jueves, 30 de julio de 2009

EE.UU. y CHINA en búsqueda de un nuevo diálogo



Los días 27 y 28 de julio se llevó a cabo en Washington una nueva sesión del algo rutinario diálogo anual entre ambos países que fuese oportunamente establecido por el Presidente Bush en años anteriores. Sin embargo, esta vez, la primera que el diálogo se realiza bajo la presidencia de Barack Obama, las cosas parecen haber adquirido otro interés.

En el pasado, el diálogo anual sino-norteamericano se llevaba adelante entre funcionarios de alto rango, pero no siempre participaban los principales actores de cada gobierno. Por otra parte, tal como fuese concebido en la era Bush, las conversaciones que se llevaban adelante entre las dos potencias estaban claramente centradas en los aspectos económicos, y fundamentalmente comerciales, que preocupaban a ambos gobiernos.

La reunión que se llevó a cabo en Washington hasta el martes 28 no se parece mucho a los encuentros del pasado. Para comenzar, la delegación norteamericana está dirigida por Hillary Clinton, a quien acompaña Tim Geither, nada más ni nada menos que el Secretario del Tesoro, además de Larry Summers, Ben Bernanke y otros. Del lado chino, aparentemente, la delegación es un poco más modesta: la encabeza el vice primer ministro Wang Qishan y el vice ministro de RR.EE., Dai Bingguo.

Pero la mayor novedad radica en que el presidente Obama, en su discurso inaugural, imprimió desde el inicio un tono totalmente distinto al que venía reinando en anteriores reuniones. Sin ignorar la importancia del contencioso comercial y financiero, Obama "abrió la cancha" planteando una discusión de carácter global, y sobretodo de corte estratégico, entre ambos países que incorpora a la agenda los más diversos temas. La crisis económica mundial, la proliferación nuclear (en los casos específicos de Corea del Norte e Irán), el calentamiento global y el cambio climático, el terrorismo internacional, el desastre humanitario de Darfur e, incluso, asuntos tan espinosos para la China como el respecto al derecho de las minorías étnicas, linguísticas o religiosas.

Esta ampliación de la agenda, desde luego, no debería ser considerada una mera adición taxativa de nuevos temas: de lo que se trata es una propuesta formal de cooperación abierta que el presidente de los EE.UU. dirige directamente a China, en torno a los temas mencionados y/o a otros que pudiesen surgir en el futuro. Esta ampliación no es, entonces, una mera cuestión temática. En realidad, considerada desde una perspectiva semiótica, es un signo claro de que los EE.UU. están reconociendo en la China un "partenaire" estratégico a nivel global lo que significa, entre líneas, que los EE.UU. consideran que estarán dialogando con una potencia que, de alguna manera, "juega en la misma liga" que ellos. Y esto está muy lejos del tono más bien paternalista y didáctico que generalmente ensayaba la anterior administración en este diálogo, bajo la mirada paciente, y algo condescendiente, de los altos funcionarios chinos.

Al respecto resulta interesante retener algunas de las frases del discurso inaugural de Obama. La prensa internacional retomó, innumerables veces, la frase que reza: "Las relaciones entre los EE.UU. y la China determinarán el siglo XXI". La prensa norteamericana, por su parte, retomó otra frase que dice: "Los lazos entre los EE.UU. y la China son tan importantes como los de cualquier relación bilateral en el mundo". No es difícil percibir que existe un cierto nivel de contradicción entre ambas afirmaciones, lo cual no es sorprendente ya que la primera frase está destinada a la China y a algunos grandes países "complicados" del escenario internacional, mientras que la segunda es para consumo "doméstico". Pero quizás el punto medio entre ambas afirmaciones, y la señal sustantiva, estén en la insistencia de Obama en que "…ambos países comparten intereses comunes…" y que "…el desarrollo de dichos intereses, mediante la mutua cooperación, permitirá el progreso de nuestra gente porque nuestra habilidad para cooperar mutuamente es el pre-requisito para el avance de muchos de los desafíos globales más urgentes."

