Un grupo altamente representativo de dirigentes políticos, intelectuales, premios Nobel varios y personalidades relevantes de 27 nacionalidades, de los más diversos horizontes ideológicos, geográficos, políticos y religiosos publicaron el lunes 12 de marzo en el “Financial Times”, y al día siguiente en “Le Figaro”, un llamamiento al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para que le retire al gobierno de Siria “el permiso para matar” que, de hecho, le está otorgando este organismo dadas las posiciones de Rusia y China que se obstinan en vetar cualquier tipo de acción internacional contra el régimen de Bachar Al-Assad.
El llamamiento tiene claramente un primer destinatario que es el régimen ruso y, un segundo, que es el chino. Ambos son los que, en realidad, están extendiendo “el permiso para matar” al gobierno de Siria.
El régimen alauita es un cadáver político que no termina de descomponerse solamente por dos razones. La primera y más importante (aunque no sea la que más se menciona en la prensa internacional) es que la oposición siria no logra concitar acuerdos claves que sean perceptibles por los atemorizados integrantes del ejército y de lo que queda del gobierno sirio. Esta falta de unidad y de decisión que transmite la oposición es lo que explica que no haya desersiones realmente masivas ante la locura y la estupidez de Bachar Al-Assad que, como última y aguda iniciativa política, acaba de proponer la realización de elecciones legislativas en plena guerra civil. No hay un sólo interlocutor del presidente sirio que no advierta que hace ya mucho rato que habita otro planeta que el que habita su pueblo, que el que habita la enorme mayoría de los pueblos musulmanes, la enorme mayoría de los pueblos árabes y la enorme mayoría del resto de los pueblos de la comunidad de naciones.
La segunda razón es que el descomunal descalabro del régimen sirio es funcional a las políticas exteriores rusa y china, (así como lo es a la iraní) por lo que los dos primeros países se han transformado en verdaderos adalides del régimen sirio. Aunque la China ha intentado hacer algunas tristes morisquetas tratando de que alguien se convenza de que no actúa internacionalmente como un “estado pirata” (Ref. su apoyo al régimen de Sudán, sólo como un primer ejemplo evidente), la postura más interesante es, en el fondo, la de Rusia.
Todos conocemos su tradicional apego a los principios del derecho internacional y su profunda vocación pacifista que, por otra parte, la caracteriza desde el más lejano fondo de su historia. “Mutatis mutandi”, desde Iván el Terrible hasta el final de los más de 70 años de soviétismo, las conductas internacionales de Rusia (con la excepción relativa del reinado de Catalina la Grande) han sido esencialmente similares por no decir rayanas en la monotonía. Rusia debe imponerse militarmente como potencia en Europa, como potencia en el Asia y, por si fuera poco, como potencia mundial. Ese “programa” no tiene alternativa, modificaciones ni variaciones significativas. Está históricamente grabado en el ADN de un régimen, un país y un pueblo y se sigue repitiendo en un proyecto desmesurado que nunca pudo ver la luz desde 1530 hasta la fecha. Cuando logró masacrar polacos, alemanes, suecos, noruegos, daneses, letones, latvios, etc. y comenzó a imponerse en Europa, se le complicó el frente asiático. Cuando pretendió, conviviendo en cierta paz con Europa, enfrentarse con las nacientes potencias asiáticas, el Japón sólo (que ni siquiera requirió utilizar su alianza con Gran Bretaña), le infrigió una de las derrotas más humillantes de toda su historia. Cuando, en el zenith de la versión comunista de su desmesura geopolítica, quiso imponerse sobre su aliado asiático político e ideológico principal, el Partido Comunista Chino, éste le dió la espalda.
La postura rusa de hoy es la heredera legítima de toda esa historia y, por ende, de todas esas derrotas. Por ello, la postura rusa de hoy terminará en una nueva derrota en un plazo más o menos breve. Y hay una razón muy sencilla para ello: una política internacional ambiciosa necesita muchos aliados conformes y hacer muchas concesiones. Dos cosas de las que Rusia siempre careció: siempre maltrató a sus pocos y circunstanciales aliados y, cuando estuvo dispuesta a hacer concesiones, era porque ya estaba derrotada y de rodillas. En más de un sentido, el realismo de la política internacional rusa es ”pre-diplomático“: pasa sóla y directamente al uso de la fuerza.
Y hay una alta probabilidad de que todo esto se repita. Simplificando, la situación actual podría ser presentada así. De un lado están Siria, (el Líbano no cuenta por razones obvias para cualquier observador informado) y, desde luego, Irán, (que merecerá una mención aparte al final de este artículo) apoyados por Rusia y China y, del otro, la más variopinta diversidad de países, pueblos y regímenes que, sincera o hipócritamente, no se sienten cómodos figurando como “avales” o “cómplices” de una masacre que, además de gratuita, adquiere día a día dimensiones tales que comienza a evocar el principio de Sarajevo. ¿Alguien cree que esta situación es sostenible en el tiempo?
Además de que la China será la primera en cambiar su veto por un voto de abstención que la saque del aislamiento político y diplomático en la que se ha visto comprometida, la propia Rusia está seguramente poniendo juego y utilizando su veto en diferentes coyunturas, temas y conflictos que requiere negociar. Putin ya logró su reelección con un “fraude decoroso“, para lo que los rusos llaman democracia y jugando a ser el “Superman de las estepas“, porque sabe que Europa está en crisis y Obama no se mueve hasta que logre ganar las elecciones. Mientras tanto Rusia, intentará negociar una multitud de temas que hoy están “abiertos“ hasta que termine por abandonar a Siria.
El proceso es entendible, y hasta lógico, en un cierto sentido. El problema es que, haciendo abstracción de los muertos cotidianos de Siria -(que no dejan de tener un impacto ético)- lo que está logrando el veto ruso es que la permanencia de Bachar Al Assad en el poder cree día a día condiciones para una gran guerra civil que terminará incendiando a Siria y al Líbano. Eso es un tema secundario para Rusia porque en realidad su, a la vez apuesta y problema, está en Irán.
En esta historia Irán es un nudo neurálgico. Como todo sabemos Irán es la nueva teocracia “de izquierda y progresista” que han descubierto últimamente los secularísimos líderes populares de nuestro subcontinente. Decenas de sectores progresistas latinamericanos han sido seducidos gracias a la consistente política iraní de lapidar mujeres, amputar manos de ladrones, dinamitar centros como AMIA, renegar de todo tipo de control de su desarrollo nuclear, entre otras nimiedades. Pero lo cierto es que Irán, disfrazado de militante
“antiimperialista”, en lo único que se obstina es en transformarse en la
potencia dominante en aquella región y para ello cuenta con Rusia. Los aplausos latinoamericanos le sirven a Irán para alimentar a Hizbollah, a Hamas, a los chiitas de Irak y del resto del mundo islámico, etc. Apresuradamente hay quienes leen toda esta gimnasia agresiva como una mera estrategia “anti-israelí“: ojalá fuera solamente eso. De lo que se trata es de transformar a Irán en La potencia de Oriente Medio que logre imponer su cultura iraní (no árabe), su Islam chiíta, (no suní), por sobre el enorme espacio que, del Meditarráneo a la India, Irán aspira a controlar. Y Rusia ha comprado ese proyecto. Y como siempre en el pasado, terminará derrotada. Presumiblemente, en este caso, también por quien cree que es su principal aliado.