jueves, 21 de junio de 2012

FRANCIA: LOS DESAFÍOS POLÍTICOS DE HOLLANDE





FRANCIA : LOS DESAFÍOS POLÍTICOS DE HOLLANDE



Hace apenas unas pocas semanas, para ser precisos el 3 de mayo pasado, el entonces candidato del Partido Socialista francés obtenía la presidencia de la República y nosotros escribíamos un editorial en el que manifestábamos la posibilidad de que dicha elección abriese, de una manera todavía no muy clara, una crisis política en el país.

Nuestras prevenciones no eran el resultado de un ejercicio de pesimismo gratuito. Lo que sucedía entonces era que el novel presidente iba a tener que enfrentar inmediatamente una dura crisis financiera y económica como la que aqueja a Europa y ello con la perspectiva de enfrentar elecciones legislativas unas 5 o 6 semanas después de asumir la presidencia. En otros términos, el presidente electo no podía conocer la composición futura del Poder Legislativo por un período (corto pero particularmente difícil) y, después de la segunda semana de junio, debería aceptar la composición de la Asamblea que el electorado decidiese.

En el día de hoy acaban de conocerse los resultados de la segunda vuelta de las elecciones legislativas y la prensa francesa, particularmente la de izquierda, se muestra exultante. Con probablemente unos 3oo diputados, entre propios y “cercanos”, el partido socialista está seguro de obtener la mayoría absoluta lo que lo libera totalmente de depender de otras formaciones de izquierda más radicales y, por lo general, menos sensatas. Si se contabiliza el aporte de los representantes de “otras izquierdas” democráticas (y excluyendo, desde luego, al Partido Comunista cuya pertenencia a la izquierda es en esencia una mitología anclada en las viejas generaciones en vías de desaparición) la izquierda parlamentaria podría llegar a más de 340 representantes.

Aunque no tenemos aún cifras oficiales definitivas, con esa conformación de la Asamblea la presidencia de Hollande se presenta aparentemente sin obstáculos en lo que a apoyo parlamentario se refiere. Conviene recordar, no obstante, que, a pesar de esta votación histórica, la izquierda no consigue llegar a los 3/5 del total de ambas cámaras integrantes del Poder Legislativo, es decir a la mayoría especial que decisiones institucionales mayores requieren.

En un principio algunos analistas temían, que el voto popular, que muchas veces en Francia ha procedido de esa manera, en un movimiento de “compensación política”, votase una Asamblea más a la derecha, de manera de limitar el poder del nuevo presidente electo. Eso no sucedió en absoluto: en realidad parece haber acontecido lo contrario. Un cierto entusiasmo que Hollande comienza a despertar paulatinamente (su perfil y personalidad no son, a decir verdad, muy proclives a atraer irresistiblemente a la opinión pública y a las masas) en el electorado parece haber favorecido al partido socialista en su conjunto que, gracias a una suerte de “efecto Hollande”, logra, en estas elecciones legislativas, un nivel histórico de votación.

Todos estos resultados electorales de los socialistas y de las fracciones de izquierda parecen tornar injustificado el título de aquel editorial publicado hace 6 semanas en el que nos preguntábamos sobre la posibilidad de una crisis política en Francia. En realidad, es cierto que la amplitud del triunfo socialista es más grande de lo que esperábamos (es más, sorprendió a muchos franceses e, incluso, a muchos socialistas de ese país) pero esta faceta triunfalista de la lectura socialista de los resultados de los 4 eventos electorales sucesivos (las 2 vueltas de elecciones presidenciales y las 2 vueltas de elecciones parlamentarias) no logra ocultar un problema que era el que ya nos preocupaba en la instancia de la elección presidencial.

Si uno compara esta elección con la inmediatamente anterior de junio del 2007, advertirá que el electorado francés ha votado de manera mucho “más polarizada”. O, para ser más precisos, no se puede dejar de darse cuenta que “el centro” del espectro político francés se ha evaporado por más que la distancia entre los dos partidos, el socialista de centro-izquierda y la UMP de centro-derecha,  aparezca hoy algo disminuida.