En otras palabras, el mensaje general enviado por Obama es una bienvenida formal al selecto grupo de los "grandes decisores" de la política internacional, cosa que China seguramente agradecerá. No sólo porque la afirmación es adecuada a la actual realidad internacional post-crisis: también porque la China viene aspirando a oír esa afirmación desde que los países occidentales comenzaron a atropellar su espléndido aislamiento, allá por fines del siglo XIX.

Y sería un error interpretar esta franca apertura en el diálogo con la China como una concesión graciosa del presidente Obama. Hoy, la China es el principal financista de los EE.UU., puesto que detenta aproximadamente 800.000 millones de dólares en bonos estadounidenses; su economía (si creemos las declaraciones de sus responsables oficiales) habría crecido un 7.9% en el segundo trimestre de este año y el índice de la Bolsa de Shanghai se ha más que duplicado desde octubre del año pasado. En otros términos mientras que la economía norteamericana se arrastra laboriosamente para ver si sale de la crisis, la economía china parecería estar al límite de recalentamiento. Las cifras del crédito otorgado por el sector financiero chino son en realidad preocupantes ya que están siendo acompañada, entre otros síntomas, por una explosión de los precios del sector inmobiliario.

Pero como las dos economías están tan íntimamente ligadas e imbricadas, y en cifras abrumadoras, sólo corresponde negociar y negociar atinada e inteligentemente. La China se inquieta por las medidas de relanzamiento de la economía americana que amenazan con devaluar los títulos que detenta, mientras que los EE.UU. se indignan por la paridad del yuan que sigue haciendo a los productos chinos altamente competitivos en el mercado americano e internacional. De un embrollo de este tamaño sólo se sale entre los dos porque el tropiezo de uno significa, seguramente, casi la caída del otro.

Por ello, más allá de lo complejo de la situación financiera, económica y comercial que los vincula, lo que el Presidente Obama ha hecho es reconocer que la China es, ante todo, una prioridad fundamental para su país y para el mundo.

Con este nuevo "label", China es el interlocutor que quizás permita a los Estados Unidos ponerle un coto a Corea del Norte. En la medida en que son los 2 países más contaminadores del planeta quizás puedan acordar algo sustantivo en la materia, para no llegar a fin de año a la conferencia de Copenhagen en la insostenible posición de enfrentarse al mundo entero en el tema del calentamiento climático. Frente al tema del terrorismo hay seguramente puntos de acercamiento. De igual manera ante la incontenible tendencia al fortalecimiento del proteccionismo en el mundo entero, es presumible que haya bastantes puntos en común.

En realidad, la lista de temas es impredecible porque, de ahora en más, lo que sí quedó claro, es que los EE.UU. habrán de tomar sistemáticamente en cuenta, y de manera muy atenta, la posición de una China cuya importancia acaba de ser reconocida, y consagrada, en toda su dimensión.

jueves, 23 de julio de 2009

IRÁN, LA CEGUERA Y SUS FRUTOS


Como es de todos conocido, la reelección de Mahmud Ahmadinejad, el 12 de junio pasado, resultó ser el inicio de una serie de conmociones políticas que muchos analistas consideran ha desembocado en la mayor crisis padecida por el régimen político creado en 1979 por la Revolución Islámica del Ayatollah Jomeini.

Cuando del régimen imperante en Irán se trata, conviene, al menos en lo que nos concierne, recordar imperativamente dos cosas. La primera es que nuestro conocimiento de lo que acontece efectivamente en el Irán post-Jomeini es siempre limitado y relativo. Por mucha información que tengamos de los distintos enviados de los medios y de las diversas fuentes presentes en ese país, subsiste una importante cuota de desinformación que parece ser un "gap" difícil de zanjar para una mirada occidental. La segunda cuestión que conviene tener en cuenta es que ese "desconocimiento" relativo de la mecánica política, económica, social reinante en el Irán teocrático de nuestro tiempo no sólo es achacable a las limitaciones de nuestras fuentes y/o al secretismo del régimen. No, lo que hay que tener en cuenta es que hay una serie de principios, de elementos consuetudinarios y de fundamentos constitutivos de la vida política iraní que resultan ser perfectamente ajenos a nuestra aproximación intelectual y filosófica de la política. Un buen ejemplo de este malentendido se refleja en buena parte de la prensa occidental internacional que trata al movimiento contestatario de las elecciones encabezado por Mir Hussein Musavi, como si fuese un movimiento "de izquierda", "progresista" o "democrático", casi de occidental, que se encontrase enfrentando una dictadura totalitaria parecida a las que estamos habituados en Occidente.

