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RESEÑA DE ROGER BARTRA SOBRE "LA INTELIGENCIA REBELDE"
RESEÑA DE ROGER BARTRA SOBRE "LA INTELIGENCIA REBELDE"
Blog "La Jaula Abierta", "Letras Libres", Julio 13, 2012.
El historiador Carlos Illades ha dedicado un muy interesante libro (La inteligencia rebelde,
Oceano, México, 2012) a exponer los debates de la izquierda intelectual
de los años sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado. Se centra en
el análisis de tres revistas, en una de las cuales participé muy
activamente. La lectura del libro me ha traído a la mente algunos
recuerdos que quiero compartir. En 1965, cuando aparece la revista Historia y sociedad,
de la que fui jefe de redacción, yo tenía apenas 22 años. Hacía cuatro
que había ingresado al Partido Comunista. El año anterior había
publicado mi primer libro, fruto de mis estudios de arqueología. Tanto
este libro como mi colaboración en el primer número de Historia y sociedad
son una muestra del dogmatismo marxista que se colaba en aquella época
por todos los poros de la izquierda mexicana. Mi libro sobre el método
arqueológico era una transposición mecánica de tesis sacadas a
trompicones de manuales soviéticos y de lecturas mal digeridas de Marx y
Engels. Las reseñas que escribí en el primer número de Historia y sociedad
son una crítica pedestre a André Gorz y a C. Wright Mills. Comienzo con
estas apreciaciones autocríticas para matizar y enfriar un poco el
rescate que se propone hacer Carlos Illades de los intelectuales de
izquierda que se reunieron a publicar las revistas Historia y sociedad (1965-70, 1974-81), Cuadernos políticos (1974-90) y Coyoacán (1977-85).
Al
mismo tiempo quiero reconocer que el rescate que propone Carlos Illades
es muy pertinente, pues con todos sus defectos estas revistas fueron el
caldo de cultivo de expresiones intelectuales meritorias y que no han
sido suficientemente reconocidas. Acaso no han sido apreciadas debido a
que el dogmatismo y la dura cerrazón de muchos contribuyeron a nublar
las aportaciones más valiosas y, sin duda, frenaron el vuelo de los
espíritus más críticos.
Ahora que evoco estos recuerdos, más de
cuarenta años después, me parece percibir una división en la izquierda
que ha perdurado hasta hoy. Me refiero a la que separa a los
revolucionarios de los reformistas, a los obreristas de los
eurocomunistas, a los populistas de los socialdemócratas, a los
ortodoxos de los revisionistas, para usar diferentes terminologías
usadas en épocas diferentes. Las denominaciones han ido cambiando y hay
muchos matices en sus expresiones, pero responden en términos generales a
dos tradiciones diferentes de la izquierda.
No es posible simplemente clasificar a las dos revistas abiertamente marxistas, publicadas por comunistas y trotskistas (Historia y sociedad y Coyoacán), como “revolucionarias”, ni tampoco calificar a la tercera (Cuadernos políticos) como “reformista”. Con la perspectiva que nos da el tiempo transcurrido podemos observar que miembros de Cuadernos políticos,
como Ruy Mauro Marini y Bolívar Echeverría, se definieron siempre, aún
mucho tiempo después, como revolucionarios y marxistas, lo mismo que
Alberto Híjar o Enrique Semo de Historia y sociedad. En cambio,
desde aquella época, especialmente en los años setenta, a Carlos
Pereyra y a mí nos pegaron la etiqueta de reformistas y revisionistas.
