la Cámara de Comercio Exterior (Camex) y en la Agencia Brasileña de Promoción de Exportaciones y Inversiones (Apex), además de la estructura de negocios internacionales incorporada a las embajadas.
"Vamos integrar (todo) al trabajo que ya hace Itamaraty (Cancillería) y eso va a evitar la duplicación de cosas y optimizar las actividades; son cambios institucionales que van a abrir el camino con los empresarios, que es quien exporta y, al mismo tiempo, con la sociedad que quiere su empleo", concluyo el diplomático.
Durante la reunión, Skaf y Serra firmaron un protocolo para la cooperación mutua en la promoción de negocios para fomentar las exportaciones

"Vamos integrar (todo) al trabajo que ya hace Itamaraty (Cancillería) y eso va a evitar la duplicación de cosas y optimizar las actividades; son cambios institucionales que van a abrir el camino con los empresarios, que es quien exporta y, al mismo tiempo, con la sociedad que quiere su empleo", concluyo el diplomático.


viernes, 17 de junio de 2016

TURQUÍA SE NIEGA A MIRARSE AL ESPEJO










Turquía y el reconocimiento del genocidio armenio

Revista “Estudios de Politica Exterior”,
Madrid, junio 2016.


Otro país reconoce el genocidio armenio, causando otra reacción dura por parte de Turquía. El caso más reciente es particularmente espinoso, porque fue el parlamento alemán el que, a principios de junio, tomó esta decisión. La colaboración entre Berlín y Ankara ha sido clave para atajar precariamente la crisis de los refugiados. La declaración no pone el acuerdo entre Turquía y la Unión Europea en peligro, pero tensa la cuerda en una coyuntura especialmente frágil. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha acusado a Alemania de “chantajear” a Turquía, asegurando que su país no se verá impactado por la resolución.

101 años después de su ejecución, la naturaleza del genocidio armenio (1915-16) no debieran ser disputada. En 1908, con la llegada al poder de los Jóvenes Turcos –y en especial del triunvirato que componían Talat, Enver y Cemal Pashá–, el Imperio Otomano, hasta entonces étnica y religiosamente plural, comenzó a promover un nacionalismo turco excluyente. 

Durante la Primera Guerra mundial, y en el contexto de una campaña contra la Rusia zarista, los Pashá pusieron en práctica una política de exterminio de su población armenia. Mayoritariamente cristiano, asentado a ambos lados de la frontera ruso-turca, e incluyendo a guerrillas que se habían enfrentado contra tropas otomanas, el conjunto del pueblo armenio fue presentado como una quinta columna que debía ser erradicada. Se calcula que un millón y medio de armenios fallecieron en las matanzas y desplazamientos forzosos que ejecutaron las autoridades otomanas (colaborando frecuentemente con la población kurda, que cohabitaba el este de Anatolia).

Las autoridades turcas, que en ocasiones han pedido disculpas a la comunidad armenia, evitan sistemáticamente calificar los hechos como un genocidio. Consideran más bien que, en el contexto de la guerra, los armenios fueron víctimas de una violencia que en ningún momento fue planeada desde Estambul. “Hay una guerra de terminología”, sostiene Fernando Veiga, profesor de historia en la Universidad Autónoma de Barcelona. “Es evidente que muere mucha gente, civiles; el argumento turco insiste en la desorganización y no en la planificación genocida. Bueno, en parte se puede aceptar, en parte no, pero da lo mismo. Porque realmente muere mucha gente víctima de una operación de contrainsurgencia”.

El afán turco por negar los hechos ha causado más de un roce con Estados Unidos, país que cuenta con una importante comunidad armenia. A finales de abril, un avioneta contratada por una asociación negacionista se dedicó a llenar el cielo de Nueva York de mensajes que cuestionaban que el genocidio hubiese ocurrido. La empresa de publicidad contratada para llevar a cabo la campaña se vio obligada a pedir disculpas.

