FRANCIA : LOS DESAFÍOS POLÍTICOS DE HOLLANDE
Hace
apenas unas pocas semanas, para ser precisos el 3 de mayo pasado, el entonces
candidato del Partido Socialista francés obtenía la presidencia de la República
y nosotros escribíamos un editorial en el que manifestábamos la posibilidad de
que dicha elección abriese, de una manera todavía no muy clara, una crisis
política en el país.
Nuestras
prevenciones no eran el resultado de un ejercicio de pesimismo gratuito. Lo que
sucedía entonces era que el novel presidente iba a tener que enfrentar inmediatamente
una dura crisis financiera y económica como la que aqueja a Europa y ello con
la perspectiva de enfrentar elecciones legislativas unas 5 o 6 semanas después
de asumir la presidencia. En otros términos, el presidente electo no podía
conocer la composición futura del Poder Legislativo por un período (corto pero
particularmente difícil) y, después de la segunda semana de junio, debería
aceptar la composición de la Asamblea que el electorado decidiese.
En el
día de hoy acaban de conocerse los resultados de la segunda vuelta de las
elecciones legislativas y la prensa francesa, particularmente la de izquierda,
se muestra exultante. Con probablemente unos 3oo diputados, entre propios y
“cercanos”, el partido socialista está seguro de obtener la mayoría absoluta lo
que lo libera totalmente de depender de otras formaciones de izquierda más
radicales y, por lo general, menos sensatas. Si se contabiliza el aporte de los
representantes de “otras izquierdas” democráticas (y excluyendo, desde luego,
al Partido Comunista cuya pertenencia a la izquierda es en esencia una
mitología anclada en las viejas generaciones en vías de desaparición) la
izquierda parlamentaria podría llegar a más de 340 representantes.
Aunque
no tenemos aún cifras oficiales definitivas, con esa conformación de la Asamblea
la presidencia de Hollande se presenta aparentemente sin obstáculos en lo que a
apoyo parlamentario se refiere. Conviene recordar, no obstante, que, a pesar de
esta votación histórica, la izquierda no consigue llegar a los 3/5 del total de
ambas cámaras integrantes del Poder Legislativo, es decir a la mayoría especial
que decisiones institucionales mayores requieren.
En un
principio algunos analistas temían, que el voto popular, que muchas veces en
Francia ha procedido de esa manera, en un movimiento de “compensación política”,
votase una Asamblea más a la derecha, de manera de limitar el poder del nuevo
presidente electo. Eso no sucedió en absoluto: en realidad parece haber
acontecido lo contrario. Un cierto entusiasmo que Hollande comienza a despertar
paulatinamente (su perfil y personalidad no son, a decir verdad, muy proclives
a atraer irresistiblemente a la opinión pública y a las masas) en el electorado
parece haber favorecido al partido socialista en su conjunto que, gracias a una
suerte de “efecto Hollande”, logra, en estas elecciones legislativas, un nivel
histórico de votación.
Todos
estos resultados electorales de los socialistas y de las fracciones de izquierda
parecen tornar injustificado el título de aquel editorial publicado hace 6
semanas en el que nos preguntábamos sobre la posibilidad de una crisis política
en Francia. En realidad, es cierto que la amplitud del triunfo socialista es
más grande de lo que esperábamos (es más, sorprendió a muchos franceses e,
incluso, a muchos socialistas de ese país) pero esta faceta triunfalista de la
lectura socialista de los resultados de los 4 eventos electorales sucesivos
(las 2 vueltas de elecciones presidenciales y las 2 vueltas de elecciones
parlamentarias) no logra ocultar un problema que era el que ya nos preocupaba
en la instancia de la elección presidencial.
Si uno
compara esta elección con la inmediatamente anterior de junio del 2007,
advertirá que el electorado francés ha votado de manera mucho “más polarizada”.
O, para ser más precisos, no se puede dejar de darse cuenta que “el centro” del espectro político francés se
ha evaporado por más que la distancia entre los dos partidos, el socialista
de centro-izquierda y la UMP de centro-derecha, aparezca hoy algo disminuida.
