LA GUERRA CIVIL CERCA DE YEMEN
El presidente Ali Abdalá Saleh parece haber cedido (al menos temporalmente) el poder y el vicepresidente, Abd-Rabbu Mansur Hadi, ha quedado al frente del gobierno y de las Fuerzas Armadas de Yemen. Para que esto sucediese ha sido necesario que Saleh recibiese heridas tan significativas que la escasa capacidad de atención sanitaria y la débil infraestructura hospitalaria del país resultó insuficiente para encarar el tratamiento adecuado. Fuente saudíes informan que, entre el sábado 4 y domingo 5, el ex presidente fue trasladado a Riad, (nunca sabremos si con su anuencia o contra su voluntad), donde las condiciones requeridas para la intervención quirúrgica eran más adecuadas.
Las condiciones y posibilidades de su retorno al poder son una incógnita. Durante varios meses, tanto el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), organismo en el que Arabia Saudita tiene una presencia determinante, como los aliados extrarregionales (EE.UU. y varias potencias occidentales) instaron a la renuncia del presidente Saleh. Ahora, por la vía de los hechos, éste ha tenido que abandonar la presidencia y confiarla exactamente a quien sus aliados le decían que debería confiarla al momento de renunciar: al vicepresidente. Éste, además de tener la ventaja de ser originario del Sur del país, es, al mismo tiempo, una buena garantía de continuidad para el régimen. Por ello, si bien los hijos y sobrinos del ex presidente permanecen al frente de la Guardia Republicana, de los servicios de seguridad y de posiciones claves dentro de las FF.AA., (estas últimas ya han sufrido varias e importantes deserciones y fracturas), el retorno de Ali Saleh se ve como problemático. No sin cierta inocencia los manifestantes festejaron, a inicios de semana, la salida de un presidente que veían como definitivamente lograda, mientras que el entorno de éste insistía en que retornaría en breve. Por otra parte, ya hay sectores de los manifestantes que advierten que la presidencia en manos de Mansur Hadi, es sencillamente, “más de lo mismo”. Seguramente todo es más complicado y ninguno de estos 2 actores, las movilizaciones y el entorno de Ali Saleh, serán decisivos en el desenlace final.
Como es sabido, desde hace 6 meses, y a un costo de más de 350 muertos, se repitieron manifestaciones callejeras que reclamaban la demisión de Alí Saleh, en un movimiento que parecía relacionado con las movilizaciones populares, más bien espontáneas, que permitieron la derrota de los gobiernos de Túnez y Egipto. Y, en buena medida, eso era así ya que esas manifestaciones expresaban genuinamente la opinión de la juventud de las grandes ciudades como Sanaá y Adén pero también la de otras como Al Mukalla, Taizz, etc.
Pero, en los últimos 10 días, las manifestaciones populares pasaron a segundo plano. La “oposición” política tradicional hizo acto de presencia y los combates callejeros se tornaron progresivamente más violentos a medida que emergían conflictos más profundos y contendientes mucho más profesionales. Haciéndose eco oportuno de las reivindicaciones de los manifestantes, ya hacia finales de febrero, las confederaciones tribales de los “Hashed”, la de los “Bakil“ (la más poderosa del país) así como las tribus zaiditas, chiitas que pertenecen al antiguo Yemen del Sur, se habían pronunciado a favor de los manifestantes. Ahora han sido sus hombres armados, sobre todo las milicias que responden a Sadiq al Ahmar, dirigente de la confederación Hashed, quienes salieron a enfrentar a las fuerzas gubernamentales. Es necesario recordar, además, que, en la región sur, opera Al Qaeda, como un actor de importancia relativa en el escenario político del país.
En otras palabras, mientras que el presidente Alí Saleh se ve obligado a retirarse a Arabia Saudita para sobrevivir, la situación política de Yemen se presenta particularmente compleja y volátil. Porque aunque Alí Saleh permanezca herido (y/o retenido) en aquel país y quede “fuera de juego”, el tema de su sucesión está lejos de estar resuelta.
En otros términos, las movilizaciones yemenitas, que la prensa internacional comenzó tratando como un fenómeno relacionado a los procesos tunecino y egipcio, terminaron revelando, como parcialmente sucedió en Libia, que detrás de un estado aparentemente ”nacional” lo que había era, en realidad, una red de complejos arreglos políticos entre tribus, poderes locales y/o facciones religiosas, a veces replicados en “partidos políticos” que, en última instancia, sostenían en el poder a un autócrata denominado ”presidente”. Digamos que, en el caso de Yemen, para algunos analistas teníamos una especie de sistema feudal disfrazado de “estado moderno”. Evidentemente, este formato político ha entrado en crisis y la conmoción política a la que estamos asistiendo responde fundamentalmente a ello.
Un aparato de estado que pretende funcionar combinando al menos tres tipos de legitimidades distintas: una tribal y familiar, otra regional y otra “partidaria” (y dejamos a lado la religiosa porque el chiísmo no aparece hasta ahora como un problema mayor, pero no hay que descartarla) está sometido a tensiones de muy difícil gestión. Si algo podrá dejar Alí Abdalah Saleh a la historia, será que supo vincular su descomunal apetito personal por el poder con una gran capacidad de articulación de estos diversos “Yemenes políticos” que se superponen y entrecruzan. Y estos dos términos los elegimos cuidadosamente porque todos los expertos en el análisis de la zona insisten sobre un tema medular. En las últimas décadas, tanto como efecto de la globalización, del incremento del precio del petróleo, de la presencia activa de las potencias occidentales y demás factores vinculados a estas variables, estas sociedades peculiares sufrieron cambios significativos.
Los que son pertinentes para nuestro análisis tienen que ver con el hecho de que las organizaciones tribales y familiares, así como las de carácter local, que durante largo tiempo permanecieron, sino ajenas, al menos “en paralelo” con el funcionamiento estatal y partidario supuestamente “moderno”, en un formato que recuerda el “dualismo” con el que se pretendía explicar, en la década de 1960-70 algunos países latinoamericanos, cambiaron sus conductas y posturas sociales.
En las últimas décadas, familias, clanes, tribus, confederaciones tribales, grupos regionales, etc. optaron por “estatalizarse”. En otros términos, se infiltraron en un aparato estatal, por cierto que particularmente débil, por lo que el resultado fue que la baja institucionalidad existente perdió toda universalidad y se fragmentó de acuerdo a impredecibles líneas sectoriales. Así, por ejemplo, los proyectos de FF.AA. nacionales comenzaron a “reorganizarse” de acuerdo a combinaciones impredecibles de intereses sectoriales (fracciones tribales con clanes locales con sub-grupos partidarios). Al mismo tiempo, esta estatalización de sectores tradicionales generó algo parecido a una emergencia de “clases medias” y, seguramente, procesos culturales de modernización “sui generis” como los que cabe sospechar existen detrás del uso movilizador y político sistemático de internet y sus derivaciones por parte de los jóvenes y de los no tan jóvenes.
Seguramente que estos fenómenos, que han sido visualizados sobre todo en el Golfo, no son generalizables a todos los países conmocionados del mundo árabe. Pero en todo caso pueden servir como pistas para tratar de entender algunas de las peculiaridades políticas que, a veces, están jugando en una coyuntura que, tanto por la dimensión geográfica de sus efectos, como por la velocidad de su desarrollo, ha sorprendido al mundo entero.