jueves, 3 de julio de 2014

LAS ”NUEVAS” CLASES MEDIAS EN AMÉRICA LATINA






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SOBRE LAS “NUEVAS CLASES MEDIAS” EN AMÉRICA LATINA



La larga década de bonanza económica que han usufructuado muchos países de América Latina en parte puede ser esquemáticamente explicada por una especial coyuntura de un mercado internacional que se ha mantenido “marcado” por el crecimiento de grandes y medianas economías emergentes.

La creciente demanda de éstas ha más que compensado “la ausencia” relativa de la demanda internacional norteamericana, europea y japonesa, generando condiciones favorables para el crecimiento de nuestras economías que, en muchos casos, son esencialmente productoras de materias primas, “commodities” o generadores de una producción de baja complejidad tecnológica y basada en la utilización de poca o mediana intensidad de capital.

Hay entonces, por decirlo de alguna manera, condiciones para albergar moderadas expectativas por un sostenido auge del comercio exterior y por la permanencia de cierta fuerza de la demanda internacional de los productos de exportación de América Latina.

El proceso ha sido claramente benéfico en la medida en que los excedentes de la balanza comercial (acompañados por un sensible incremento de la Inversión Extranjera Directa) han dinamizado muchas economías de la región de manera acentuada.

Una mirada un tanto más exigente sobre el concepto de “bonanza” no dejará de levantar algunas preguntas relevantes. Como dijimos, el incremento de los ingresos de las economías referidas descansa en el sempiterno modelo de exportación de “commodities”. Aunque ello no sea precisamente un “handicap”, es evidente que no hay circunstancias reales y generalizadas propicias para avanzar en términos de crecimiento y desarrollo económico en sentido fuerte. La expansión de los PBI de muchos países de la región es positiva pero no vemos que ese mejoramiento esté vinculado al crecimiento de industrias de punta, al uso de tecnologías sofisticadas y/o utilización intensiva de capital. En resumen, aunque hay casos aislados, en general, el “paquete” sobre el que descansa el crecimiento y el desarrollo a inicios del siglo XXI, y que es hoy clave en el desarrollo de la economía global, no es lo que se está desarrollando preponderantemente en la región.

“Last but not least” es necesario señalar que no en todos los países del subcontinente advertimos una situación económica medianamente “benigna”. Ni en Cuba, ni en Venezuela, ni en Argentina, las economías crecen en forma medianamente equilibrada. Más bien los perfiles de estas economías -(y hay alguna otra que no podemos abordar aquí con detalle)- reproducen las peores patologías del pasado y se sacuden al borde del abismo aunque el entorno globalizado esté favoreciendo, al mismo tiempo, a otros países de la región.

Es en este contexto que ha aparecido el relato, seguramente muy poco elaborado ya que es relativamente nuevo, que anuncia, sencilla y directamente, “la emergencia de las nuevas clases medias en América Latina”. El relato, en Brasil, por ejemplo,  ha sido repetido hasta el cansancio.

Generalmente la idea de estas “nuevas clases medias“ viene adosada a un relato relativamente solidario: el de la disminución de la indigencia y la pobreza. Aunque evidentemente tienen alguna relación, entre sí,  no serán estos últimos aspectos los que nos ocuparán hoy, nos interesan, como expresamos en el título, “las nuevas clases medias”.

Y de ello se ocupa la prensa más improbable. En una publicación reciente se utilizan las cifras de los extranjeros que han concurrido al Mundial de fútbol para aportar un soporte “cuantitativo” al hipotético crecimiento de las “clases medias” en América Latina.

“Los latinoamericanos están viajando cada vez más a partir de la expansión de la clase media que ha logrado la región en lo que va de siglo. Entre los 50 países con turistas que más gastan en el exterior, Brasil, Argentina y Colombia pertenecen al grupo cuyas erogaciones han aumentado más del 10% anual en 2011, 2012 o 2013, junto con otros emergentes como China, Rusia, India, países del Golfo Pérsico, el sudeste asiático y algunos europeos como Noruega o Francia.”



“En cambio, en la década pasada, más de 50 millones de latinoamericanos pasaron a integrarse en la clase media, lo que supuso un aumento del 50% respecto al nivel anterior, según el Banco Mundial. El segmento medio ahora representa un tercio de la sociedad. La mejoría fue posible por el crecimiento económico y la redistribución del ingreso, dos fenómenos que están perdiendo fuerza en los últimos años.”


Estas alegres evaluaciones provienen de “El País de Madrid” del 27 de junio y alcanza con ver las fotos de los integrantes de las “clases medias” que estarían presentes en el Mundial de Fútbol, para justificar todo tipo de temores sobre lo que el periodista responsable de la nota entiende por “clase media”. Esta palabra tiene virtudes aparentemente mágicas, y hasta bienhechoras, tranquiliza a algunos sectores sociales, genera esperanza en otros y, seguramente, entusiasma hasta el paroxismo a los gobiernos de turno.

No se trata de poner en cuestión lo que señalásemos al inicio de esta nota editorial. El mejoramiento de la situación económica, que viene acompañado de un desparejo proceso de distribución del ingreso, significa, seguramente, incrementos en los ingresos de sectores sociales que, de acuerdo a sus ingresos anteriores, nunca podrían haber figurado como integrantes de las “clases medias”. Pero también, nótese al pasar, hay algunos países en América Latina en los que el índice de Gini y las modalidades de distribución de la riqueza se han tornado algo más regresivos durante las referidas décadas de bonanza.