Mi experiencia en la revista Historia y sociedad
fue, casi desde el comienzo, un proceso de descubrimiento de que, fuera
del marxismo ortodoxo, había mucho terreno por explorar. Esta revista
nació como resultado de un pacto hecho por Partido Comunista Mexicano
con funcionarios soviéticos. Debo decir que mi actitud crítica fue
estimulada por los textos de los latinoamericanistas soviéticos que
publicábamos. Eran tan malos y tan doctrinarios que incluso despertaban
la aversión del joven militante que yo era entonces. En la tradición
autoritaria que caracterizaba a los soviéticos, teníamos permiso para
cortar los textos. Casi todos comenzaban con loas rituales a los
dirigentes del partido, todo lo cual era eliminado. Hay que decir que Historia y sociedad
era una revista enteramente pagada por el PCUS. Los textos para cada
número eran recibidos en la embajada soviética, enviados y traducidos
por un equipo de la revista Novaya i Novieshaya Istoriya
(Historia Moderna y Contemporánea, que todavía existe). Sin embargo,
después del primer número los soviéticos aceptaron que publicásemos por
lo menos el 50 % de cada número con textos enviados por ellos. Ello
ocurrió gracias a las presiones que ejerció el secretario general del
PCM, Arnoldo Martínez Verdugo. Desde el segundo número pude publicar un
texto de Jean Chesneaux sobre el llamado modo de producción asiático,
que era una crítica de la mecánica periodización estalinista de la
historia en cinco etapas sucesivas (comunidad primitiva, esclavismo,
feudalismo, capitalismo y socialismo). En aquella época el director de
la revista, Enrique Semo, todavía no veía con buenos ojos los estudios
sobre un modo de producción desconocido por los manuales soviéticos
(aunque era evidente que las sociedades prehispánicas más avanzadas no
vivían ni en el esclavismo ni en el feudalismo). Pero tuvo que aceptar
la publicación de estas interpretaciones debido a que estaban
respaldadas por los textos de Marx sobre las formas económicas
precapitalistas, que yo conocía por la traducción al inglés de 1964 que
había presentado Eric Hobsbaum y por la traducción italiana de 1956. A
ello dedicó la revista su tercer número, con la traducción del texto de
Marx y un artículo mío. Yo estaba en esa época preparando un libro sobre
el modo de producción asiático que se publicó en 1969.
Sin
embargo, salvo algunos destellos interesantes que incursionaron en el
psicoanálisis y en otros temas relativamente novedosos, la revista Historia y sociedad,
durante toda su primera época, fue una publicación soviética
disfrazada, impregnada de dogmatismo. La interpretación marxista de la
historia que dominaba era una reducción mecánica de la política y la
cultura a la economía, misma que supuestamente determinaba el curso de
la lucha de clases hacia el ineludible futuro socialista. El estudio del
llamado modo de producción asiático rompía con ese esquema y abría
nuevas perspectivas en la comprensión de la historia.
La
vinculación con los soviéticos se alargó hasta la segunda época de la
revista. Recuerdo que en enero de 1978 se organizó una reunión del
equipo de Historia y sociedad en Moscú, con los historiadores
latinoamericanistas y funcionarios interesados en América Latina. Yo en
esa época vivía en París y no trabajaba en la revista, pero fui invitado
a la reunión, que fue un desencuentro lamentable entre intelectuales
mexicanos (Raúl Olmedo, Xavier Guerrero, Sergio de la Peña, Enrique Semo
y otros) con ideólogos soviéticos. Para describir el ambiente de la
reunión bastaría decir que, en lugar de alojarnos en un hotel, nos
metieron en los dormitorios de la escuela de cuadros para extranjeros
donde estudiaban decenas de militantes y compañeros de camino de todo el
mundo. Nos trataron como a novicios en un convento marxista, en el que
había horarios rígidos muy estrictos para todo, incluyendo la
prohibición de salir por las noches. Como no acepté este régimen, tuve
muchos problemas al regresar muy tarde de mis reuniones con disidentes y
marginales.
La revista Coyoacán también era una publicación doctrinaria y dogmática. Mientras que Historia y sociedad era una revista marxista-leninista, Coyoacán fue una publicación militante de inspiración trotskista, dirigida por Adolfo Gilly, y que apareció en 1977 cuando Historia y sociedad
vivía sus últimos años. La idea trotskista de la revolución
interrumpida, a pesar de su esquematismo, estimulaba una visión más
flexible de los acontecimientos, aunque también era una expresión
peculiar del voluntarismo típicamente leninista.
