ISSN: 1688 - 4302
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NORD STREAM |
Casi en silencio y sin más publicidad que algunas menciones en la prensa internacional que, sin embargo, advirtieron que se trataba de un asunto de real trascendencia, se inauguró hace un mes, en la costa alemana del Báltico, el gasoducto ”Nord Stream”.
No era, sin embargo, un evento menor puesto que estuvieron presentes en la inauguración el presidente de Rusia, la primer ministro Angela Merkel y los primeros ministros de Francia y Holanda. ¿Por qué razones los invitados principales eran justamente estos cuatro? Porque el gasoducto es, formalmente hablando, una suerte de ”joint-venture” entre empresas privadas de los cuatro países mencionados. El 51% del nuevo emprendimiento pertenece a Gazprom, el gigante energético ruso (que, dicho sea de paso, con proyectos de estas dimensiones comienza a hacerse presente entre los actores globales energéticos), a las compañías alemanas BASF y E.ON les corresponde el 15.5% a cada una y a Suez/Gaz de France y a la holandesa Gasunie, el 9% respectivamente. El nuevo consorcio se llama “Nord Stream A.G.”, su presidente es el ex canciller alemán Gerhard Schröeder y su domicilio está radicado en el conocido paraíso fiscal de Zug, en Suiza, y nadie ha protestado por ello.
El nuevo gasoducto es una obra mayor, que tendrá dos “vías“ paralelas de un largo de 1220 kmts. que corren sobre el lecho del Mar Báltico, (la segunda quedará terminada el año que viene) y que conectan directamente la ciudad de Vyborg, muy cercana a San Petersburgo, con la localidad alemana de Lubmin vecina a la frontera polaca. En realidad es, conjuntamente con el túnel que pasa bajo el Canal de la Mancha, y que se inaugurase hace casi dos décadas, la obra de construcción submarina de mayor envergadura realizada en Europa.
Pero los aspectos más destacables de la nueva obra (que, “strictu sensu”, no es tan nueva puesto que el proyecto comenzó a concebirse en 1997, llevó más de diez años de estudios y su construcción está en marcha desde inicios de 2010) son mucho más políticos y estratégicos que empresariales, financieros o energéticos. Con el emprendimiento inaugurado, Rusia queda en condiciones de abastecer con gas no solamente a Alemania sino que, como ya de alguna manera lo prueba la presencia de capitales franceses y holandeses en el consorcio, también es capaz de hacerlo directamente al corazón de la Unión Europea donde residen los grandes países consumidores de energía.
Esta conexión directa de Rusia con Alemania y Europa occidental significa que los países ”intermediarios”, que hasta ahora se interponían con distintos tipos de peajes al tráfico energético hacia Europa occidental, han quedado “cortocircuitados“. En primer lugar, Ucrania, que ha sido un dolor de cabeza permanente en el tema puesto que la mayor parte del gas pasaba por su territorio (150.000 millones de m3 anuales), ahora dejará de serlo. De no acordar condiciones razonables, el flujo de gas que transite por su territorio podrá ser reducido parcialmente cosa que no era posible en los años 2006 a 2009 cuando Ucrania puso en peligro una parte del abastecimiento de Europa.
Pero también los países bálticos, Bielorrusia y Polonia, por donde circulan los actuales gasoductos terrestres (el canciller de este último país, en un desmesurado exabrupto, aludió en el año 2006, ante el desarrollo del proyecto, al pacto de Hitler con Stalin) protestaron y protestan activamente ante el despliegue de Nord Stream. Incluso Suecia, cuya posición es marcadamente distinta a la de los mencionados países, no dejó de manifestar reservas sobre los “peligros medioambientales” del proyecto.