Si comparamos la primera vuelta de las elecciones legislativas de 2007 y 2012 (no tenemos resultados definitivos de la 2ª. Vuelta de la última), este desdibujamiento del centro es bastante claro. No solamente el MoDem de François Bayrou, el partido centrista por excelencia, ha quedado reducido a 2 representantes (la votación de Bayrou en la elección presidencial bajó de  7.76  % en 2007 a 2.33  % en 2012). La extrema derecha de Marine Le Pen tuvo un crecimiento formidable de votos así como algunos grupos ubicados a la izquierda del Partido Socialista igualmente lo tuvieron. El Frente Nacional pasa de 4.70% hace 5 años a 13.77% de los votos en 2012 y diversos partidos de izquierda agrupados pasan de sumar alrededor de 4.40% en 2007 a votar casi el 12% de los sufragios en la reciente primera vuelta de las legislativas.

Dos elementos peculiares, pero algo engañosos, de alguna manera “amortiguan la traducción política”, a nivel de la representación legislativa, de esa tendencia a la polarización existente en la opinión pública y en el electorado francés.

Por el lado de la izquierda, el Partido comunista tradicional no vota bien mostrando que, finalmente, el enraizado estalinismo de los herederos de aquel aterrador PCF  cultor del agobiante relato de la IIIa. Internacional comienza a desfallecer. Pero hay una nueva izquierda, más extrema que el centro-izquierdismo socialista, que está reemplazando a los dinosaurios nostálgicos de la Guerra Fría. La aparición de un grupo parlamentario de los Verdes forma parte, por ejemplo, de ese proceso.

Y del lado de la extrema derecha, como vimos, también hay un fenómeno que cambia el aspecto exterior del proceso pero que no hace sino disimular la polarización que nos preocupa. En las elecciones presidenciales, la votación del Frente Nacional de Marine Le Pen fue histórica, pasando su partido a ser el tercer partido de Francia aunque dado el sistema de representación mayoritaria, y la particular arquitectura de las circunscripciones electorales francesas, esa masiva votación, trasladada a las legislativas, sólo permitiese la elección de, probablemente, 2 (o eventualmente 3) diputados de extrema derecha. Pero los votos están allí, presentes en la opinión pública aunque el sistema de representación no los sancione.

La cuestión que merece ser reflexionada, entonces, no es que las dificultades del futuro gobierno Hollande vayan a pasar por la fuerza de la oposición política institucionalizada. En realidad, con quien tendrá que lidiar el nuevo presidente, es con un electorado que ya manifiesta su malhumor ante la crisis que viene acentuándose desde hace un par de años y que comienza a desplazar sus votos hacia los extremos del especto político.

Por ahora, el “voto castigo” a las pamplinas de Sarkozy, favoreció sobretodo al PS pero eso era bastante previsible por lo que la prensa de izquierda haría bien en moderar su exitismo. Porque la crisis en Europa no hace sino comenzar y el entonces candidato Hollande, ahora Presidente, no fue muy prudente durante su campaña y no articuló ninguna idea consistente sobre como piensa enfrentar la crisis.

Aunque estuvo muy lejos de los disparates populistas que acostumbran los ”progresistas” latinoamericanos que nos persiguen en este condenado continente, Hollande no tuvo el coraje de proponer una sola idea, por ejemplo, sobre la absolutamente inevitable reforma de la seguridad social. Alguien nos dirá que, políticamente, debía separarse de la reforma iniciada por Sarkozy en ese terreno, si aspiraba a una buena elección. Podrá ser tácticamente cierto pero tiene que comenzar ya a pergeñar algún otro formato de reforma porque los números financieros de “la Sécu”, hace décadas que no son aceptables.

Tampoco se ha animado Hollande siquiera a hablar del demencial engendro de las “35 horas” semanales que su partido inventó rato ha. En el contexto de la crisis actual, el tema de la productividad de Francia es absolutamente central para que este país pueda  “seguir el paso” de Alemania. Y eso significa no solamente cierta austeridad presupuestal (versión Merkel del problema), que no está reñida, por cierto, con una política económica más expansiva y proclive al crecimiento. Significa mucho más porque el problema de fondo que está planteado es algo que el electorado francés está muy pero muy lejos de haber entendido en el mensaje de su nuevo Presidente: significa que, ineludiblemente y de cualquier manera, los franceses deberán trabajar más, trabajar mejor y gastar menos.

Y esa ecuación es la que Hollande tendrá que implementar pese lo que le pese. Porque si es cierto que buena parte del futuro de Europa depende de una Alemania menos “egoista”, no es menor cierto que el mismo futuro también depende de una Francia bastante más eficiente. Lo demás son triquiñuelas para ganar tiempo.