jueves, 1 de agosto de 2013

EL FINAL DE UNA SUPUESTA ”PRIMAVERA”




 


AHORA LA CRISIS ESTALLA EN TÚNEZ


En nuestra pasada nota editorial intentamos dar cuenta del bloqueo político que había agravado muy rápidamente la crisis en Egipto. Al intervenir las fuerzas armadas y destituir y arrestar al presidente electo, Mohamed Morsi, la situación política del país cambiaría dramáticamente. Se auguraron entonces días aciagos para las semanas siguientes, cosa que quedó confirmada por la vía de los hechos. El sábado 27 de julio, en la tarde, eran ya 72 los muertos correspondientes a ese único día y los enfrentamientos por el momento siguen. La guerra civil, de la que entonces hablamos, ya está en marcha.

Igualmente, manifestamos que el bloqueo político, en un país de la envergadura de Egipto, difícilmente podía ser considerado un problema político que iba a permanecer como exclusivamente “interno”.  Regímenes islamistas como el de Túnez, el de Libia o el de Turquía, más o menos “moderados”, no dejarían de sentir los efectos del cataclismo político  egipcio.

No resultó reconfortante advertir que, efectivamente,  al menos en Gaza, Libia y Túnez, las consecuencias se hicieron sentir casi inmediatamente. Mientras que, en Gaza, los militares egipcios volvieron a “sellar la frontera” con Egipto dejando a la Franja prácticamente aislada, en Libia se sucedían las manifestaciones de miles de personas contra los Hermanos Musulmanes acusados del asesinato de dos oficiales del ejército, el viernes 26 en Benghazi, y de un abogado y militante político, militante anti-Ghadafista de la primera hora, Abdelsalam Al-Mosmari, en la misma ciudad.

Mientras escribimos este editorial llegan informes y noticias alarmantes de varios puntos de un mundo islámico que se incendia, lenta e inexorablemente. Por razones de espacio, fundamentalmente, nos restringimos a un sólo punto de este vasto horizonte en crisis: Túnez.

El escenario en Túnez es, en la actualidad, más o menos el siguiente. Cuando la Asamblea Nacional Constituyente avanzaba en la redacción de la nueva Constitución de manera razonablemente fluida, 54 miembros de dicha Asamblea presentaron en bloque su renuncia. Ello significa, por lo menos, paralizar los trabajos de redacción de la Constitución por un período suficientemente largo como para impedir que la Carta fundamental quede establecida en el plazo originariamente estipulado de fines de agosto.

¿A qué se deben dichas renuncias? No responden a capricho alguno ni son maniobras políticas dilatorias. Responden directamente a la escandalosa conducta del gobierno, controlado mayoritariamente por los islamistas de Ennarda.

Al igual que en Egipto, o en Libia, los islamistas autoproclamados “moderados” (expresión que es posible que deba ser analizada cuidadosa y críticamente si las cosas siguen el derrotero que parecen haber tomado) de Ennarda parecen estar financiando e instrumentando la ejecución de los más diversos opositores de laicos de envergadura.  No es posible no advertir que la situación de violencia política en los tres países vecinos, tiene rasgos parecidos. Dicho en otros términos, estaríamos ante una política de exterminación selectiva de los militantes laicos que se está llevando a cabo, con sus especificidades locales, al menos en Egipto, Túnez y Libia.

Pero limitémonos a Túnez. El opositor tunecino, Mohamed Brahmi, fue ametrallado de 14 tiros, en la puerta de su domicilio, delante de su mujer e hijos, el día jueves 25 de julio próximo pasado.

Con impactante celeridad, el viernes 26, Lufti ben Yedu, el Ministro del Interior declaraba a la prensa que tenían identificado (aunque nadie ha hablado de detención) al asesino de origen salafista takfirí, Bubaker Hakim. Pero he aquí que el individuo tan rápidamente acusado del homicidio de Brahmi, también resultó, ahora, acusado del asesinato de Chokri Belaid, otra figura muy destacada de la oposición laica anti-Ennarda, que fuese ejecutado en febrero de este año.

