SOMALIA ANTE LA CRISIS HUMANITARIA |
Aunque hace años que lo sabemos, en todo el mundo es una noticia, sobretodo, incómoda. No hace vender periódicos, no aumenta el rating de los canales televisivos y si el tema aparece en los informativos, lo hace de manera lateral. Lo único que, decididamente, sirve para llamar la atención son algunas fotos de niños famélicos, agobiados con desmesurados vientres, apenas sostenidos sobre un par de piernitas trémulas. Desde hace unos cuantos años, la lluvia ha comenzado a escasear fuertemente en el llamado ”Cuerno del Africa”. El resultado ha sido un franco deterioro de la producción agrícola y, por ende, de las condiciones de vida de las poblaciones -(sobretodo campesinas, aunque no únicamente)- de países como Etiopía, Kenia, Somalia y, en parte, Yemen. En los cuatro países, aproximadamente 12 millones y medio de personas están sometidos a condiciones de hambruna difíciles de imaginar a inicios del siglo XXI. Es importante recordar que, cuando se habla oficialmente, en el mundo de la cooperación internacional, de “hambruna”, ello responde a una definición precisa del estado nutricional de la población en cuestión ; es necesario que al menos 20 % de los hogares enfrenten una grave escasez alimentaria, que 30 % de la población presente síntomas graves de desnutrición y que la tasa de mortalidad cotidiana haya llegado al 2 por 10 mil personas. En realidad, aunque las carencias alimentarias se distribuyen bastante homogéneamente entre los tres primeros países, puesto que los servicios de seguridad alimentaria de la ONU reconocen la existencia de 4 millones de personas sub-alimentadas en cada uno de ellos, el gran problema se plantea en Somalia. Para quienes han trabajado en este tipo de situaciones, las razones son bastante claras: el estado de conflicto político que agobia al país desde hace 20 años, torna mucho más difícil que en los países vecinos el siempre laborioso trabajo de hacer llegar los alimentos a los efectivamente necesitados. Desde el mes pasado las condiciones alimentarias y sanitarias de 4 millones de somalíes no han dejado de deteriorarse rápidamente. Mientras que el número de habitantes directamente amenazados por el hambre subió dramáticamente (en particular en los niños), se ha declarado, al mismo tiempo, una epidemia de rubeola que se extiende de manera incontrolable en una población debilitada por la desnutrición. Hasta la fecha, las autoridades de las Naciones Unidas hablan de decenas de miles de muertos pero simultáneamente advierten, desde hace semanas, que si no se modifican las condiciones de ejecución de la ayuda alimentaria, en los próximos cuatro meses serán 750.000 las vidas directamente comprometidas por la desnutrición y las enfermedades oportunistas ligadas a ella. Aunque la prensa internacional ha destacado, reiteradamente, que de los 2.000 millones de dólares de ayuda necesarios para Somalia, solamente se han obtenido 1.000 millones, en realidad hoy el problema no es ni financiero ni de disponibilidad de alimentos: la dificultad radica, insistimos, sobretodo en que los alimentos lleguen efectivamente a los necesitados. El lunes de esta semana, la región de Bay, ubicada hacia el sur del país acaba de ser declarada en estado de emergencia alimentaria y se ha agregado a las otras cinco que ya lo habían sido desde julio; la región del bajo Shabel, el sur de Bakool, los 400 000 desplazados que se encuentran en los campos de Afgoye, al norte de Mogadiscio, los habitantes de los campos instalados en la propia capital y, finalmente, las regiones de Balaad y del Shabel medio. Para entender la dimensión y profundidad de esta catástrofe que enfrenta particularmente Somalia, es necesario trascender un poco más allá de la cuestión de la persistente sequía que asuela a la región. Hay por lo menos 2 variables más que están jugando decididamente para complicar las posibilidades de alimentación de la población. En primer lugar el precio de los alimentos se ha incrementado notoriamente y ello no solamente por el aumento internacional del precio