Etienne
Davignon: “La UE está a punto de colapsar y
casi ningún líder la defiende”
Béatrice
Delvaux / Jurek Kuczkiewicz - Grupo Lena*
Ante
la grave crisis que atraviesa el proyecto
europeo, la Alianza de Periódicos Líderes
Europeos (LENA) entrevista a uno de los últimos
miembros de la generación que forjó la
integración del continente tras la II Guerra
Mundial.
Etienne
Davignon es un exvicepresidente de la Comisión
Europea que presidió Jacques Delors y fue jefe
de gabinete de Paul-Henri Spaak, uno de los
padres fundadores que elaboró el Tratado de
Roma.
Pregunta:
Nos ha llamado porque cree que tiene un
mensaje “no muy políticamente correcto” que
confiarnos...
Respuesta:
Una precaución oratoria en primer lugar... Es
difícil decir “estamos metidos en la mierda” sin
participar del pesimismo que nos rodea. De modo
que voy a tratar de evitarlo.
Y,
para empezar, estoy harto de que nunca se hable
de los méritos de Europa. Es algo independiente
de las dificultades en las que nos encontramos.
Pero damos por sentadas toda una serie de cosas
de las que ya no podemos prescindir. Lo cierto
es que nos hemos convertido, al menos la mayoría
de los países europeos, en una estructura que ya
no consigue funcionar si el sistema previsto no
funciona. Nos afecta de manera directa lo que
pasa fuera y nosotros mismos influimos sobre lo
que pasa fuera. Si queremos que este hecho no
sea simplemente negativo, es necesario que
Europa vuelva a ser gobernada. En la actualidad,
se enfrenta a una serie de problemas sucesivos
que intenta resolver sin explicar por qué cada
una de sus respuestas es indispensable para la
existencia del todo. A ojos de la opinión
pública, el orden del día de Europa es una serie
de dificultades importantes que tratamos de
resolver una detrás de otra, pero la perspectiva
ha desaparecido.
¿Por
quién no está gobernada?
Enseguida
entraré en eso. Hace mucho tiempo, todo el mundo
coincidía en que la integración era el objetivo.
Lo que se debatía era: ¿Cómo? ¿A qué ritmo? ¿Con
qué grupo? Ahora —no sé cuándo ha empezado esto,
no cabe duda de que hace unos cuantos años, pero
no muchos—ya no es así. Un cierto número de
países se plantea claramente la pregunta...
Hay
uno que no plantea la pregunta, sino que ya ha
respondido que hay que evitar “una unión cada
vez más estrecha”.
Sí,
pero hemos vivido con el caso de Gran Bretaña y
se ha resuelto de dos maneras. Es decir: “¿No
quieren hacerlo con nosotros? Vale, no lo hagan,
pero siempre que avancemos jurídica y
estructuralmente. Esto significa que ustedes no
tienen nuestras obligaciones, pero nosotros sí
las tenemos”.
El
segundo factor tiene que ver con el euro. Como
el euro carece de gobernanza institucional, la
consecuencia es que se gestiona de modo
intergubernamental. Sin embargo, Europa ha
descubierto que lo intergubernamental tiene sus
límites. Que hace falta un sistema institucional
legítimo, en el que cada Estado sea consciente
de que acepta la soberanía compartida. Por
cierto, la delegación de soberanía es una de las
peores expresiones, en lo que concierne a la
opinión pública. Es cierto que el Estado
individual ya no es completamente soberano, pero
es falso afirmar que no es soberano en absoluto.
Cuando se habla de transferencia de soberanía,
se entiende que “ya no soy yo, son los otros”.
La consecuencia es que todos deciden juntos y, a
continuación, lo critican cada cual en su país.
Es un elemento de perversión y de mala fe
intelectual.
Otro
elemento que ha cambiado es que cuando decimos
que hay que salvar algo, damos a entender que
podría no ser así. Hemos introducido la noción
de duda. No puede sorprendernos que ahora la
gente afirme que el sistema puede fracasar,
puesto que no decimos lo que queremos hacer:
queremos salvar lo que tenemos, ¡pero resulta
que las cosas no han ido demasiado bien! Se ha
instalado la duda y, con ella, la incertidumbre
en cuanto al objetivo.
