“El joven Popper, en el esplendor de Viena”
Por Mario Vargas Llosa | Para LA NACION
17 de septiembre de 2012
MADRID.-
Sin Hitler y los nazis, Karl Popper no hubiera escrito nunca ese libro
clave del pensamiento democrático y liberal moderno, La sociedad abierta y sus enemigos
(1945) y, probablemente, su vida hubiera sido la de un oscuro profesor
de filosofía de la ciencia confinado en su Viena natal. Muy poco se
conocía de la infancia y juventud de Popper -su Autobiografía (1976) las escamotea casi por completo- hasta la aparición del libro de Malachi Haim Hacohen, Karl Popper. The Formative Years. 1902-1945
(2000), exhaustiva investigación sobre aquella etapa de la vida del
filósofo en el marco deslumbrante de la Viena de los primeros años del
XX, una sociedad multicultural y multirracial, cosmopolita, de
efervescente creatividad literaria y artística, espíritu crítico e
intensos debates intelectuales y políticos. Allí debió gestarse la idea
popperiana de la "sociedad abierta" de la cultura democrática
contrapuesta a las "sociedades cerradas" del totalitarismo.
Como desde la ocupación nazi de Austria en marzo de
1938 la vida cultural de este país entró en una etapa de oscurantismo y
decadencia de la que todavía no se ha recuperado -sus mejores talentos
emigraron, fueron exterminados o anulados por el terror y la censura-,
cuesta trabajo imaginar que la Viena en la que Popper hizo sus primeros
estudios, descubrió su vocación por la investigación, la ciencia y la
disidencia, aprendió el oficio de carpintero y militó en el socialismo
más radical era acaso la ciudad más culta y libre de Europa, un mundo
donde católicos, protestantes, judíos integrados o sionistas,
librepensadores, masones, ateos coexistían, polemizaban y contribuían a
revolucionar las formas artísticas, la música sobre todo, aunque también
la pintura y la literatura, las ciencias sociales y las exactas, y la
filosofía. Un libro recién traducido al español, de William Johnston, The Austrian Mind: An Intellectual and Social History 1848-1938 (1972) ( El genio austrohúngaro. Historia social e intelectual 1848-1938
), reconstruye con rigor esa fascinante Torre de Babel en la que
precozmente Popper aprendió a detestar el nacionalismo, una de sus
bestias negras a la que siempre identificó como el enemigo mortal de la
cultura de la libertad.
La familia de Popper, de origen judío, se había
convertido al protestantismo dos generaciones antes de que él naciera,
en 1902. Su abuelo paterno tenía una formidable biblioteca en la que él,
niño, contraería la pasión de la lectura. Nunca se consoló de haber
tenido que venderla cuando se desplomaron las finanzas de su familia,
que, durante su infancia, era muy próspera. En su vejez, cuando, por
primera vez en su vida, recibió algo de dinero por derechos de autor,
trató ingenuamente de reconstruirla, pero no lo consiguió. Su educación
fue protestante y estoica, puritana, y, aunque se casó con Hennie, una
católica, esa moral estricta, calvinista, de renuncia de toda
sensualidad y autoexigencia y austeridad extremas lo acompañó toda su
vida. Según los testimonios recogidos por Malachi Hacohen, lo que más
reprochaba Popper a Marx y a Kennedy no eran sus errores políticos, sino
haberse permitido tener amantes.
En la Viena de su juventud -la Viena Roja-, prevalecía
un socialismo liberal y democrático que propiciaba el multiculturalismo,
y muchas familias judías integradas, como la suya, ocupaban posiciones
de privilegio en la vida económica, universitaria y hasta política. Su
precoz rechazo de toda forma de nacionalismo -la regresión a la tribu-
lo llevó a oponerse al sionismo y siempre pensó que la creación de
Israel fue "un trágico error". En el borrador de su Autobiografía
escribió una frase durísima: "Inicialmente me opuse al sionismo porque
yo estaba contra toda forma de nacionalismo. Pero nunca creí que los
sionistas se volvieran racistas. Esto me hace sentir vergüenza de mi
origen, pues me siento responsable de las acciones de los nacionalistas
israelíes".
