GATOPARDISMO TROPICAL
A fines de febrero de este año falleció, en Cuba, Orlando Zapata Tamayo, de 42 años de edad, luego de una huelga de hambre de 86 días. Inmediatamente, el 24 de febrero, para ser más precisos al día siguiente de la muerte de Zapata, el psicólogo y periodista “free lance“ Guillermo Fariñas se declaró a su vez en huelga de hambre. La decisión, además de subrayar su solidaridad con Zapata, apuntaba a obtener la liberación de una docena de prisioneros políticos que, según él y los grupos opositores a la dictadura cubana que lo acompañan, estarían detenidos a pesar de encontrarse en condiciones de salud muy deficientes.
La salud de Fariñas comenzó a deteriorarse rápidamente y, ya en abril, el presidente Raúl Castro declaró que “…él (se refería a Fariñas, faltaba más…) era enteramente responsable…“ de cualquier desenlace trágico de la huelga de hambre en curso. A inicios del corriente mes, el deterioro físico de Fariñas se hizo ostensible.
Mientras Fariñas llevaba adelante esta dura batalla, la dictadura castrista y la iglesia católica cubana (fundamentalmente a través del cardenal Ortega y del obispo García) se reunían regularmente en búsqueda de una fórmula que diese solución a la situación de un número indefinido de prisioneros políticos que el régimen mantiene detenidos. Y decimos “un número indefinido“ de prisioneros políticos porque no solamente ese número es desconocido: en realidad, desde que se aprobó el delito de “peligrosidad“ por parte del régimen es imposible distinguir quien es realmente prisionero “de consciencia“ y quien no lo es. Por ello nadie sabe a ciencia cierta cuantos prisioneros políticos hay en Cuba: si, para Amnesty Internacional, los prisioneros son algo más de un centenar, para Human Rights Watch, pueden ser miles.
Pero la cuestión que interesa aquí no es exactamente ésta. Lo cierto es que las conversaciones con la iglesia católica, y la activa participación del ministro de Relaciones Exteriores de España, Miguel Ángel Moratinos, determinaron que aparentemente el régimen cediese y acordase la liberación de un número de prisioneros que no es claro al momento de escribir este editorial, pero que, seguramente, superará ampliamente las cifras establecidas en la negociación. Fariñas, razonablemente, detuvo su huelga de hambre de 135 días en cuanto adquirió la certeza que no se encontraba ante una nueva farsa del régimen.
Resulta pertinente analizar los intereses en juego en esta aparentemente lograda operación diplomática y las razones de cada uno de los actores. Este análisis explica, menos en parte, que, no solamente la democracia no saliese fortalecida sino que, por el contrario, el sacrificio de unos solitarios activistas que tienen el coraje de enfrentar al totalitarismo cubano poniendo en peligro sus vidas, haya sido utilizado exclusivamente para fines de política instrumental. Nadie pretende que, a propósito de este acontecimiento (que es relativamente menor en resumidas cuentas), se encienda ”la antorcha de la libertad“ en la desgraciada Cuba, pero sí hubiese sido deseable que al menos alguien dejase claro que, con estos presos políticos o sin ellos, el régimen cubano es una dictadura execrable que volverá a reiterar de manera contumaz la violación de los derechos de los ciudadanos como lo hace desde 1959.
La iglesia católica, que se ha ido convirtiendo paulatinamente en un interlocutor del régimen dictatorial desde 1998, cuando Juan Pablo II visitó la isla, tiene una preocupación relativamente genuina por los siempre renovados prisioneros cubanos. Prueba de ello es que, con su visita, el Papa obtuvo la liberación de más de 300. Pero, además, la iglesia católica percibe que puede ser el actor más apto para oficiar de mediador en el proceso de recambio de un régimen decrépito, totalmente desacreditado (salvo ante las escasas gerontocracias “comunistas“ que sobreviven hoy) cuya parálisis es ostensible. “Last but not least“, un verdadero éxito diplomático de la iglesia católica no sería mala cosa ya que, en los últimos tiempos, como todos sabemos, su imagen pública deja mucho que desear. Por ello se interesa no sólo por los prisioneros enfermos: se interesará por todo el inagotable stock de prisioneros presentes y futuros hasta poder consolidarse como el interlocutor confiable para la siempre postergada pero inexorable transición. Ya hay pasos en ese sentido. El recién llegado a Cuba Arzobispo Mamberti, se apresta a presidir una reunión inédita donde serán invitadas personalidades “oficialmente“ consideradas como “de oposición“.
El papel del gobierno español en este asunto es también opinable. En términos generales, la UE y particularmente este gobierno de España, no se han pronunciado de manera rotunda contra las permanentes violaciones de los derechos humanos en Cuba. La función de Moratinos en esta negociación era, esencialmente, pedir la libertad de un número limitado de prisioneros con la única intención de conseguir un gesto del régimen cubano antes de septiembre. Para entonces, la UE deberá de tomar una posición “común“ ante la situación en Cuba. Ya Rodríguez Zapatero había abogado por una “prórroga“ de esta reunión, el mes pasado, ante el temor que los países europeos más estrictos en materia de derechos humanos, no se despachasen con una crítica frontal al régimen. Obtenida la prórroga, y ahora la liberación de los presos, ya gobiernos como el francés y el italiano, han reaccionado inmediatamente de manera positiva.
Por su parte, el régimen cubano probablemente salga fortalecido de esta instancia. Aunque no conocemos los términos que han cerrado la negociación, resulta evidente que, a cambio de la liberación de un grupo de presos inofensivos que sólo purgaban penas ejemplarizantes para alimentar la mecánica política castrista, el régimen obtiene varias cosas.
Para muchos, el gesto de liberar a los prisioneros “aliviará las tensiones“ generadas por la muerte de Zapata que “preocupaban“ al régimen. Al régimen poco le importan la muerte de Zapata y sus repercusiones y las únicas tensiones que se aliviarán (que no es poca cosa) son las que vivieron durante 7 años los prisioneros liberados y sus familias pero, para el resto de la población, siempre sujeto a caer en el delito de “peligrosidad“, pocas cosas cambiarán.
Lo que sí le importa al régimen cubano es, en la negociación con la UE, poder cambiar la liberación de los presos contra la posibilidad de establecer sendos y amplios acuerdos bilaterales con diversos países europeos. Esos acuerdos son una de las pocas armas con las que cuenta el régimen para seguir sobreviviendo económicamente, para continuar ejerciendo su absoluto control político sobre la población y, conviene recordarlo, para prolongar la impunidad de sus continuas violaciones a los DD. HH.. Y la UE lo sabe.
Por ello es que la dictadura cubana será tan magnánima en el número final de liberados y por ello es que Fidel Castro, como por casualidad, pero en realidad para ratificar lo actuado por su hermano, reapareció en público luego de largos meses de ausencias y silencio.