A nivel académico y en la esfera pública, hace tiempo que el debate está zanjado. La Asociación Internacional de Investigadores del Genocidio (AIIG) reconoce los eventos de 1915-1916 como tal. A día de hoy, sin embargo, solo 27 países han reconocido los hechos de forma oficial. Entre ellos, únicamente Francia, Argentina y Uruguay lo han hecho en una declaración de ley.

Las amenazas de Ankara a cualquier país que plantee la cuestión, amplificadas por la relevancia geopolítica de Turquía (a caballo entre Oriente Próximo y Europa, controlando el acceso al mar Negro, miembro de la OTAN y pieza clave en la estrategia fronteriza de la UE), continúan obstaculizando el reconocimiento por parte de muchos países. Entre ellos se cuenta España, que ha aprobado resolucionesal respecto en parlamentos autonómicos pero no en declaraciones de ningún gobierno.

Un caso similarmente ambiguo es el de EE UU. Aunque Ronald Reagan usó el término “genocidio”, sus sucesores han optado por abstenerse. Barack Obama, que durante su campaña de 2008 prometió usar el término, ha terminado por emplear un lenguaje diferente para no ofender a Turquía. Paradójicamente, uno de los testimonios más certeros del genocidio es el de Henry Morgenthau, embajador estadounidense en Estambul entre 1913 y 1916. “Cuando las autoridades turcas dieron las órdenes de las deportaciones [de armenios], en verdad estaban dando la orden de ejecución a una raza entera”, escribió Morgenthau en sulibro sobre el genocidio. “Entendían esto bien y, en sus conversaciones conmigo, no hacían ningún intento de disimular este hecho”.

jueves, 16 de junio de 2016

CHINA: Siempre jugando con otras reglas



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¿Es China una economía de mercado?

by Andrés Ortega - 
Investigador Senior Asociado del Real Instituto Elcano.
Consultor independiente y director del Observatorio de las Ideas
7/06/2016, 1

“No es una pregunta retórica o académica, sino que de la respuesta que le den los europeos en diciembre próximo depende que aumenten aún más las exportaciones del gigante asiático hacia una UE dividida al respecto, en la que aumentan las tendencias proteccionistas. Pekín considera que tiene derecho a acceder al Estatus de Economía de Mercado (EEM) en la Organización Mundial del Comercio (OMC) de forma automática. El llamado “frente antidumping” en la Unión no lo ve así, y esta vez coincide con EEUU, que recalca que China discrimina contra las empresas extranjeras y no respeta el derecho de propiedad intelectual, acusándola de estar a la cabeza del ciberespionaje industrial.

China ingresó en la OMC 15 años atrás, lo que no significa que se haya por ello convertido en una economía de mercado al uso, si bien ha avanzado, con un modelo propio que algunos califican de “capitalismo de Estado”. Países como Australia, Brasil y Suráfrica, entre otros, sí le han reconocido el EEM. La UE suele exigir el cumplimiento de cinco criterios para la concesión de tal condición: la asignación de recursos económicos por el mercado, la abolición del comercio de trueque, el gobierno corporativo, los derechos de propiedad y la apertura del sector financiero. En muchos aspectos, salvo el del trueque, China está aún lejos de cumplirlos, aunque todo es cuestión de grado (incluso si se aplican a las economías europeas).

Ante el temor a la avalancha de productos chinos a bajo precio, el Parlamento Europeo, en un raro gesto de cuasi unanimidad entre derecha e izquierda, votó en mayo que se le niegue a China dicho estatus. Esa es la posición que defienden con ahínco Francia, Alemania, Italia (cuyo primer ministro, Matteo Renzi, es de los pocos que ha expresado su opinión públicamente, probablemente porque varios sectores económicos estratégicos italianos sean de los más expuestos) y España, entre otros. También Eslovaquia, que asume en julio la Presidencia del Consejo comunitario y para la que es vital preservar su industria del acero. A la cabeza de los librecambistas y de otorgar a China el EEM está el Reino Unido, aunque su distracción con la cuestión del Brexit le ha hecho perder peso en el debate (y además tiene que defender puestos de trabajo en el sector del acero e industrial). La Comisión Europea, que es la institución que tiene la competencia en materia comercial en la UE, era más proclive a la tesis de China, pero, tras una serie de debates en su seno, su presidente, Jean-Claude Juncker, señaló en la reunión del G-7 en Japón que Europa no se podía quedar “indefensa” ante distorsiones del mercado.