Si
comparamos la primera vuelta de las elecciones legislativas de 2007 y 2012 (no
tenemos resultados definitivos de la 2ª. Vuelta de la última), este desdibujamiento
del centro es bastante claro. No solamente el MoDem de François Bayrou, el
partido centrista por excelencia, ha quedado reducido a 2 representantes (la
votación de Bayrou en la elección presidencial bajó de 7.76 % en 2007 a 2.33 % en
2012). La extrema derecha de Marine Le Pen tuvo un crecimiento formidable de
votos así como algunos grupos ubicados a la izquierda del Partido Socialista igualmente
lo tuvieron. El Frente Nacional pasa de 4.70% hace 5 años a 13.77% de los
votos en 2012 y diversos partidos de izquierda agrupados pasan de sumar
alrededor de 4.40% en 2007 a votar casi el 12% de los sufragios en la reciente
primera vuelta de las legislativas.
Dos
elementos peculiares, pero algo engañosos, de alguna manera “amortiguan la
traducción política”, a nivel de la representación legislativa, de esa
tendencia a la polarización existente en la opinión pública y en el electorado
francés.
Por el
lado de la izquierda, el Partido comunista tradicional no vota bien mostrando
que, finalmente, el enraizado estalinismo de los herederos de aquel aterrador
PCF cultor del agobiante relato de
la IIIa. Internacional comienza a desfallecer. Pero hay una nueva izquierda,
más extrema que el centro-izquierdismo socialista, que está reemplazando a los
dinosaurios nostálgicos de la Guerra Fría. La aparición de un grupo
parlamentario de los Verdes forma parte, por ejemplo, de ese proceso.
Y del
lado de la extrema derecha, como vimos, también hay un fenómeno que cambia el
aspecto exterior del proceso pero que no hace sino disimular la polarización
que nos preocupa. En las elecciones presidenciales, la votación del Frente
Nacional de Marine Le Pen fue histórica, pasando su partido a ser el tercer
partido de Francia aunque dado el sistema de representación mayoritaria, y la
particular arquitectura de las circunscripciones electorales francesas, esa masiva
votación, trasladada a las legislativas, sólo permitiese la elección de,
probablemente, 2 (o eventualmente 3) diputados de extrema derecha. Pero los
votos están allí, presentes en la opinión pública aunque el sistema de
representación no los sancione.
La
cuestión que merece ser reflexionada, entonces, no es que las dificultades del futuro
gobierno Hollande vayan a pasar por la fuerza de la oposición política
institucionalizada. En realidad, con quien tendrá que lidiar el nuevo
presidente, es con un electorado que ya manifiesta su malhumor ante la crisis
que viene acentuándose desde hace un par de años y que comienza a desplazar sus
votos hacia los extremos del especto político.
Por
ahora, el “voto castigo” a las pamplinas de Sarkozy, favoreció sobretodo al PS
pero eso era bastante previsible por lo que la prensa de izquierda haría bien
en moderar su exitismo. Porque la crisis en Europa no hace sino comenzar y el
entonces candidato Hollande, ahora Presidente, no fue muy prudente durante su
campaña y no articuló ninguna idea consistente sobre como piensa enfrentar la
crisis.
Aunque
estuvo muy lejos de los disparates populistas que acostumbran los
”progresistas” latinoamericanos que nos persiguen en este condenado continente,
Hollande no tuvo el coraje de proponer una sola idea, por ejemplo, sobre la
absolutamente inevitable reforma de la seguridad social. Alguien nos dirá que,
políticamente, debía separarse de la reforma iniciada por Sarkozy en ese
terreno, si aspiraba a una buena elección. Podrá ser tácticamente cierto pero
tiene que comenzar ya a pergeñar algún otro formato de reforma porque los
números financieros de “la Sécu”, hace
décadas que no son aceptables.
Tampoco
se ha animado Hollande siquiera a hablar del demencial engendro de las “35
horas” semanales que su partido inventó rato ha. En el contexto de la crisis
actual, el tema de la productividad de Francia es absolutamente central para
que este país pueda “seguir el
paso” de Alemania. Y eso significa no solamente cierta austeridad presupuestal
(versión Merkel del problema), que no está reñida, por cierto, con una política
económica más expansiva y proclive al crecimiento. Significa mucho más porque
el problema de fondo que está planteado es algo que el electorado francés está
muy pero muy lejos de haber entendido en el mensaje de su nuevo Presidente: significa
que, ineludiblemente y de cualquier manera, los
franceses deberán trabajar más, trabajar mejor y gastar menos.
Y esa
ecuación es la que Hollande tendrá que implementar pese lo que le pese. Porque
si es cierto que buena parte del futuro de Europa depende de una Alemania menos
“egoista”, no es menor cierto que el mismo futuro también depende de una
Francia bastante más eficiente. Lo demás son triquiñuelas para ganar tiempo.