En contraste, Cuadernos políticos,
que aparece en 1974, fue una revista plural de izquierda de mucha mejor
calidad que las otras dos. Debo decir que fui invitado a formar parte
del colectivo que la hacía, invitación que decliné debido a que estaba
empapado del sectarismo que dominaba en el medio en que estaba ubicado,
actitud de la que poco después me arrepentí. El equipo que hacía Cuadernos políticos
era políticamente heterogéneo, e incluía desde las ideas nacionalistas y
reformistas de Arnaldo Córdova hasta las ideas maoístas de Ruy Mauro
Marini.
Después de leer el libro de Carlos Illades es posible
comprender que la historia de las ideas en el debate político de la
izquierda de los años sesenta, setenta y ochenta se comprende mejor si
el análisis de las revistas que se publicaron se completa con el estudio
de las obras que se escribieron. Por ello Illades, después de hacer un
retrato de las tres revistas, enfoca su interés en las aportaciones de
intelectuales como, por ejemplo, Bolívar Echeverría y Carlos Pereyra,
acaso los mejores escritores ligados a Cuadernos políticos. En
ellos dos se aprecia mejor, y al más alto nivel, la división que en la
izquierda separa a los revolucionarios de los reformistas. Desde luego,
no podemos saber hacia dónde hubiese llevado el reformismo a Pereyra,
debido a su lamentable muerte prematura antes de cumplir cincuenta años,
en 1988.
De la efervescencia intelectual de los años sesenta y
setenta surgieron dos revistas mensuales que, aún siendo muy diferentes,
se orientaron más hacia las ideas reformistas. Una de ellas, la revista
Nexos fundada en 1978, todavía se publica hoy. La otra fue El Machete,
que yo dirigí y que se publicó solamente durante quince meses, a partir
de 1980, y que tuvo una gran repercusión por su elevado tiraje (20 mil
ejemplares) y su abierta actitud iconoclasta. Sucumbió debido a las
presiones de los sectores más dogmáticos y duros de la izquierda. Hay
que señalar que desde 1982 Adolfo Gilly y yo confluimos con Carlos
Pereyra durante un tiempo en el comité editorial de la revista Nexos.
Creo que el estudio de estas dos revistas completaría el panorama
intelectual de la izquierda de los años ochenta que el libro de Carlos
Illades inicia.
El balance de los debates de la izquierda es
sintomático. Dice Carlos Illades en el Epílogo: “Trepada en el carro de
la Revolución mexicana, la izquierda socialista evitó hacerse cargo de
las exequias de la Revolución de Octubre”. Hasta ahora ha evitado
también oficiar los ritos funerarios de la revolución mexicana. Aunque
la idea de revolución sale derrotada en los debates de la izquierda que
analiza el libro de Illades, algo parecido al reformismo se expande en
sus formas populistas y nacionalistas, que invocan retóricamente el mito
revolucionario para convocar movimientos sociales. Pocos intelectuales
hoy reflexionan, por ejemplo, sobre las enseñanzas del gran historiador
Toni Judt (el último autor citado por Illades en sus conclusiones) sobre
el curso de la postguerra, sobre la deriva totalitaria de las
revoluciones y sobre los cambios fundamentales que tiene que hacer la
socialdemocracia en su concepción del mundo. Ha terminado la era de los
movimientos sociales y hemos entrado, como cree Judt, en una época en
que las masas se desagregan en unidades cada vez más pequeñas, en gran
medida gracias a la televisión y a Internet. Si no comprendemos estos
cambios será difícil que podamos sacar enseñanzas de los viejos debates
de la izquierda intelectual.
Link al Original:
http://www.letraslibres.com/blogs/la-jaula-abierta/la-inteligencia-rebelde?page=full
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