lunes, 30 de mayo de 2011

”INSIDE JOB”, UNA ”MALA” PELICULA QUE UD. DEBE VER

”INSIDE JOB”, UNA ”MALA” PELICULA QUE UD. DEBE VER


Producción: USA, 2010, 108 mns,
Dirección: Charles Ferguson, Cast: Matt Damon
Willian Ackman.



”INSIDE JOB” ha sido traducida al español como ”TRABAJO CONFIDENCIAL” por lo que el lector y eventual expectador quedará seguramente despistado sobre el contenido y las características de este documental. Si su titulación inglesa original ya no funciona como resumido adelanto de la temática del film, la traducción castellana es todavía más infeliz. Hay dos explicaciones posibles a este “malentendido titular“. O fue la ingenuidad intelectual de un especialista en marketing que buscó un título ”taquillero” que permita sugerir que el film trata de algo relativo a ”espionaje, crimen y/o acción“ o, más sutilmente, la formulación del título fue expresamente buscada para anunciar que lo que vamos a ver es, simple y sencillamente, una historia realmente criminal aunque no lo parezca a primera vista.

Pero, sea como fuese, lo que realmente encuentra el espectador es un simple documental sobre la crisis hipotecaria, financiera y económica que se desatare en los EE.UU., para contagiarse hacia la economía global y transformare, a partir de 2008, en la recesión económica mundial más profunda desde la crisis de 1929.

Cinematográficamente el documental de Charles Ferguson (este es su segundo documental luego de ”No End in Sight“ dedicado a la intervención norteamericana en Irak) padece de serias limitaciones que hacen de la película una suerte de versión mejorada (porque técnicamente mejor informada y conceptualmente más seria) de las insoportables producciones de Michael Moore y sus elementales ”denuncias” del capitalismo y demás lugares comunes que habitan el imaginario “progresista” contemporáneo.

Desde ya conviene advertir al espectador que deberá digerir altas dosis de ”moralina protestante” condensada en imágenes dedicadas a mostrar la corrupción de la alta finanza: vagos testimonios de una prostituta de generoso escote, alusiones al erotismo (¿transgresor?) con tomas de tacos femeninos desmesuradamente altos, ”líneas” de cocaína aspiradas mediante billetes verdes enrollados, autos de lujo, yachts con helipuerto y demás banalidades que subvaloran la inteligencia de cualquier espectador promedio. A estas ”demostraciones” de la inmoralidad de los habitantes de Wall Street, se contraponen una docena de imágenes de trabajadores desempleados, ”homeless“, una trabajadora china que se expresa en un inglés sorprendentemente fluído, imágenes de talleres y fábricas desiertas y recurrentes tomas de casas hipotecadas abandonadas por sus dueños. El mensaje es populismo barato y nada de esto justifica la mitad del precio de la entrada.

No obstante, la puntillosa información recabada sobre el desarrollo de la crisis, su cuidadosa organización temporal y una eficaz demostración de la incapacidad gubernamental para generar políticas adecuadas ante la inminencia del desastre van adquiriendo paulatinamente cierta fuerza y capacidad de convicción hasta que el espectador es, efectivamente, capturado por la contundente cohenrencia de la denuncia expuesta en el documental. La tesis central que intenta consolidar la película es relativamente audaz: ante el estallido de la crisis en su primera versión, es decir la explosión de ”la burbuja hipotecaria“ la reacción del sistema financiero norteamericano fue, esencialmente, maximizar ganancias tanto a nivel empresarial como individual por parte de sus directivos. Solamente con la llegada de Obama, las autoridades regulatorias, que hasta ese momento están al borde de la complicidad abierta, intentan medidas efectivamente correctivas y ello independientemente de quien resultase el ganador. Pero, hasta ese momento, la hipótesis de Ferguson, es que todo el mundo financiero norteamericano juega ”a ganar con la crisis”, cueste lo que cueste y a quien le cueste.

La voracidad sin límites de los altos dirigentes de la finanza  específicamente norteamericana (y es asi porque se destaca fuertemente la postura lúcida y crítica de Dominique Strauss-Kahn, como Director Gerente del FMI, la de Christine Lagarde, la ministra de Economía de Francia, así como algunas referencias a las decisiones del Banco Central Europeo), la frivolidad escalofriante de los organismos de supervisión financiera de EE.UU. (desde la Reserva Federal hasta la SEC, pasando por la evidente complicidad de las llamadas ”agencias de evaluación de riesgo” (Standard and Poor´s, Moody´s, Fitch que engañaron conscientemente al mercado y a los inversionistas) van quedando cada vez más expuestas y las primeras reservas causadas en el espectador por las iniciales flaquezas señaladas del film comienzan a verse superadas por la enormidad del encadenamiento de decisiones que se tomaron con el solo objetivo del enriquecimiento ilícito de una casta de personajes del mundo financiero norteamericano.

