¿ LA “DEMOCRACIA” EN EGIPTO ?
Finalmente, y luego de una larga y tensa espera que se prolongó desde
el jueves de la semana pasada, el candidato a Presidente de los
Hermanos Musulmanes, el ingeniero de 60 años, Mohamed Morsi, se
transformó, el domingo 24 de junio, en el primer Presidente electo de
Egipto.
Mohamed Morsi será el Jefe del Estado del país
árabe más poblado del mundo (que no del país musulmán de mayor
población). Proveniente del grupo o, mejor dicho, de la cofradía de los
“Hermanos Musulmanes”, una formación política islámista
recurrentemente reprimida por el “establishment” político egipcio
construido por el movimiento nasserista que gobernó el país desde 1954
hasta la caída de Mubarak en febrero de 2011, Morsi es el primer civil
que accede a la presidencia desde el fin de la monarquía. En realidad,
conviene recordarlo, los Hermanos Musulmanes fueron aliados de Nasser
en su lucha por el poder en Egipto, pero esa alianza duró poco y, ya a
inicios de los años 50, los islamistas terminaron en prisión o
trabajando clandestinamente.
Morsi resultó candidateado cuando Khairat al
Shater, el primer aspirante a la candidatura fue descalificado quizás
por ser portador de un perfil demasiado abiertamente “integrista”.
Mohamed Morsi, en cambio, con una carrera académica en el exterior y en
Egipto, de perfil bajo y dueño de un discurso en el que se presenta,
simultáneamente, como un conservador profundamente religioso y como un
interlocutor abierto y moderado para con los liberales, pareció ser
electoralmente mucho más apropiado que Khairat al Shater.
A pesar de que sus raíces islamistas generan
internacionalmente una muy fuerte preocupación, el mundo tomó nota de
que uno de sus primeros compromisos fue el de ser el presidente de
todos los egipcios e, incluso, el mismo domingo, realizó el acto
simbólico de desafiliarse de los Hermanos Musulmanes.
El triunfo de Morsi fue reconocido por la
comunidad internacional y, en algunos casos, dicho reconocimiento
estuvo acompañado de una genuina felicitación ante un acontecimiento
que algunos ven como un paso significativo en la consolidación de un
régimen democrático en Egipto.
En realidad, el final del proceso electoral en
Egipto (y en buena medida también sus prolegómenos) se presenta ante
los ojos del observador externo como una compleja combinación de luces y
de sombras. A pesar de que el domingo, partidarios de Morsi y la
población en general. cantaban alborozados en la Plaza Tahrir por el
triunfo del nuevo presidente, no es menos cierto que no habia entre
ellos prácticamente ninguno de los jóvenes laicos y modernos que fueron
quienes hicieron de esa plaza el emblema de la posibilidad de una
futura democracia en el país.
No era la única nota discordante. No solamente
estaban ausentes los jóvenes que, inspirados en lo que estaba sucediendo
en Túnez, se animaron a desafiar a Mubarak. El candidato electo,
Mohamed Morsi, en su primera alocución al pueblo egipcio, tuvo que
incluir una insólita declaración dedicada a las Fuerzas Armadas en la
cual declaró, más o menos textualmente, que
las miraba con un amor tan intenso desde su corazón que sólo Dios conoce.
O sea que no solamente los principales actores de
la primavera egipcia no estaban festejando en la Plaza Tahrir
(electoralmente no pudieron organizar una candidatura realmente de
masas y quedaron atrapados en la disyuntiva de votar o bien al
islámista Mohamed Morsi o bien a Ahmed Chafik, que, en los hechos,
terminó siendo el candidato del "antiguo régimen" y casi la garantía de
la continuidad política del autoritarismo tradicional): el candidato
integrista electo hubo de comenzar su primer mensaje a la nación
haciendo una referencia explícita a quienes parecen dispuestos a fungir
como sus "mentores" de las Fuerzas Armadas.
Esta mezcla de luces y de sombras que complica el
resultado del proceso iniciado en febrero 2011, se advierte desde todos
los ángulos que los acontecimientos sean considerados. Un grupo
importante de votantes laicos seguramente se negó a votar y, si bien es
importante destacar que Mohamed Morsi es el primer presidente electo
por votación de Egipto, acaba de ser reconocido como tal, después que
las Fuerzas Armadas procediesen a una suerte de "intervención
institucional" que, en algunos aspectos, tuvo los visos de un golpe de
estado.
Esta opción por la abstención de los jóvenes
laicos, seguramente no significa la desmobilización definitiva de
aquellos primeros abanderados anti-Mubarak proclives a una verdadera
democracia laica en su país natal. Prueba de que siguen actuando es que
los sitios web de los Hermanos Musulmanes fueron ” hackeados” y que
las oficinas centrales del "oficialista" Ahmed Chafik terminaron
incendiadas. Esta violencia rampante forma también parte del panorama
de luces y sombras que nos interesa transmitir aquí.
