MÉXICO: ¿LAS ELECCIONES COMO TRAGEDIA?
Hace ya meses que los analistas vienen señalando que las
elecciones generales que se llevaron a cabo en México en el día de ayer no
podían, fuese cual fuese el resultado, significar un paso mínimamente
significativo en el eternamente postergado proceso de consolidación de la
democracia en ese país. Millones de mexicanos estaban concientes que “la
oferta“ de los candidatos no era ni atractiva, ni satisfactoria, ni confiable.
Sin embargo, la ciudadanía estaba atascada en una trampa muy difícil de
sortear: si de fortalecer la democracia se trataba, a la ciudadanía no le
quedaba más remedio que votar.
1.- Conviene señalar, desde el vamos, que el problema de
la inexistencia de una democracia “decente” en México no es un asunto interno
que sólo compete a los mexicanos. Es un problema regional e incluso
internacional. La economía mexicana es, ahora, el segundo PBI de América Latina
y, cuando la economía norteamericana goza de buena salud, el PBI mexicano ha
superado por años al de Brasil sin dificultades. Aunque al igual que Turquía y
muchos otros países, simplemente México no goza de la simpatía de los “golden
boys” del mundo financiero norteamericano, por lo que no ha sido incluido en
ninguna sigla promocionada entre la alta finanza como uno de los países
emergentes más poderosos. Sencillamente, que África del Sur sea incluido en los
BRICS y no figuren ni México ni Turquía, por ejemplo, en ninguna liga igual o
parecida, sólo habla de la frivolidad -(para no mencionar hipótesis más pesimistas)-
de los ”expertos” que las forjan.
Y, precisamente por todo ello, las descomunales carencias
de la democracia mexicana que los resultados de estas últimas elecciones
parecen volver a prorrogar en el tiempo, constituyen un problema mayor, por lo menos
para Latinoamérica y para los EE.UU.
A este altura del conteo de votos, iniciado ayer 1o. de
julio a las 18 horas, los resultados son casi definitivos y le otorgan entre
25.1 y 26.0% a la candidata del Partido de Acción Nacional, Josefina Vázquez Mota;
entre 30.9 y 31.8% al candidato del Partido de la Revolución Democrática,
Manuel López Obrador y entre 37.9 y 38.5% al candidato del Partido
Revolucionario Institución, Enrique Peña Nieto. El triunfo de este último es,
por lo tanto, inobjetable, y el presidente electo ya está recibiendo el
reconocimiento de los mandatarios de los más diversos países del mundo.
No es necesario ser un conocedor en profundidad de México
para darse cuenta que el triunfo de Peña Nieto significa el retorno al poder
del viejo partido populista construido, a partir de 1929, para dar solución al
conflicto creado por la Revolución Mexicana luego del asesinato de Francisco I.
Madero. En otras palabras, podemos estar ante el retorno de “la dictadura perfecta” que tan bien
caracterizase Vargas Llosa en aquel memorable diálogo televisivo con Octavio
Paz en el año 1990. ( http://bit.ly/LLHENn )
Corporativismo sindical, corporativismo empresarial, corrupción como “modus
operandi“ prácticamente generalizado, la ley y el Estado de Derecho como
un mero artificio, permanentemente negociable si molesta para los objetivos
políticos del momento y, eventualmente respetable, si coyunturalmente se
condice con esos fines, uso selectivo de la violencia, desde el “patoteo” al
asesinato, individual y, eventualmente, el recurso a la represión masiva
(Tlatelolco), etc., etc. En otras palabras el resultado que están arrojando
estas elecciones sería efectivamente una tragedia y la puesta entre signos de
interrogación del titulo de esta editorial sería algo totalmente injustificado.
En realidad, aunque el triunfo de Peña Nieto no sea un
buen augurio para la democracia, es necesario señalar que con este resultado,
quizás México escapó de algo mucho peor: el triunfo de Manuel López Obrador.
