GORE
VIDAL: EL CLASICISMO DEL REBELDE
Por
José Joaquín Blanco
Miércoles, 1 de agosto.
Gore
Vidal engañó a todo mundo todo el tiempo, con sus exitosos guiones de
televisión y de cine, con sus novelas (frecuentes best-sellers, que también a
menudo resultaban excelente narrativa), y especialmente con sus ensayos, que
ahora aparecen reunidos en el tremendo volumen United
States. Lo creyeron un latoso pasajero: es el más firme hombre de letras de
la segunda mitad del siglo en los Estados Unidos, sólo comparable a Edmund
Wilson en la primera.
Era el escritor que ponía nervioso a
todo el mundo, con el que nadie sabía a qué atenerse, el prolífico y el
polifacético, el armabullas, el... más clásico de todos, probablemente el único
verdadero clásico de su generación dorada, la generación de la Segunda Guerra
Mundial. Era el autor "negativo", el de las opiniones impopulares, el
irreverente, el burlón, el de los temas cochinos; además se sentía culto y
elegante, despreciaba la cultura y la sociedad norteamericanas, se iba a
Europa, y desde ahí escribía cada cosa sobre "el mejor país del
mundo". Qué apátrida, qué apóstata, qué tipo. Time y The New York Times le
declararon la guerra... y la perdieron. Fue ganando todas sus guerras (hasta la
del dinero, hasta la del prestigio internacional) a su modo. Llegó a la vejez
con un cúmulo de logros y una majestad de cónsul romano, él, a quien año por
año se pronosticó el fracaso, el olvido, la cárcel, el bote de la basura.
Como crítico literario, fue una
temprana voz disidente contra el formalismo o "estructuralismo"
francés y la usurpación académica del reino literario, que se pusieron de moda
cuando cayó en desgracia Sartre (fiera brava, Sartre). Vidal clamaba guerra contra los profesores,
contra los pizarrones, contra las teorías y contra las tesis. Muerte a las
universidades, en lo que a literatura se refería. Muerte a los temitas
"positivos", "afirmativos", patrióticos, sentimentales:
muerte a la demagogia de los políticos y moralistas. Qué hueva el realismo
social, qué hueva la antinovela, qué hueva el melodrama edificante, qué hueva
las novelas del amor a través del psicoanálisis...
Como además escribía novelas que se
convertían en best-sellers internacionales (Julián,
Myra Breckinridge, Burr, 1876, El mesías, Kalki, Lincoln, Creación), la
respuesta de los profesores fue acusarlo de autor comercial o popular, dado al
escándalo, la mistificación histórica y la más obsesiva pornografía. A la
distancia, las carcajadas de los dioses resuenan por todos los confines: si
había un novelista verdaderamente letrado y clásico, que se supiera
perfectamente sus autores grecolatinos, su Goethe y su Flaubert; que entendiera
de historia y de política, de psicología y de economía, y que de veras supiera escribir --que de veras conociera la prosa de
Henry James, por ejemplo--, era
precisamente él. Su truco es antiguo e
impecable: el ángel apóstata resultó el verdadero ángel, el aparente enemigo de
la tradición era quien más tradición tenía. No me sorprendió que cuando todo
mundo andaba tras la finta de Roland Barthes, él siguiera en la escuela de
Gide. En Europa lo supo Calvino; lo sospecharon Isherwood, Bowles y Tennessee
Williams; lo temieron Capote, Kerouac y Norman Mailer. Lo de siempre: sólo el
verdadero rebelde puede construir una literatura verdaderamente clásica: sólo
él tiene "lo que hay que tener", que dice la zarzuela.
El mejor camino para revisar a este enemigo
de la literatura, a este asesino de las novelas, a este francotirador
anarquista siempre en pie de guerra contra las academias, está en considerarlo
precisamente como el hombre de letras clásico, precisamente a la manera de
Goethe y Flaubert, Gide o Borges... con la particularidad de que se sintió
obligado o seducido, en los terrenos del ensayo, por la acción pública,
mientras que otros hacen crítica privada, en conversaciones, diarios, cartas o
publicaciones de escasa circulación. Todo creador es necesariamente un crítico;
todo crítico que no es asimismo creador --al menos creador de ensayos de valor
artístico-- es un albañil que jamás ha cocido un adobe con sus propias manos.
