sábado, 6 de julio de 2013

ABUNDAN LOS INDIGNADOS





“DE LA INDIGNACION”


Decididamente la moda está, hoy, del lado del “indignado”, aunque no sepamos, como en el caso de tantas otras modas, de qué indignación estamos hablando.

Los “indignados” irrumpieron en España durante el año 2011, auto-bautizados  “Movimiento 15-M” y crecieron en respuesta a la catástrofe, primero hipotecaria, financiera y luego económica, que marcó el inicio de la versión española de la crisis europea.

Hasta la fecha hemos tenido ”indignados“ en todos los horizontes y de todo calibre. Quizás la memoria nos juegue una mala pasada y olvidemos que, en sentido estricto, los primeros indignados de verdad fueron los islandeses que descubrieron dos cosas. La primera que sus banqueros eran una versión sofisticada de delincuentes de baja estofa y, la segunda, que la fantasía de vivir sin trabajar, pero del capital de otros, era, efectivamente, una fantasía. Entonces… los finlandeses se “indignaron”.

De allí en más hemos tenido una innumerable cantidad de “indignaciones” que se han manifestado “urbi et orbi“. Aunque suelen proliferar en los países donde el PIB per capita es suficientemente alto como para poder dedicar varios días o semanas a protestar en diferentes plazas céntricas de distintas capitales sin necesidad de ir a trabajar (una de las virtudes del welfare state, aún en crisis), donde la cuestión de estos movimientos se tornó mas seria, e incluso dramática, fue cuando la moda de la indignación comenzó a expandirse por países menos desarrollados o directamente subdesarrollados.

La indignación se desplazó al menos a tres de los países del Magreb. Cuando en Túnez, Mohamed Bouazizi, se autoinmoló en diciembre de 2010, en respuesta a la persecución  policial, de la que era objeto por su actividad de vendedor informal de la que sobrevivía a pesar de ser diplomado en informática. Una “indignación”, ahora más dramáticamente cargada, venía a sumarse a la actitud, algo estética, de los indignados de los países desarrollados. Sobretodo porque los movimientos espontáneos desatados en Túnez, que de hecho casi coincidieron cronológicamente con los de Madrid,  luego Atenas y muchos más, pusieron en marcha procesos parecidos, aunque no idénticos, también en Egipto y en Libia.

Mientras que las indignaciones de los países ricos han tenido repercusiones, pero relativamente secundarias, aquellas desatadas en los países musulmanes han comenzando a derivar hacia una verdadera catástrofe. Mientras que las manifestaciones occidentales oscilan entre quedar en el gesto grandilocuente y escandalizador, o bien apuntar (y a veces parcialmente, lograr) algún objetivo capaz de paliar algunos de los efectos mas nocivos de la crisis, en el Magreb y más allá, los resultados son mucho menos alentadores.

Si los indignados tunecinos, egipcios y, en parte los libios, pretendían acabar con regímenes autoritarios y despóticos (pero, por lo menos, relativamente cercanos en aspectos no políticos a la civilización contemporánea), lo que en realidad lograron fue entronizar gobiernos islamistas fundamentalistas o proto-fundamentalistas que están logrando reemplazar la arbitraria legislación civil existente por regímenes teocráticos basados en la preeminencia de “la sharia”.

En otros términos, muchos de estos regímenes instaurados en parte por la acción de “los indignados” han logrado retroceder el reloj de la historia.  El velo se extiende irresistiblemente sobre las cabezas femeninas, a los ladrones se les amputan las manos y las mujeres (real o supuestamente) infieles son lapidadas. El movimiento de “retroceso“ es tan abrupto que hay países como Egipto o Libia que, o bien están políticamente paralizados (por ejemplo, mientras escribimos esto, vemos verdaderas batallas campales en Alejandría y el aeropuerto de El Cairo está invadido por multitudes que quieren abandonar Egipto), o bien, como el segundo país, éste se encuentra en vías de desintegración institucional e incluso geográfica. Hace ya varios meses que, en este mismo medio, escribimos, antes de la caída de Khadafi, que lo que estaba en juego, entre otras cosas era la supervivencia de Libia como entidad nacional.

En realidad, “la indignación“ es todavía mucho más ancha y ajena. Tuvimos, y tenemos, “indignación” en Turquía, en Rusia, en Israel, en Irán, en Chile, en Yemen, en Nepal, en Bahrein y en los EE.UU., por lo que nos recordamos, ahora, en un rápido pantallazo. Es más, mientras esto escribimos, la televisión reporta una novísima “indignación” de las poblaciones oighures, de Xinjiang al noroeste de la China, cuyas condiciones de ignominiosa opresión por parte de Pekín son por demás conocidas: en el día de ayer ha habido 35 muertos en manos de las fuerzas del orden.

Muy poco de esta casuística parecía autorizar que todo este batifondo pudiese agruparse bajo el mismo y único concepto de “indignación” (presumiblemente popular). ¿Que nos permite decir que la indignación de los estudiantes chilenos con una educación que endeuda su futuro tiene una relación de significación convergente con los hartazgos tunecinos ante los desbordes del sátrapa de Ben Alí, o con los libios todavía más hartos  de las bufonadas de Khadafi o con los sueños marchitos de los desempleados de la Puerta del Sol o con la resistencia de los turcos al subrepticio autoritarismo islamista y antirrepublicano de Erdogan? En sentido estricto: nada.