Este priísta de la vieja guardia, reconvertido en ”izquierdista“ a la sombra de
la voltereta cardenista que permite crear el PRD, tiene exactamente la más
ortodoxa escuela del PRI sobre sus hombros pero a la que ha agregado un toque
psicológico y personalista que hubiese podido tener consecuencias absolutamente
impredecibles de haber salido triunfador. En buena medida él es el responsable
de la derrota del PRD frente al PRI. De haber sido Marcelo Ebrad el candidato
perredista, muy probablemente todos estaríamos festejando el nacimiento de una
oportunidad para México.
La diferencia entre López Obrador y la tradición priísta
está precisamente allí: en que López Obrador ha transgredido, “de pensamiento, obra y omisión”, la
única regla básica que todos los priístas de todos los tiempos han sabido
respetar: primero la disciplina ante el sistema, ante el Partido y ante lo que
ellos llaman “la tradición revolucionaria“, sólo después vienen las ambiciones
personales. Es más: éstas sólo tienen chance de realizarse “en el seno“ de la disciplina priísta. Hace muchos años, Fidel
Velázquez, Dueño y Señor por décadas del movimiento sindical mexicano, le
contestó a un periodista novato que le preguntaba sobre la próxima sucesión
presidencial: “No me pregunte eso,
m´hijo, no sé,....¡el que se mueve no sale en la foto...!” y nunca hubiese
dado su opinión, porque el darla hubiese significado su muerte, por lo menos,
política.
Frente a esta respuesta de uno de los priístas más
relevantes de la historia, respuesta que revela perfectamente que el
autoritarismo priísta descansaba sobre una disciplina partidaria absolutamente
férrea, vertical e insoslayable, a la que todos
debían respetar (incluso el Presidente), cabe traer a colación la frase de
López Obrador, que publicó El Universal allá
por el año 2008, en ocasión de discutirse la reforma energética en México. Ante
una fuerte discrepancia con su interlocutor, el ahora derrotado candidato le
espetó abiertamente: “El movimiento soy
yo”. Es decir, echó mano a una expresión, casi estrictamente borbónica, que
no tuvo, no tiene, ni tendrá cabida, nunca, en la cultura priísta.
Si el lector tiene alguna duda de la importancia de esta
diferencia, que parece de detalle pero que es altamente significativa, bástanos
recordar que, en el año 2006, cuando López Obrador pierde por escaso margen
frente a Calderón las elecciones, el personaje decidió poner en jaque a todo el
sistema político y a toda la enclenque institucionalidad democráticos del país
porque, desde su megalomanía, su egocentrismo y su descomunal desmesura,
decidió desconocer los resultados (que todo el mundo aceptaba) y poner en jaque
al país entero entre el mes de julio y hasta pocos días antes de la asunción
del presidente electo, en diciembre, con plantones, movilizaciones callejeras,
campamentos y todo tipo de actos ilegales. Su intento fue, estrictamente, un
golpe de estado “personal”.
Es por ello que decimos que la tragedia electoral de
México pudo haber sido mayor. Nadie con dos dedos de frente puede albergar
alguna esperanza demasiado seria sobre la posibilidad de que un gobierno de
Peña Nieto fortalezca la institucionalidad democrática mexicana. Tampoco nadie
con dos dedos de frente puede albergar duda alguna que, de haber ganado la
presidencia, López Obrador en menos de un año estaría conduciéndose como los
tiranuelos populistas de moda en América del Sur. López Obrador sueña con ser
un nuevo Chávez (ante el quebranto de salud que aqueja a este último), fantasea
con “fundar un modelo” como Kirchner para hacerlo familiarmente hereditario y
ya estaba en camino de poner en marcha los mismos mecanismos de persecución de
la prensa que utiliza Correa con el argumento de que favorecían a su
adversario. Conviene dejar asentado que todo indica que López Obrador comenzará
en cualquier momento, quizás lo esté haciendo en este mismo momento, alguna
impugnación, reclamo o “movilización“ para iniciar un cuestionamiento de las
elecciones de ayer. Los resultados de los que se dispone a esta altura del
recuento, mediante proyección, dan un resultado totalmente favorable al PRI, ha
habido miles de observadores de las elecciones, etc., etc., nada de eso
impedirá que la irresponsabilidad de López Obrador no desequilibre a México
desde hoy hasta la asunción de Peña Nieto en el mes de diciembre. No trate el
lector de encontrar algún argumento político en esta obstinación en destruir la
débil institucionalidad del país. La explicación es freudiana: lo más probable
es que la mamá de López Obrador le hizo jurar que sería presidente, cuando era
pequeño.