¿De qué habla ése, eh?
Pensaba (y esto queda claro en sus
ensayos políticos) que los Estados Unidos no sólo vivían una decadencia, sino
una completa farsa que era necesario desenmascarar, combatir con recursos
polémicos, cómicos, espectaculares (que aprendió de Bernard Shaw, André Gide,
H. L. Mencken y Edmund Wilson). Quien
lea la Correspondencia de Flaubert
no encontrará mayormente novedosa la virulencia del ensayista Vidal; tampoco
quien conozca las batallas de esos cuatro padres de la literatura que fueron en
su momento, y durante décadas, todos ellos, acusados de asesinos de la
literatura, de corruptores de la tradición, de... Quien verdaderamente ama y conoce la
literatura odia a los farsantes de manera especial, y siempre existe la
tentación de zarandear a los mercaderes del templo, aunque sea en unos cuantos
ensayos críticos.
Los dones de Vidal no podían ser más
apropiados. La más vasta cultura humanística que se conozca a escritor
norteamericano alguno. Sus novelas históricas deben en parte su agilidad a un
vasto dominio de los autores clásicos y fundamentales, que son los mismos que
apoyan su irrefragable lógica ensayística. Y una actitud furibundamente
anti-sentimental, enemiga de todo tipo de mitos, idealizaciones, fanatismos y
mentiras piadosas. Es, como crítico, el hombre que ríe: las falsificaciones e
imposturas literarias quedan rotas, o reducidas a la modestia, frente a su
máquina burlesca. Alfonso Reyes trasegó
en vano toda La edad ateniense en busca de
un crítico literario: no encontró a ninguno, en la Grecia solemnota y
pedagógica que adoran los maestros de literatura, salvo el hombre que reía:
Aristófanes. Con tristeza, pero fiel a la verdad, Reyes declaró a Aristófanes
el mayor crítico literario de toda Grecia.
Cuando Vidal empezó a escribir, los
Estados Unidos empezaron a ser el Imperio mundial, gracias a la bomba atómica.
Todas estas décadas, los Estados Unidos, aun en sus tropiezos, han vivido una
época imperial... que Vidal ve como farsa, una Roma de opereta. Aunque se
disgusta ante los métodos y las ideologías (que por lo demás conoce bien, como
el marxismo, que aprendió en el libro clásico de Wilson: Hacia la estación de Finlandia), su crítica sistemática política y
económica a la dictadura de los banqueros y militares norteamericanos --con sus
marionetas de políticos-- sigue un camino consistente de desenmascaramiento y
denuncia que en no pocas ocasiones lo acerca a teóricos radicales como Noam
Chomsky, ese otro rebelde-clásico que tiene "lo que hay que tener",
además de genio, sabiduría y todas las otras cosas.
Para desprestigiarlo como novelista,
Mailer y Capote inventaron el truco de elogiarlo nomás como crítico (ellos, a
quienes Vidal degolló en sus reseñas y comentarios). El viejo chisme de que el
buen crítico es mal creador y etcétera. Vidal, que sí sabía literatura, conocía
por el contrario que no hay gran creador que no sea asimismo un gran crítico.
No hay Baudelaire poeta ni Flaubert novelista sin los Salones del primero y la Correspondencia
del segundo. Lo que ocurre es que existen algunos atrevidos que se deciden a no
ocultar su crítica, a publicar sus ensayos --Gide, Wilson, Shaw, Chesterton--
con la misma pasión y esperanza que las narraciones y los poemas. Vidal se reía
de que el pueblo, por millones, comprara sus novelas, creyéndolas
"literatura popular" (hasta escribió novelas detectivescas con el
seudónimo Edgar Box), mientras los melifluos y respingados literati sólo
aceptaban, y a regañadientes, sus reseñas en The
New York Review of Books. Con ello
hizo dos favores a la literatura internacional: aumentó el nivel de la crítica,
y emponzoñó a nuevas generaciones de escritores, que se volvieron adictos a la
crítica. A la crítica vidalesca.