¿Y
quién habla a favor?
Nadie
aparte de Merkel, y de los alemanes en general,
y de Renzi, que también tiene una retórica un
poco ambigua, pero ha vinculado correctamente la
política interior con la europea. A los demás no
se les oye.
A
los franceses tampoco...
Los
franceses, aparte de afirmar que el acuerdo con
los alemanes es fundamental, no dicen nada. A
menos que se vean muy implicados en algún
problema, como sucede con la seguridad y los
refugiados. Pero, una vez más, hablamos de la
solución de un problema de cuyo contexto forma
parte Europa.
¿Y
los belgas?
No
puedo decir que nadie les oiga demasiado.
¿Pero
qué deberían decir? En este momento, los
dirigentes parecen desamparados...
Antes
de responder a eso, la pregunta es: ¿hay una
alternativa a la existencia de Europa? Es una
pregunta legítima. Replantearse las convicciones
es una actividad intelectual legítima: ¿lo que
era cierto hace 50 años sigue siéndolo hoy en
día? Cuando se analiza la situación, al margen
de toda militancia, ¿es la globalización una
realidad? Nadie, incluidos los que están en
contra, contestará que la realidad mundial, que
carece de gobierno, tenga una existencia. Y en
una realidad sin gobernanza, la relación de
fuerzas es importante, más que en otras
circunstancias. Llegado el momento de la
globalización, y esta globalización es bastante
salvaje, es importante poder opinar, protegerse
e intervenir. Somos demasiado pequeños para
tener un peso en la globalización: un niño de 10
años se daría cuenta de ello. Mientras no
tengamos otra opción, negar la responsabilidad
es actuar como si no tuviésemos el deber
político del sobresalto necesario. ¿Es más
peligroso morir por estar juntos que sobrevivir
porque uno u otro no quiere subirse al mismo
barco? Esto ya no es una Europa a la carta.
Ahora no nos encontramos ante distintas
opciones; si algunos países consideran que eso
ya no es lo que quieren, están en su derecho,
pero que acepten las consecuencias.
Lo
que resulta más ambiguo del problema británico
no es que pidan una serie de cosas, sino que al
mismo tiempo exigen un control absoluto sobre lo
que hacen los demás: es intolerable. Y todavía
más si tenemos en cuenta que la realidad no les
otorga ese derecho.
El
argumento principal contra lo que usted afirma
es el que ha utilizado antes; la
mundialización exige que sigamos siendo
poderosos, y este poder exige que conservemos
a los británicos, aun a riesgo de hacerles
concesiones.
Sí,
pero aquí llegamos a la pregunta siguiente: ¿qué
supone la salida de Reino Unido? Considerémoslo
desde un punto de vista académico, dejando a un
lado por un momento el fracaso político. Todo lo
que he dicho antes sobre la realidad de la
economía no cambia en absoluto, estén ellos
dentro o fuera. El hecho de que el país no pueda
vivir solo es una realidad tan evidente que
explica la movilización al otro lado del canal
de la Mancha, es decir, que la dependencia de
Gran Bretaña en el futuro y su capacidad de
intervenir en el modo en que gestionemos su
dependencia desaparecen. Por tanto, podemos
imaginar que la situación de Gran Bretaña se
sitúa entre la de Noruega y la de Suiza, aunque
es más complicada que la de Suiza, que ha
aceptado una serie de cosas que, ahora mismo,
Cameron dice rechazar.
Pero
es cierto que cuando alguien sale de una
estructura que no es una alianza, sino una
integración pura y dura, cuyos textos
fundacionales ni siquiera prevén la posibilidad
jurídica de una salida, es un fracaso. Da igual
quién tenga la culpa, es un fracaso. Pero si
solucionar el problema británico tan solo
consiste en prolongar la ambigüedad profunda de
la capacidad profunda de los demás para hacer lo
que saben que se verán obligados a hacer en un
momento dado...