En otros términos, México escapó (menos mal que casi por
8% de votos de diferencia) de caer en manos de un tirano megalómano plebiscitado.
Pero tiene fuertes probabilidades que recaer en las redes de la maquinaria
autoritaria más antigua y perfecta, por lo menos, de América Latina. No es
posible, sin embargo, terminar este editorial sin desarrollar dos ideas más que
nos resultan relevantes.
2.- Más allá de que estamos rigurosamente convencidos que
el panorama que pintamos del tradicional México priísta es un retrato fiel del
país en el que vivimos más de una década, es necesario señalar que, desde el
sexenio del Presidente Zedillo (un priísta en pleno repliegue), pasando por los
dos sexenios durante los que gobernó el PAN con Fox y Calderón, mucha historia
ha corrido bajo (y sobre) la otrora omnipotencia priísta.
El primer cambio altamente significativo es el correcto
desarrollo mismo de estas elecciones. Que estemos escribiendo, a menos de 24
horas de cerradas las casillas, con un resultado altamente certero, era una
realidad electoral impensable hace 20 años. En ello cuenta el fuerte desarrollo
del Instituto Federal Electoral, la construcción de un padrón electoral
ultramoderno totalmente digitalizado y la integración de ciudadanos a su
funcionamiento. En el mismo sentido, genera serias limitaciones para una
reedición exacta del pasado populismo priísta, la real y absoluta independencia
del Banco de México. Esta institución ya no depende del Ejecutivo y no va a
generar liquidez para financiar ”televisores
plasmas para todos”, como estila Cristina K, o “bolsas escola” al barrer, como distribuye Dilma.
Los dos sexenios de gobierno del PAN, cuyas enormes
carencias explican la pálida votación obtenida por ese partido ayer,
fortalecieron razonablemente una plausible división de poderes en la que el
Poder Judicial y el Poder Legislativo adquirieron formas de existencia
institucional autónoma relativamente sustantivas. El Congreso del año 2012 ya
no es el “aprobador de manos enyesadas”
de iniciativas presidenciales de los años 80. La sola experiencia de la
alternancia política fortaleció esa tendencia.
En las décadas de los años 70 y 80, no había prensa alguna
que no fuese del PRI, que no recibiese financiamiento del PRI o que no tuviese
algún tipo de acuerdo de coexistencia pacífica establecido con el PRI. La que
no se ajustase a este tipo de estatutos, desaparecía. Hoy, como en muchas partes,
hay prensa comprometida con los partidos políticos, y en México, con el PRI.
López Obrador denunció a todos los vientos un supuesto apoyo de Televisa a Peña
Nieto, pero fue bastante más discreto con la supuesta relación que él
estableció con Carlos Slim quien, por su parte, aspiraba a usar el cableado
telefónico de Telmex para, ofrecer Internet y desplazar a la televisión
tradicional de aire y de cable. En otros términos, el monopolio priísta fue
quebrado durante su ausencia en el poder y algo de ”competencia entre élites”, para retomar, algo abreviadamente, la
expresión schumpeteriana se instaló. Eso no era posible en el México priísta
tradicional.
Cabe señalar, igualmente, que México es el país en el que,
junto con Somalia, mueren asesinados más periodistas por año. Eso no habla bien
del respeto a la libertad de prensa pero tampoco corresponde a la realidad del
priísmo reinante en el pasado. Bajo la omnipresencia del PRI no morían tantos
periodistas: sólo los recalcitrantemente independientes. Hoy el crimen
organizado y el narco decapita fotógrafos y reporteros que hacen la crónica
social de los cumpleaños de 15 años.
Igual razonamiento merece, por ejemplo, la aprobación de
la ley que establece la instauración de los Institutos de Transparencia que, a
nivel federal y estatal, garantizan el acceso a la información, la protección
de datos de los ciudadanos, la información sobre la gestión gubernamental, etc.
