viernes, 6 de julio de 2012

MÉXICO: ¿LAS ELECCIONES COMO TRAGEDIA?


MÉXICO: ¿LAS ELECCIONES COMO TRAGEDIA?






Hace ya meses que los analistas vienen señalando que las elecciones generales que se llevaron a cabo en México en el día de ayer no podían, fuese cual fuese el resultado, significar un paso mínimamente significativo en el eternamente postergado proceso de consolidación de la democracia en ese país. Millones de mexicanos estaban concientes que “la oferta“ de los candidatos no era ni atractiva, ni satisfactoria, ni confiable. Sin embargo, la ciudadanía estaba atascada en una trampa muy difícil de sortear: si de fortalecer la democracia se trataba, a la ciudadanía no le quedaba más remedio que votar.

1.- Conviene señalar, desde el vamos, que el problema de la inexistencia de una democracia “decente” en México no es un asunto interno que sólo compete a los mexicanos. Es un problema regional e incluso internacional. La economía mexicana es, ahora, el segundo PBI de América Latina y, cuando la economía norteamericana goza de buena salud, el PBI mexicano ha superado por años al de Brasil sin dificultades. Aunque al igual que Turquía y muchos otros países, simplemente México no goza de la simpatía de los “golden boys” del mundo financiero norteamericano, por lo que no ha sido incluido en ninguna sigla promocionada entre la alta finanza como uno de los países emergentes más poderosos. Sencillamente, que África del Sur sea incluido en los BRICS y no figuren ni México ni Turquía, por ejemplo, en ninguna liga igual o parecida, sólo habla de la frivolidad -(para no mencionar hipótesis más pesimistas)- de los ”expertos” que las forjan.

Y, precisamente por todo ello, las descomunales carencias de la democracia mexicana que los resultados de estas últimas elecciones parecen volver a prorrogar en el tiempo, constituyen un problema mayor, por lo menos para Latinoamérica y para los EE.UU.

A este altura del conteo de votos, iniciado ayer 1o. de julio a las 18 horas, los resultados son casi definitivos y le otorgan entre 25.1 y 26.0% a la candidata del Partido de Acción Nacional, Josefina Vázquez Mota; entre 30.9 y 31.8% al candidato del Partido de la Revolución Democrática, Manuel López Obrador y entre 37.9 y 38.5% al candidato del Partido Revolucionario Institución, Enrique Peña Nieto. El triunfo de este último es, por lo tanto, inobjetable, y el presidente electo ya está recibiendo el reconocimiento de los mandatarios de los más diversos países del mundo.

No es necesario ser un conocedor en profundidad de México para darse cuenta que el triunfo de Peña Nieto significa el retorno al poder del viejo partido populista construido, a partir de 1929, para dar solución al conflicto creado por la Revolución Mexicana luego del asesinato de Francisco I. Madero. En otras palabras, podemos estar ante el retorno de “la dictadura perfecta” que tan bien caracterizase Vargas Llosa en aquel memorable diálogo televisivo con Octavio Paz en el año 1990. ( http://bit.ly/LLHENn ) Corporativismo sindical, corporativismo empresarial, corrupción como “modus operandi“ prácticamente generalizado,  la ley y el Estado de Derecho como un mero artificio, permanentemente negociable si molesta para los objetivos políticos del momento y, eventualmente respetable, si coyunturalmente se condice con esos fines, uso selectivo de la violencia, desde el “patoteo” al asesinato, individual y, eventualmente, el recurso a la represión masiva (Tlatelolco), etc., etc. En otras palabras el resultado que están arrojando estas elecciones sería efectivamente una tragedia y la puesta entre signos de interrogación del titulo de esta editorial sería algo totalmente injustificado.

