Buenos
Aires es una de las capitales más cosmopolitas de Latinoamérica, y en
ella abundan los circuitos por barrios emblemáticos, teatros y edificios
de interés para quienes llegan de visita. Aquí una propuesta por
algunos de sus bares notables, cuya historia ligada a la pintura, la
literatura y las artes, sigue viva en sus callecitas adoquinadas y al
alcance de los turistas.
Un
aire fresco y cierta nostalgia envuelven la tarde de Buenos Aires.
Desde el cielo baja una llovizna hasta los adoquines relucientes de San
Telmo, como si alguien los hubiese lustrado uno a uno. “Qué ganas de
tomar un cafecito”, pienso, y camino hacia vereda del Margot, apenas un
ejemplo de esos bares que marcaron una época en la ciudad y hoy siguen
abiertos al público, con su historia a cuestas.
Duelo de ideas
“Barrio, Sur y después…” suena
el tango de Homero Manzi en la puerta del Margot, como una invitación a
esa historia que ronda los barrios porteños. Pero este café es mucho
más que un boliche emblemático con forma de viejo bodegón: sus mesas
fueron la casa de un movimiento artístico cuyos exponentes literarios
dejaron una corriente de pensamiento nacional y popular que buscaba la
revolución desde sus páginas, influidos claramente por los escritores
rusos de la época. Creado en 1903, el edificio es uno de los más
antiguos de la zona, y mantiene su estructura original, aunque pasó por
muchas etapas en su recorrido centenario y hasta el propio café fue
sucesor de la mítica confitería Trianón. Incluido entre los bares
notables a fines del año 2003 por parte del Gobierno de la Ciudad,
funciona allí una peña y galería de arte, y en el piso superior se
encuentra el Espacio teatral Boedo XXI y la Biblioteca Lubrano Zas, de
la Junta de Estudios Históricos del Barrio de Boedo. Mientras se
disfruta de un buen cortado en jarrito, de productos regionales,
aceitunas rellenas y el tradicional sándwich de pavita que aseguran que
aquí se inventó, la historia revive hoy en las paredes de ladrillo a la
vista, y puede ser relatada con maestría por alguno de sus dueños.
Diversas fotografías y cuadros remontan los tiempos en que el Margot
supo albergar las tertulias literarias del Grupo Boedo, inclinados a las
formas populares de izquierda y los movimientos obreros, con
intelectuales como Elías Castelnuovo, Roberto Mariani, Leónidas Barletta
y Roberto Arlt, que “llegó a gozar de la amistad de los más destacados de otras corrientes”,
como asegura su biógrafa Silvia Saítta. El lugar se transformó así en
un espacio para las juntadas que marcaron el florecimiento vanguardista
literario-poético-novelista en la ciudad, contrario en esas ideas al
Grupo Florida, que sostenía cierto aire elitista en nombres como Ricardo
Güiraldes, Carlos Mastronardi, Jorge Luis Borges, Conrado Nalé Roxló y
Cayetano Córdoba Iturburu. Estos hombres acostumbraban reunirse en la
legendaria Richmond, la confitería de la calle Florida que ya no existe.
De inmenso salón diseñado por el arquitecto belga Jules Dormal (creador
también del Teatro Colón), con aurante y billares para una buena
partida nocturna, la confitería fue sede de los encuentros de esos
artistas cuando estaba frente al teatro Maipo. Sus mesas
resplandecientes quedaban a una cuadra y media de la redacción la
revista cultural Martín Fierro (1924-27) en la que el propio Borges trabajaba.
Viejo Tortoni
Otro
café emblemático del centro porteño queda en plena Avenida de Mayo al
800. Paradigma del ser urbano, dinámico y con ausencia de tiempos, el
Tortoni se ha vuelto “el espacio predilecto de la esfera pública
burguesa”, como bien dijera sobre los bares alguna vez el filósofo y
sociólogo alemán Jürgen Habermas. Con mesas de roble y mármol verde, y
viejas butacas tapizadas de cuero, no puede disimular el aire parisino
de su creador, un inmigrante francés de apellido Touan, que lo inauguró a
fines de 1858. Poco después fue adquirido por otro francés, Celestino
Curutchet, y ya a comienzos del nuevo siglo ya era frecuentado por
pintores, escritores, periodistas y músicos que formaban la Agrupación
de Gente de Artes y Letras, liderada por el genial Benito Quinquela
Martín, el hombre que inmortalizó las escenas portuarias del barrio La
Boca. “En esa época algunos bolicheros de la zona no querían a los
artistas porque ocupaban muchas mesas en sus debates pero gastaban poco.
Curutchet aceptó tenerlos porque decía que si bien gastaban poco, los
artistas enriquecían y daban prestigio al café”, asegura Don
Roberto Fanego, gerente actual del Tortoni.
En 1927 canta allí un tal
Carlos Gardel, y consagra al lugar como el primer café-teatro del país.
