De Munich a Varsovia: la OTAN busca nueva estrategia
23 / FEB / 2016
ALBERTO PÉREZ VADILLO - Analista internacional.
La última Conferencia de Seguridad de Múnich no ha dejado espacio para el optimismo. Las élites allí reunidas demostraron no compartir un relato común
acerca de la miríada de desafíos a la seguridad y paz internacionales a
los que se enfrentan, y menos aún un acuerdo sobre cómo afrontarlos.
Esto es manifiesto en las relaciones entre la OTAN y Rusia y en sus implicaciones para la defensa del territorio aliado.
Dos años después de la anexión de Crimea y de la intervención militar, más o menos encubierta, de Rusia en el este de Ucrania,
Washington, sus aliados y Moscú son incapaces de acercar posturas en
materia de seguridad europea; no cabe esperar cambios en la trayectoria
de sus políticas. Aunque en Múnich las palabras del primer ministro ruso
Dmitri Medvédev revelaron cierto deseo de conciliación, esto en sí mismo no es nada nuevo; Moscú ha seguido esta línea desde la adopción de los Acuerdos de Minsk II para lograr la paz en Ucrania y ha aprovechado toda oportunidad, incluyendo la lucha contra el Estado Islámico,
para convencer a Occidente de la necesidad de cooperar con Rusia,
dejando la cuestión ucraniana atrás. Sin embargo, Rusia sigue sin
convencer en las capitales europeas, y figuras del Kremlin hasta ahora
tenidas en cierta consideración en círculos diplomáticos, como el
ministro de asunto exteriores Serguéi Lavrov, empiezan a ver su credibilidad dañada.
La desconfianza se refleja en todos los planos. Merece la pena subrayar el debate
suscitado sobre cómo interpretar la mención a una “nueva guerra fría”
por parte de Medvédev: ¿una amenaza o un aviso, tétrico pero
bienintencionado, sobre lo que se debe evitar? ¿Una caracterización del
momento actual o uno de los posibles futuros para Europa? Posiblemente
ambas cosas. Es precisamente esta ambigüedad, unida a la asertividad
rusa de los últimos años, lo que enmarca la respuesta de la OTAN a su
tarea central: la defensa de la soberanía de sus miembros. Con la
ansiedad de los Estados bálticos, Polonia y otros aliados en el flanco
oriental en mente, Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, afirmó en Múnich la necesidad de “enviar una poderosa señal para disuadir cualquier agresión o intimidación”.
La forma que deberá adoptar esta señal será precisamente lo que ocupe
la atención de los jefes de Estado y de gobierno aliados en la cumbre de Varsovia, prevista para julio.
El quid de la cuestión será en qué medida la OTAN decida abandonar los compromisos del Acta Fundacional para sus relaciones con Rusia,
adoptada en 1997. En este documento la Alianza declaró “no tener
intención, plan o razón para desplegar armas nucleares en el territorio
de sus nuevos miembros [refiriéndose a Polonia, la República Checa,
Hungría y cualquier otra nueva incorporación hacia el este], ni ninguna
necesidad de cambiar ningún aspecto de sus despliegues y política
nuclear”. Al mismo tiempo, la organización anunció que defendería su
territorio sin “el estacionamiento permanente de contingentes
sustanciales”, siempre que Moscú ejercitase una moderación similar en
sus despliegues. Aunque algunas voces han sugerido una revisión de la
doctrina nuclear de la Alianza, proponiendo ejercicios para practicar la escalada del plano convencional al nuclear, o incluso trasladar sus bombas B61 al este,
todo parece indicar que el elemento central de la estrategia aliada no
será el átomo. Es en el ámbito de la disuasión convencional donde la
OTAN se juega su seguridad.
Escenario en constante evolución
Mucho
ha cambiado desde 1997. Moscú ha librado una guerra contra Georgia,
anexionado Crimea, desestabilizado Ucrania, lanzado amenazas nucleares
más o menos veladas y dado muestras constantes de su poderío militar,
provocando una creciente inseguridad en su vecindario. Cuando celebró su
última cumbre (Gales, septiembre de 2014), la Alianza todavía intentaba
digerir lo acontecido ese año; la cumbre pilló a la OTAN con el paso
cambiado. La respuesta que se dio entonces se concretó en el Readiness Action Plan
(RAP). Con el objetivo de tranquilizar a los aliados en el este, el RAP
anunció un incremento en la presencia militar de la Alianza en su
flanco oriental a través de entrenamientos y ejercicios, así como
mejoras cuantitativas y cualitativas en la capacidad de la OTAN para
mandar refuerzos en caso de crisis. Siguiendo esta línea, la Alianza
acordó este mismo mes aumentar su presencia en la zona a través de rotaciones multinacionales,
una decisión a la que Stoltenberg aludió en Múnich y que todavía debe
ser concretada. Estados Unidos, por su parte, ha buscado establecer una
impronta militar constante en la región a través de rotaciones
substanciales y el “preposicionamiento” de material militar, incluyendo
equipamiento pesado. En este sentido, el anuncio a principios de mes de
un aumento del presupuesto de 2017 para la European Reassurance Initiative
(de 789 millones de dólares en 2016 a 3.400 millones en 2017) rompe
claramente con el declive en el gasto militar estadounidense en Europa.