En otros términos, en casi una década y media, con el PRI fuera de los
controles de la nación, hay una incipiente nueva institucionalidad que,
parcialmente, es contradictoria con la vieja cultura priísta y puede servir de
“cortafuego” para los intentos “restauración”.
3.- Este crepuscular panorama político que acabamos de
pintar a propósito de las elecciones mexicanas de ayer, tiene que ser visto
también desde otra perspectiva. Cuando efectivamente hay democracia, las
elecciones tiene, siempre, algo de “fiesta”. Nada parecido a eso hemos visto en
la prensa. Reina sobretodo en México una sensación a alivio. Porque México no
está para fiestas. El crecimiento incontrolado del crimen organizado está
opacando -(o directamente ya ha opacado fuertemente)- las demandas democráticas
que se habían organizado y desarrollado con cierto vigor en los últimos años.
México entonces no está de fiesta, en primer lugar, por eso. El gobierno
saliente viene perdiendo la batalla contra narcos y criminales y nada garantiza
que el nuevo gobierno sea más apto para llevar adelante esa batalla.
Pero hay una segunda razón por la que las elecciones
realizadas dejan más un retrogusto amargo que algún sentimiento de esperanza. Y
ello tiene que ver con lo que señalábamos al principio de este texto. Si una
vasta fracción de la ciudadanía se encontró en la trampa que tener que votar
entre 3 candidatos que no convencían es porque lo que está claramente trabado
es el sistema de partidos. Si hay responsables de que los candidatos no
resulten convincentes, esos responsables son los partidos.
No es éste el lugar para analizar las largas e históricas razones
por las que México nunca logró construir un verdadero sistema de partidos: la
ausencia de democracia y la casi inexistencia de alternancia tienen mucho que
ver con ello. Pero queremos señalar, para terminar, que los partidos políticos
son tanto o mas responsables de la pobreza de los candidatos que compitieron,
cuanto es evidente que las personalidades con capacidad para asumir esas
candidaturas obviamente estaban presentes en el personal político partidario.
¿Con qué alquimia López Obrador logró impedir que Marcelo
Ebrard fuese el candidato presidencial del PRD? No conocemos en absoluto los
detalles de la fórmula. pero no resulta difícil imaginarla. Complejas tranzas
entre mayorías internas de dinosaurios socialistas, pterodáctilos populistas
auto-denominados ”progresistas¨ y cardenistas trasnochados, decidieron ser los
administradores de la moral y excomulgaron al mejor, más moderno y más sensato
político de la izquierda mexicana de la última década. En la más cerril
tradición mexicana, lo deben de haber excomulgado por su supuesta
homosexualidad. No mucho mejor se manejó el PAN con su candidato. Josefina
Vázquez Mota no solamente nunca recibió el apoyo del Presidente Calderón:
tampoco contó con el soporte de la totalidad del Partido Acción Nacional y el
ex presidente Fox se dio el lujo de hacer público que su voto personal iría a
Enrique Peña Nieto, el candidato del PRI. Es muy posible, por otra parte, que
el muy conservador militante medio panista entienda que una mujer no pueda ser candidato
a presidente de la República. Con respecto a la elección del candidato priísta,
todavía sabemos menos sobre ese milagro ya que el secretismo del PRI es siempre
difícil de traspasar. Sabemos de su pertenencia “al riñón” del grupo
Atlacomulco, pero no tenemos información sobre las razones que llevaron al PRI
a elegirlo precisamente a él. Estadísticamente es seguro que ese partido tiene
decenas de militantes de primera línea capaces de organizar algunas palabras
coherentes en algo parecido a un discurso.
En resumen, compitieron los candidatos que el juego
interno de los partidos eligió como tales. Eso habla de la calidad de la
democracia, de sus carencias, de las debilidades de los partidos políticos
pero, también, de las aspiraciones y preocupaciones de la ciudadanía mexicana.
En última instancia, es allí donde, y así cómo enraiza la democracia. Urge que
esa planta fortalezca sus raíces.