Es importante resaltar el carácter reciente de todos estos cambios económicos y sociales. En particular porque, como veremos, tienen todavía mucho de “reversibles”. Ello sin dejar de lado que sabemos que, en especial los cambios sociales, suelen tener cierta “inercia” que los hace siempre algo más estables que las modificaciones en los ingresos de los hogares.

No obstante, dada la velocidad del proceso de surgimiento de estas nuevas clases medias en la última década, cabe preguntarse cuál es exactamente la “naturaleza” política, social y cultural de estas “nuevas clases medias”. ¿Son estas clases medias el resultado del mismo tipo de transformación social que fundó la estabilidad de las sociedades europeas? Parecería ser una comparación algo forzada.

Pero cabe una pregunta más plausible por su naturaleza latinoamericana, similar al fin, al origen que tiene el tema de nuestra interrogación. ¿Son estas “nuevas clases medias” las mismas clases medias que se generaron en Uruguay y Argentina hacia 1930? ¿O son como las de Costa Rica de los años 1950 o como las de Chile de los 60? En el caso de estos ejemplos de clases medias latinoamericanas, más allá de las obvias diferencias que las distinguen, es posible sin embargo advertir una serie de rasgos relativamente comunes -(quizás la excepción la aporte Costa Rica)- que se advierten fácilmente, entre otras cosas porque, en el fondo, esas clases medias ven la luz en una coyuntura histórica latinoamericanas que tiene pocas décadas de duración.

Pero en el caso de estas “nuevas“ clases medias latinoamericanas, es muy probable que debamos trabajar en base a la hipótesis de que se trata de clases medias distintas. Por el momento se está utilizando la misma designación de “clases medias” para procesos históricos de transformación social que tienen rasgos parecidos sólo en el sentido de que son sectores sociales que se separan de los sectores populares sin integrarse realmente a los grupos y segmentos más acaudalados y poderosos de la población.

Pero creemos que el paralelismo va nada más que hasta ahí. En primer lugar es necesario destacar que estas nuevas clases medias emergen en un momento histórico muy lejano del momento en el que emergieron los ejemplos arriba mencionados. Y no es nada más que por una cuestión meramente de diferencia histórico-cronológica por lo que tendrían características diferenciales.

Dada la distancia histórica que las separa, no es necesario señalar el descomunal cambio sufrido por el mundo, tanto en lo social como en lo cultural, en ese período. O, si se quiere plantear de otra manera: ¿unas clases medias naciendo en un mundo globalizado y radicalmente interconectado son comparables con aquellas clases medias nacidas en el compartimentado mundo poblado de proteccionismos, nacionalismos, particularismos, y hasta folklorismos de todo tipo, que era el siglo XX de la crisis de 1930 y sus derivaciones?

Parece ser claro que el tema tiene alguna dificultad y debería ser menos livianamente tratado. Aunque es evidente el carácter positivo del proceso histórico referido (“nuevas” clases medias, de ser el caso, es siempre un elemento democratizador de las sociedades) es necesario que sea mejor estudiado y menos apresuradamente “decretado” sin análisis previos. En particular debería ser mucho menos “revoleado” partidariamente como supuesta e irreversible “conquista social” por parte de gobiernos y partidos.

Es necesario reconocer con honestidad intelectual que sus características específicas socio-culturales -(y por ello problemáticas)- no son aún bien conocidas, por lo que sus impactos históricos a mediano plazo –(nos referimos a aspectos políticos, sociales, culturales, etc.)- resultan, hoy, totalmente impredecibles.

Esta cierta, pero compleja, evolución de muchas sociedades que puede encontrarse en varios países latinoamericanos es relevante y plantea incógnitas de envergadura. La aparición e integración de nuevos sectores sociales amplios que han accedido a ingresos, consumo y formas de participación ciudadana, en una década escasa, ocurre en un entorno cultural y en una forma radicalmente distinta de los procesos anteriores.

Baste reflexionar, como conclusión, en un ejemplo atendible. En la década de los años 30 se accedía a las clases medias porque aún los hijos de inmigrantes terminaban la escuela primaria y un grupo importante lograba una inserción laboral que requería una enseñanza secundaria siquiera parcialmente recorrida. Hoy, en 2014, se accede a las clases medias cuando se logra instalar en el hogar un TV plasma de 42 pulgadas, y por lo que nos dice “El País de Madrid“, cuando se logra un ingreso que permita comprar en cuotas un pasaje al Mundial.

No se puede partir del supuesto de que las conductas sociales y políticas de las nuevas clases medias vayan a ser las mismas, o siquiera parecidas, a las de las clases medias “clásicas” latinoamericanas de los países más precoces y, ni mucho menos, a las de las europeas.

¿Cómo van a votar estas nuevas clases medias? ¿Se van a integrar a partidos políticos? ¿De qué manera se van a conducir políticamente dentro de diez o veinte años? Porque lo más probable será que las pautas de inserción política en el espacio de la República tengan características que puedan sorprendernos. Con las notorias falencias de capital cultural, la imposición de valores nuevos que premian -(no el éxito)- sino la simple “llegada al consumo”, el creciente culto por la transgresión social gratuita, etc., ¿qué “nuevas” clases medias alumbrarán estas bonanzas? No es de descartar que hay altas probabilidades de que el más patético perfil del pantano populista se alimente de una descomunal confusión en torno a estos problemas de las “nuevas” clases medias.