lunes, 12 de agosto de 2013

Pamplinas de Argentina



BLOGS INTERNACIONAL / EL PAIS de MADRID


Martín Caparrós


PAMPLINAS

Pamplinas es un intento –insistentemente fracasado– de mirar el mundo desde la Argentina, o la Argentina desde algún otro mundo. Con esa premisa, el autor pensó llamarlo Cháchara, pero le pareció demasiado pretencioso. Desde las pampas argentinas, pues: Pamplinas.


Hay elecciones. Hay candidatos. Hay slogans y chistes de campaña; hay vivos que viven del cáncer y otros medios del estado. Hay peleítas, hay discusiones muy menores. Y, mientras tanto, “el ¿peronismo? sigue aprovechando su inexistencia para existir una y otra vez, para no dejar de existir ni a pelotazos. Porque lo que define al ¿peronismo?, más allá de su voluntad de poder –a causa de su voluntad de poder– es su posibilidad de reinventarse todo el tiempo: si fuera algo definido –si existiera– no podría hacerlo pero, no siendo, puede.

“Es curioso que un movimiento tan basado en la historia pueda deshacerse tan fácil de la historia: cada ¿peronismo? ha sobrevivido todos estos años gracias a ese mecanismo que consiste en postular que el ¿peronismo? anterior no era el verdadero ¿peronismo?, que traicionó a su esencia pero que el próximo ¿peronismo? volverá a encarnarla, es decir: volverá a las raíces de la Edad de Oro ¿peronista?

“Ése fue su primer yeite: la nostalgia de la Edad de Oro. El ¿peronismo? aprendió rápido a vivir de esos años primeros porque estuvo, tras ellos, 18 años proscripto. Pero, a medida que se convirtieron en la principal opción de poder en la Argentina, no pudieron seguir remitiéndose a ese pasado mítico lejano –porque se transformaron en un presente dramático palpable–, y tuvieron que inventar aquello de la traición permanente: cada ¿peronismo? traiciona sus ideas, y por eso aparece otro que las va a recuperar.

“Si algo define al ¿peronismo? es postular que el verdadero ¿peronismo? siempre es otro, o mejor otros dos: el anterior, por supuesto –el de la Edad de Oro en motoneta–, y el próximo –el que estamos forjando. Ése es el truco: el Efecto AveFélix. Desde los años setentas, por lo menos, el ¿peronismo? lo aplica con gran felicidad. Cada vez que un ¿peronismo? triunfa hace, ya en el poder, cosas muy distintas de las que prometía desde el llano. Entonces aparece, en el llano, un nuevo ¿peronismo? que promete hacer cosas muy distintas y se presenta como el verdadero ¿peronismo? Hasta que llega al poder y empieza a hacer cosas muy distintas de las que prometía desde el llano. Entonces aparece, en el llano, un nuevo ¿peronismo? que promete hacer cosas muy distintas y se presenta como el verdadero ¿peronismo? Hasta que llega al poder y empieza a hacer cosas muy distintas de las que prometía desde el llano. Entonces aparece, en el llano, un nuevo ¿peronismo? que.

“El resultado es extraordinario: siempre hay un ¿peronismo? listo para reemplazar al anterior, que se maleó. Siempre hay un ¿peronismo? listo para regenerar el poder que el anterior desperdició. El cafierismo fue el AveFélix del ¿peronismo? patotero de Herminio Iglesias, el menemismo fue el AF del ¿peronismo? socialdemócrata de Cafiero, el chachismo intentó ser el AF del ¿peronismo? neoliberal de Menem, el kirchnerismo sigue siendo el AF del mismo menemismo, que da para mucho”, escribí hace dos o tres en años en un libro que se llamó, entonces, Argentinismos.

Y ahora, en estas elecciones, tras modestas riñas, tras someter o chuparse a otros aspirantes –Alberto Fernández, Francisco Solá, Felipe de Narváez, Hugo Moyano y un par de próceres más–, el joven Sergio Massa quiere constituirse en el AF del ¿peronismo? kirchnerista.

Para eso le dio una vuelta de tuerca al mecanismo: no solo dice que el suyo es el verdadero ¿peronismo? sino también, faltaba más, el verdadero kirchnerismo –no esta degradación que nos propina la viuda del gran hombre. Para eso, por supuesto, él y los suyos insisten en que Kirchner no habría hecho tal cosa, que en realidad siempre hizo tal otra, que qué pena cómo estos malgastan y malbaratan una herencia tan maravillosa.

