jueves, 19 de mayo de 2011

LA EMIGRACION Y LOS DERECHOS HUMANOS

LA EMIGRACIÓN Y LOS DERECHOS HUMANOS

En anteriores editoriales, algunos escritos a propósito de la crisis económica internacional y otros en ocasión de analizar distintas decisiones gubernamentales relativas a la política migratoria de los EE.UU. y/o de la UE, entendimos que era necesario dejar claro que, más allá de problemáticas coyunturales, había un problema de fondo que atravesaba toda la temática de la migración.
Una forma simplificada (y, si se quiere, hasta caricatural) de presentar el problema es señalar que, en el mundo globalizado contemporáneo, desde hacía varias décadas se había liberalizado ampliamente la circulación de los capitales, se había avanzado bastante en la liberación del comercio pero que resultaba enormemente complejo avanzar en el proceso de liberalización de la circulación de las personas y, particularmente, de los flujos migratorios de trabajadores.
Nada de novedoso o de original hay en lo anterior, ni tampoco resulta intelectualmente serio ignorar que, si esto es así, es porque hay una verdadera dificultad política que en muchos casos radica, no en la incomprensión de los dirigentes políticos, sino en la existencia de una opinión pública que se yergue de manera irracional contra el ingreso de población extranjera.
Desde luego que todos sabemos que el chauvinismo, el racismo, el nacionalismo a ultranza y las peores versiones de comunitarismo identitario yacen en los repliegues más oscuros de los imaginarios populares. Y ello es particularmente cierto cuando los países y sus poblaciones pasan por períodos de incertidumbre económica, con altas tasas de desempleo y, en términos generales, por coyunturas donde las perspectivas futuras de la sociedades son visualizadas por la opinión pública de muchos países como genéricamente “amenazadoras“. En estos contextos, por firmes que pretendan plantarse las dirigencias políticas, todo enfoque “universalizante” del problema, toda tentativa de abordaje racional de soluciones medianamente respetuosas de los derechos humanos de esos inmigrantes y toda política orientada a que la inmigración sea medianamente protegida están destinadas, o bien al fracaso, o bien a generar problemas de muy difícil solución.
El ejemplo perfecto de esto es la ley aprobada por el estado de Arizona hace unos meses, la ley que está en proceso de aprobación en el estado de Georgia y el inasible discurso que acaba de pronunciar el presidente Obama en El Paso mientras redactamos este texto y que no logra convencer a nadie de que esté dispuesto a tomar alguna medida significativa sobre el tema. Un largo rosario de promesas que, bajo los nombres que quieran, ”Reforma Migratoria” o ”Dream Act”, sólo pretende mantener un insostenible  e  inadmisible “statu quo” para los migrantes latinos en el cual ambos electorados, el republicano y el demócrata, están básicamente de acuerdo.
Pero este asunto tiene su correlato, en Europa, del otro lado del Atlántico, y con algunos agravantes. En la frontera sur de los EE.UU. el tráfico de migrantes, aunque ha disminuido mucho, sigue siendo de un volumen considerable. Pero en Europa, y a propósito de los acontecimientos de Túnez y Libia fundamentalmente, se ha montado un sainete que tiene que ser destacado.
Como ya se señalase en sendos artículos de ”LETRAS INTERNACIONALES” No. 118 y 119, y  desde diversas ópticas (véase el artículo sobre el Espacio de Schengen de la Prof. Delisante y el de Sebastián Bidegain sobre la derechización de los electorados europeos), se ha generado en Europa una ”crisis política” en torno a los inmigrantes llegados desde el Magreb desde fines del año pasado. Es pertinente dimensionar el tamaño de esta migración para poder evaluar cuánto de realidad demográfica y sociológica hay en ella y cuánto de política cortoplacista, demagogia populista y chauvinista está en su base.
Por razones simplemente didácticas limitémoslo a los dos casos de Túnez y Libia, recordando que, en lo que hace a Egipto, no hay evidencia contundente de migración masiva hacia Europa. El lector está seguramente informado de que, como en todo proceso de migración repentina y clandestina, las cifras son, por definición, aproximativas.
Desde Túnez, lo que tenemos registrado hasta ahora es una salida de aproximadamente 23.000 tunecinos, en el período conflictivo, antes de la caída del régimen de Ben Alí, hacia Italia (vía Lampedusa y/o Malta) y un número marginal vía pequeñas embarcaciones, ”pateras”, etc., salidas de las costas magrebíes. Un número todavía menor se registra partiendo de los enclaves españoles de Ceuta y Melilla hacia España. Es factible que un cierto número haya salido directamente hacia Francia dados los fuertes lazos que ese país tiene con Túnez y la importancia que la comunidad tunecina tiene en aquel país. En la actualidad el flujo de migración sigue, pero seguramente ha retornado a su escala más o menos habitual.
Los movimientos  originados en Libia son bastante más significativos lo que se explica porque este último conflicto se ha prolongado y complicado mucho más que el tunecino. Desde Libia han salido aproximadamente 750.000 migrantes (de los cuales un porcentaje muy alto no es libio). Hacia Italia se registran 12.000 personas emigradas y unas 3.000 hacia Malta. Pero la cifra realmente importante de emigración global desde Libia se explica porque 361.000 personas salieron para un Túnez ya más estabilizado, 270.000 salieron para Egipto, 62.000 para Níger, 24.000 para Chad, 18.500 para Argelia y 3.000 para Sudán, lo que es comprensible porque Libia era un país netamente importador de mano de obra africana que, ante la crisis político-militar en curso, optó probablemente por retornar en lo posible a sus países de origen. O sea que, siendo más que liberales en las cifras, los conflictos de Túnez y Libia han orientado hacia la UE, principalmente Italia, y eventualmente Francia y España, un número de migrantes de entre 45.000 y 60.000 personas. Esa es la dimensión demográfica y sociológica de la supuesta “ola de migrantes” que enfrenta la Unión Europea.
La Unión Europea tiene más de 470 millones de habitantes: sólo superada en población por la China y la India. Italia, Francia  y España tienen respectivamente: casi 60 millones la primera, 64.5 millones la segunda y mas de 45 millones la tercera.
De la sola comparación de las cifras, y más allá de que el lector está advertido que todas ellas, por no provenir de las mismas fuentes, son aproximadas y no permiten ”strictu sensu” comparaciones irrefutables, surge claramente que no hay ninguna ”ola migratoria” magrebí que signifique demográficamente el menor problema ni para la UE, ni para los tres países del ”frente mediterráneo” europeo.
O sea que el tema es esencialmente político. Es necesario entender tanto el increíble hecho de poner en cuestión el acuerdo de Schengen, (como acaba de decretar Dinamarca), como los tronituantes discursos del presidente Sarkozy que, ante la benevolencia italiana que acepta el ingreso al espacio de Schengen de los refugiados tunecinos y libios, reclama ”suspender” su funcionamiento y, en general, comprender las razones por las que gobiernos y medios de prensa, han impulsado el  establecimiento de un discurso que hace creer que el África entera está a punto de invadir Europa.
Y porque sería un error tratar el tema como si fuese exclusivamente europeo, fue que comenzamos mencionando, al pasar, las leyes que están aprobando algunos estados de los EE.UU. y las increíbles ambigüedades del presidente Obama en su electorero discurso de El Paso.
Si el presidente Obama y el partido demócrata norteamericano adhieren, y con toda razón, a un discurso universal, humanista y defensor de los derechos humanos para ayudar a combatir a los distintos sátrapas tunecinos, egipcios, libios o, eventualmente sirios, yemenitas, etc., entonces tienen que tomar las medidas adecuadas para enfrentar adecuadamente la cuestión de la inmigración latina. Las autoridades norteamericanas no pueden permitir que el crimen organizado cace mexicanos y salvadoreños como conejos en el desierto de Arizona ni que “la migra” irrumpa en hogares establecidos desde hace décadas para deportar un “ilegal” que ha construido una familia, se ha casado con una ciudadana norteamericana y lleva dos décadas pagando impuestos y colaborando a la prosperidad de ese país. Son dos posturas contradictorias. 

