jueves, 14 de junio de 2012

LA INADMISIBLE BARBARIE DE SIRIA

EDITORIAL: LA INADMISIBLE BARBARIE DE SIRIA


 



Aunque ya hemos abordado el tema, tanto en “LETRAS INTERNACIONALES” como en otras instancias, resulta imposible no retornar sobre la situación prevaleciente en Siria y, en particular, sobre su persistente e incontenible deterioro. Cuando escribimos este editorial, y después que ya han sido enterrados los 108 muertos de la masacre de Hula del 25 y 26 de mayo pasados (incluidos más de 40 niños), en lo que va de este fin de semana las cadenas internacionales están denunciando 117 muertos entre el sábado 9 y el domingo 10 de junio. La macabra aritmética de la TV cuenta más de 14.000 muertos en los quince meses de levantamiento popular en Siria. A nadie le cabe la menor duda que, en un porcentaje absolutamente aplastante, esos muertos son responsabilidad de las Fuerzas Armadas del régimen de Bachar el Assad

Ya se ha intentado una amplia gama de instrumentos diplomáticos para tratar de encausar el conflicto. La Liga Árabe ensayó llevar a cabo una mediación que no pareció, en su momento, ser tomada muy en serio por el Assad. También quedó una cierta duda sobre hasta donde los integrantes de esa mediación estaban realmente dispuestos a enfrentar al régimen Sirio y exigirle garantías de detener la represión.

Pero luego vino la mediación de Kofi Annan. Allí no quedaron dudas de tipo alguno sobre la voluntad del mediador: diplomático experimentado, negociador  avezado, aunque algo optimista de más, Annan insistió hasta el cansancio hasta hacer aprobar “…por ambas partes…” (así se expresó en el comunicado oficial) un plan de 6 puntos. Poco de dicho plan se ha cumplido. El cese al fuego ya feneció,  los combates continúan donde se combate, las masacres continúan donde se masacra, y el único resultado palpable sería la autorización dada por el régimen para la presencia de algunos periodistas y el despliegue de algo menos de 300 observadores internacionales desarmados que intentan registran lo que les permitan registrar.

Hoy, la situación es cada vez más grave y ha puesto a la comunidad internacional ante una disyuntiva. Si las mediaciones no funcionan es necesario pensar en otra cosa. Y, en los hechos, hasta ahora dos propuestas se manejan.

La primera propuesta, que indirectamente viene de Kofi Annan y del equipo de las NN. UU. -(aunque conviene recordar que Ban Ki Moon ha expresado posiciones algo más radicales y parecidas a la segunda opción que veremos inmediatamente)-, pretende convocar a un grupo de países que, directa o indirectamente, están interesados en detener el conflicto. Los  integrantes del Consejo de Seguridad de la ONU, la Liga Árabe, Turquía, Irán, Arabia Saudita y Qatar podrían reunirse y rusos e iraníes “presionar” a Bachar el Assad, mientras que saudíes y qataríes intentarían detener a la oposición. El aspecto más frágil de esta propuesta es que resulta muy difícil imaginar una mesa de diálogo en la que se sienten calmamente a discutir chiítas iraníes con sunitas saudíes. Hoy es algo que aparece como algo poco realista. El segundo es que implica la buena voluntad rusa, cosa que se ha revelado muy escasa.

La segunda es la que reclama la opinión pública internacional y algunos países árabes y occidentales: la intervención militar directa de un grupo de países que debería hacerse, dados los vetos ruso y chino, sin la autorización del Consejo de Seguridad. Aquí los problemas son dos. La iniciativa no entusiasma en Occidente. A ninguna potencia militar (Obama tiene elecciones en el horizonte, Cameron no puede con la crisis económica que lo ha deslegitimado y Francia, aunque no se sabe lo que piensa Hollande, no tiene capacidad operacional para liderar semejante operación) le convence tal aventura. Pero ello es tanto o más desaconsejable, cuanto la propia oposición siria insiste en que no quiere una intervención militar multilateral en su territorio por lo que, a diferencia de lo acontecido en Libia, aunque el ciudadano sirio de a pie recibiese con alegría una intervención extranjera que detuviese los combates, los actores políticos de la oposición en su mayoría se pronunciarían en contra.

