El domingo pasado se llevaron a cabo las elecciones de medio término del Congreso argentino. En ellas estaba en juego la renovación parcial del Poder Legislativo, proceso que es común en muchos países y que suele ser de relativa trascendencia puesto que a veces pone en cuestión la solidez (o la debilidad) del apoyo que el Ejecutivo, aún dentro de un régimen presidencialista, necesita para poder gobernar.
El 21 de mayo, ante el despliegue de la campaña electoral para la elección que acaba de realizarse, publicamos un editorial que llevaba como título "Argentina en el pretil". Con ello queríamos obviamente expresar que el tono y la orientación que el gobierno Kirchner le estaba dando a la campaña hacía que ésta ya había dejado de ser una contienda política destinada a renovar parcialmente el Congreso, para transformarse en un plebiscito destinado a obtener el asentimiento de los argentinos a los diversos desaguisados cometidos por el matrimonio K. Decíamos textualmente: "Como las elecciones del próximo 28 de junio nada tienen que ver con una genuina consulta popular a la ciudadanía destinada a elegir a los representantes que le corresponde elegir según el sistema constitucional vigente, el régimen K ha decidido que tampoco son importantes los candidatos que han de presentarse a ellas. Lo importante es que de las urnas salga un “¡SÍ CRISTINA, SÍ NESTOR!” lo más rotundo posible. Quien termine ocupando la representación ciudadana importa un rábano."
Planteada la campaña en estos términos, evidentemente el propio gobierno estaba abriendo, de la más torpe de las maneras, la posibilidad que el plebiscito que inventó tuviese una respuesta contraria a todas sus expectativas. En aquel momento, aunque la derrota sufrida en el conflicto con el campo había erosionado la popularidad del matrimonio presidencial, el desenlace de la elección del pasado domingo no era exactamente previsible. Pero lo que sí era previsible para nosotros era que quien se para en un pretil, innecesariamente, está corriendo el riesgo de trastabillar hacia el abismo. Y exactamente eso es lo que pasó.
El gobierno fue derrotado en toda la línea: fue derrotado personalmente Kirchner en la provincia de Buenos Aires (que representa aproximadamente 40% del electorado), fue derrotado el peronismo oficialista y sus aliados a nivel nacional con 28% de votos y fue doblemente derrotado el kirchnerismo porque también perdió en Santa Cruz, provincia originaria del poder político del matrimonio gobernante. Hay que agregar, para los que las instituciones y su funcionamiento nos importa, que, además, perdió el control del Congreso y la bancada de gobierno (si es que eso existió alguna vez) quedó reducida al estatuto de minoría más numerosa.
Las interrogantes que abre este resultado son múltiples. La primera es la de saber cómo va a hacer la Presidenta Cristina Kirchner para gobernar con minoría en el Congreso. Tanto su marido como ella se han conducido como reyezuelos de sainete, ignorando toda voz opositora, "ninguneando" toda propuesta que no surgiese del riñón más estrecho que rodea a la Presidencia, maltratando muchas veces a sus propios aliados, falsificando los indicadores económicos y, por sobre todas las cosas, violando reiteradamente el ordenamiento constitucional y legal vigente a su gusto y conveniencia.
Conociendo la política argentina, seguramente el gobierno encontrará aliados circunstanciales para diferentes instancias que requieran del voto parlamentario y, en caso de no obtenerlo, la Presidenta comenzará a gobernar por decreto. Eso no sorprendería a nadie. En todo caso, en la materia, hubo un primer gesto que pretendió ser tranquilizador: mientras su consorte presidencial renunciaba a la Presidencia del Partido Justicialista, Cristina Kirchner hizo buena letra en una conferencia de prensa y declaró que ante la inexistencia de una mayoría parlamentaria, ella debería realizar acuerdos políticos para continuar con el gobierno. Es posible que alguien crea que esa será su intención (no es nuestro caso), pero lo difícil va a ser encontrar con quién hacer esos acuerdos.
Y no solamente por la incivilidad sistemática desplegada en el ejercicio desaforado del poder que han usufructuado hasta ahora. La posibilidad de continuar este gobierno está comprometida porque la segunda interrogante abierta por el resultado de las elecciones es que, conocido el perdedor, todavía queda por determinar quien fue el ganador. Y, para ejecutar ese papel de "ganador" de estas elecciones/plebiscito hay muchos candidatos: Macri, Reutemann, Cobos, y ya irán apareciendo "outsiders". Porque precisamente en la medida en que se trató de un plebiscito, el ganador de esta contienda se transformó, automáticamente, en el candidato "favorito" para las elecciones presidenciales que deberían de realizarse si Cristina Kirchner termina su mandato. Recordemos que este condicional no es un capricho de editorialista: en la Argentina casi siempre los gobiernos se acaban antes de terminar el mandato constitucional.
Sin mayoría parlamentaria, generando muy serias dudas sobre su capacidad de gobernar acordando políticamente (y no imponiendo), y seguramente acosado por los candidatos al "post kirchnerismo" que ya están apareciendo por obra gracia de lo que debió ser una simple elección de renovación parcial del Congreso, es muy probable que este gobierno tenga, no los días, pero sí los meses contados.
Ojalá que no sea así aunque la historia argentina de 1930 en adelante, la historia del peronismo y la historia de este singular matrimonio presidencial, todas apuntan hacia un desenlace oscuro. Como casi siempre, la democracia argentina nunca llega a la cita con la historia de ese país.