EDITORIAL:
LA INADMISIBLE BARBARIE DE SIRIA
Aunque
ya hemos abordado el tema, tanto en “LETRAS INTERNACIONALES” como en otras
instancias, resulta imposible no retornar sobre la situación prevaleciente en
Siria y, en particular, sobre su persistente e incontenible deterioro. Cuando
escribimos este editorial, y después que ya han sido enterrados los 108 muertos
de la masacre de Hula del 25 y 26 de mayo pasados (incluidos más de 40 niños),
en lo que va de este fin de semana las cadenas internacionales están
denunciando 117 muertos entre el sábado 9 y el domingo 10 de junio. La macabra
aritmética de la TV cuenta más de 14.000 muertos en los quince meses de
levantamiento popular en Siria. A nadie le cabe la menor duda que, en un
porcentaje absolutamente aplastante, esos muertos son responsabilidad de las Fuerzas
Armadas del régimen de Bachar el Assad
Ya se ha
intentado una amplia gama de instrumentos diplomáticos para tratar de encausar
el conflicto. La Liga Árabe ensayó llevar a cabo una mediación que no pareció,
en su momento, ser tomada muy en serio por el Assad. También quedó una cierta
duda sobre hasta donde los integrantes de esa mediación estaban realmente
dispuestos a enfrentar al régimen Sirio y exigirle garantías de detener la
represión.
Pero
luego vino la mediación de Kofi Annan. Allí no quedaron dudas de tipo alguno
sobre la voluntad del mediador: diplomático experimentado, negociador avezado, aunque algo optimista de más,
Annan insistió hasta el cansancio hasta hacer aprobar “…por ambas partes…” (así
se expresó en el comunicado oficial) un plan de 6 puntos. Poco de dicho plan se
ha cumplido. El cese al fuego ya feneció,
los combates continúan donde se combate, las masacres continúan donde se
masacra, y el único resultado palpable sería la autorización dada por el
régimen para la presencia de algunos periodistas y el despliegue de algo menos
de 300 observadores internacionales desarmados que intentan registran lo que les
permitan registrar.
Hoy, la
situación es cada vez más grave y ha puesto a la comunidad internacional ante
una disyuntiva. Si las mediaciones no funcionan es necesario pensar en otra
cosa. Y, en los hechos, hasta ahora dos propuestas se manejan.
La
primera propuesta, que indirectamente viene de Kofi Annan y del equipo de las
NN. UU. -(aunque conviene recordar que Ban Ki Moon ha expresado posiciones algo
más radicales y parecidas a la segunda opción que veremos inmediatamente)-, pretende
convocar a un grupo de países que, directa o indirectamente, están interesados
en detener el conflicto. Los
integrantes del Consejo de Seguridad de la ONU, la Liga Árabe, Turquía,
Irán, Arabia Saudita y Qatar podrían reunirse y rusos e iraníes “presionar” a
Bachar el Assad, mientras que saudíes y qataríes intentarían detener a la
oposición. El aspecto más frágil de esta propuesta es que resulta muy difícil
imaginar una mesa de diálogo en la que se sienten calmamente a discutir chiítas
iraníes con sunitas saudíes. Hoy es algo que aparece como algo poco realista.
El segundo es que implica la buena voluntad rusa, cosa que se ha revelado muy escasa.
La
segunda es la que reclama la opinión pública internacional y algunos países
árabes y occidentales: la intervención militar directa de un grupo de países
que debería hacerse, dados los vetos ruso y chino, sin la autorización del
Consejo de Seguridad. Aquí los problemas son dos. La iniciativa no entusiasma
en Occidente. A ninguna potencia militar (Obama tiene elecciones en el
horizonte, Cameron no puede con la crisis económica que lo ha deslegitimado y Francia,
aunque no se sabe lo que piensa Hollande, no tiene capacidad operacional para
liderar semejante operación) le convence tal aventura. Pero ello es tanto o más
desaconsejable, cuanto la propia oposición siria insiste en que no quiere una intervención militar multilateral
en su territorio por lo que, a diferencia de lo acontecido en Libia, aunque el
ciudadano sirio de a pie recibiese con alegría una intervención extranjera que
detuviese los combates, los actores políticos de la oposición en su mayoría se pronunciarían
en contra.
