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Desde que tenemos recuerdos sobre las opiniones que genera la concesión de los Premios Nobel por los comités encargados de seleccionar los candidatos y de proceder a la elección de los premiados, luego de la selección final, casi siempre parece generarse algún tipo de polémica en la opinión pública internacional.
En el pasado, quizás las polémicas más arduas las generaban los Premio Nobel de Literatura. Materia más opinable que la medicina, la física o la química, la selección del Nobel de Literatura disparaba millones de líneas en la prensa y una cantidad no menor de reuniones, formales e informales, entre literatos y críticos literarios generalmente destinada a denostar la selección de algún afortunado autor.
Con algunas excepciones (un ejemplo de premio relativamente bien recibido, al menos en estas latitudes, fue el otorgado a Nelson Mandela en 1993; un ejemplo de premio particularmente polémico, el otorgado a Henri Kissinger en 1973), los premios Nobel de la Paz en el mundo de hoy suelen desnudar la misma mezquindad de la opinión pública que los de Literatura. En otras palabras, por alguna razón, o por la otra, la opinión pública internacional suele inflamarse en su desacuerdo, cuando no en su indignación, por la selección realizada.
El hecho que, este año, el mencionado premio fuese otorgado al presidente de los EE.UU., Barack Obama, no hizo más que amplificar el impacto que la selección del personaje premiado tuviere ante la opinión.
1.- En lugar de editorializar sobre la más que secundaria pregunta de si Obama “merece o no merece el premio”, lo que resulta interesante, en primer lugar, es hacer una breve reseña de quienes fueron los que se indignaron con el premio y quienes lo tomaron como un hecho relativamente razonable.
En nuestra inefable América Latina, como cabía de esperarse, los gobiernos de Venezuela y Cuba se precipitaron a criticar la selección del presidente Obama: “…una burla…” , clamó una ignota “Defensora del Pueblo de Venezuela” : “…no puede obtener un premio de la paz el principal representante de una potencia bélica!” Desde la Habana, el estilo es más o menos el mismo. El resto de los países latinoamericanos mostraron grados más o menos explícitos de aprobación dándole al acontecimiento la dimensión relativa que efectivamente tiene, particularmente, para esta apartada región.
Más importante fue la reacción positiva, casi unánime, de los líderes políticos europeos que, además de haber podido establecer en poco tiempo un diálogo sustantivo con Obama muy superior al que tenían con la administración norteamericana anterior, son conscientes que el 77% de la opinión pública europea manifiesta marcadas simpatías para con el presidente norteamericano. Hasta Rusia, incluido el ya legendario Gorbachev, se manifestó conteste con la elección del Comité Noruego. En realidad en Europa, quien manifestó reservas fue Lech Walesa que recurrió al expediente miope de argumentar: ¿por qué Obama, si todavía no ha hecho nada?
En el Medio Oriente, tanto Mahmoud Abbas como los líderes israelíes, que se encuentran todos comprometidos en una difícil negociación en la que Obama los incita a encontrar soluciones a la brevedad, se felicitaron por el premio. Y el mismo Irán, a través de la secretaría de prensa del más que cuestionado Mahmoud Ahmadinejad, intentó una suerte de curiosa “declaración” destinada a evitar tanto la crítica como la condena sin por ello aprobar explícitamente la premiación. A nadie habrá de sorprender, en cambio, que Hamas fuese crítico, tanto de la elección realizada, como del premio mismo.
Como era previsible, donde más dudas y críticas se generaron fue en los EE.UU. Es evidente que, allí, el premio de Obama entra a jugar directamente en la interna política donde una mayoría republicana se manifestó en contra así como varios sectores del propio partido demócrata. No es éste el lugar para desentrañar las innumerables razones que determinaron críticas y elogios pero a nadie escapa que estas reacciones están relacionadas con las discrepancias generadas por los diferentes “frentes” internos (salud, disciplinamiento del sector financiero, Guantánamo, reforma migratoria, etc.) abiertos por el presidente
Dejando de lado, entonces, los EE.UU., como podrá apreciarse, con alguna excepción no muy clara como la de Lech Walesa, el premio fue esencialmente criticado por quienes ejercen un “anti-americanismo” cerril y sistemático.
2.- El segundo tema tiene que ver con un intento de evaluación de cómo ha recibido el propio Obama el reputado premio. Aunque es evidente que nadie recibe el Nobel de la Paz si no se postula más o menos enérgicamente a él, no nos queda muy claro si este galardón no corre el peligro de tranformarse, sino en un problema, al menos en “un flanco” más desde el que Obama comenzará a ser rápidamente criticado en el futuro.
En efecto, aunque la semiótica y el ritual de recepción fuese impecablemente manejado por Obama (“…sorpresa…”, “…creo que no me lo merezco...”, etc.), no es imposible que este premio vaya a ser traído sistemáticamente a colación cada vez que el presidente de los EE.UU. decida tomar algunas decisiones drásticas que, muchas veces, los presidentes de las grandes potencias han de tomar.
3.- Por último, quizás sea de interés analizar someramente la falta de consistencia que tiene el argumento de que el premio es inmerecido “…porque Obama todavía no ha hecho nada…”. El razonamiento, en primer lugar, ignora una de las reglas básicas de la política: tener en cuenta no solamente “lo que se hizo” sino que, también es necesario registrar, “lo que se logró evitar”.
Desde esta perspectiva, el trabajo de Obama ha sido significativo. Aunque nadie en su sano juicio diría que Obama ha logrado “evitar” la crisis económica (eso está lejos de terminar), no es menos cierto que sus decisiones, tanto en el nivel nacional como internacional, han sido determinantes para detener el deterioro de una situación, primero financiera y luego económica, que podría ser hoy realmente catastrófica.
En el mismo orden de cosas, cabe señalar que, en el terreno internacional, en casi todos los frentes conflictivos complejos heredados de la administración Bush, Obama ha hecho un excelente trabajo de “damage control”.
Pero, en segundo lugar, también conviene dejar establecido qué quiere decir “hacer” en política. Aunque nadie puede ignorar que el “hacer en política” puede ser evaluado sobre la base de criterios empíricos que contabilicen “hechos” (leyes aprobadas, conflictos resueltos, tratados firmados, despliegue o repliegue de tropas, apertura de mercados, etc. etc.), tampoco es posible ignorar que el establecimiento de un nuevo estilo de diálogo, la apertura de nuevas instancias de discusión, la convocatoria de nuevos actores a un diálogo languideciente, constituyen también logros en el campo de la política. Y en eso Obama ha avanzado notablemente en los escasos meses que lleva de gobierno.
En resumen, por prematuro que parezca el premio otorgado al Presidente Obama, la cuestión no es reaccionar escolarmente en búsqueda de un inventario de “realizaciones políticas” concretadas: se trata de comprender que el premio (cuya trascendencia real, por otra parte, es relativa) es un premio a una concepción aparentemente nueva del “lugar”, del discurso y de las políticas internacionales de los EE.UU. hacia el mundo que, el Comité de Oslo decidió, con todo derecho, premiar. Lo demás es anécdota.