La
pregunta es: ¿renovamos el juramento del Juego
de Pelota? Creo que ha llegado el momento en que
deberíamos hacerlo. En relación al pasado,
considero que hemos cometido un grave error en
lo concerniente a la Unión Económica y Monetaria
(UEM): habría sido necesario escribir en el
Tratado que todos aquellos que deseasen unirse a
la UEM tendrían derecho a ello, pero no la
obligación de hacerlo. El hecho de considerarlo
una obligación ha conducido a la ambigüedad: los
suecos están en condiciones de entrar, pero no
queremos porque nos da miedo que pierdan el
referéndum.
¿Qué
habría cambiado si la adhesión al euro fuese
de carácter facultativo?
Habría
hecho que fuese obligatorio poseer una
estructura institucional para el euro, en vez de
quedarse en lo intergubernamental. Y quienes no
estuviesen en la UEM seguirían siendo miembros
asociados. Porque, en la situación actual, los
que constituyen una excepción son los que están
en el euro. Sin embargo, hemos comprobado que es
algo que puede funcionar: el Banco Central
Europeo, que es una institución federal, no
impide en absoluto que los demás gobernadores se
sienten en torno a la mesa. Habría resultado que
seríamos 28 en la gestión del mercado interior y
los asuntos exteriores, pero en la gestión del
euro y de su trayectoria económica, habríamos
estado en una posición legítima para tomar las
decisiones necesarias sin que todo tuviese que
ser ratificado más tarde por los Parlamentos.
Pero cuando se firmó el tratado de Maastricht,
Europa no había dado la espalda a su modelo
tradicional, donde lo que se debate es el ritmo,
mientras que ahora ya no nos atenemos a ese
modelo.
¿Renovar
el juramento del Juego de Pelota, respecto a
qué?
El
objetivo pasaría a ser una Europa cada vez más
integrada —no entramos en el debate del
federalismo, el confederalismo o no—, tendríamos
una estructura que admita que cada avance exige
otro avance que lo acompañe. La unión monetaria
exige una coordinación económica superior; con
la crisis del euro, comprobamos que era
necesario ocuparse de los bancos, de modo que
tendríamos una unión bancaria... Hay que
conseguir todo eso.
¿Quién
votará? ¿Los Estados, y luego la población
mediante referéndum?
La
ratificación seguirá las tradiciones respectivas
de cada país, que son importantes.
La
división latente que observamos en Europa, y
que le lleva a defender ese juramento del
Juego de Pelota, nos lleva a pensar que dicha
división tiene que ver con la integración
europea. ¿Pero no podría estar relacionada con
otra cosa: los valores, o sencillamente la
percepción de lo que es o debería ser Europa?
Es
probable. Pero nos encontramos en un punto en el
que no creo que la integración se logre con esa
ambigüedad que describe. La cual es, al mismo
tiempo, una ambigüedad de los dirigentes y una
enorme confusión de la población, y puede que
también diferencias sobre el tipo de modo de
vida que algunos Estados quieren tener. Es
posible. Sin embargo, si decidimos que ya no
queremos la integración, me sentiré destrozado,
pero es lo que habremos decidido. Pero la
situación en la que algo así podría ocurrir, y
que ocurra sin que lo hayamos deseado, es la
definición de la frustración. Debemos
pronunciarnos sobre el modo en que queremos, o
no, vivir juntos. Lo cual no significa que
vayamos a entrar en guerra acto seguido. Pero
sabemos que, para algunas soluciones necesarias,
deberemos encontrar modalidades diferentes de
las que hemos empleado hasta ahora.
Supongamos
que llevamos a cabo ese ejercicio; ¿qué países
de Europa se unirían, en su opinión, en torno
a la opción que usted preconiza?
No
soy pesimista. Dos cosas. La primera: una cosa
es criticar, y otra diferente, actuar. Lo
queramos o no, la población es, en el fondo,
conservadora, en el sentido de que sabemos lo
que tenemos, pero no lo que tendremos. En la
actualidad, quienes quieren echar el freno
demonizan los avances futuros. Hay que obligar a
la gente a no seguir contentándose con la
insatisfacción...
¿Pero
los ciudadanos también pueden decir: por
supuesto que quiero a Europa, pero con tal y
cual condición?