Lo sorprendente (e indignante para la opinión pública tunecina) es que desde aquel primer asesinato que costara la vida de Belaid, el Ministerio del Interior de Ennarda, siempre había declarado desconocer totalmente las condiciones y los verdaderos responsables de la muerte de Belaid, limitándose a detener a unos pocos comparsas cuya relación con la muerte de Belaid era indemostrable.

Ahora, después de la muerte de Brahmi, y ante la violenta reacción inmediata de toda la sociedad civil tunecina, con Mohamed Morsi preso en Egipto y Libia recorrida por manifestaciones anti-islamistas, el Ministro de Interior tunecino “encontró” el nombre del asesino, que buscaba desde el mes de febrero, en menos de 24 horas. Es más: hasta “demostró” que el arma 9 mm. utilizada era la misma en ambos asesinatos. Nótese al pasar que la acusación del supuesto asesino, Bubaker Hakim, no fue hecha pública por ningún juez ni por ningún integrante del Poder Judicial. La acusación salió directamente de la boca de un integrante del Poder Ejecutivo.

En otras palabras, la opinión pública tunecina sospecha (con algunos argumentos relativamente sólidos) que los islamistas tienen un programa de eliminación física paulatina de los opositores laicos pero que, ante el debilitamiento regional del movimiento de los Hermanos Musulmanes, causado por la evicción de Morsi, Ennarda decidió “limpiar el tema” y adjudicar ambos asesinatos a este supuesto salafista que, si es que existe, en realidad es más bien un traficante de armas libias hacia Túnez.

La indignación en Túnez llegó a niveles inéditos. No era para menos. No solamente la huelga general paralizó al país -(recordemos que Túnez es el único país del Magreb que posee un movimiento obrero relativamente “moderno”)-, al igual que en Egipto (y en parte en Libia) cientos de miles de personas recorrieron las calles reclamando la caída del gobierno islamista. Pocas veces se vió a los gobernantes de Ennarda en actitudes tan conciliadoras.

Mustafá Ben Jaafar, presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, salió el sábado 27 prácticamente a suplicar a los miembros renunciantes que reconsideren su decisión. Y no era para menos: la posibilidad de obtener un texto constitucional atravesado por una doctrina jurídica muy lejos de ser secular, corre el riesgo de escapárseles de las manos a los islamistas: “Nuestros esfuerzos de dos años de trabajo se irán en humo…” clamó Ben Jaafar al no obtener retractación alguna de los renunciantes.

Pero Ben Jaafar no se refirió al otro humo que, casi simultáneamente, se esparcía por Túnez el sábado por la mañana. Una poderosa bomba, que afortunadamente sólo causó daños materiales, estallaba mientras todos estos acontecimientos se llevaban a cabo.  Aunque el estallido de esta bomba puede parecer de poca trascendencia, el lector ha de saber que no había habido, en Túnez, tradición del uso de bombas por parte del terrorismo hasta la fecha. Túnez no es el Líbano, Irán, Irak o Siria. En ese sentido, esta bomba, precisamente en momento tan álgido, es un nuevo elemento que pone en cuestion la oscura política de Ennarda y sus estrechos lazos con salafistas y Hermanos Musulmanes.

Una de las escasas virtudes de este atentado fue hacer recordar que, en el mes de abril, un contingente militar que patrullaba la frontera con Argelia encontró abundantes depósitos de explosivos y trazas evidentes de la existencia de campos de entrenamiento militar. Aunque, en el momento, el tema no tuvo la relevancia que merecía, hoy, a la luz de los últimos acontecimientos, el incidente aparece bajo una nueva luz, seguramente menos benigna.

Estos y otros eventos que oportunamente no fueron destacados, agregados ahora al estallido de la bomba, a los dos magnicidios, más escamoteados que explicados,y con el trasfondo de una economía en ruinas, han causado que la oposición insista en que Ennarda, por más que haya ganado las elecciones, es un partido que ha perdido credibilidad ante la opinión pública: su liderazgo ya no es abiertamente cuestionado por la oposición en la medida en que ha perdido toda legitimidad política. Ennarda es acusado de cobijar y alentar el crecimiento de los grupos salafistas más conservadores y hasta de utilizarlos para eliminar a líderes significativos de la oposición. No es de sorprender que esta oposición exija un nuevo gobierno en el más breve plazo.