Argentina: Macri y la dictadura militar
Pese a tan furibundos ataques y a la compleja herencia recibida de Cristina Fernández, los porcentajes de aprobación de Macri siguen siendo altos
Infolatam
Madrid, 14 febrero 2016
Por Carlos Malamud
Madrid, 14 febrero 2016
Por Carlos Malamud
La comparación del gobierno de Mauricio Macri con la última dictadura militar argentina se ha convertido en una especie de moda académica que no deja de ganar adeptos en distintos ámbitos internacionales. Esta postura suele ser respaldada por aquellos que más han defendido las virtudes de las distintas revoluciones bolivarianas en América Latina.
Según cuenta Jorge Fernández Díaz en La Nación de Buenos Aires, académicos de Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania y Suiza difundieron la semana pasada un manifiesto que desvela “el rumbo antidemocrático y represivo” del nuevo gobierno argentino. Gracias a una represión asfixiante y a ciertas atrocidades, se ha creado en Argentina un “clima que no se conocía desde los años sangrientos de la dictadura militar”, a tal punto que “nadie puede salir sin documentos [DNI] a la calle”.
Conceptos similares ha vertido Ángel Cappa, fiel representante de un cierto progresismo futbolístico, admirador de Hugo Chávez y ariete del neoliberalismo. En unas declaraciones a Público Cappa comparó a la dictadura militar con el gobierno de Macri, especialmente en lo que hace a su proyecto económico, que “tiene la complicidad de los principales medios de comunicación de todo el mundo”.
Declaraciones como éstas se han convertido en habituales en Argentina a partir del 10 de diciembre pasado, inicio de la presidencia macrista. Desde esa fecha, o incluso antes, el kirchnerismo ha optado por la “resistencia” más o menos activa, más o menos heroica, pero siempre sostenida en la consigna de que Cristina Fernández y sus seguidores constituyen la última reserva democrática del país. A fin de cuentas, si perdieron las elecciones fue por un margen bastante estrecho de votos.
El sábado pasado se celebró en Buenos Aires un recital convocado por músicos y actores que en la década pasada defendieron la causa “nacional y popular”. Muchos de ellos cobrando cuantiosos honorarios o abonándose a la nómina de algún suculento empleo oficial, siempre a cargo del dinero público. En uno de los mayores carteles de la velada se podía leer, en una clara alusión verticalista a la jefa del movimiento: “Los cargos son efímeros. La lealtad, eterna”. La principal consigna del acto fue “por la alegría, el trabajo y la libertad”, valores amenazados por el actual gobierno de Macri.
Pese a su derrota electoral y al creciente aislamiento del peronismo tradicional, el kirchnerismo y sus intelectuales se creen legitimados para hablar en nombre del pueblo. Si bien no han concluido los 100 días de cortesía que la oposición suele conceder a todo gobierno democrático, los defensores de la presidente anterior han decidido no dejar pasar ni una y enfrentar cualquier medida macrista como si fuera un brutal ataque a las libertades democráticas y los derechos humanos.
Y eso que hasta ahora no ha ocurrido ninguna catástrofe económica, social o política vaticinada por los más agoreros. Sin embargo, los críticos más enconados tanto internos como externos que comparan al gobierno de Macri con la dictadura militar se olvidan de la legitimidad democrática que sostiene su gestión. Es más, las tan repudiadas políticas neoliberales que ahora rechazan con tanto ardor fueron impulsadas por Carlos Menem, fiel apoyo del kirchnerismo en sus últimos años. Y tanto Néstor como Cristina Kirchner fueron en los años 90 entusiastas defensores del neoliberalismo menemista.
Pese a tan furibundos ataques y a la compleja herencia recibida de Cristina Fernández, los porcentajes de aprobación de Macri siguen siendo altos. La mayor parte de las encuestas los sitúan entre el 65 y el 70%. Inclusive una medición realizada para el periódico opositor Página 12 hablaba de un 60% de respaldo a su gestión. Son cifras claramente contradictorias con la idea de que las diez plagas bíblicas descargaron sobre la Argentina.
En el relato populista el triunfo electoral del pueblo se asocia con la revolución y con la idea de que “hemos llegado para quedarnos”. Inclusive, otorgándole un carácter cuasi divino a su proyecto, Evo Morales habló de 500 años de permanencia. Allí donde se pudo, Venezuela, Nicaragua o Ecuador, se habilitó la reelección indefinida. Y en Bolivia, el próximo 21 de febrero se celebrará un referéndum para decidir la reforma constitucional que la habilite. De ahí que el concepto de alternancia, de profundas raíces democráticas, no figure en el vocabulario de numerosos partidarios de los gobiernos populistas latinoamericanos.
Hugo Chávez amonestó en su día a la oposición por golpista, al pretender ganar legítimamente unas elecciones, y Maduro volvió a hacer lo mismo en fechas recientes. Cristina Fernández y sus seguidores no se cansaban de catalogar como “destituyente” cualquier intento opositor por controlar desde las instituciones su labor de gobierno. La oposición podía cumplir una función decorativa pero no ganar elecciones. Por eso Evo Morales, Rafael Correa y José Mujica alertaron de los riesgos que se cernirían sobre Argentina si Macri triunfaba.
Es lógico desde esta óptica que la derrota no figurara en los planes de Fernández ni de sus seguidores más próximos. De ahí la virulencia de unas reacciones totalmente desproporcionadas, más aún si se evalúan desde la perspectiva de su gestión. Desprovisto del control del Estado y de sus múltiples recursos y organizaciones, incluyendo el presupuesto público, el kirchnerismo vive en un estado de orfandad creciente. El retorno a la centralidad que otrora tuvo se hace cada vez más difícil. No se trata de no criticar a Mauricio Macri y a su gabinete, que por supuesto deben responsabilizarse de sus aciertos y errores, sino de situar las críticas en el contexto del gobierno democrático argentino.