Eso
quiere decir que están en contra. Dejemos a un
lado la idea, recogida en los tratados, de una
Europa cada vez más unida —hay un elemento de
poesía y de sueño en eso— porque la pregunta es:
para tener éxito, ¿requiere nuestra acción común
un cierto número de decisiones y de
obligaciones? Es una pregunta concreta.
Su
argumentación sobre el hecho de que, ante una
decisión, la población sopesará lo que podría
ganar frente a lo que tiene que perder, es la
que muchos sostienen sobre el referéndum
británico: en el momento de la decisión, votarán
por quedarse.
Pero
el referéndum británico es sincero: quienes
están en contra quieren salir, y no quieren
conservar lo que tienen.
¿Quién
plantea, o quién puede hacer, la pregunta que
usted plantea, aparte de usted?
Vemos
confusamente que lo conseguimos. Nadie pone en
duda que el modelo se discute, y hay que aclarar
esto. Y no hay que demonizar a los que no lo
quieren, están en su derecho. Es cierto para los
Estados sometidos al régimen comunista, para los
cuales la adhesión ha sido una prueba difícil:
no se adhirieron, sino que firmaron al final de
la página. Cuando los polacos dicen que no
abandonaron el Pacto de Varsovia para formar
parte de otro pacto, es completamente estúpido,
por una parte, pero comprensible, por otra: no
participaron en la forma en que se elaboró la
construcción. A eso se le añade hoy en día que
el interés global corresponde al interés
individual de cada Estado, pero resulta difícil
demostrar que cada Estado sale ganando en cada
ámbito.
¿Lo
que ha hecho que estalle todo esto es la
crisis de los refugiados?
Los
refugiados son la demostración de lo que sucede
cuando se toman decisiones y no se llevan a
cabo. Eso sucedió en el ámbito económico, con
los griegos, y ahora en la crisis de refugiados.
¿Qué es Schengen? Es el reconocimiento de la
realidad de que ya no tenemos fronteras
interiores, sino una frontera exterior. ¿Y qué
se ha hecho con eso? Simplemente nada. Ahora
bien, desde el momento en que tenemos una
frontera exterior, eso se convierte en una
responsabilidad colectiva. Lo que predomina es
la incapacidad. Las cifras representan, en
relación con nuestra población global, algo que
se ha hecho varias veces a lo largo de los
siglos anteriores. ¿Grecia no logra hacer lo
necesario? Pues se hace retroceder la frontera.
Pero es muy diferente hacerlo mientras se crea
lo que es necesario y hacerlo porque se ha
fracasado.
¿Es
un problema de liderazgo?
Hemos
sido negligentes. Hemos dejado demasiado tiempo
a los italianos lidiar con su situación, y hemos
sido incapaces de plantear la pregunta adecuada
durante mucho tiempo: ¿se pueden controlar las
fronteras interiores? No hay ni un solo tipo
inteligente, de hecho ni siquiera hay uno
estúpido, que piense que se pueden controlar las
fronteras interiores: ¡mire en Google cuántos
pasos fronterizos hay entre Bélgica y Francia, y
entre Bélgica y Holanda! [ríe]. La realidad es
la frontera exterior, porque en el interior ya
no tenemos, y hemos querido no tenerlas más, lo
que ha resultado beneficioso para la gente.
La
cuestión ahora es saber qué obligaciones nos
imponen nuestras fronteras exteriores, qué
medios tenemos y cuántos somos: esta cuestión es
más importante que la de saber cuántos
refugiados vamos a acoger, porque mientras no se
controlen las fronteras exteriores, se
desconocerá el número de refugiados.
Es
el discurso de Orban desde el principio.
Lo
que ocurre es que hay personas con las que
estamos en profundo desacuerdo que pueden decir
cosas cabales.
¿Dice
usted, por tanto, que es totalmente absurdo
afirmar, como hacen los dirigentes alemanes
cada vez menos discretamente, que cerrarán sus
fronteras si no se resuelve rápidamente la
crisis?
