jueves, 5 de mayo de 2011

ERNESTO SABATO

 ERNESTO SABATO


En este lluvioso 1ero. de mayo de 2011, pautado por la agobiante y sistemática aparición televisiva de dirigentes sindicales y de “dirigentes sindicales“, de políticos y de ”políticos progresistas“ de casi todo el mundo, todos ellos afanados en aclamar “los derechos y virtudes de los trabajadores“, las maravillas de la "unidad sindical”, la sempiterna evocación de reales o imaginarias ”luchas obreras” y distintas ”epopeyas clasistas”, todo ello pautado con la repetición de las imágenes del matrimonio de los tórtolos principescos británicos, el noticiero es más insoportable que nunca. Repentinamente, una noticia nos causa un verdadero sobresalto: ”Ha muerto Ernesto Sábato a los 99 años de edad...”, reza la locutora.
Recién entonces nos damos cuenta que hace mucho, mucho, pero mucho tiempo, que habíamos olvidado a Sábato. Hacemos conciencia de su edad y, por ende, nos esforzamos por imponernos la imposible tarea de concebir la muerte como natural. Su impactante y original ”Informe sobre ciegos”,  la médula y razón de ser de su novlea ”Sobre Héroes y Tumbas” (1961), es el recuerdo más claro que conservamos de su obra y la fascinación que ejerció sobre nosotros reaparece intacta y fresca, como si no datase de más de 40 años.

Algo más tarde asistimos con cierto pasmo estudiantil, en el París universitario que entonces habitábamos, a su éxito editorial fulgurante en la década de los 70. Sus otras dos novelas mayores, ”El Túnel” (1948), y ”Abaddón el Exterminador” (1974), las leeríamos a posteriori, en medio de ese suceso mediático pero siempre a la espera de volver a reencontrar algo de aquella magia lóbrega del ”Informe sobre ciegos.” En realidad nunca lo logramos. Si Sábato fue un hito en nuestra juventud, lo fue por su "Informe...", lo demás fue,  justa o injustamente, traspapelado en nuestra memoria. Que quede claro: la traza de una obra sobre un joven proviene seguramente de sus virtudes literarias (entre otras) pero también, en muy buena parte, del momento personal, intelectual y emocional del lector.

Desentendidos del televisor, recurrí a Internet para rastrear qué estaba circulando en la web sobre la muerte de nuestro semi-olvidado autor argentino. El menu es variado. Parece desmesurada la opinión de que Sábato hubiese sido quien intentó crear ”el gran gótico argentino” como escribe Jorge Fernández Díaz  en ”La Nación”, pero no menos apresurada parece su conclusión de que Sábato fue ”un mal escritor”. Al mismo tiempo, parece desatinado reaccionar a la muerte del escritor con un farragoso comentario sobre sus alternativas vitales en política y sus diversas y reiteradas actividades en el tema de la defensa de los derechos humanos lesionados durante las dictaduras que sufre reiteradamente la Argentina, como sucede con el comentario de Magdalena Ruiz Guiñazú que titula su comentario con la patética frase: ”Un hombre justo que buscó la verdad”. Sólo dos ejemplos de una larga lista de comentarios: la intelectualidad argentina ha respondido al acontecimiento pero son comentarios generados en la inmediatez, al instante mismo de conocida su muerte. Con el tiempo seguramente tendremos trabajos más jugosos y ecuánimes.

Fui hasta mi biblioteca que se empeña en perder mis libros desde hace ya demasiado tiempo con la esperanza de poder hojear, por unos instantes, el tan recordado ”Informe sobre ciegos”. Como era previsible, no estaba, es más, ninguno de los tres títulos importantes de Sábato estaba allí.  Sólo encontré, al lado de un resplandeciente ”Recuento de Poemas”, del chiapaneco Jaime Sabines, una extraña edición de Seix Barral, titulada ”Apologías y rechazos”,  probablemente adquirida en México y también totalmente olvidada por mi.

Con apagada resignación me decidí a recorrerla superficialmente. La componen siete trabajos de distinta indole y talante. Aunque no los leí todos, cabe mencionar que, quizás en el primer texto, ”El desconocido De Vinci”, sino no sobreabunda el talento, sí Sábato se revela como un excelente conocedor, rayano en la erudición, del Renacimiento y, sobretodo, de las implicaciones filosóficas de este peculiar momento cultural. En determinados tramos del texto, cuando precisamente recorre algún aspecto filosófico del renacentismo, reaparece la capacidad de abstracción del antiguo físico nuclear que hubo de ser Sábato durante un breve período de su vida.

Otro de los textos que merece ser mencionado es el destinado al dominicano Pedro Henríquez Ureña. Ante todo es un texto de amor, de admiración y de respeto. Y lo es genuinamente. Henríquez Ureña resultó ser profesor suyo en el Secundario y Sábato refleja, con aguda ternura, la personalidad y la vicisitud vital de ese gran pensador dominicano que sobrevive, en la conocida mezquindad del mundo intelectual y académico rioplantense para todo lo que es “distinto”, como profesor itinerante impartiendo clases a chiquilines y viajando en tren, entre Buenos Aires y La Plata, sin que ninguna universidad argentina le hubiese ofrecido nunca un cargo estable de profesor titular. Y no hay mucho más en este único libro de Sábato que queda en mi biblioteca. Los otros textos que integran la publicación, en especial los dos dedicados a la educación, son para el olvido.

Como todo lo leído en la prensa argentina me pareció escaso, le pedimos a nuestro querido amigo Agustín Courtoisie que incluyese algo en la Sección Cultural de ”LETRAS INTERNACIONALES” No. 118, nuestra modesta publicación departamental en la Universidad ORT de Uruguay. Los artículos de Andrés Neuman y de Soledad Gallego, provenientes de ”El País” de Madrid, que él supo rastrear, ofrecen un perfil del escritor fallecido bastante más ilustrativo y ecuánime que de sus colegas argentinos. En algún tiempo sabremos, quizás, cual habrá de ser el veredicto sobre la obra de este curioso y entrañable escritor que tan presente estuvo en algún momento clave de nuestras juventudes.