Aunque los principales actores (y presumibles responsables y beneficiarios del desastre, Alan Greenspan, Larry Summers, Henry Paulson, y la lista es larga incluyendo CEO´s de bancos ”intachables”, funcionarios gubernamentales de autoridades monetarias de varios países, etc, ) se niegan a testimoniar en el documental, hay un pequeño número de despistados que aceptan ser entrevistados. En esos casos sus respuestas terminan siempre en declaraciones patéticas y/o francamente inmorales cuando no deciden, para evitar ese lamentable final, terminar unilateralmente el reportaje aceptado. Son particularmente eficaces para terminar de convencer al espectador los interrogatorios (hearings) que llevase a adelante el Senado donde los principales responsables de CitiGroup, Lehmans Brothers, AIG, Goldman Sachs, etc., oscilan permanentemente entre el papelón, la mentira o el más absoluto cinismo. En todo caso, Ferguson logra introducir en su film un ”ritmo” que está más cerca del de un thriller que del documental. Y ello es cinematográficamente muy eficaz.

Un tema relativamente original que introduce Ferguson en su denuncia es la clara implicación del mundo académico y algunas universidades (Ivy League incluida) que aparecen también íntimamente comprometidas, tanto con la toma de decisiones que desataron y profundizaron la crisis, como con el usufructo personal de ingentes contratos de consultorías destinadas a justificar decisiones financieras escandalosas, pagos por las grandes firmas financieras causantes y usufructuantes de la catástrofe.       

El film deja perfectamente claro que las autoridades políticas del ejecutivo de los EE.UU., desde Reagan hasta Obama, fueron y son, o bien cómplices, o bien rehenes de esta élite financiera que llevó a ese país, y a buena parte del mundo, a la catástrofe. El papel de la justicia norteamericana, tan diligente e implacable para sancionar inmigrantes indocumentados, robos cotidianos violentos, conductores ebrios o supuestos abusadores sexuales está tan radicalmente ausente en la sanción a los responsables-beneficiarios de esta crisis de dimensiones mundiales, como lo está, hasta la fecha, en la resolución del escándalo de la violación de los derechos humanos en Guantánamo.

Lo que el trabajo de Ferguson no se anima a señalar es que, más allá de la obviedad de que la crisis está siendo superada en base a la expropiación de la riqueza de toda la población norteamericana y de buena parte del mundo, hay un costo mucho más grande del cual la película no dice una sola palabra.

La fiesta que se hicieron los inmorales del mundo financiero norteamericano (no es posible calificarlos de delincuentes porque, como vimos, la justicia está muda al respecto) parecería que terminará costándole a los EE.UU. una buena parte de su capacidad de liderazgo político, financiero y económico a escala global. El desfondamiento de la economía norteamericana, arrastrando a Europa y, sólo en parte, a Japón (puesto que alguno de sus problemas ya venían de antes) a la depresión, ha generado las condiciones para la efectiva emergencia de más de una buena docena de economías que están recibiendo masivamente el flujo de capitales que ahora se niegan a dirigirse hacia sus antiguos ”destinos naturales” que se han tornado, a la vez y paradójicamente poco rentables y riesgosos.

Conviene al menos esbozar la tesis que, por ejemplo, el auge de la China (en condiciones políticas inadmisibles y con costos sociales inhumanos al menos para un alto porcentaje de la población que produce en estrictas condiciones de esclavitud), el de la India o el del Brasil (donde la situación politica es más decente, pero la circunstancia social es apenas algo menos grave que en el ejemplo anterior) son quizás más un efecto del ”desmoronamiento” de los países desarrollados y de su presencia en los mercados globales causado por la depresión desatada por el sector financiero norteamericano, que el resultado de méritos realmente atribuíbles a gestiones políticas y económicas particularmente atinadas.

Todos sabemos que la historia nunca se construyó con puras buenas intenciones y que, sea por la razón que sea, hay ahora en carrera una docena de economías realmente ”emergentes”. Es muy posible que recién al final de esta década, cuando tengan que defender con uñas y dientes sus chances en la política y la economía mundiales, e incluso el papel global de su propia moneda, los EE.UU. puedan calibrar efectivamente lo que les costó la farra de su irresponsabilidad financiera durante la primera década de los años 2000.