viernes, 21 de octubre de 2011

YEMEN EN LA ENCRUCIJADA

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Nuestro editorial del 9 de junio de este año llevaba el título “La Guerra Civil cerca de Yemen” porque habíamos constatado que, de febrero a esa fecha, un cambio cualitativo se estaba procesando en las modalidades y en la intensidad de los conflictos internos en ese país.

Coyunturalmente, el mencionado editorial se había redactado inmediatamente después que el atentado contra el presidente lo obligase a retirarse hacia Arabia Saudita para ser atendido en instalaciones hospitalarias y personal médico adecuados. Pero lo esencial que el mencionado título pretendía reflejar era que, independientemente del atentado contra el presidente, habíamos detectado que, esa todavía relativamente novedosa e incomprensible “juventud árabe” que ha sacudido la actualidad internacional y que venía manifestando desde inicios de febrero, se veía ahora acompañada, en Yemen, de nuevos actores en la lucha política. 

Decíamos entonces textualmente: “Pero en los últimos 10 días, las manifestaciones populares pasaron a segundo plano. La “oposición” política tradicional hizo acto de presencia y los combates callejeros se tornaron progresivamente más violentos a medida que emergían conflictos más profundos y contendientes mucho más profesionales. Haciéndose eco oportuno de las reivindicaciones de los manifestantes, ya hacia finales de febrero, las confederaciones tribales de los “Hashed”, la de los “Bakil“ (la más poderosa del país) así como las tribus zaiditas, chiitas que pertenecen al antiguo Yemen del Sur, se habían pronunciado a favor de los manifestantes. Ahora han sido sus hombres armados, sobre todo las milicias que responden a Sadiq al Ahmar,  dirigente de la confederación Hashed, quienes salieron a enfrentar a las fuerzas gubernamentales. Es necesario recordar, además, que, en la región sur, opera Al Qaeda, como un actor de importancia relativa en el escenario político del país.”
 
Eso fue hace algo más de 4 meses. En el interim, el presidente Saleh logró retornar de su curación y convalecencia en Arabia Saudita el 23 de septiembre pasado (lo cual aclara bastante sobre cuál es la posición real de este último país en el conflicto ya que, de ser efectivamente proclive a un reemplazo del presidente de Yemen, éste no hubiese podido retornar), y el proceso anunciado oportunamente, de agravamiento y crispación del conflicto interno, siguió su curso.

Hoy podemos decir que la guerra civil se ha instalado en Yemen. En la noche del domingo 16 de octubre , y en el corazón mismo de la capital, la población asistió a los combates entre la primera división blindada al mando del General (ahora “pasado“ a la oposición) Ali Mohsen Al’ Ahmar y la Guardia Republicana dirigida, como es sabido, por Ahmed, el hijo de Abdalah Saleh. 

Simultáneamente, en el norte de la ciudad, se desarrollaba otra batalla en regla entre las fuerzas de las tribus leales al presidente Saleh y las huestes de poderosos grupos tribales que se han pasado a la oposición, capitaneadas por Sadek Al’ Ahmar . Como advertirá el lector, todo indica que el apellido de este Sadek, que combate al frente de sus hombres armados, y el del general que se encuentra al frente de la primera división blindada, sublevada contra el gobierno, es el mismo. Sería sorprendente que fuese una casualidad. En la mencionada nota editorial decíamos: “En otros términos, las movilizaciones yemenitas, que la prensa internacional comenzó tratando como un fenómeno relacionado a los procesos tunecino y egipcio, terminaron revelando… que detrás de un estado aparentemente ”nacional” lo que había era, en realidad, una red de complejos arreglos políticos entre tribus, poderes locales y/o facciones religiosas, a veces replicados en “partidos políticos” que, en última instancia, sostenían en el poder a un autócrata denominado ”presidente”. Digamos que, en el caso de Yemen, para algunos analistas teníamos una especie de sistema feudal disfrazado de “estado moderno”. Evidentemente, este formato político ha entrado en crisis y la conmoción política a la que estamos asistiendo responde fundamentalmente a ello.”