Pensaba entonces que los judíos debían integrarse a las
sociedades en las que vivían, como había hecho su familia, porque la
idea "del pueblo elegido" le parecía peligrosa. Presagiaba, según él,
las visiones modernas de la "clase elegida" del marxismo o de la "raza
elegida" del nazismo. Debió ser terrible para quien pensaba de este modo
ver cómo, en la sociedad que creía abierta, el antisemitismo comenzaba a
crecer como la espuma por la influencia ideológica que venía de
Alemania, y sentirse de pronto amenazado, asfixiado y obligado a
exiliarse. Poco después, ya en el exilio de Nueva Zelanda, donde,
gracias a sus amigos F.A. Hayek y Ernst Gombrich, había conseguido un
modesto trabajo como lector en la Canterbury University, en
Christchurch, se iría enterando que dieciséis parientes cercanos suyos
-tíos, tías, primos, primas-, además de innumerables colegas y amigos
austríacos de origen judío, como él, y perfectamente integrados, serían
aniquilados o morirían en los campos de concentración, víctimas del
racismo demencial de los nazis.
Éste es el contexto que indujo a Popper a apartarse
unos años de sus investigaciones científicas (antes de abandonar Austria
había ya publicado Logik der Forschung , Lógica de la investigación científica ) y prestar lo que llamaría su contribución intelectual a la resistencia contra la amenaza totalitaria. Primero fue La pobreza del historicismo (1944-1945) y luego La sociedad abierta y sus enemigos
(1945). Malachi Hacohen traza una minuciosa y absorbente historia de
las condiciones difíciles, poco menos que heroicas, en que Popper
trabajó estos dos libros de filosofía política que le darían una
celebridad que nunca imaginó, robando horas a las clases y obligaciones
administrativas en la Universidad, pidiendo ayuda bibliográfica a sus
amigos europeos, y viviendo en una pobreza que, por momentos, se
acercaba a la miseria, ayudado por la lealtad y la entrega misioneras de
Hennie, que descifraba el manuscrito, lo dactilografiaba y, además, lo
sometía por momentos a críticas duras.
Malachi Hacohen ha trabajado tanto en este libro sobre
el joven Popper como éste en su investigación sobre los orígenes del
totalitarismo en la Grecia clásica que, según él, arranca con Platón y
llega hasta Marx, Lenin y el fascismo, pasando por Hegel y Comte. Y por
momentos da la impresión de que, en el curso de esos años de intensa
dedicación, fue pasando de la admiración devota y casi religiosa hacia
Popper a un cierto desencanto, a medida que descubría en su vida privada
los defectos y manías inevitables, sus intolerancias, su poca
reciprocidad con quienes lo habían ayudado, sus depresiones y manías, su
poca flexibilidad para aceptar la llegada de nuevas formas, ideas y
modas de la modernidad. Algunas de estas críticas me parecen muy
injustas, pero ellas no están de más en un libro dedicado a quien
sostuvo siempre que el espíritu crítico es la condición indispensable
del verdadero progreso en el dominio de la ciencia y en el de la vida
social, y que es sometiendo a la prueba del examen y del error -es
decir, tratando de "falsearlas", de demostrar que son falsas- que se
conoce la verdad o la mentira de las doctrinas, teorías e
interpretaciones que pretenden explicar al individuo aislado o inmerso
en la amalgama social.
Por otra parte, Malachi Hacohen deja claramente
establecido que, contra lo que se llegó a creer en los años de la Guerra
Fría, Popper era el filósofo nato del conservadurismo; sus tesis sobre
la sociedad abierta y la sociedad cerrada, el esencialismo, el
historicismo, el Mundo Tercero, la ingeniería social fragmentaria, el
espíritu tribal y sus argumentos contra el nacionalismo, el dogmatismo y
las ortodoxias políticas y religiosas cubren un amplio espectro
filosófico liberal en el que pueden reconocerse por igual todas las
formaciones políticas democráticas, desde el socialismo hasta el
conservadurismo que acepten la división de poderes, las elecciones, la
libertad de expresión y el mercado. El liberalismo de Karl Popper es
profundamente progresista porque está imbuido de una voluntad de
justicia que a veces se halla ausente en quienes cifran el destino de la
libertad sólo en la existencia de mercados libres, olvidando que éstos,
por sí solos, terminan, según la metáfora de Isaiah Berlin, permitiendo
que los lobos se coman a todos los corderos.
La libertad económica, que Popper defendió, debía
complementarse a través de una educación pública de alto nivel y
diversas iniciativas de orden social, como una vida cultural intensa y
accesible al mayor número, a fin de crear una igualdad de oportunidades
que impidiera, en cada generación, la creación de privilegios heredados,
algo que le pareció siempre tan nefasto como los dogmas religiosos y el
espíritu tribal.
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