En realidad, la aplicación de estos adjetivos al movimiento contestatario iraní es más una necesidad de los medios, que requieren designar, de manera inteligible para los lectores occidentales, las diferencias aparecidas, que una precisa y adecuada descripción de las reales diferencias políticas que parece emerger. Desgraciadamente para nuestra vocación simplificadora y occidentalo-centrista, las cosas parecen ser infinitamente más complicadas.

Por alguna razón que no comprendemos a cabalidad, el actual Presidente Ahmadinejad, apoyado por el "Guía supremo", Alí Khamenei, hubo de intervenir de manera ilegítima y más o menos abiertamente en los resultados de las pasadas elecciones. Esta intervención determinó que vastos sectores de la población iraní saliesen a las calles y protagonizasen una serie de manifestaciones sistemáticas de protesta (que todavía no han terminado totalmente a pesar de la represión). Igualmente, una poderosa oleada de contactos y redes de Internet se desarrolló intensamente, burlando los intentos de control de las autoridades. Esta "movilización popular", cuyo objetivo más aparente era la más que improbable anulación de las elecciones y su nueva realización, parece haber entrado en una fase de lento decaimiento luego de que tanto Ahmadinejad como Khamenei, incapaces de divisar la trascendencia de lo que estaba en juego, decidieron hacer caso omiso de esos reclamos.

Hoy, lo que resulta altamente sorprendente es que, en los últimos días, desde las entrañas mismas del régimen, y también desde su cúpula, aparecen voces dispuestas a retomar y reformular las demandas populares y, en esencia, vuelven a pedir una nueva consulta de tipo referendario que salde de una buena vez la disputa abierta sobre la legitimidad de las cuestionadas elecciones.

En un régimen como el iraní, nadie pensó nunca que las demandas populares tuviesen algún tipo de chance de ser oídas "per se". Pero lo que sí resulta novedoso es que personajes provenientes del más puro "establishment" de la Revolución Islámica se hallen ahora alineados contra el Presidente Ahmadinejad. El candidato perdedor, Mir Hossein Musavi, prácticamente detenido en su domicilio desde hace semanas, es un conservador, cofundador con el Ayatollah Jomeini del Partido Islámico, que desde el primer momento reclamó contra el resultado de las elecciones. Pero el sábado pasado, Alí Hashemi Rafsanjani, antiguo presidente, reclamó la liberación de los detenidos y declaró que el gobierno Ahmadinejad había perdido la confianza de los iraníes. Como si esto fuese poco, el domingo, es decir 48 horas después, otro ex presidente, Mohamed Khatami, que también pertenece al cerno más íntimo de la Revolución, acaba de hacer un llamado público para que se convoque a un plebiscito que se pronuncie sobre las cuestionadas elecciones. En otros términos: en el seno mismo de la Revolución Islámica, aparecen hoy dos sectores abiertamente enfrentados, que desde hace tiempo mantenían distintas escaramuzas y tironeos tanto en política nacional como internacional. Pero nada indica, sin embargo, que esto sea una disputa entre una fracción "moderada" y "reformista" y otra mucho más "tradicionalista" e "integrista". Es más; creer que estamos ante una dicotomía de este tipo es como pretender que existan "talibanes moderados". Semejante afirmación está al límite de la aporía.