Como explica un excelente informe para el Parlamento Europeo, actualmente, al ser China reconocida como país sin economía de mercado en su protocolo de adhesión a la OMC, se ven facilitados los procedimientos antidumping para determinar el valor normal del bien, pues se permiten otros métodos que el de los precios internos para calcular el margen de subvención.

Que China obtuviera el EMM dificultaría a la UE aplicar aranceles por dumping en los precios de los productos chinos, y otras medidas. La Unión tendría que retirar muchas de las medidas que tiene frente a China, con el temor a que invada el mercado europeo de productos más baratos que los suyos, gracias a subvenciones públicas encubiertas, o vendiendo a precios inferiores al coste de producción. De ahí las resistencias de muchos gobiernos y empresas europeas, algunas unidas en torno a AEGIS Europe, una alianza industrial.

En medio de este debate ha surgido la cuestión del acero. Francia y Alemania, que han presentado una posición común al respecto, quieren que la UE afile sus instrumentos para protegerse frente al dumping chino. Lo llaman una “modernización equilibrada” de la norma del derecho inferior, según la cual los aranceles o las medidas antidumping se calculan según el daño provocado. Sin embargo, no todos los miembros de la UE están de acuerdo al respecto. EEUU, por su parte, ha impuesto una subida de hasta 500% en los aranceles a la importación de algunos tipos de acero chino. Hay una sobreproducción general en medio de una desaceleración de la economía mundial, pero China también argumenta que se pueden ver afectados por estas restricciones a su acero varios millones de sus trabajadores.

La UE es el primer socio comercial de China, y ésta el segundo de la Unión, aunque lleva cuatro años negociando un acuerdo bilateral de inversiones. Los europeos, todos, temen que una clara negativa por su parte a concederle el ansiado estatus podría llevar a Pekín a tomar represalias ya sea en inversiones o en comercio, elevando aranceles a las importaciones de la UE o abriendo procedimientos por supuestos dumpings. En unos momentos de debilidad económica general, tal perspectiva preocupa aún más. China ha sido, además, el primer país extranjero que anunció su intención de aportar capital –entre 5.000 y 10.000 millones de euros– al Plan Juncker de inversiones. Por ello, para ganar tiempo, se está barajando en Bruselas una posibilidad intermedia muy clásica: la de solicitar a la OMC un informe que aclare la situación. Para acabar en un año o dos concediendo el EMM, con algunas excepciones. Pero China insiste en el automatismo. Y cuidado, pues si China no se siente cómoda en una organización internacional, monta otra, como lo ha demostrado con el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras.”