En realidad, aunque el triunfo de Peña Nieto no sea un buen augurio para la democracia, es necesario señalar que con este resultado, quizás México escapó de algo mucho peor: el triunfo de Manuel López Obrador. Este priísta de la vieja guardia, reconvertido en ”izquierdista“ a la sombra de la voltereta cardenista que permite crear el PRD, tiene exactamente la más ortodoxa escuela del PRI sobre sus hombros pero a la que ha agregado un toque psicológico y personalista que hubiese podido tener consecuencias absolutamente impredecibles de haber salido triunfador. En buena medida él es el responsable de la derrota del PRD frente al PRI. De haber sido Marcelo Ebrad el candidato perredista, muy probablemente todos estaríamos festejando el nacimiento de una oportunidad para México.

La diferencia entre López Obrador y la tradición priísta está precisamente allí: en que López Obrador ha transgredido, “de pensamiento, obra y omisión”, la única regla básica que todos los priístas de todos los tiempos han sabido respetar: primero la disciplina ante el sistema, ante el Partido y ante lo que ellos llaman “la tradición revolucionaria“, sólo después vienen las ambiciones personales. Es más: éstas sólo tienen chance de realizarse “en el seno“ de la disciplina priísta. Hace muchos años, Fidel Velázquez, Dueño y Señor por décadas del movimiento sindical mexicano, le contestó a un periodista novato que le preguntaba sobre la próxima sucesión presidencial: “No me pregunte eso, m´hijo, no sé,....¡el que se mueve no sale en la foto...!” y nunca hubiese dado su opinión, porque el darla hubiese significado su muerte, por lo menos, política.

Frente a esta respuesta de uno de los priístas más relevantes de la historia, respuesta que revela perfectamente que el autoritarismo priísta descansaba sobre una disciplina partidaria absolutamente férrea, vertical e insoslayable, a la que todos debían respetar (incluso el Presidente), cabe traer a colación la frase de López Obrador, que publicó El Universal allá por el año 2008, en ocasión de discutirse la reforma energética en México. Ante una fuerte discrepancia con su interlocutor, el ahora derrotado candidato le espetó abiertamente: “El movimiento soy yo”. Es decir, echó mano a una expresión, casi estrictamente borbónica, que no tuvo, no tiene, ni tendrá cabida, nunca, en la cultura priísta.

Si el lector tiene alguna duda de la importancia de esta diferencia, que parece de detalle pero que es altamente significativa, bástanos recordar que, en el año 2006, cuando López Obrador pierde por escaso margen frente a Calderón las elecciones, el personaje decidió poner en jaque a todo el sistema político y a toda la enclenque institucionalidad democráticos del país porque, desde su megalomanía, su egocentrismo y su descomunal desmesura, decidió desconocer los resultados (que todo el mundo aceptaba) y poner en jaque al país entero entre el mes de julio y hasta pocos días antes de la asunción del presidente electo, en diciembre, con plantones, movilizaciones callejeras, campamentos y todo tipo de actos ilegales. Su intento fue, estrictamente, un golpe de estado “personal”.

Es por ello que decimos que la tragedia electoral de México pudo haber sido mayor. Nadie con dos dedos de frente puede albergar alguna esperanza demasiado seria sobre la posibilidad de que un gobierno de Peña Nieto fortalezca la institucionalidad democrática mexicana. Tampoco nadie con dos dedos de frente puede albergar duda alguna que, de haber ganado la presidencia, López Obrador en menos de un año estaría conduciéndose como los tiranuelos populistas de moda en América del Sur. López Obrador sueña con ser un nuevo Chávez (ante el quebranto de salud que aqueja a este último), fantasea con “fundar un modelo” como Kirchner para hacerlo familiarmente hereditario y ya estaba en camino de poner en marcha los mismos mecanismos de persecución de la prensa que utiliza Correa con el argumento de que favorecían a su adversario. Conviene dejar asentado que todo indica que López Obrador comenzará en cualquier momento, quizás lo esté haciendo en este mismo momento, alguna impugnación, reclamo o “movilización“ para iniciar un cuestionamiento de las elecciones de ayer. Los resultados de los que se dispone a esta altura del recuento, mediante proyección, dan un resultado totalmente favorable al PRI, ha habido miles de observadores de las elecciones, etc., etc., nada de eso impedirá que la irresponsabilidad de López Obrador no desequilibre a México desde hoy hasta la asunción de Peña Nieto en el mes de diciembre. No trate el lector de encontrar algún argumento político en esta obstinación en destruir la débil institucionalidad del país. La explicación es freudiana: lo más probable es que la mamá de López Obrador le hizo jurar que sería presidente, cuando era pequeño.