Lo que permanece siendo cierto es que la división en el interior del régimen cada vez es más notoria y lo más probable es que el conflicto esté planteado entre las dos grandes "driven forces" de la República Islámica: la élite clerical de los Ayatollahs, por un lado, y las fuerzas armadas (particularmente los Guardianes de la Revolución Islámica) por el otro. En los treinta años de revolución que han pasado ambos sectores han sido quienes han tomado las decisiones clave, impulsado los proyectos más importantes (entre los que destaca el programa nuclear) e, incluso, manipulado abiertamente la (s)elección de las autoridades políticas. Todo indica que los países limítrofes, así como los analistas internacionales de todas partes, harían bien en olvidarse de la posibilidad de algún tipo de "apertura" política de parte del régimen iraní. Allí todo indica que, de lo que se trata, es de una contienda entre integrismo religioso y autoritarismo militar. Y esta disyuntiva, vista desde Occidente, no es particularmente atractiva.

jueves, 16 de julio de 2009

LA GUERRA EN AFGANISTÁN







LA GUERRA EN AFGANISTÁN

De todas las operaciones militares internacionales en marcha en el mundo de hoy, quizás la que cuenta con total legitimidad jurídica, y la que tuvo en su momento más apoyo político en los países desarrollados, es la intervención en Afganistán. Llevada adelante por la OTAN, y con el visto bueno de las Naciones Unidas, muchas veces esta costosa guerra hubo de quedar opacada a los ojos de la opinión pública por la, mucho menos legítima, intervención norteamericana en Irak. En la ISAF, nombre oficial de la misión militar en Afganistán, participan 42 estados miembros de los Naciones Unidas, entre los que se distinguen los EE.UU. con 28.850 hombres, Gran Bretaña con 8.300, Alemania con 3.380, Canadá y Francia con, respectivamente, 2.830 y 2.780 hombres.

En la segura confusión que existe en la opinión pública internacional entre estas dos intervenciones colaboró de manera sustantiva el gobierno de Bush al pretender vincular su presencia en Irak con los talibanes y con el terrorismo internacional.

Durante la visita que realizó a Ghana, el presidente Obama hizo declaraciones importantes en torno a sus expectativas frente a una guerra que, desde que llevó a cabo su campaña electoral, el entonces candidato destacó como una de sus preocupaciones fundamentales en el frente internacional. Obama señaló la urgencia de cambiar la óptica política con la que había sido llevada adelante la guerra: reclamó un esfuerzo militar más intenso, abogó por una paulatina "afganización" de las unidades militares y policiales que combaten a los talibanes y llamó a poner en marcha un proceso de desarrollo económico y social en ese país.

Y vaya si tuvo, y tiene, razón. La guerra en Afganistán no solamente no ha terminado sino que, en muchas aspectos, ha quedado empantanada entre tres elementos que explican bastante claramente la indefinición militar actual: la debilidad relativa del esfuerzo norteamericano que hubo de concentrar sus esfuerzos en la "aventura" irakí, las permanentes dudas de muchos países europeos que renacen regularmente cada vez que algún soldado connacional pierde la vida y la permanente capacidad de recuperación de los talibanes que, en el contexto socioeconómico sin alternativas reales en el que vive el campesinado afgano, resultan ser la única "opción" vital para miles de jóvenes muchas veces desarraigados de sus regiones natales

Con razón, entonces, el presidente Obama se inquieta. Por un lado es consciente que, ante las elecciones presidenciales y provinciales que deben llevarse a cabo el 20 de agosto próximo, es necesario fortalecer un gobierno afgano que todavía está muy lejos de poder garantizar nada parecido a una razonable gobernabilidad en el país. Es más, recordemos que hace aproximadamente un mes, las tropas del vecino Pakistán hubieron de intervenir porque los talibanes no solamente se habían adentrado en territorio pakistaní: estaban a unos 300 kilómetros de la importante ciudad de Peshawar. Es decir que, en la compleja realidad geográfica y social afgana, aunque el norte del país se encuentra medianamente controlado militarmente, la parte sur del país, o "Helmand", es un "no-man´s land" donde los grupos talibanes operan sin mayor riesgo.