Por estas razones geopolíticas es que Alemania y buena parte de los países de la Unión Europea han aceptado que el precio del gas que reciben por Nord Stream sea más alto que el del que fluye por las infraestructuras ya instaladas o incluso del que sería transportado por vía marítima. Saben que los recursos de hidrocarburos de Gazprom superan a los de Irak y, por lo tanto, que Rusia debe de ser un proveedor bien tratado y que las ”hipotecas políticas” que pueden ejercerse sobre las vías actuales de abastecimiento de energía no son más que fuentes de futuras incertidumbres y eventuales conflictos. Y es más, aunque los previsibles costos resultan por ahora sumamente altos, Gazprom y el estado ruso siguen intentando negociar la construcción del, provisoriamente llamado, ”South Stream”, que permitiría al gas ruso salir por el Mar Negro e ingresar a Europa por el Mediterráneo con lo cual Rusia diversificaría radicalmente los caminos de exportación de su energía.
Hace algunos años, un analista internacional utilizó la expresión que el presidente de GM, Charles Wilson, usase hace muchas décadas, ante un comité del Senado norteamericano, para con la General Motors y la ”aggiornó” para la situación rusa contemporánea: ”Lo que es bueno para Gazprom es bueno para Rusia”. Y la idea es en buena medida adecuada porque no solamente Gazprom se ha transformado en el más poderoso conglomerado de empresas de la economía rusa; descartadas las herramientas (¿obsoletas?) de la Guerra Fría, Grazprom es actualmente la principal palanca de desarrollo de la política exterior rusa.
Y, en ese sentido, los intereses de la compañía están efectivamente alineados con los intereses de estado. Es más, Gazprom no solamente ha proporcionado su ex Presidente a la Federación rusa; el ”modelo” para el crecimiento industrial ruso de la última década es el modelo de Gazprom. Utilizando generalizadamente en toda la economía la combinación de una empresa estatal cuyo funcionamiento descansa esencialmente en el aporte de capitales privados extranjeros. Incluso a nivel macro económico, en los hechos la renta monopólica que Gazprom genera por sus exportaciones de gas y otros hidrocarburos, a precios más o menos arbitrarios, es la que permite subsidiar buena parte de la energía barata para la industria y el mercado interno y otros factores de la estructura productiva de la economía rusa.
La estrategia rusa parece ser la adecuada y está dando sus frutos por más que, inevitablemente, al menos por ahora, tenga la debilidad de toda estrategia basada en la exportación de una sola materia prima y sus derivados. Por escasa y rara que sea la energía, no deja de estar sometida a los vaivenes del mercado internacional y cuando, en el 2008, la crisis se profundizó en los EE.UU., Gazprom hubo de ver cómo sus ingresos y la cotización de sus títulos de achicaban considerablemente. Pero aún así, Gazprom ha resultado ser una herramienta de enorme utilidad para la nueva política exterior rusa. La generación de una esfera regional de influencia que logre detener el acelerado crecimiento hacia el Este que, particularmente Alemania, le quiso imponer a la Unión Europea es un objetivo que, por razones entendibles, Rusia no está dispuesta a resignar.
Desde el lado de la demanda, de la misma manera, las cosas tienen su complejidad. En particular en Alemania son múltiples las voces que se elevan al advertir que la dependencia energética se hace cada vez más grande con respecto al gas ruso y no hay ciudadano alemán que no sepa que una alianza estratégica con Rusia no es una solución particularmente tranquilizadora. En realidad, el problema de la dependencia energética no tenía una transcendencia mayor cuando se acordó la construcción del Nord Stream en el año 2005 ya que la diversificación de la matriz energética alemana era, entonces, por demás satisfactoria. Pero con la apresurada decisión de la canciller Angela Merkel de decretar la ”desafectación” total de todas las centrales nucleares para el año 2021, la cuestión de la dependencia del gas ruso tomó una nueva dimensión.
En cualquier caso, resulta interesante advertir como, aún en medio de la crisis más severa que la UE padece desde su puesta en marcha, no por ello dejan de desarrollarse proyectos de gran envergadura que seguramente serán altamente productivos y rentables cuando el crecimiento económico vuelva a ponerse en marcha.
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