jueves, 26 de noviembre de 2009

LA DELGADA LINEA ENTRE PRAGMATISMO E IMPRUDENCIA

LA DELGADA LINEA ENTRE PRAGMATISMO E IMPRUDENCIA



El presidente Lula da Silva recibió, a inicios de esta semana, en Brasilia, la visita de Mahmoud Ahmadinejad. El presidente de Brasil, además, aprovechó la oportunidad para anunciar una futura visita suya a Irán para el mes de marzo del año próximo.

Esta decisión de la diplomacia brasileña fue duramente criticada por la oposición, por diversos grupos sociales de aquel país y, además, ha sorprendido a algunos analistas políticos internacionales. Las preguntas (y las inquietudes) que esta visita ha desatado son de todo tipo y color, particularmente en los EE.UU., donde numerosos congresistas se alarman por la presencia del líder más importante del fundamentalismo islámico en territorio sudamericano. También es presumible que la visita cause sorpresa y alarma en la cercana Argentina si recordamos que uno de los ministros del gabinete del líder iraní está requerido, desde el año 2006, por la justicia argentina por muy probables conexiones con el atentado contra la AMIA llevado a cabo en Buenos Aires, en 1994.

Para nadie es novedad que el régimen iraní hace ya casi cuatro años que se esfuerza en hacerse presente en América Latina mediante una ofensiva diplomática tenaz. Ha obtenido algunos éxitos: lazos regulares con regímenes tan poco confiables como pueden ser los de la Venezuela chapista o la Bolivia de Evo Morales. Pero esta operación de “acercamiento” con el Brasil es algo de otra envergadura.

Desde luego que las intenciones de Ahmadinejad no son precisamente muy difíciles de desentrañar. Al igual que durante la Guerra Fría con la irrupción de la URSS en Cuba, la presencia de una potencia agresiva en territorio americano todavía provoca algo de sorpresa. Es que aquel viejo principio, sabiamente establecido por el presidente Monroe en 1823, cuando la Restauración monárquica desatada en Europa por la caída de Napoleón hizo temer por la independencia de todas las repúblicas americanas (política posteriormente mal interpretada por muchos latinoamericanos y peor utilizada por otros tantos gobiernos norteamericanos) sigue todavía presente en la memoria histórica de muchos gobiernos del continente. Ahmadinejad viene fanfarroneando a América del Sur, sobretodo, a dos cosas. Primero, a provocar a los EE.UU. Y así lo hizo casi explícitamente “ Irán, Brasil y Venezuela pueden jugar un papel determinante en la planeación, regulación y el establecimiento de nuevos órdenes en el mundo”. Y, segundo, a tratar de ganar algo de legitimidad interna en su propio país ya que las elecciones que lo acaban de reelegir han causado muchas dudas sobre su grado de cristalinidad. Lula y el Brasil “están de moda”. Con un porcentaje de aprobación popular altísimo por parte del presidente y una economía que está atravesando la crisis con relativa holgura, todo líder político que reciba la bendición de Lula, del pelo que sea, sólo puede sacar réditos. Pero todo esto no es más que una breve mirada a las motivaciones de un personaje lejano, experto en provocaciones y payasadas. Entre Brasil e Irán, a parte de algún negocio de Petrobras, la distancia histórica, cultural y política es bastante más extensa que la geográfica.

En realidad, lo que realmente interesa es cómo se justifica la visita desde la óptica del Brasil, porque, en los hechos, allí es donde, realmente, “aprieta el zapato”.

Erigido, con cierta benevolencia, como el primer integrante de la sigla “BRIC”, Brasil tiene una economía infinitamente más pequeña que la de China, que ocupa el último lugar en la sigla y que, efectivamente, es hoy un “player” mundial. La India sigue sus pasos y Rusia, por su parte, lo es por su poderío militar. Pero todo indica que, cada vez más, Brasil se imagina realmente que está en condiciones de jugar como un actor decisivo en “la gran política internacional” a la par que sus compañeros de este algo frívolo “nomenclator”.

Las razones de este convencimiento son muchas y complejas. En primer lugar la economía brasileña es hoy una economía efectivamente poderosa con relativo impacto a nivel mundial; en segundo lugar, la visión histórica que el Brasil construyó sobre sí mismo, siempre estuvo teñida del sueño de “la gran potencia”. Pero hay algunos elementos nuevos que han venido a agregarse a estos datos básicos. Por un lado, es “vox populi” que la conducción de la política exterior llevada adelante por el canciller Celso Amorín y el propio presidente encuentra muy serias reservas en Itamaraty. La vieja cancillería, heredera de la sabiduría diplomática portuguesa, siempre tuvo otro “modus operandi” y cabe apostar que no aprecia, en absoluto, la recepción con bombos y platillos de un jefe de estado explícitamente propulsor del terrorismo fundamentalista islámico, como seguramente tampoco está cómoda con la opereta bananera que se lleva a cabo en, y en torno, a su embajada en Honduras. En otros términos: la política exterior del Brasil ha sido, en los últimos dos o tres años, sacada de su cauce histórico tradicional. Las razones son difíciles de saber con exactitud: las explicaciones psicologistas que circulan sobre una paulatina megalomanía presidencial o la conocida prepotencia del canciller no son de recibo en ningún análisis serio.

En cualquier caso, el presidente de Brasil ha entendido conveniente “respaldar” el programa nuclear iraní, “instar a Occidente” a no aislar a Irán y llamar, conjuntamente con este oscuro personaje, a realizar la eternamente postergada reforma de las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad.

Sobre el tercer tema, Lula no hace más que repetir lo que medio mundo reconoce como evidente, pero es posible conseguir el apoyo de decenas de personajes políticos menos controversiales que Ahmadinejad para presionar por la tan mentada reforma. Pero en lo que tiene que ver con los dos primeros puntos, el apoyo al programa nuclear iraní y un “llamado a Occidente” a adoptar una estrategia destinada a no aislar a Irán, (más allá de lo acertado o no del contenido del mensaje, que esa sería otra discusión), es evidente que el presidente brasileño perdió la perspectiva de cual es su verdadero peso político en el mundo de hoy. En los ámbitos multilaterales, todos los países tienen el derecho de hacer oír su voz en igualdad de condiciones. En el mundo bilateral y de “la real-politik”, el pragmatismo es una virtud siempre y cuando las declaraciones que se hagan guarden proporción con la fuerza y el peso políticos capaces de sustentarlas. De no ser así, como en tantos otros casos, la voz de un gran país puede quedar oscilando entre la imprudencia y el ridículo.