Lo cual les permite, por un lado, remitirse una vez más a una Edad de Oro –cada vez más cercana: si en los setentas la Edad de Oro ¿peronista? quedaba 18 años antes, separada por golpes y peleas, ahora la Edad de Oro pero-kirchnerista sucedía hace tres o cuatro años, cuando los ahora disidentes eran la flor y nata y foco y moco del aparato que hoy dicen combatir. Con lo cual creen que justifican, al mismo tiempo, su presencia de entonces en esos espacios que hoy repudian: es que aquello era totalmente distinto, imagínense, aquello era la verdad, el kirchnerismo auténtico –que hay que recuperar contra los que quieren cargárselo: la señora de Kirchner, su jefa de hace cuatro días. Como si no hubiera continuidad evidente entre esposo y esposa. Como si lo que ahora pasa no fuera el resultado de lo que pasó entonces. Como si ellos no hubieran sido parte. Como si no fueran tan variables como gallito de tejado.

Hasta aquí, nada nuevo: el país calesita que sigue dando vueltas, la sortija del poder pasando de una ¿peronista? a otros ¿peronistas?, el mismo truco una y otra vez, currándonos una y otra vez como si fuéramos lo que acaso somos. Lo distinto, ahora, es que exportamos el sistema.

La Iglesia de Roma siempre fue el modelo, la inspiración del peronismo. Una institución aparentemente perenne incombustible, capaz de adaptarse a cualquier circunstancia, dirigida por un jefe omnipotente, servidora de los ricos pero sostenida por los pobres, repartidora de bienes y prebendas,  que funcionó bien cuando era perseguida y mucho mejor en el poder, en cualquier forma del poder y, sobre todo, que todavía mantiene su poder porque consigue convencer al mundo de que tiene poder. Así como el peronismo sigue gobernando la Argentina porque ha convencido a los argentinos de que solo los peronistas pueden gobernarlos, la Iglesia de Roma se mantiene porque hay suficientes personas en el mundo que creen que no pueden atacarla. (Recuerdo la primera vez que volví a Buenos Aires, 1983, cuando uno de sus pobladores más inteligentes, el licenciado Fogwill, me dijo que me metiera con quien quisiera pero “no con la iglesia, te hacen cagar, tienen demasiado poder, no hay con qué darles”. Solo faltaban tres años para que un gobierno decidiera enfrentarlos y los derrotara –en la pulseada sobre la ley de divorcio, donde la iglesia romana argentina se jugó con todo y perdió fácil.)

Todo va y viene: ahora la Iglesia de Roma, gran inspiradora del ¿peronismo?, se consiguió un jefe ¿peronista? para tratar de recuperar su poder en franco declive: para intentar el sistema AveFélix. La Roma llevaba años cayendo, perdiendo fieles, fidelidad, respeto: cada vez más personas la pensaban como un refugio de pederastas protegido por banqueros corruptos e inquisidores trogloditas, último búnker de una supuesta moral hipócrita y arcaica. Así que necesitaban demostrar que ése no era el verdadero peronismo –digo: catolicismo– y echaron al alemán principista y llamaron al argento canchero. Jorge Bergoglio, entonces, puso en marcha el proceso: insistiendo en que la Iglesia no es eso que es, que es otra cosa, que se había desviado y que él va a devolverla a su antiguo camino: AveFélix puro. Lo suyo es meritorio. Y tan ¿peronista? que no tiene problema en decir lo contrario de lo que decía hace tan poco. Por ejemplo anteayer, cuando preguntó quién era él para juzgar a un homosexual. “El jefe de una institución que siempre los consideró pervertidos enfermos y los condenó a las llamas del infierno”, podrían contestarle si no debieran contestarle: “El cardenal que escribió, hace tan poco, que el matrimonio homosexual era una ‘movida del demonio’”.

Son minucias. Se diría que al pueblo ¿peronista? –digo, cristiano– esos detalles no terminan de importarle. Y por eso pueden votar a Massa digo: volver a misa los domingos. Y creer en milagros.
 

Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) es escritor y periodista, premios Planeta y Rey de España. Su libro más reciente es Los Living, premio Herralde de Novela 2011.