A no ser que miremos este aquelarre con las gafas de la Escuela de Frankfurt. Lo que nos permitiría poner todo esto en un mismo saco aceptando, alegremente, el triunfo definitivo de “la razón instrumental totalitaria”. En este caso, encarnada en la irrupción de una nueva tecnología de comunicación interpersonal: esa aplicación de las TIC´s llamada ”redes sociales”.

En nuestro estancado cono sur uruguayo, donde la velocidad de Internet es 5 veces menor que la del Internet de la mayor parte del mundo (probablemente apenas el doble que la velocidad de las palomas mensajeras), el tema no era relevante. Además, porque esta inquietante globalización de la “indignación” tenía, hasta ahora, una más que discutible ventaja para nosotros: con la excepción de los estudiantes chilenos indignados (que están geográficamente un poco demasiado cerca), todo esto pasaba bien lejos de Uruguay.

Pero, de repente, todo se complicó.

Con el inicio de la Copa de las Confederaciones, hace aproximadamente unas 2 semanas, los brasileños comenzaron a indignarse contra el evento futbolístico !!!!También convocados por “las redes sociales”, comenzaron a protestar por el despilfarro “progresista“ encarnado en las sumas archi-multimillonarias invertidas en estadios e infraestructuras faraónicas, por la corrupción sistemática, por las pavorosas carencias de los servicios de salud, educación y transporte que la población del nuevo y pavoneante BRIC (!!!!) ha de padecer. Lo que siguió, desde entonces hasta hoy, todos lo hemos leído e indica que no queda duda que “la indignación“ ha llegado a nuestro vecino inmediato del norte.

No es éste, ni el lugar, ni el momento, para intentar análisis muy ambiciosos. Bástenos para concluir, intentar organizar los temas futuros que constituyen desafíos intelectuales y políticos de relevancia.

1.- El fenómeno de “la indignación”, y su extensión a lo largo y a lo ancho del planeta, y en función de reivindicaciones no solamente distintas, sino que hasta abiertamente contradictorias entre sí, merece consideración y estudio detallados. Aunque el Prof. Manuel Castells tenga algunos importantes adelantos sobre el funcionamiento (o dis-funcionamiento) de las redes sociales en determinadas coyunturas, lo que está sucediendo a nivel global va bastante más allá de sus reconocidos (pero parciales) análisis.

2.- Un punto a estudiar es la suerte de grandilocuencia (a veces rayana en la altanería) con la que los medios de prensa reportan las movilizaciones y el fenómeno de la “indignación“ en proceso de ampliación en los más diversos. Parecen no advertir que son poquísimos los indignados que leen el periódico, ven la TV o escuchan la radio. Es como si los medios de prensa tradicionales estuviesen festejando el principio de su propio fin.

3.- Para todos es evidente que estos procesos en marcha tienen relación con disfuncionalidades en el sistema de partidos, aparición de componentes críticos del proceso de representación política tradicional, carencias en los mecanismos de formación de liderazgos (democráticos y no democráticos, por otra parte) y, quizás, hasta problemas de diseño institucional que habrán de examinarse. No obstante, conviene recordar que ya hemos visto otras “revueltas“. Seguramente no tan extendidas, pero las hemos visto crecer hasta el paroxismo para disolverse en cuestión de semanas. Conviene entonces intentar obviar afirmaciones como que “…hay que reinventar la política…” o que “…los gobiernos están a la deriva…” que están poblando tanto la prensa como la academia.

4.- Un último punto merece consideración a parte: la ”indignación” que se desarrolla, hasta ahora, en el Brasil. El gobierno Rousseff, primero, quedó totalmente paralizado. Pero luego de varios días sin reacción, rápidamente salió a desparramar por cadena de radio y televisión un rosario de promesas y de mejoras cuya realización es absoluta y doblemente irrealizable. En primer lugar no es financiable puesto que se piensa recurrir, en buena medida, a recursos provenientes de un petróleo que aun yace bajo tierra y no hay capacidad instalada de extracción. En segundo lugar, semejante conjunto de obras es totalmente imposible de ejecutar concretamente por las agencias estatales y las empresas privadas brasileñas dado el número de obras de las que Rousseff habla. La sola consideración de los retrasos, errores y problemas constructivos ocurridos en los estadios en vía de preparación para el Mundial, indica que el número de escuelas, liceos, líneas de ómnibus urbanas, infraestructura ferroviaria, etc., etc,. prometido es una descomunal exageración. Mas increíble todavía: la Presidente oscila entre prometer referéndums y reformas constitucionales como “remedios“ para acabar con la corrupción. ¡Hasta procesó a un diputado desconocido hace 3 días !

Mientras que todo el mundo advierte que ”Lula sumiu“, los años de propagandismo desaforado sobre los éxitos del nuevo ”BRIC”, que nunca reconoció que tenía el 75av0 PIB per cápita del mundo, acaban de encontrarse, brutalmente, con la realidad.