Digo
que no tener en cuenta las opiniones es tan
estúpido como ser esclavo de ellas. Es evidente
que una acumulación de personas en un breve
periodo de tiempo no es asimilable. A partir de
ahí, si el mal menor es decir que se filtre
durante un cierto tiempo, hasta que tengamos una
verdadera frontera exterior con una verdadera
negociación con los demás países afectados, ¿por
qué no? La magnitud de los flujos es un problema
exterior, que hay que poder gestionar en el
exterior: sabemos que hay muchos en el exterior,
los que están en nuestros países los acogemos
convenientemente, pero sabemos quiénes son y
dónde están, y lo gestionamos con conocimiento
de causa. No podemos gestionar los problemas de
fondo con respuestas circunstanciales.
¿Quién
va a poner en marcha el nuevo “Juramento del
juego de pelota”?
El
Consejo Europeo sirve para eso. Cuando es un
consejo de arbitraje de los consejos técnicos,
es muy malo: es confuso, no se entiende bien lo
que hace, y no es él quien garantiza la
ejecución. Por el contrario, está legitimado
para establecer las prioridades y las
estrategias.
¿Ve
la posibilidad? En la negociación británica,
el Consejo Europeo se encuentra más bien en
algo que podría parecerse a una negociación a
la belga, una fontanería que consiste en poner
de acuerdo a los que tienen diferencias.
Pues
bueno, eso ya no funciona. No creo que la
máquina esté en peligro porque alguien diga que
ya no la quiere, pero está en peligro porque ya
no produce. La opinión pública ve a Europa hoy
en día como una fuente de problemas, no de
soluciones.
¿Ha
hablado de eso con dirigentes actuales?
No,
porque no hay que ponerles en un brete. Pero no
podemos oír a los dirigentes decir que Europa
está en peligro sin analizar por qué. Si no
hubiesen empezado a decirlo, yo sería una voz en
el desierto. Muchos hacen esa afirmación, pero
eso no tiene nada que ver con el proyecto.
En
el debate actual sobre Schengen se dice que se
va a dar vacaciones a Schengen, para
reconstituirlo lo más rápido posible. Es la
demostración. La Comunidad Europea de Defensa
fracasó, y seis meses después se hacía el
Tratado de Roma. Europa va a fracasar, y seis
meses después se celebrará una conferencia para
hacer otra con otros.
¿Cuánto
tiempo nos queda?
El
plazo es secundario. A partir del momento en que
se empieza a decir que eso ya no puede seguir
así, el proceso se ha iniciado.
¿Quién
puede hacerlo? ¿Merkel?, ¿puede hacerlo
Bélgica?
Bélgica
tiene una tradición europea...
Los
dirigentes europeos actuales parecen bastante
desamparados y obsesionados con sus
calendarios electorales internos. ¿No hará
falta una catástrofe para provocar un
electrochoque?
Estamos
en ella. Todas las sociedades están dominadas
por las inquietudes. Por una parte, hay una
reacción populista y, por otra, una reacción que
no lo es, pero que no forma parte de la clase
dirigente clásica. Todo eso es porque la gente
no comprende las respuestas que le han dado a
sus inquietudes. Los políticos se darán cuenta
un día de que hay que responder a ellas, sin
decir que las cosas irán mejor en el futuro y
sin decir que eso se resolverá solo. No hay que
prescindir de todo: se critica a la XXI
Conferencia de las Partes, pero algo ocurrió en
ella. En la crisis del euro, se crearon
soluciones. Pero ya es hora de que la gente
entienda que el problema general es tan
importante como los problemas particulares para
los que se han encontrado un cierto número de
respuestas.
¿Pero
se imagina usted que a las sociedades
inquietas e insatisfechas por las respuestas
les digan que han encontrado la solución y que
les propongan una nueva forma de abordar
Europa?
Hay
elementos de respuesta. Uno: no se han hecho tan
mal las cosas en el pasado, y no es solo la paz,
aunque la paz no es cualquier cosa. Dos: los
problemas actuales, ¿los vamos a resolver juntos
o separados?
¿Haría
falta que un número limitado de Estados
volviese a hacer ese juramento?
No
hay una cifra mágica. La idea tiene que ser que
si no estás dentro hoy, puedes estarlo mañana.
