En noviembre del año 2001, Jim O´Neill, economista investigador jefe de Goldman Sachs, propuso la idea que cuatro grandes países, en realidad muy disímiles entre sí, constituían una suerte de “nuevo grupo“ de países emergentes destinado, según él, a cumplir un papel particularmente significativo en el mundo del futuro en un artículo titulado “The World Needs Better Economic BRICs”. La idea fue considerada con atención pero no tuvo una aceptación inmediata. Algunos años más tarde, en 2003, bajo la firma de Dominic Wilson y Roopa Purushothaman, y también publicado por el departamento de investigación de Goldman Sachs, apareció el trabajo: “Dreaming with BRIC´s: the path to 2050“ donde la idea original de O´Neil fue profundizada y retrabajada.
Aunque nunca quedaron muy claros los criterios por los cuales Brasil, Rusia, India y China eran seleccionados para integrar este “BRIC“ (y no aparecían ni Pakistán, ni Indonesia, ni Turquía, ni México ni Sudáfrica, para mencionar solamente algunos posibles candidatos), la idea tuvo, ahora sí, un éxito inmediato y la opinión pública internacional adoptó la propuesta de manera entusiasta. Nada sorprendente, en realidad, si consideramos cierta proclividad de esta opinión para convivir con slogans y la habilidad de algunos autores para apropiarse de ideas ajenas y hacer dinero fácil vendiendo libros dotados de títulos tan rimbombantes como de contenidos obvios o conceptualmente poco relevantes. Las librerías del mundo se llenaron de publicaciones sobre los BRICs hasta la fecha.
Pero esta alegre aceptación de la supuesta existencia de estos “BRICs“, que no era, al inicio, más que otra nueva “moda editorial“ para periodistas, académicos y estudiantes, se convirtió en un problema verdaderamente relevante cuando alguno de los líderes, partidos políticos, grupos económicos poderosos o, simplemente, las poblaciones de dichos países, comenzaron a convencerse que, efectivamente, ese “grupo“ era efectivamente algo especial y que estaba llamado a cumplir algún destino manifiesto en el escenario internacional.
El primer líder político que advirtió la importancia de darle una construcción tangible al grupo “especial“ de grandes países emergentes fue, en 2009, Vladimir Putin, a la sazón Presidente de Rusia. Para dotar de contenido simbólico al imaginario grupo BRIC, Putin organizó en Ekaterimburgo una cumbre que reunió a los cuatro presidentes de los países en cuestión y cuyos resultados fueron más bien pobres (véase editorial de LETRAS INTERNACIONALES No. 64).
Pero no por ello los BRICs han detenido su naciente carrera de candidatos a “global players“, particularmente animados por cierto activismo y voluntad de protagonismo político de alguno de sus presidentes. Por el contrario, todo indica que hay quienes se han creído a pie juntillas que, más allá de la evidente importancia económica, comercial, demográfica y política de estos cuatro países, ellos están llamados a cumplir un papel “especial“ en la gran política internacional. Una prueba tangible de ello son las decisiones cada vez menos sensatas que toma el Brasil, con su presidente, Luis Inacio “Lula” da Silva, a la cabeza.
En su momento, y a propósito de la crisis de Honduras del año pasado, en esta misma publicación, habíamos manifestado que la decisión brasileña de acoger en su embajada de Tegucigalpa al destituido presidente Zelaya, independientemente de lo que se pensara del “golpe de Estado“ implementado por las otras autoridades de aquel país, era una decisión que resultaba ininteligible si intentábamos leerla con los códigos tradicionales de la política exterior brasileña y en la línea de conducta de la diplomacia de Itamaraty. Similares problemas planteó la actitud de Lula en su relacionamiento con Cuba y su militante negación de las violaciones a los derechos humanos que éste régimen lleva adelante impunemente.
Más significativamente aún, recordemos que a mediados del mes de mayo, Brasil impulsó una iniciativa para “mediar“ en el delicado tema del programa nuclear de Irán, asociando en la iniciativa a Turquía y enfrentando a todas las grandes potencias, a las Naciones Unidas y al Consejo de Seguridad. El tema es, sin lugar a dudas, uno de los problemas diplomáticos y militares más complejos de la coyuntura política internacional actual y gran parte de los analistas internacionales no dejaron de advertir que Brasil se estaba comprando un problema al pretender mediar en un terreno que, en términos coloquiales, “le queda grande“. En realidad la iniciativa de mediación, comunicada públicamente el 17 de mayo llegó a durar poco más de un mes. Ante la firme respuesta de todas las grandes potencias y del Consejo de Seguridad, con fecha 22 de junio, la prensa anunciaba “Brasil renunció a la mediación con Irán” y el canciller Amorim reconocía que “Nos quemamos los dedos haciendo cosas que todo el mundo decía que eran útiles…”
Esta visión, sobre el carácter por lo menos “imprudente“ de algunas iniciativas brasileñas recientes, no es, evidentemente, sólo nuestra. En una columna publicada por el diario “El País“ de Madrid, con fecha 24 de mayo, el ex-canciller mexicano, Jorge Castañeda, titulaba, de manera sintomática a propósito del tema de la mediación con Irán: ”Lula: jugar en primera división sin mojarse”.
Es más, en una entrevista más reciente publicada en el mismo periódico con fecha 12 de junio, y retomada por “The Inter-American Dialogue“, el ex presidente del Brasil, Fernando Henrique Cardoso, señalaba con su habitual inteligencia que, en los últimos meses de su gestión, el presidente Lula había estado gobernando “…más con el corazón que con la cabeza“. Una manera elegante de decir que, al menos en política exterior, el Brasil parece haber perdido en buena medida el rumbo. El ex-presidente advertía textualmente: “Lula debió pedir a Irán la garantía de que el desarrollo de su plan nuclear va a ser para la paz. Brasil es favorable al control por parte de los países del ciclo de producción de uranio. Yo estoy de acuerdo con eso, Brasil lo controla. Tenemos un acuerdo con Argentina de vigilancia mutua refrendado por la ONU y gracias a esto hemos desarrollado nuestra propia tecnología. Nunca nadie ha sospechado que nuestro programa atómico era para la guerra…porque nos hemos sometido a reglas. Brasil debería exigir lo mismo a Irán.” En la misma entrevista, el ex-presidente Cardoso, se refiere también, entre otros tópicos problemáticos de las recientes decisiones de política internacional del Brasil, a la inadmisible permisividad de ese país para con la dictadura castrista y a la incomprensible desprolijidad de la decisión de dar asilo en la embajada brasileña al depuesto presidente Zelaya
En resumidas cuentas, todo parece indicar que no solamente el otrora presidente Putin (de quien se entiende, en parte, la postura puesto que dirigía lo que queda de la gran potencia “desafiante“ de la Guerra Fría y seguía entonces al mando de una superpotencia nuclear) se ha tomado al pie de la letra la idea de que los BRICs están llamados a un protagonismo global de grandes potencias. También el presidente Lula, en el ocaso de una razonablemente buena gestión presidencial, parece estar sucumbiendo al “síndrome BRIC“. Sería algo triste que la necesidad crepuscular de protagonismo de la figura presidencial hiciese olvidar al Brasil que en política, nacional o internacional, los tiempos son fundamentales. El trabajo que hubo de popularizar la sigla BRIC, más allá de algunas debilidades de fondo del planteo, tenía la prudencia de titularse “Dreaming with BRIC´s: the path to 2050“. Como en tantos otros temas, en especial en política internacional, ni la vida es sueño ni el futuro es ahora.