Leí --traduje, imité-- muy jovencito a
Vidal (me lo dio a conocer Carlos Bonfil en 1973, como a Sontag y a Pauline
Kael, a Baldwin y a Norman Mailer): es él una de las razones por las que he
escrito reseñas tantos años y de la forma en que las he escrito. Cuando mis
"creativos" amigos de academia-y-parnaso me decían que no perdiera
tiempo en la crítica, que la crítica "seca" y
"desprestigia", que no era "tan" literatura como los poemas
y las novelas, yo me recitaba como quien pasa revista a una serie de nombres de
silogismos, los títulos de crítica de Vidal, Wilson, Gide, Benjamin,
Borges... De Vidal: Homage to Daniel Shays,
Matters of Fact and of Fiction, The Second American Revolution, At Home,
etcétera, y ahora United States. Además de este poderoso tomote, más
voluminoso que una Biblia, Vidal ha escrito más de veinte gruesas novelas... La
crítica ni seca, ni desprestigia, ni quita tiempo para nada... sólo cansa,
cansa mucho, sobre todo en México, donde por cada persona que verdaderamente
escribe poesía o narrativa por vocación (dejemos de lado si es buena o mala),
cien lo hacen exclusivamente para hacer dizque méritos burocráticos,
académicos, o pasarse la vida de perennes becarios inanes.
Mi pasión por sus ensayos no
me impidió admirar desde el principio sus novelas. Probablemente en una relectura
madura las encuentre aun mejores de como las recuerdo (existe el prejuicio
juvenil de no valorar como Buena Escritura lo ameno, y Vidal invariablemente es
ameno). Pero las recuerdo escandalosas.
Pocos autores vivos me escandalizaron tanto en su momento, y me cambiaron a tal
grado la manera de pensar. No sólo la burla de las buenas costumbres sexuales,
sino del sexo mismo, del hombre mismo, que explota en Myra y Myron; la burla de Dios y
de la muerte en Julián, El mesías y Kalki; la devastación contra el patriotismo de
farsa en Burr, 1876, Lincoln, Washington D.C.,
y hasta las dos o tres burlas pesadas que tiene que hacer --al fin pinche
gringo WASP con larga infancia racista--, contra México en Duluth, del cual (como diría Mauriac sobre uno de Sartre) me da
mucho gusto informar que es una mala novela... El escritor como ese hijo de
perra que hace destrozadero y medio en la conciencia del lector. Gracias mil, Hijo-de-Perra.
Como en sus novelas, en su crítica
Vidal es un pensador radical, un escritor claro y una mente especialmente
divertida. Piensa mal de todo mundo, pero sobre todo concentra su perfecta
maledicencia en los profesores, los políticos, los demagogos, los autores y los
libros. Aun sus autores favoritos (salvo Calvino, Isherwood, Bowles) caen del
pedestal. Nada de mentiras, de poses, de trucos, en este reino de las letras
que, lo sabemos, contiene todas las miserias del mundo, más otras tantas
inventadas por los letrados, esos bribones. Los letrados son en Vidal muchas
veces los esperpentos más risibles de la comedia humana, quienes más tropiezan
en la corte de milagros de este mundo. Su talento cómico es infalible.
La sátira política de Vidal --sus
estudios, diagnósticos y profecías--, igualmente extraordinaria, resulta menos
disfrutable. Los personajes y las situaciones de la política norteamericana
pueden ser aterradores. Y ahí sí se equivoca Vidal. Dijo, por ejemplo, a
finales de los años setenta: "Ronald Reagan no puede ganar. No puede ser
presidente de los Estados Unidos. No tiene ninguna oportunidad. Los Estados
Unidos están en el peor momento de su historia, pero todavía no somos
Paraguay". Bueno: sí lo fueron, Reagan ganó y volvió a ganar como ningún
otro presidente (tuvo mayor popularidad que Franklin Delano Roosevelt), se llevó
a medio mundo entre las patas, y a nadie puede hacer mucha gracia --aunque la
sátira sea soberbia-- tan desastrosa historia. Reagan sigue ganando.
Nada puede Catulo contra César, pero
cómo nos ayuda en la vida personal leer a Catulo. (1995).
Link original del Blog de José Joaquín Blanco, ”La Iguana del Ojete”