jueves, 21 de agosto de 2008

EL TRISTE FIN DE UNA PRIMAVERA, HACE 40 AÑOS




EL TRISTE FIN DE UNA PRIMAVERA, HACE 40 AÑOS


Por Javier Bonilla Saus*
En agosto de este 2008 se cumplen 40 años de un aniversario mucho menos original, innovador y polémico que el aniversario del Mayo francés. El día 20 de aquel mes y de ese año, 600.000 soldados, 2.300 tanques y 700 aviones soviéticos se hicieron presentes en Praga, la capital de la entonces Checoeslovaquia para dar por tierra con una tímida experiencia de "renovación" del llamado "socialismo" real.
Salvando un buen número de diferencias -(cuyo análisis no es pertinente en un texto circunstancial como este)- estábamos ante una reedición de lo sucedido en Hungría en 1956. El imperio soviético controlaba implacablemente toda evolución política que fuese capaz de contener el mínimo componente autóctono u original. El bloque debía de ser un gran molde totalitario donde sólo se cumpliese, de la manera mas estricta y al pie de la letra, la voluntad de los apparatchik de Moscú. Así de simple y así de elemental. Totalitarismo desnudo.
A diferencia de Hungría, donde se aludió a influencias extranjeras, a la omnipotente CIA que todo lo explicaba y a un sinnúmero de factores, en el caso de la "primavera de Praga" el proceso político se había desarrollado genuinamente desde el interior mismo del régimen checoeslovaco. Desde el año 1948, como resultado de Yalta, Checoeslovaquia había sido obsecuentemente dirigida por Antonin Novotny. Sin embargo, durante el año 1967, el malestar popular generalizado con su gestión y los movimientos estudiantiles convencieron a Brezhnev que su tiempo había acabado.
En enero de 1968, Alexander Dubcek, otro funcionario proveniente "del riñón" del "establishment" comunista, asciende al puesto de 1er. Secretario del Partido y a la jefatura del Estado. Con él asciende un grupo de políticos comunistas algo más jóvenes, genuinamente preocupados por el cada vez mas evidente fracaso del socialismo checo. Tratando de encauzar el movimiento popular checoeslovaco, Dubcek intenta algunas reformas y lanza el eslógan "…un socialismo con rostro humano…". Las medidas eran marginalmentte transformadoras: descentralizar en algo la gestión de la industria, ciertas libertades para los sindicatos, apertura relativa para la prensa y posibilidades mayores para que los checos viajasen al extranjero. A pesar de que en todo momento Dubcek reafirmó su pertenencia al comunismo y reiteró hasta el hartazgo su sumisión al Pacto de Varsovia y a la dominación política de Moscú, su tímido sueño duró 8 meses.
La URSS, y muchos de sus aliados, vieron el experimento con temor y dijeron rápidamente "¡basta!". La invasión fue desmesurada y violenta. Ante movilizaciones que sólo hubiesen requerido una intervención policial razonable, decenas de jóvenes estudiantes y obreros perecieron desarmados frente a los miles de tanques soviéticos desplegados por todo el territorio checoeslovaco.
Los acontecimientos que siguieron a la invasión no hicieron mas que confirmar la iniquidad de la intervención soviética. Alexander Dubcek fue llevado a Moscú, donde se le obligó a firmar un compromiso de sumisión. Reenviado a Praga, hubo de comparecer sollozante ante su pueblo, por televisión, para contener la creciente resistencia que se estaba organizando y recomendar el abandono de todo gesto de repudio hacia el invasor. Esa noche, de héroe popular Dubcek se transformó en el emblema de la traición
Su reemplazo por Gústav Husak no arregló las cosas. La actitud de los checoeslovacos, aunque pacífica, era de tal hostilidad política ante la nueva situación que Moscú hubo de llamar nuevamente a Dubcek y a todo su gobierno "reformista" para que se comprometiese a trabajar activamente en la desmovilización de las distintas medidas de resistencia y boicot que se reiteraban en Checoeslovaquia. Aunque con el tiempo la situación se calmó en algo, la invasión quedó grabada para siempre en la memoria del país: nada simboliza mejor ese sentimiento que el joven estudiante que se prendió fuego, ante los tanques soviéticos bajo la estatua de San Wenceslao, Santo patrón, Rey de Bohemia y figura emblemática de una nacionalidad que habia sido arrasada.
Como nunca antes, el mundo asistió a un estruendoso fracaso del socialismo sovietizado. Aunque no faltaron los tilingos de siempre que interpretaron lo sucedido como el resultado de la malevolencia del imperialismo norteamericano, todo observador sensato de aquella época sintió que, al menos en ese país, el socialismo tenìa los días contados porque quienes rechazaban el "statu quo" eran esencialmente los checos.
Años mas tarde, en las notables memorias "En Confianza", de Anatoly Dobrynin, el embajador soviético en los EEUU desde 1962 a 1986 -(es decir durante prácticamente toda la última parte de la Guerra Fría)-, éste hace unas referencias sorprendentes que dejan claro cuan lejos estaban los EEUU de tener, no ya ingerencia, siquiera interés en lo que estaba sucediendo. Cuando Dobrynin recibe la orden de Moscú de transmitirle al Presidente Johnson que se va a llevar a cabo la invasión de Checoeslovaquia, el Presidente norteamericano se abstiene de comentario alguno y le sugiere al Embajador soviético tratar otros temas que él entiende de mayor urgencia o interés. En realidad, Dobrynin revela que pasaron más de 3 días antes de que el gobierno norteamericano le hiciese un planteo medianamente claro en el sentido que los EEUU se oponìan a la invasión que ya, a esa altura, era un hecho mas que consumado.
A 40 años de aquella injustificable invasión, que sólo sirvió para retardar un final muchas veces anunciado, hoy las tropas rusas siguen diciendo que se van a retirar del territorio georgiano. Las circunstancias no son las mismas, los actores son otros y el mundo ha cambiado radicalmente. Sin embargo, "un air de famille" no deja de vincular ambos acontecimientos.


*Catedrático de Ciencia Política
Depto de Estudios Internacionales
FACS –ORT Uruguay