Como se
apreciará, ninguno de los dos escenarios planteados parece demasiado
convincente ni, por otra parte, convoca el verdadero entusiasmo de actores
significativos de la comunidad internacional, a no ser, en alguna medida, a las
Naciones Unidas.
La
cuestión decisiva está, entonces, en el veto ruso interpuesto en el Consejo de
Seguridad. Como veremos, el veto no fue coyuntural ni caprichoso. Es la
continuidad de una repudiable política que data de la época de la Unión
Soviética. Ese veto tuvo las consecuencias que se sabía habría de tener.
En
primer lugar paralizó a las Naciones Unidas y, con ello, seguramente, llenó de
orgullo a los dirigentes rusos que todavía pugnan por volver a ocupar un lugar
de privilegio en el escenario mundial luego del desmoronamiento del fiasco más
monumental de la historia moderna, la URSS.
Lo grave
es que ese mismo veto fue tomado por Bachar el Assad como un voto de confianza
de su viejo aliado y un cheque en blanco para lanzar, sin restricción alguna, a
sus fuerzas contra la población civil. Una vez el voto ruso emitido, Assad
sabía que Rusia no iba a modificar su posición aunque el régimen sirio
comenzase a cometer las peores atrocidades; como torturar niños -(como se acaba
de revelar está, efectivamente, haciendo ya desde antes de la matanza de Hula)-
o las otras que, con total seguridad, iremos descubriendo paulatinamente. Al
igual que sucedió en Rwanda o en Srebrenica, para mencionar nada más que dos
ejemplos medianamente recientes.
En
segundo lugar, entonces, con su voto, Rusia no solo “detuvo a Occidente”: al
mismo tiempo creó las condiciones para que el régimen sirio dejase de lado cualquier escrúpulo o límite,
si es que alguna vez tuvo alguno. Y quizás eso es lo que resulta más difícil de
explicar en una coyuntura como la de hoy.
En
efecto, lo difícil de entender es que el régimen baasista sirio no se ha
tornado en genocida en la coyuntura actual. Desde siempre, la estructura de
poder creada por la familia Assad, el partido Baas y la minoría alauita,
constituyeron una estructura de
opresión que sólo tuvo como objeto el control total de la población. Y “total”
tiene, aquí, el sentido de “totalitario”: es decir una estructura que está
concebida para ocupar tendencialmente todos los espacios sociales y no permitir
el menor intersticio de libertad.
En la
cultura islámica hay una expresión muy antigua -(que viene desde el siglo XIV)-
“la ´assabiya”, que, como señalase Michel Seurat en sus conocidos trabajos sobre
Siria, expresa la creación de un aparato de dominación total sobre la población
y que se basa en la transformación, por el partido y la familia Assad, del
relato religioso alauita en una opción
política expresamente proclive al statu quo. En otros términos: para
encontrar algo parecido en Occidente hay que remontarse a las guerras de
religión.
Si Hafez
el Assad, el padre del tirano actual, fue el arquitecto de dicha maquinaria
siniestra, ésta pudo sostenerse durante tan largo tiempo y en un país, en el
fondo, relativamente pequeño, porque desde hace décadas y décadas ese régimen
usufructúa del apoyo, primero de la URSS, y luego de Rusia. Desde luego que más
temprano que tarde Bachar el Assad caerá -esperemos que vivo- y hay alguna
chance de que deba responder ante un Tribunal apropiado por crímenes contra la
Humanidad. Lamentablemente, es muchísimo menos probable que Putin y Medveded
paguen algo por su complicidad con esta infamia contemporánea. Tampoco pagaron
los dirigentes de la antigua URSS: ni por sus propios horrores ni por el apoyo de
entonces a las infamias de Hafez el Assad.