Como se apreciará, ninguno de los dos escenarios planteados parece demasiado convincente ni, por otra parte, convoca el verdadero entusiasmo de actores significativos de la comunidad internacional, a no ser, en alguna medida, a las Naciones Unidas.

La cuestión decisiva está, entonces, en el veto ruso interpuesto en el Consejo de Seguridad. Como veremos, el veto no fue coyuntural ni caprichoso. Es la continuidad de una repudiable política que data de la época de la Unión Soviética. Ese veto tuvo las consecuencias que se sabía habría de tener.

En primer lugar paralizó a las Naciones Unidas y, con ello, seguramente, llenó de orgullo a los dirigentes rusos que todavía pugnan por volver a ocupar un lugar de privilegio en el escenario mundial luego del desmoronamiento del fiasco más monumental de la historia moderna, la URSS.

Lo grave es que ese mismo veto fue tomado por Bachar el Assad como un voto de confianza de su viejo aliado y un cheque en blanco para lanzar, sin restricción alguna, a sus fuerzas contra la población civil. Una vez el voto ruso emitido, Assad sabía que Rusia no iba a modificar su posición aunque el régimen sirio comenzase a cometer las peores atrocidades; como torturar niños -(como se acaba de revelar está, efectivamente, haciendo ya desde antes de la matanza de Hula)- o las otras que, con total seguridad, iremos descubriendo paulatinamente. Al igual que sucedió en Rwanda o en Srebrenica, para mencionar nada más que dos ejemplos medianamente recientes.

En segundo lugar, entonces, con su voto, Rusia no solo “detuvo a Occidente”: al mismo tiempo creó las condiciones para que el régimen sirio dejase de lado cualquier escrúpulo o límite, si es que alguna vez tuvo alguno. Y quizás eso es lo que resulta más difícil de explicar en una coyuntura como la de hoy.

En efecto, lo difícil de entender es que el régimen baasista sirio no se ha tornado en genocida en la coyuntura actual. Desde siempre, la estructura de poder creada por la familia Assad, el partido Baas y la minoría alauita, constituyeron  una estructura de opresión que sólo tuvo como objeto el control total de la población. Y “total” tiene, aquí, el sentido de “totalitario”: es decir una estructura que está concebida para ocupar tendencialmente todos los espacios sociales y no permitir el menor intersticio de libertad.

En la cultura islámica hay una expresión muy antigua -(que viene desde el siglo XIV)- “la ´assabiya”, que, como señalase Michel Seurat en sus conocidos trabajos sobre Siria, expresa la creación de un aparato de dominación total sobre la población y que se basa en la transformación, por el partido y la familia Assad, del relato religioso alauita en una opción política expresamente proclive al statu quo. En otros términos: para encontrar algo parecido en Occidente hay que remontarse a las guerras de religión.

Si Hafez el Assad, el padre del tirano actual, fue el arquitecto de dicha maquinaria siniestra, ésta pudo sostenerse durante tan largo tiempo y en un país, en el fondo, relativamente pequeño, porque desde hace décadas y décadas ese régimen usufructúa del apoyo, primero de la URSS, y luego de Rusia. Desde luego que más temprano que tarde Bachar el Assad caerá -esperemos que vivo- y hay alguna chance de que deba responder ante un Tribunal apropiado por crímenes contra la Humanidad. Lamentablemente, es muchísimo menos probable que Putin y Medveded paguen algo por su complicidad con esta infamia contemporánea. Tampoco pagaron los dirigentes de la antigua URSS: ni por sus propios horrores ni por el apoyo de entonces a las infamias de Hafez el Assad.