domingo, 29 de mayo de 2011

CONMOCIÓN ELECTORAL EN ESPAÑA

CONMOCIÓN ELECTORAL EN ESPAÑA

Con la totalidad de los votos escrutados, las elecciones municipales y autonómicas del domingo 22 de mayo en España se han transformado en una verdadera catástrofe electoral para el PSOE. Por primera vez en décadas la diferencia de votos que separa a los dos grandes partidos tradicionales españoles es del orden de casi 10% y ello sin que haya habido un cambio significativo en el peso electoral de Izquierda Unida, que crece alrededor de un 1% en referencia a las elecciones similares del año 2007.
Es posible discernir un cierto crecimiento de la abstención y del voto en blanco pero siempre en porcentajes marginales. O sea que la interpretación primera de los resultados electorales no deja lugar a dudas: los españoles han votado esencialmente ”contra” el PSOE.
Seguramente que, por tratarse de elecciones municipales y regionales, hay razones locales que concurren a explicar tales resultados. Sin embargo, precisamente por la magnitud y dispersión generalizada de la ventaja conseguida por el PP, no es descabellado optar por una interpretación ”nacional” del voto de la ciudadanía española.
En su primera reacción pública, el domingo por la noche, José Luis Rodríguez Zapatero reconoció la derrota, felicitó al partido adversario, explicó los malos resultados electorales del PSOE por la situación económica del país y se apresuró a señalar que no habrá cambio alguno en el calendario político de su gobierno: ni elecciones anticipadas ni modificación alguna en las primarias para la selección de los candidatos a las próximas elecciones legislativas.
O sea: no sin cierta ingenuidad intentó curarse en salud antes que la oposición comenzase a pedir el adelanto de las elecciones para las Cortes Generales, fijadas para el 2012. Pero el tema ya estaba sobre la mesa y, a pesar de que Rajoy no se refirió inmediatamente a esa posibilidad el domingo, varias personalidades importantes del PP, sí lo hicieron.
Como era previsible, el tema se planteó en la mañana del lunes y el miércoles la crisis política ya estaba abierta. Mientras que el PP está pidiendo que el gobierno se someta a un voto de confianza, el gobierno, cuenta sus votos en las Cortes y desafía a la oposición a que presente directamente una moción de censura. Mientras tanto, otros partidos, como el Partido Nacionalista Vasco, se encamina más bien a exigir un adelanto de las elecciones.
En resumen, la mecánica de la crisis política en régimen parlamentario ya está en marcha y resulta difícil predecir en tiempo y forma el desenlace esta tendrá. Lo cierto es que el PSOE ha quedado a la defensiva y lo único que se discute son aspectos meramente tácticos de cómo y cuando España irá hacia la elección de un nuevo gobierno. Pero mientras se desenvuelven estas laboriosas maniobras tácticas, corresponde interrogarnos sobre cuales son las tendencias de fondo que han llevado a la apertura de la crisis.
La votación del pasado domingo sanciona seguramente los problemas económicos y las estrecheces financieras que el gobierno impuso a la población. Sin embargo, es bastante claro que este voto es algo más que un voto contra la política económica del PSOE: todo el mundo sabía que el gobierno iba a la derrota. Lo único que sorprendió fue su dimensión.
Y en ese sentido la catástrofe electoral del PSOE tiene que ser vinculada al desmoronamiento ideológico y político del discurso social-demócrata que se constata, a ojos vistas, a lo largo y a lo ancho de Europa. Por razones que hemos abordado en otras notas editoriales, los electorados europeos están virando con rapidez hacia la derecha, lo que penaliza la tradicional fuerza relativa de la mayoría de los partidos socialistas y social-demócratas europeos.
El problema es realmente grave porque sería superficial leer esta tendencia como si fuese una simple evolución ”natural” o ”benéfica” vinculada a la necesaria alternancia en el poder que toda democracia poliárquica requiere. Este enfoque no convence porque lo que sucede en el campo de los partidos de derecha moderados, o de centro derecha, no es mucho más auspicioso que lo que sucede en el espacio ideológico socialista. ¿Alguien puede sostener seriamente que el PP y Mariano Rajoy gobernarán de manera más convincente que Rodríguez Zapatero? 
Observado el panorama europeo, tampoco convencen los Sarkozy, los Berlusconi, las Merkel o los Cameron. En las derechas centristas de la escena política se advierte la misma orfandad de nuevas ideas capaces de lograr, a la vez, enfrentar la crisis y generar algún tipo de entusiasmo moderado en los electorados.
Ojalá que equivoquemos el diagnóstico, pero todo parece indicar que lo que está profundamente en crisis es el amplio espacio ”de centro”, tanto de izquierda como de derecha, que ha gobernado a Europa desde hace décadas. Hay un notorio desgaste de la ”política tradicional” y de sus distintos representantes.
Los nuevos desarrollos políticos e ideológicos están apareciendo, desde hace un buen tiempo, en los extremos del espectro político. Pero esta polarización que está en marcha no es ”simétrica”. Mientras que hay un cierto auge del discurso ”verde” y ecologista que se coloca a la izquierda de los socialistas (e incluso a la izquierda del añoso parque jurásico ”marxista” que no ha salido de la Guerra Fría), mucho más virulento aparece el crecimiento de la extrema derecha. Con intensidades y perfiles variables, el fenómeno se constata en Inglaterra, en Suecia, en Italia, en Francia, en Bélgica, para nombrar sólo algunos ejemplos.
Es, solo en parte, en el marco de este proceso que debe leerse el fenómeno de la movilización del 15-M en España. Aunque no tenga relación directa con la derrota del PSOE, ni manifieste proclividad alguna hacia el PP u otros partidos (numéricamente no tiene escala para impactar electoralmente), sí funciona como un síntoma, por ahora limitado, de que la capacidad de representación de los dos grandes partidos españoles está siendo puesta en cuestión. Tanto en ese país, como en el resto de Europa, el futuro político está depositado en la capacidad de sus ciudadanos y de sus partidos de reconstruir proyectos políticos moderados y plurales. De lo contrario, las democracias europeas serán cada vez más insatisfactorias para la ciudadanía y, por ese camino, nunca se llega a buen puerto.