POPULISMO Y CORRUPCION



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LA CORRUPCION KIRCHNERISTA

Columna de Ex-Presidente Jorge Batlle
Junio 15, 2016


Ayer de madrugada José López, Ing. Civil argentino de 55 años, sub-secretario del Ministerio de Obras Públicas durante los gobiernos del matrimonio Kirchner, Diputado al Parlasur en representación del Kirchnerismo, fue encontrado por la policía argentina en un monasterio ubicado a 50 km. de la ciudad de Buenos Aires en el momento en que, parado junto a su automóvil Chevrolet modelo Meriva, introducía bultos que contenían dinero al convento.
Le dice a la monja de 94 años recién despertada que la policía le quiere robar el dinero que él trae como donación al monasterio, y más tarde, intenta sobornar a la policía para que no lo lleve preso. Frustrados sus dos intentos, la donación por un lado y la compra de la voluntad policial por otra, se lo llevan preso a la población de Rodríguez dónde empiezan a contar el dinero. Al cierre de esta edición, sumados dólares, euros, yenes y moneda de Qatar, iban por 8 millones 500 mil dólares. José López, avezado sub-secretario de Obras Públicas fue un gran ahorrista.
Su superior jerárquico, el Ministro De Vido, ha de haber quedado muy sorprendido por el celo de su sub-secretario en su trabajo de distribuir contratos de obras públicas.
Este distinguido integrante de la familia ideológica -según el Ex Presidente Mujica- formaba parte de un conjunto de gente, como Lázaro Báez, López y otros ciudadanos que administraron la riqueza de la República Argentina, casi lograron fundirla, y tendrán todos un merecido derecho a pasar un tiempo en la cárcel. Por suerte las democracias liberales eliminaron la pena de muerte.
Lo que no está claro es si robaron en la Argentina más que en Brasil. Van cabeza a cabeza. La familia izquierdista sudamericana ha sido de una inconducta absoluta. Merece las más duras sanciones morales.
Ayer, un amigo de San Bautista, me llamó por teléfono para decirme que él había sumado el dinero que el Ancap había perdido. 600 millones que pagó el Estado, más 280 que pidieron prestados a la CAF, más 315 millones de dólares del IVA no pago, más los 200 y pico que perdieron el año pasado, todo eso da 1395 millones de dólares. Esa cantidad, que es lo que hasta ahora ha perdido el Ancap, es igual al dinero que nos mandó el gobierno Americano para resolver la crisis del Uruguay. Con esa cantidad que nos prestaron y que el Uruguay está pagando salvamos la más grande crisis financiera. Una cantidad similar es la que mal gastaron los Presidentes de Ancap, el hoy Intendente Martínez y el Licenciado, para fundir el monopolio del combustible, que sigue perdiendo plata.
La familia ideológica: Dios los cría y ellos se juntan.

Struggling positions on the South China Sea








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Vietnam’s Evolving Role in US Asia Strategy

From the Vietnam War to the South China Sea, Hanoi’s position has changed dramatically.

By Linh Tong
June 01, 2016

U.S. President Barack Obama began his three-day visit to Vietnam on May 22. This visit is believed to have given an edge to Vietnam in the South China Sea disputes as part of the larger confrontation between the United States and China. As another article in The Diplomat put it, “Vietnam stands to benefit from the competing interests of the superpowers vying for control of the South China Sea.”

However, the reality is more complex. It must not be forgotten that Vietnam and the United States used to be enemies during the infamous Vietnam War. Only in 1995, 20 years after Vietnam’s independence, were  relations between two nations officially normalized with President Bill Clinton’s visit to Vietnam. The Vietnam war exerted such significant impacts on both countries that the recent rapprochement has been phenomenal. The improvement in relations could only happen because the United States has developed a new strategy, the so-called “Pivot (or Rebalance) to Asia.”

It is, therefore, important to reassess the position of Vietnam in the United States’ overall strategy in the region. 

Vietnam in U.S. Containment Policy

For Washington, the war in Vietnam was seen as the key to prevent the “domino effect” of communism. This theory speculated that, should one country in a region fall under the influence of communism, the neighboring countries would subsequently follow suit, like dominoes toppling one after another. As a result, the Vietnam War was considered a legitimate intervention by the United States to prevent the communist takeover of South Vietnam and subsequently Southeast Asian countries. U.S. involvement in South Vietnam was part and parcel for the U.S. Cold War containment policy.

Vietnam was turned into a proxy battlefield, where North Vietnam was supported by the communist bloc of the Soviet Union and China, and South Vietnam was supported by the United States. At the time of Vietnam War, Vietnam was a young independent country, gaining independence in 1945 only to be interrupted again by the French in 1946, and then having to continue the war for unification without any break after the Geneva conference in 1954. Vietnam in the 21st century is a politically stable country with positive economic development. Vietnam is a dedicated member of ASEAN and has established a wide network of diplomatic and economic relations around the world. Being geographically next to China, possessing an organic connection with Chinese and ASEAN economies, and appearing as one the two strongest claimants of territory in South China Sea, Vietnam holds a strategic position if the United States has the intention to contain China.