Conscientes de ello, y sacando conclusiones de la mencionada ofensiva llevada a cabo en territorio pakistaní por talibanes de ambas países, el nuevo mando militar de ISAF, el Gral. Stanley McChristal, acaba de poner un marcha, desde finales de junio, una fuerte ofensiva en la cual se abandona la táctica de los "raids" aéreos y los bombardeos, para reemplazarla por un despliegue territorial de la fuerza de intervención que asegure el control directo del territorio a largo plazo. Para ello puso en marcha dos operaciones, las dos orientadas directamente hacia el sur del país, en el corazón de los territorios controlados por los talibanes.

La opción es entendible: los bombardeos no eran suficientemente precisos, causaban daños irreparables en la población civil y, sobre todas las cosas, no permitían el contralor del territorio durante un período duradero. En el momento en el que, tanto el Presidente Obama como todas las cancillerías europeas, adquieren consciencia que la guerra en Afganistán sólo habrá de terminarse si en este país se instala un gobierno creíble sostenido políticamente por una sociedad y una población que ya no encuentre más su "modus vivendi" en el bandolerismo, el cultivo de la amapola y el tráfico de droga, es evidente que no alcanza con "despejar" temporalmente regiones afganas de la presencia talibán. Se impone controlarlas y, sobre esa base, comenzar un verdadero trabajo de desarrollo que requiere de la participación sostenida y sistemática de la población civil, de las múltiples tribus, clanes y familias que conforman el entramado de la primitiva pero compleja sociedad civil de Afganistán.

Es en este sentido que se dirigió la intervención del Presidente Obama y es también en esa dirección que el sentido común indica que debe reorientarse el esfuerzo militar en ese país. Mientras la presencia de los países occidentales solo tenga un sentido "punitivo" es muy probable que los talibanes continúen siendo invencibles. Pero si la presencia militar es acompañado de un despliegue de oportunidades de desarrollo económico y social, la ecuación es probable que cambie. Si la población afgana percibe que la presencia la ISAF no es un mero castigo ni una arbitrariedad; si percibe que está asociada a una oportunidad para reconstruir tanto el país como sus vidas, entonces quizás podremos ver un final razonable a esta sangrienta situación.

El desafío para el presidente Obama y algunas cancillerías europeas radica en que este nuevo enfoque lleva implícito un compromiso militar y financiero mucho más fuerte de los países occidentales en aquel país. Aunque los Estados Unidos ya han comenzado el despliegue de 21.000 soldados más, los gobiernos europeos enfrentan dificultades políticas crecientes en sus respectivos frentes internos.

Aunque el gobierno de Sarkozy se mantuvo firme ante la emoción generada en Francia por las primeras muertes significativas de soldados de esa nacionalidad hace algunos meses, la realidad política no es la misma en Gran Bretaña y, sobretodo, en Alemania. En las recientes ofensivas destinadas a controlar mejor el sur de Afganistán, las tropas británicas tuvieron quince bajas en pocos días. Ello levantó una polvareda política de importancia que, aunque no cuestionó la participación británica en el esfuerzo de guerra, si cuestionó al gobierno por las muertes sufridas por el ejército.

Por su parte, el gobierno de Angela Merkel, se encuentra frente a una población cada vez más hostil a la participación de ese país en la guerra. Todavía acostumbrada a una Bundeswehr casi "desmilitarizada", la opinión pública alemana ve con muy malos ojos la participación de sus soldados en una verdadera guerra. Consciente de las dificultades crecientes de sus socios europeos, Obama no se limitó a señalar que el compromiso en Afganistán seguía en pie: señaló con crudeza que el riesgo de un ataque terrorista, cuya última raíz se encuentre en Afganistán, es más alto para Londres que para los Estados Unidos.

Sean cuales fuesen los resultados de las ofensivas en marcha, e independientemente de los avatares políticos a los que se encuentran sometidos los gobiernos europeos por el desgaste político generado por la guerra, es evidente que la presencia occidental en Afganistán ha de durar todavía un largo tiempo. Por desagradable y desdichada que resulte la tarea, se trata de una realidad política que los países occidentales deben de enfrentar. Es necesario que lo hagan de manera inteligiente y en el marco del respeto a los valores que Occidente pretende representar. De no ser así, más allá de los resultados militares finales, el costo ético final de este conflicto terminará recayendo sobre las propias sociedades occidentales.