El domingo 17 de junio, apenas culminado el
segundo turno de las elecciones de las que finalmente Morsi saldría
vencedor una semana después, el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas
(CSFA), decidió "redefinir" las atribuciones que tendría el Jefe del
Estado que saliese finalmente electo del proceso. Era esta la segunda
intervención intempestiva de las Fuerzas Armadas en el proceso porque,
algunos días antes, las Fuerzas Armadas invalidaron la elección de
casi un tercio de los diputados recientemente electos y disolvieron la
Cámara de Diputados, según lo declarado por ellas,
“…para dar cumplimiento a una decisión del Tribunal Constitucional Supremo que objetó diversos aspectos de escrutinio”.
Este intervencionismo de las Fuerzas Armadas,
nunca abiertamente contrario al proceso de democratización pero
sistemáticamente desplegado para que todos los actores políticos tomen
consciencia del protagonismo militar, ha debilitado en buena medida la
imagen de los Hermanos Musulmanes. Es ostensible que éstos vienen
negociando con las FF.AA. en una postura que la población, acostumbrada
a visualizarlos como integristas radicales, entiende poco y mal.
Aunque una de las primeras demandas del nuevo presidente fue que su
juramento como Jefe del Ejecutivo deberá realizarse ante el Parlamento
(cuando sabemos que la Cámara baja de éste ha sido disuelta por las
FF.AA. "por orden" del Tribunal Constitucional Supremo), este "desafío"
a los militares no parece de talla a hacerlos retroceder y, en algún
sentido refuerza la sensación popular de que entre FF.AA. y Hermanos
Musulmanes se ha establecido un diálogo "discreto" pero fluído.
De cualquier manera, los islamistas siguen siendo
el grupo mejor organizado y conservan las redes de imbricación social
entre la población que hubieron de tejer durante décadas de lucha
clandesita. Esas redes son el fruto de la visión de su fundador, Hasan
Al' Banna, que, consciente de las enormes debilidades del estado en las
regiones rurales más pobres y apartadas del país, donde residen
millones de campesinos en condiciones sociales deplorables, decidió que
los "Hermanos Musulmanes" debían integrarse precisamente allí donde
nadie estaba trabajando políticamente y hacer revivir las creencias
musulmanas.
En parte el triunfo (por "regateado" que haya
sido por las FF.AA.) de Morsi es el fruto de esta consistente
estrategia. Sin embargo, el estallido de la juventud, y particularmente
el de la juventud urbana laica, moderna, enlazada por las redes
sociales con Occidente y con el mundo en general, era un escenario
absolutamente impredecible en la estrategia, en el fondo profundamente
conservadora, de los Hermanos Musulmanes.
Si Mohamed Morsi pretende terminar su mandato,
deberá no solamente hacer concesiones a los militares: hay todo un
Egipto que ya no comulga con el planteo islamista tradicional y que le
va a exigir que tenga en cuenta también sus demandas que son totalmente
contradictorias con el programa tradicional de los Hermanos
Musulmanes.
Este escenario en el que el nuevo presidente
parece atrapado en un tejido de demandas múltiples y contradictorias,
así planteado, no parece demasiado novedoso. En el fondo hay muy pocos
presidentes que no hayan empezado su mandato apoyados en el punto de
convergencia de un buen número de fuerzas políticas y demandas sociales
contradictorias.
Sin embargo, lo que tiene de peculiar la posición
de Mohamed Morsi es que es que su elección es la elección de un
presidente que deberá dirigir el país
al mismo tiempo que se define la Constitución política
que habrá de regir a Egipto. Y eso sí que es una situación novedosa,
particularmente frágil y creadora de inestabilidad. Si, de por sí, una
transición política de este tipo constituye siempre una operación
difícil, pretender definir las competencias de las autoridades del
nuevo régimen, durante la práctica gubernamental y sin contar con un texto Constitucional establecido, parece una operación extremadamente compleja.
Aunque teóricamente, la operación de la transición
debió de haberse llevado adelante en otro orden, lo cierto es que
Egipto optó por votarse primero un Poder Legisltativo, luego elegir un
Presidente, para, recién después, darse un texto constitucional. El
problema evidente es que las autoridades electas, al no existir una
Constitución que redefina sus nuevas competencias, no pueden discernir
claramente las fronteras de su ámbito de acción y esa indefinición
habrá de ser inexorablemente utilizada, en particular, por los actores
políticos más poderosos. Este escenario plantea dos problemas mayores
que se presentan como verdaderas "hipotecas" para todo el proceso de
transición y para que, eventualmente, el gobierno Morsi llegue algún
día a buen puerto.
En primer lugar, la inexistencia de un nuevo texto
constitucional que sea producto del proceso de transición deja abierta
la puerta a todo tipo de ingerencia de parte de las FF.AA. sin que,
formalmente, dicha ingerencia configure una violación constitucional
clara puesto que este texto, en los hechos, recién será aprobado a
posteriori. En segundo lugar, el otro riesgo evidente es que la
discusión constitucional se transforme en el principal frente de
batalla entre los actores políticos del país y que la gestión
gubernamental o bien quede relegada a un segundo plano, o bien se
entremezcle de manera tan íntima con la discusiòn constitucional que no
pueda claramente discernirse de qué realmente se está discutiendo.
En cualquier caso, resulta evidente que el proceso
de transición a la democracia en Egipto está muy lejos de ofrecer
algún tipo de garantía sobre su futuro derrotero. Las amenazas no dejan
de acumularse y las habilidades del nuevo presidente todavía quedan
por demostrarse.