Thus, Vietnam has again become a vital element in the new U.S. containment policy at three levels. At the economic level, Vietnam is included in the Trans-Pacific Partnership, a macro free trade agreement, which intentionally leaves out China. At the diplomatic level, Vietnam is important in supporting the Philippines’ arbitration case against China regarding the disputes in the South China Sea and for emphasizing the cooperation of ASEAN countries as a legitimate regional forum. At the level of military containment, the United States has recently lifted the arms embargo on Vietnam and increased financial support for Hanoi’s maritime self-development. The fact that Vietnam is the only country involved in U.S. containment policy at all three levels (the Philippines, for example, is not included in TPP and Japan is not within ASEAN or involved in the legal case against China) shows the importance of Vietnam in the new U.S. containment policy, which is a great evolution from its unfavorable position during Vietnam War.

From U.S. Enemy to U.S. Strategic Partner

The first striking evolution of Vietnam’s position in the U.S. containment policy was the upgrade of Vietnam’s status from being Washington’s enemy to a strategic partner.
During the Vietnam War, Vietnam was targeted by the United States as a key to stop the “domino effect” of communism in Southeast Asia. Vietnam went through a deadly and destructive war with the Americans to achieve unification of the country. The country became well-known worldwide for being able to resist the advanced, high-tech power of the United States, and thereby completely shook Washington’s foreign policy with the so-called Vietnam syndrome.

However, in the 21st century, the position has changed dramatically. After the increasing aggression of Chinese claims in the South China Sea, the U.S. made a decisive decision to partially lift the arms embargo which had been imposed on Vietnam since 1984. Furthermore, Vietnam is also included in Washington’s new Southeast Asia Maritime Security Initiative,  which aims to upgrade the ability of eight ASEAN countries to manage maritime challenges in the South China Sea.

Most remarkably, Vietnam is included in the Trans-Pacific Partnership, the U.S. answer to the Chinese initiative of “One Belt, One Road.” TPP is considered by some as an obvious attempt by the United States to contain China, due to the agreement’s deliberate omission of China despite its important role in trans-Pacific trade. The absence of Philippines in the list of TPP partners is also noticeable. While the Philippines is Washington’s close ally in ASEAN, with a defense treaty obligating the U.S. to protect the Philippines in case of attack, Manila is not included in TPP – but Hanoi is. This very fact shows that Vietnam is becoming more essential in the U.S. containment strategy for China.

From Passive Involvement to Active Partnership

Part of the reason for this change is that Vietnam enjoys a more independent position in the South China Sea disputes than it had in the Vietnam War. Back then, Vietnam was a small, newly-independent country, with few resources to manage the war with a U.S.-supported South Vietnam. The target of U.S. containment policy at the time was the Soviet Union and communism.

However, the United States allied with China to take advantage of the crack in the communist bloc, changing the structure of U.S.-Soviet-China relations. In the early 1970s, tension between two big communist states created the opportunity for the United States to intervene. The so-called “opening to China” process started after President Richard Nixon’s trip to China in 1972, greatly improving the diplomatic relations between the U.S. and China.

At that point, the United States could negotiate with China, persuading Beijing to limit support for Vietnam and the Soviet-Vietnam link. In the first negotiations between the United States and the People’s Republic of China, the Vietnam War was one of the two important topics discussed, along the Taiwan question, as Henry Kissinger noted in On China.

Vietnam was turned into a bargaining chip and the triangle of U.S.-China-Vietnam relations became a key in U.S. containment policy. In that triangle, Vietnam was the most vulnerable. The United States wanted to take advantage of diplomatic opening with China to quickly finish the Vietnam War, while China wanted to use Vietnam to bargain and gain more standing in U.S.-China cooperation against the Soviet Union.

South Vietnam, or the Republic of Vietnam, was directly supported by the United States – but despite that close relationship, Washington forbade the South Vietnam government from bombing the PRC when China took control of the Paracel Islands in the South China Sea. And China was ready to reduce support for Vietnam, like it did in the 1970s, if it was beneficial for U.S.-China relations against the Soviet Union. Vietnam was stuck in the middle, used as bargaining chips by big powers. Vietnam at the time had little means to decide its own destiny.