de las “commodities” alimentarias: la escasez regional y la ausencia de redes comerciales desarrolladas con capacidad de importar masivamente alimentos desde el mercado mundial hace que los precios locales se han disparado desmesuradamente. En segundo lugar, y en parte como consecuencia de lo anterior, es la ayuda alimentaria internacional la que tendría que hacerse presente masivamente de manera de, por lo menos, contener la incontrolable suba del precio de los alimentos. Pero, lo que siempre sucede en estos casos, es que la ayuda internacional es considerada como una “donación al país” y, como tal, tiene connotaciones políticas. El resultado es que, tanto los operadores de las Naciones Unidas (PMA, etc.) cuanto las distintas ONGs especializadas en problemas alimentarios, se ven obligados a negociar políticamente cada uno de los pasos que los alimentos deben recorrer desde el puerto o transporte terrestre o aéreo hasta el consumidor final. Con ello lo que sucede es que el mercado no ”registra” total y francamente –(y por lo tanto no traslada a los precios)- el incremento de la oferta de alimentos porque están políticamente administrados y porque, por lo mismo, nunca se sabe realmente cuando esos alimentos forman parte de la oferta. Son, como mínimo, tres instancias sucesivas de negociaciones políticas que pueden llevar semanas entre el momento que los alimentos llegan a suelo somalí y la entrega a los beneficiarios. Primero es necesario contar con el visto bueno del “gobierno” nacional para el ingreso de los alimentos. Recordemos que, en el caso de Somalia, el concepto de “gobierno” nacional resulta ser por lo menos problemático. En los hechos hay un llamado “Gobierno Federal de Transición” que, se supone, es el “gobierno nacional”. Pero el grupo terrorista islámico Al Shabab detenta gran parte del territorio y, hasta hace poco tiempo, incluso grandes sectores de la capital estaban controlados por los “Shebabs”. Buena parte del financiamiento del grupo terrorista proviene del “peaje” que exigen de barcos y transportes que circulan por esa zona estratégica de conexión entre el Mar Rojo, el Golfo de Adén y el Océano Índico con lo cual nada más que el acceso de la ayuda alimentaria al territorio ya constituye un tema político difícil de sortear. Pero, luego, hay que negociar con las distintas autoridades regionales el tránsito de los alimentos por los distintos territorios del país. Aquí, nuevamente, se hacen presentes los “shebabs”, así como múltiples autoridades “de hecho”, de todo tipo y calibre, que exigen imponer condiciones para dejar paso a la ayuda alimentaria. Finalmente, hay que acordar con las autoridades locales los mecanismos de distribución, lo que suele ser una nueva etapa de pesadilla porque es muy común -(especialmente en los grandes campos de desplazados)- que haya organizaciones especializadas en el robo y la sustracción de los alimentos durante el proceso de distribución o, directamente, a los propios beneficiarios. El tema de las dificultades en el control de los alimentos ha adquirido una magnitud tal que, mientras algunas ONGs han tomado la política de entregar los alimentos procesados -(lo que implica el montaje de gigantescas “ollas populares”)- y directamente en el plato de los beneficiarios, otras organizaciones como OXFAM, por ejemplo, han optado por interrumpir la entrega de alimentos y sustituirla por la distribución de un estipendio monetario diario por lo menos en aquellas regiones en donde funciona algo parecido a un mercado. En cualquier caso, el panorama de la catástrofe humanitaria en Somalia es, hoy, política y éticamente inadmisible. De nada sirve buscar responsables -(aunque seguramente los hay)-, ante una situación que ya no hay forma racional de corregir o rectificar. Sólo queda esperar que se tomen, lo antes posible, las medidas remediales que puedan acotar las dimensiones del desastre y acostumbrarse a la difícil disciplina de admitir que, aún en el sofisticado mundo de hoy, escenarios inaceptables como el de Somalia son aún posibles. Como siempre fueron… |