En otros términos, México escapó (menos mal que casi por 8% de votos de diferencia) de caer en manos de un tirano megalómano plebiscitado. Pero tiene fuertes probabilidades que recaer en las redes de la maquinaria autoritaria más antigua y perfecta, por lo menos, de América Latina. No es posible, sin embargo, terminar este editorial sin desarrollar dos ideas más que nos resultan relevantes.

2.- Más allá de que estamos rigurosamente convencidos que el panorama que pintamos del tradicional México priísta es un retrato fiel del país en el que vivimos más de una década, es necesario señalar que, desde el sexenio del Presidente Zedillo (un priísta en pleno repliegue), pasando por los dos sexenios durante los que gobernó el PAN con Fox y Calderón, mucha historia ha corrido bajo (y sobre) la otrora omnipotencia priísta.

El primer cambio altamente significativo es el correcto desarrollo mismo de estas elecciones. Que estemos escribiendo, a menos de 24 horas de cerradas las casillas, con un resultado altamente certero, era una realidad electoral impensable hace 20 años. En ello cuenta el fuerte desarrollo del Instituto Federal Electoral, la construcción de un padrón electoral ultramoderno totalmente digitalizado y la integración de ciudadanos a su funcionamiento. En el mismo sentido, genera serias limitaciones para una reedición exacta del pasado populismo priísta, la real y absoluta independencia del Banco de México. Esta institución ya no depende del Ejecutivo y no va a generar liquidez para financiar ”televisores plasmas para todos”, como estila Cristina K, o “bolsas escola” al barrer, como distribuye Dilma. 

Los dos sexenios de gobierno del PAN, cuyas enormes carencias explican la pálida votación obtenida por ese partido ayer, fortalecieron razonablemente una plausible división de poderes en la que el Poder Judicial y el Poder Legislativo adquirieron formas de existencia institucional autónoma relativamente sustantivas. El Congreso del año 2012 ya no es el “aprobador de manos enyesadas” de iniciativas presidenciales de los años 80. La sola experiencia de la alternancia política fortaleció esa tendencia.

En las décadas de los años 70 y 80, no había prensa alguna que no fuese del PRI, que no recibiese financiamiento del PRI o que no tuviese algún tipo de acuerdo de coexistencia pacífica establecido con el PRI. La que no se ajustase a este tipo de estatutos, desaparecía. Hoy, como en muchas partes, hay prensa comprometida con los partidos políticos, y en México, con el PRI. López Obrador denunció a todos los vientos un supuesto apoyo de Televisa a Peña Nieto, pero fue bastante más discreto con la supuesta relación que él estableció con Carlos Slim quien, por su parte, aspiraba a usar el cableado telefónico de Telmex para, ofrecer Internet y desplazar a la televisión tradicional de aire y de cable. En otros términos, el monopolio priísta fue quebrado durante su ausencia en el poder y algo de ”competencia entre élites”, para retomar, algo abreviadamente, la expresión schumpeteriana se instaló. Eso no era posible en el México priísta tradicional. 

Cabe señalar, igualmente, que México es el país en el que, junto con Somalia, mueren asesinados más periodistas por año. Eso no habla bien del respeto a la libertad de prensa pero tampoco corresponde a la realidad del priísmo reinante en el pasado. Bajo la omnipresencia del PRI no morían tantos periodistas: sólo los recalcitrantemente independientes. Hoy el crimen organizado y el narco decapita fotógrafos y reporteros que hacen la crónica social de los cumpleaños de 15 años.