Los
aliados en el este han valorado positivamente la implementación del
RAP, pero parece evidente que este plan solo se ve como solución
provisional. Existen indicios de que en Varsovia se presionará para
pasar de la fórmula de despliegues persistentes al estacionamiento permanente de tropas aliadas. Polonia encabeza esta campaña: en un editorial publicado en The New York Times, su ministro de Asuntos Exteriores, Witold Waszczykowsky,
anunció la intención de su gobierno de solicitar la apertura en su país
de una base de la Alianza, incluyendo el despliegue permanente de
“fuerzas terrestres y sistemas avanzados de defensa”. Posteriormente, el
mismo Waszczykowsky expresó su desacuerdo con que sea posible responder
a la inseguridad en su vecindario “desde la distancia”, siendo esta la opción preferida en la capitales de Europa Occidental.
Guerra en el este
Un nuevo informe
de la Corporación RAND concluye, basándose en los resultados de una
serie de simulaciones, que con la configuración defensiva actual un
ataque ruso contra Estonia o Lituania resultaría en la pérdida de las
respectivas capitales en aproximadamente 60 horas. Los esfuerzos de la
OTAN por restaurar la soberanía de estos países conllevarían acciones
tremendamente arriesgadas y de resultados inciertos, incluyendo la
posibilidad de escalada nuclear. Para evitar estos escenarios o la
capitulación de la OTAN, el informe recomienda aumentar
considerablemente los despliegues en la zona, bastante por encima de los
niveles actualmente previstos. La presencia de una fuerza más robusta
afectaría el cálculo ruso, proyectando costes inasumibles para Moscú y
negándole una victoria rápida. Aunque los autores del informe consideran
que no todos los componentes de estas fuerzas requerirían un despliegue
adelantado, sí subrayan la importancia fundamental de disponer
rápidamente del elemento terrestre, incluyendo unidades acorazadas.
La
disposición de fuerzas que recomienda la Corporación RAND podría
basarse, al menos en parte, en el estacionamiento permanente de tropas y
equipo, pero el informe no establece que esto sea absolutamente
necesario. En cambio, el informe sí refleja en gran medida el
sentimiento general de los círculos de defensa en los países del flanco
oriental: allí preocupa la ventaja militar subregional de Rusia, por lo
que se quiere un mayor apoyo aliado. Sin embargo, los aliados en Europa
Oriental parecen preferir que la presencia reforzada de la OTAN se constituya fundamentalmente con fuerzas estadounidenses, no europeas. Múnich ha vuelto a poner de relieve la sempiterna división entre los aliados occidentales y orientales:
a los primeros les preocupan los refugiados, el terrorismo islámico,
Siria y el incendio en el polvorín de Oriente Próximo; a los segundos,
las correrías del oso ruso. Desde esta perspectiva, el interés del
gobierno polaco por aumentar su participación en acciones en Oriente Próximo
pretende suscitar una respuesta favorable a sus exigencias por parte de
Europa Occidental. Sin embargo, pocos en Berlín, París, Roma o Madrid
ven con buenos ojos el estacionamiento permanente de tropas en el este.
Al mismo tiempo, la solidaridad aliada se ve comprometida por el desigual gasto en defensa,
con solo cuatro aliados europeos (Reino Unido, Grecia, Polonia y
Estonia) invirtiendo al menos el 2% del PIB, el mínimo establecido por
la OTAN. Sin embargo, existe un punto en común entre ambos lados de
Europa: todos quieren una mayor implicación de EE UU, pero temen que Washington no pueda o quiera involucrarse más; aunque Barack Obama ha incrementado notablemente el gasto en Europa, el próximo presidente podría decidir no hacerlo. Así las cosas, la OTAN camina hacia una cita crucial en Varsovia, y todo está en el aire.