However, in the South China Sea dispute today, as an independent state, Vietnam has more space to develop its own position. That is not to say that Vietnam is completely independent from the influence of the United States or China. However, Vietnam can to some extent manage the level of cooperation and relations. For example, after peaking disputes in South China Sea, the Chinese government always has to follow up with diplomatic visits and attempts to reconnect relations. Xi Jinping visited Vietnam in October 2015, at a very sensitive point in their relationship. Though more symbolic than substantive, Xi’s visit showed that China did not want Vietnam to completely drift away from Beijing. On the other hand, Vietnam can also actively initiate and encourage military and political advances with India, Japan, and the United States to balance the relation with China.

From a Bipolar to a Multipolar World

The way Vietnam perceives itself in international relations, especially in the U.S-China-Vietnam triangle, dramatically affects the position of Vietnam in U.S. containment policy. In the past, the world was bipolar. Vietnam chose to be in the communist bloc and subsequently fell into a proxy war with the United States. There was no middle ground; Vietnam could not simultaneously ally with the Soviet Union and the United States.

That power structure has changed. The new world is multipolar. U.S. hegemony has been undergoing a considerable decline relative to new emerging powers such as China, Japan, Australia, Germany, India, and so on. In the new world order, Vietnam has the chance to choose a variety of alliances and avoid falling into direct confrontation with either the United States or China.

Undoubtedly, Vietnam could have chosen to side completely with the United States, like Japan and the Philippines. However, Vietnam decided to commit to a more flexible position. Vietnam cautiously avoided a direct confrontation with China by not following the Philippines in taking Beijing to court for violations in the South China Sea. Obviously, there is pressure from China for Vietnam not to join the Philippines’ case, but Vietnam was also aware that a court case would not work in favor of its geopolitical position. Vietnam prefers a balance between the United States and China rather than making straightforward commitments with either of the two superpowers.

Rather than totally allying with big powers like Russia, China, or the United States, Vietnam is simultaneously trying to enhance cooperation with many countries, such as Russia, Japan, India, and Australia. Many scholars give ASEAN special attention as Vietnam’s most favored form of balancing or containing China. While the future cooperation of ASEAN to speak as one voice on the South China Sea issue remains doubtful, ASEAN is expected to provide the most legitimate power and commitment for ensuring conduct in the South China Sea. Such a multi-dimensional outlook offers Vietnam more space and flexibility to partly form its own position and while keeping its importance in the U.S. containment policy centered on the South China Sea dispute.

What Next for Vietnam?

Self-development is the only way for Vietnam to insulate itself from the influence of major powers’ clash.

Vietnam is a small country stuck in the middle of confrontations by superpowers — in the past between the United States and USSR, and currently between the United States and China. Vietnam’s geopolitical position shaped the fate of the country as relates to U.S. containment policy in both the Cold War and today’s South China Sea dispute. In the 21st century, Vietnam has again become an element in U.S. containment against China.

However, this time around Vietnam has been quite flexible in adjusting its position in the U.S. containment strategy. Vietnam’s foreign policy on the South China Sea issue is an example of the evolution of an independent and pragmatic state. Being China’s neighbor, but with a long history of fighting against Chinese influence, pushes Vietnam into an extreme dilemma. On one hand, resisting China is the core of Vietnamese identity and nationalism; it is almost impossible for Vietnam to submit to Chinese supremacy and bandwagon with China. The two sides’ cooperation under the communist bloc already marked the best period in Vietnam-China relations. On the other hand, bordering China does not leave Vietnam the chance to ignore Chinese power and completely commit to a strategic partnership with the United States. After the liberation of 1975, Vietnam has always tried to balance relations between the U.S. and China, being careful not to anger China by over-intimate dialogues with the Americans.

Given the interdependence in the new world order, Vietnam cannot expect any committed support such as it received from the Soviet Union. The best position for Vietnam in the U.S. containment policy up till now is to stay flexible, multilateral, and independent. However, such a strategy is not sustainable.

Already, Vietnam is struggling to balance relations with China and the United States, in addition to being on the verge of losing its claimed territory in the South China Sea. Developing its economy and improving Vietnam’s internal situation is the only sustainable method for having a position in the South China Sea dispute. Otherwise, Vietnam will again lie at the mercy of the great powers’ game.

Linh Tong is a research assistant at ADA University.