Alfonsina Storni, Baldomero Fernández Moreno, Luigi Pirandello, Federico
García Lorca y Arturo Rubinstein llegaron también con asiduidad, junto a
otras personalidades de la literatura, la música, el teatro, la
plástica, el periodismo y la política como Juan Manuel Fangio, Horacio
Ferrer, Tita Merello o Raúl Alfonsín. En sus salones aún subsisten
espacios para el juego de dominó, dados y billar, y pueden pedirse
algunas bebidas curiosas como la leche merengada o el guindado, y
disfrutarlas a pleno viendo el frenético andar porteño tras las
vitrinas. La bodega del Tortoni, en el sótano donde Alejandro Dolina
hizo su programa de radio durante 12 años, es aún hoy escenario de
recitales y encuentros de poesía.
TRES EN SAN TELMO
Digno
del recuerdo, Pedro Telmo es el primer bar donde se debe ir para
conocer San Telmo. Allí atiende hace tiempo la “Negra Brain”, tan
simpática como amable, cuestión que provoca ganas de regresar a diario.
El local pertenece al Mercado de San Telmo, y sus 110 años recuerdan los
inicios como antiguo depósito para madurar bananas traídas del Brasil.
El lugar es más humilde que los otros bares, pero su autenticidad y
excelente atención compensan detalles estilísticos. Así Pedro Telmo
sigue manteniendo un carácter típico y fuertes lazos humanos, y salvo el
24 y 31 de diciembre a la noche, sigue abierto con comidas, infusiones y
recetas caseras, “porque para muchos es ya un segundo hogar”, como explica Brain.
A
unas cuadras está el bar El Federal, que despliega una barra más
parecida la de un viejo trasatlántico que a un boliche urbano, coronada
por un arco de madera con detalles de vitraux y un reloj que se detuvo
vaya a saber cuándo. Desde allí atrás, los mozos y encargados dirigen un
viaje que conecta a los turistas con los primeros años de Buenos Aires.
Fundado en 1864, conserva los pisos originales, las viejas mesas, y
cuadros noticias de un antiguo periódico donde se ve triunfante a
Muhammad Alí, junto a un mapa antiquísimo de la ciudad y una estantería
de madera con una colección de botellas. Tradicionales Fernet y Gancia
conviven con cervezas artesanales, sándwich de lomito o picadas, y hacen
más completo un lugar al que turistas y estudiantes universitarios
recurren para aislarse del barullo de la calle. Una pequeña biblioteca
permite relajarse y leer buenos textos, y los fines de semana la
convocatoria sube la apuesta y transforma el bar en un pub bailable.
Encajado
en los adoquines de la esquina de Chile y Bolívar, La Poesía es el
tercer peldaño de un circuito por San Telmo que no hay que perderse.
“Café de arte y esquina de encuentro”, como indica uno de sus slogans,
es mucho más joven que el resto pero también ilustre en el barrio. Fue
inaugurado por el poeta y escritor Rubén Derlis, perteneciente a la
celebrada “Generación del ‘60”.. Durante los ’80, cuando San Telmo era
el barrio preferido por la nueva bohemia, este café albergó por ejemplo
al mítico “Grupo de los Siete” y ciclos de Poesía Abierta y habitués
como Juan Carlos Gené, Isidoro Blainsten o Héctor Negro. En una de sus
mesas el poeta y letrista de tango Horacio Ferrer conoció al amor de su
vida, Lucía Michelle, a quien inmortalizó en “Lulú”: “Te acordás del café La Poesía esa mágica noche en San Telmo / Buenos Aires urdió nuestro encuentro / tan romántica y dulce Lulú”.
INAGOTABLES
La
lista sigue. No muy lejos y también sobre Avenida de Mayo, Los 36
billares evocan la esencia tanguera desde 1894. Rústico, sencillo y
compadrón, su salón tiene un espacio en la parte trasera destinado a los
juegos de mesa, y en el subsuelo brillan las múltiples mesas de billar.
El bar también funciona como espacio de espectáculos, con recitales de
tango y folklore. Unas 20 cuadras arriba, cuando la gran avenida porteña
se une a Rivadavia, Las Violetas exhibe los años de experiencia que le
da su fundación en 1889, cuando aquella avenida se llamaba “Camino Real”
y por ella transitaban carretas, hombres de galeras y eximios jinetes.
De estilo Art Noveau y con imponentes vitraux, por allí también desfiló
Carlos Gardel, y otros interpretes como Irineo Leguizamo, en cuyo honor
se creó el postre que lleva su mismo nombre. Presidentes de la Nación,
artistas y hombres de la cultura participaron de la tradición de esta
confitería, hoy especialista en postres y con excelentes comidas que los
turistas disfrutan a diario.
El camino sigue, y de uno y otro
lado aparecen viejos portones, antiguos zaguanes y pasillos escondidos
donde un barcito cuenta sus historias. Buenos Aires sabe de ellos, y
ellos saben de Buenos Aires…