O sea, como preveíamos, la guerra civil ya se instaló en Yemen. Los jóvenes de “la primavera árabe”, que se quería pacífica, seguramente han madurado rápidamente y, muchos de aquellos que no han caído, están empuñando armas. Ahora lo hacen conjuntamente con huestes armadas pertenecientes a las distintas tribus y, además, con sectores de las Fuerzas Armadas que ha defeccionado del mando central del gobierno.  Ya hace un buen rato que no estamos ante una “protesta” popular generalizada: es, efectivamente, la guerra civil con todo lo que eso implica. Yemen siguió el camino de Libia y no el de Túnez.

La Comunidad Internacional se encuentra ante un aprieto de difícil solución. Aunque la situación en Yemen es clarísima y el deterioro de la situación de la población evidente, nadie parece reaccionar. Pero no debemos olvidar que por más que los países europeos (EE.UU. mantiene un perfil tristemente bajo), presionen al presidente Saleh y a su régimen, en el trasfondo está el vergonzoso y escandaloso voto en el Consejo de Seguridad en el asunto del conflicto que aqueja a Siria. 

Rusia y la China ya mostraron de que son capaces de sostener a Bachar el Assad que es un ostensible asesino por lo que, cabe esperar que Saleh obtendrá el mismo apoyo, por lo menos de la China, ya que hay algún diplomático europeo que conserva la (¿ingenua?) esperanza de que Rusia no repita la inmoralidad de su voto sobre Siria. Y esta situación no tiene visos de variar al menos en el corto plazo, en especial si tenemos en cuenta que Saleh mantiene lazos privilegiados con Arabia Saudita que, de alguna manera, es quien protege a Yemen de la frontal amenaza chiita que significa Irán.

Pero, en algún sentido, la Comunidad Internacional, ya tuvo un simbólico, pero importante gesto para con los opositores yemenitas. Hace más de una semana la Academia Sueca le otorgó el Premio Nóbel de la Paz a uno de los símbolos más notorios de la oposición al régimen de Saleh: nos referimos a la “periodista” Tawakkul Karman. 

Tawakkul Karman tiene apenas 32 años, vive con su esposo en “una carpa más bien opulenta” y profusamente conectada con “la Red”, ubicada en la plaza de la Universidad que ya toda la población de Sanaa llama “la Plaza del Cambio”. El viernes pasado, al mismo tiempo que la presidente de Liberia, Ellen Johnson-Sirleaf y la también liberiana Leymah Gbonee, Tawakkul Karman, recibió el Premio Nobel de la Paz del año en curso, rodeada de miles de manifestantes. La señal de su designación como Nobel de la Paz es fuerte; cuán importante puede ser su efecto político directo es harina de otro costal.

Su figura y discursos son más bien contradictorios o, al menos, así aparecen ante nuestros ojos. Es esencialmente una militante feminista de larga data y, al mismo tiempo, es integrante del partido islamista Al-Islah y una fuerte opositora del régimen del presidente Saleh desde épocas muy anteriores a la eclosión de los movimientos contestatarios que inician en febrero de este año. Forma parte del Consejo Nacional de la Revolución desde el mes de agosto y su prédica, aunque de orientación ”pacifista“, no ha sido siempre particularmente ponderada. Más de una vez, incluso opositores acérrimos del régimen, se han opuesto a su retórica particularmente extremista en el tema de la mujer e, incluso, peligrosamente radical en sus propuestas de movilización contra un gobierno que, como se sabe, no duda en disparar directamente contra la población desarmada. Nada se sabe realmente, en cambio, sobre cuales son sus verdaderas posturas en materia religiosa y la concepción de su partido sobre cual ha de ser la relación entre el régimen político y la autoridad religiosa. En un país en el que la presencia, directa o indirecta, de Al Qaeda es permanente, la inquietud que esta indefinición genera no es menor.

En cualquier caso, mientras que el presidente Saleh sigue repitiendo que no tiene inconveniente alguno en abandonar el poder y, al mismo tiempo, lo sigue ejerciendo en forma particularmente brutal y sin contemplación alguna, el tiempo pasa, las víctimas de la represión se acumulan y nadie parece entrever salida alguna a una encrucijada que día a día se torna más intrincada.