“Chau, querida”
Nº1859 - al de Marzo de 2016
por Claudio Paolillo
Los miles de millones de dólares que cayeron del cielo durante la
“década china” dejaron en América Latina, además de una modesta mejora
en la vida concreta de las personas, un verdadero tendal de corrupción.
Siempre se robó abundantemente en esta región del mundo. Pero el
volumen gigantesco de dinero fresco que entró en este período y la
coincidencia de que estuvieran en el ejercicio del poder gobiernos cuya
enorme corrupción permanecía oculta bajo el manto sagrado de la “santa
izquierda”, está dejando al descubierto un nivel de latrocinio, mentira e
inmoralidad pocas veces visto en la historia.
Hay que remontarse a las épocas de las peores dictaduras de derecha
(Trujillo, Stroessner, Somoza) para encontrar antecedentes de corrupción
tan grandes. Los robos del “neoliberalismo” parecen peccata minuta
ante el volumen y la magnitud del aquelarre cuya revelación estamos
apenas comenzando a conocer en estas semanas. ¿Qué es la pista que
Carlos Menem se hizo construir en Anillaco (La Rioja) frente a las
paladas de dinero que hicieron los Kirchner durante los 12 años de su
reinado? ¿Cómo se compara la corrupción de Fernando Collor de Mello en
Brasil ante los miles de millones de dólares que se fueron en el mensalao, el petrolao y el lava jato
de Lula y el PT? Carlos Andrés Pérez robaba también en Venezuela. Pero
ha quedado como un “chico travieso” frente al apoderamiento sistemático
de decenas de miles de millones de dólares con que el chavismo ha
llenado sus bolsillos (los de los generales, los de los amigos, los de
la “boli-burguesía”) durante los últimos 17 años.
Aquel manto sagrado ya no protege a nadie. La “izquierda” enterró su
“santidad” y, con ella, su supuesta superioridad ética. Ahí está Lula
confesando su culpa al aceptar un Ministerio que Dilma le tiró como
salvavidas para eludir a la Justicia y evitar la cárcel. “Chau,
querida”, le responde Lula a Dilma en una conversación telefónica
bochornosa difundida esta semana, en la que la presidenta le anuncia que
le envía un documento en el que lo nombra nada menos que como ministro
de gobierno, para que lo use “solo en caso de necesidad”. (¿Qué no
hubiera dicho la “izquierda” si en 1992 Collor de Mello, en vez de
renunciar, se hubiera hecho proteger por algún tipo de inmunidad para no
ir preso?). Ahí está la banda de los Kirchner concurriendo a los
tribunales un día tras otro, ahora que los jueces se animan. Ahí está lo
que queda del chavismo, aferrándose al poder solo para seguir robando
lo que quede disponible y, sobre todo, para impedir que un día jueces
independientes en Venezuela los pongan tras las rejas. Y ahí está el
Plenario del Frente Amplio, dominado por el mujiquismo, el comunismo y
el socialismo radical, respaldando a los “ladrones amigos” —a sabiendas
de que son ladrones— y aplaudiendo las mentiras del vicepresidente de la
República porque, a fin de cuentas, es un “compañero”. Y, ya se sabe,
si es “compañero” y “amigo”, puede robar y mentir.
Tengo la impresión de que a la izquierda de antes, la de Frugoni, la
de Arismendi, la de Seregni, la de Michelini (padre), la de Sendic
(padre), le hubiera causado vergüenza el comportamiento de sus
sucesores. Pero es solo una impresión personal.
La vergüenza de la corrupción —que, desde ya, no es monopolio de
estas “izquierdas” y que siempre existió y existirá a un lado y otro del
espectro político e ideológico— puede ser mayor o menor según los
sistemas institucionales de gestión que se apliquen en cada país.
Felipe González fue, durante 14 años, presidente de España
(1982-1996). Dirigentes de su partido (el Partido Socialista Obrero
Español, PSOE) e integrantes de sus gobiernos se vieron envueltos en
episodios de corrupción. Uno de los más notorios fue el llamado “caso
Filesa”, una trama de empresas (Filesa, Malesa y Time-Export)
cuyo objetivo fue la financiación ilegal del PSOE para la campaña
electoral de 1989. ¿Cómo se hacía? Sencillo: se inflaban contratos
públicos y se recibían coimas.
Más de un cuarto de siglo después, con 74 años de edad y ya retirado
de la política activa, González —que fue salpicado por las denuncias
pero nunca fue imputado personalmente— sabe lo que significa la
corrupción para la salud y la credibilidad de los partidos políticos en
una democracia.
Quizá por eso, en octubre pasado hizo una propuesta
práctica para “mejorar la transparencia” pública y “luchar con más
eficacia contra prácticas corruptas”.
Hablando durante la XXI Reunión Plenaria del Círculo de Montevideo en
la Universidad de Alicante (España), González planteó que los gobiernos
(nacionales y locales) introduzcan “un software de ingresos y gastos en el momento en que aprueban el presupuesto”, de modo que la gente pueda informarse online
y “día a día” sobre “cómo funcionan los ingresos previstos en el
presupuesto y cómo evolucionan y se van ejecutando los gastos”. Eso,
dijo González, “se puede hacer tecnológicamente y prácticamente sin
ningún costo”.
“Créanme que los problemas que se plantean a veces de corrupción y
corruptelas están en la ejecución del gasto, porque se retrasa una obra,
porque no se hace una contratación a su tiempo, porque hay un
sobrecosto, etcétera. Eso se puede hoy transparentar con absoluta
eficiencia”, opinó.
Imaginemos que un software como el que sugiere González
hubiera funcionado para Ancap durante los últimos 10 años, o para la
desaparecida Pluna, o para el Fondes, o para Alur; o, antes de los
gobiernos frentistas, para la Corporación Nacional para el Desarrollo,
para el Ministerio de Transporte y Obras Públicas, para el Banco
Hipotecario, para el Banco de Seguros. Si la gente hubiera podido saber,
día a día, cómo se gastaba su dinero, ¿los circunstanciales
administradores no se hubieran cuidado mucho más a la hora de ejecutar
gastos de dudosa legalidad o de difícil justificación ética?
¿Cuánto despilfarro se ahorraría con un instrumento como ese? En el
gobierno nacional, en los gobiernos departamentales, en las Alcaldías,
en el Poder Legislativo, en el Poder Judicial, en las Juntas
Departamentales, en las empresas públicas, en los servicios
descentralizados, en los bancos públicos…¿cuánto?
El viernes 11, el periodista argentino Jorge Lanata escribió que “robar desde la izquierda tiene charme.
Ahora resulta que hay un complot continental que ‘obligó’ a distintos
líderes regionales a volcarse al bolsillo ajeno”. Y mencionó a la
chilena Michelle Bachelet, al boliviano Evo Morales, a Lula y Dilma, a
Nicolás Maduro y a Cristina Kirchner. “A la hora de gobernar hemos visto
que la supuesta izquierda ocupa el poder como la peor de las derechas.
La ideología y la moral no conectan necesariamente”, concluyó.
Es verdad que ahora les tocó a los partidos de “izquierda” porque son
los que han ejercido el gobierno en los últimos años. Pero una regla
como la sugerida por el ex presidente español sería útil para gobiernos
de cualquier tendencia. Después de todo, no importa si son
izquierdistas, centristas o derechistas cuando están en el poder. En una
democracia, su tarea es administrar recursos públicos que pertenecen a
los ciudadanos; no a los gobernantes.
Cualquier control respecto a lo que hacen con ese dinero es siempre
necesario. Mucho más cuando la corrupción empieza a ser parte del
paisaje habitual.
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