Igual razonamiento merece, por ejemplo, la aprobación de la ley que establece la instauración de los Institutos de Transparencia que, a nivel federal y estatal, garantizan el acceso a la información, la protección de datos de los ciudadanos, la información sobre la gestión gubernamental, etc. En otros términos, en casi una década y media, con el PRI fuera de los controles de la nación, hay una incipiente nueva institucionalidad que, parcialmente, es contradictoria con la vieja cultura priísta y puede servir de “cortafuego” para los intentos “restauración”.

3.- Este crepuscular panorama político que acabamos de pintar a propósito de las elecciones mexicanas de ayer, tiene que ser visto también desde otra perspectiva. Cuando efectivamente hay democracia, las elecciones tiene, siempre, algo de “fiesta”. Nada parecido a eso hemos visto en la prensa. Reina sobretodo en México una sensación a alivio. Porque México no está para fiestas. El crecimiento incontrolado del crimen organizado está opacando -(o directamente ya ha opacado fuertemente)- las demandas democráticas que se habían organizado y desarrollado con cierto vigor en los últimos años. México entonces no está de fiesta, en primer lugar, por eso. El gobierno saliente viene perdiendo la batalla contra narcos y criminales y nada garantiza que el nuevo gobierno sea más apto para llevar adelante esa batalla.

Pero hay una segunda razón por la que las elecciones realizadas dejan más un retrogusto amargo que algún sentimiento de esperanza. Y ello tiene que ver con lo que señalábamos al principio de este texto. Si una vasta fracción de la ciudadanía se encontró en la trampa que tener que votar entre 3 candidatos que no convencían es porque lo que está claramente trabado es el sistema de partidos. Si hay responsables de que los candidatos no resulten convincentes, esos responsables son los partidos.

No es éste el lugar para analizar las largas e históricas razones por las que México nunca logró construir un verdadero sistema de partidos: la ausencia de democracia y la casi inexistencia de alternancia tienen mucho que ver con ello. Pero queremos señalar, para terminar, que los partidos políticos son tanto o mas responsables de la pobreza de los candidatos que compitieron, cuanto es evidente que las personalidades con capacidad para asumir esas candidaturas obviamente estaban presentes en el personal político partidario.

¿Con qué alquimia López Obrador logró impedir que Marcelo Ebrard fuese el candidato presidencial del PRD? No conocemos en absoluto los detalles de la fórmula. pero no resulta difícil imaginarla. Complejas tranzas entre mayorías internas de dinosaurios socialistas, pterodáctilos populistas auto-denominados ”progresistas¨ y cardenistas trasnochados, decidieron ser los administradores de la moral y excomulgaron al mejor, más moderno y más sensato político de la izquierda mexicana de la última década. En la más cerril tradición mexicana, lo deben de haber excomulgado por su supuesta homosexualidad. No mucho mejor se manejó el PAN con su candidato. Josefina Vázquez Mota no solamente nunca recibió el apoyo del Presidente Calderón: tampoco contó con el soporte de la totalidad del Partido Acción Nacional y el ex presidente Fox se dio el lujo de hacer público que su voto personal iría a Enrique Peña Nieto, el candidato del PRI. Es muy posible, por otra parte, que el muy conservador militante medio panista entienda que una mujer no pueda ser candidato a presidente de la República. Con respecto a la elección del candidato priísta, todavía sabemos menos sobre ese milagro ya que el secretismo del PRI es siempre difícil de traspasar. Sabemos de su pertenencia “al riñón” del grupo Atlacomulco, pero no tenemos información sobre las razones que llevaron al PRI a elegirlo precisamente a él. Estadísticamente es seguro que ese partido tiene decenas de militantes de primera línea capaces de organizar algunas palabras coherentes en algo parecido a un discurso.

En resumen, compitieron los candidatos que el juego interno de los partidos eligió como tales.  Eso habla de la calidad de la democracia, de sus carencias, de las debilidades de los partidos políticos pero, también, de las aspiraciones y preocupaciones de la ciudadanía mexicana. En última instancia, es allí donde, y así cómo enraiza la democracia. Urge que esa planta fortalezca sus raíces.