Si el presidente Sarkozy, el primer ministro Cameron y los otros mandatarios de la UE, se muestran tan afectos, y con toda razón, a los principios democráticos y liberales que animaron a las revoluciones inglesa de 1688 y francesa de 1789, y creen efectivamente en el respeto que merecen TODOS los seres humanos “por naturaleza”, que tomen medidas con ese flujo migratorio que tiene décadas y terminen con la puesta en escena de una supuesta “avalancha de emigrantes del Magreb“ que serán unos 50.000 magrebinos asustados por las insurrecciones en curso. Es la misma contradicción que señalábamos arriba.
Nadie dice que sea políticamente sencillo, pero tarde o temprano alguna coherencia debe restablecerse entre una activa promoción de la democracia y los derechos humanos en países que la necesitan desesperadamente y las políticas de inmigración que practican, en casa,  los países occidentales con los migrantes que allí llegan. Los derechos humanos a practicar y a defender son los mismos.
“Last but not least”, en América Latina, donde prolifera un ”progresismo populista” siempre pronto a aplaudir críticas a los países “poderosos”, conviene recordar que, salvo a fines del siglo XIX y principios del XX, en países como Argentina, Uruguay y algún otro, nunca hubo país alguno que tuviese la madurez política y la generosidad social de albergar un porcentaje de migrantes extranjeros tan amplio como el que ya hoy albergan los EE.UU., Canadá, Inglaterra, Francia o Alemania y muchos otros países europeos.