No se volverá a construir el Muro de Berlín, y
lo que hacemos juntos no va a desparecer. Se van
a ver progresos complementarios, y, por tanto,
van a surgir inquietudes para otros, porque, al
no estar ya en la mesa, aceptarán sus
consecuencias. La realidad de que todos estamos
en el mismo barco ya no puede cambiarse.
¿Hay
un riesgo de que se produzca un hundimiento
económico si Europa se redibuja de golpe? ¿No
es mejor vivir un poco mal con estrecheces que
provocar turbulencias?
La
situación es lo bastante seria como para que
ocurra algo que nadie quiere. Nadie quiere la
desaparición de Europa. Quizás haya alguien,
pero no existe ninguna mayoría en ningún lugar
que quiera la desaparición de Europa. Todo el
mundo quiere la Europa que le conviene y no la
Europa que no le conviene: es un sistema que no
puede funcionar.
Si
Schengen estalla, ¿también estallan el mercado
interior, el euro y la economía? ¿Cree que eso
puede tener rápidamente consecuencias
operativas para el mercado interior?
Si
se pone de manifiesto la impotencia de los
Estados, entonces existe el riesgo. El riesgo no
radica en el hecho en sí, sino que existe porque
no hemos aplicado lo que hemos decidido hacer.
Es un hecho, no es una cuestión de ser
pesimistas u optimistas. En este caso es la
impotencia. Esta impotencia desaparece si
tenemos un plan, si hemos decidido que hacemos
lo necesario en las fronteras exteriores, unos
campamentos para colocar a las personas en el
exterior, si hemos decidido no dejarnos estafar
por ladrones de segunda, etcétera. Y si hemos
decidido hacer algo en cuanto a la causa
fundamental del terrorismo.
La
cuestión de las fronteras también es la de cómo
intervenir en otros lugares. El hecho de que
Irán haya entrado ahora en el juego tendrá
consecuencias. Estamos en la geopolítica.
Creíamos que iba a desaparecer, pero estamos
dentro de ella como nunca lo habíamos estado,
con un elemento que amenaza a Europa, aunque sea
diferente de la amenaza de los misiles
soviéticos. Nuestros vecinos nos amenazan, ¿qué
podemos hacer para eliminar esas amenazas? Solos
no podemos hacerlo.
¿Existe
un riesgo, una vez que se plantea esta
pregunta del “Juego de Pelota”, de que algunos
- ¿Orban? – propongan un reagrupamiento de
países sobre la base de la identidad, una
especie de 'Comecon' de valores cristianos?
Es
posible que haya temas de este tipo en Hungría o
en Polonia. Pero los polacos quieren lo mejor de
los dos mundos: polacos en Polonia, y un poder
igual al de los demás en Europa. Los polacos
dicen muchas estupideces – siempre han dicho
muchas y las han provocado en muchas ocasiones,
y recuperan la gran tradición (risas) – pero
cuando dicen, “Europa nos ha humillado”, no es
del todo falso. Se les dijo: vuestro espíritu es
el de Europa, pero entráis con nuestras
condiciones.
¿También
vamos a decirles “partimos de cero”, ¿quién
quiere participar?
Les
preguntaremos: ¿quién quiere ir más lejos?
¿Les
decimos “perdéis todo lo que tenéis” si se
niegan a ir más allá?
No,
no pierden todo lo que tienen. El gran mercado
debe subsistir, los elementos de solidaridad
también, y también una serie de normas técnicas.
Quizá no al mismo nivel. Pero no vamos a
quitarles aquello a lo que tienen derecho según
el Tratado de Adhesión. Pero desde el momento en
que uno entra en un sistema solidario, lo hace
por completo. No hay ninguna razón para dividir
Europa porque Europa vaya más allá.
¿Se
imaginaba que algún día diría lo que está
diciendo ahora?
Aprendí
de Spaak que no debemos pensar que las cosas son
irreversibles. El Imperio Romano desapareció por
alguna buena razón, no crea que eso no se puede
deshacer. Siempre he tenido eso en mente,
partiendo de la idea de que nunca nos
enfrentaríamos a esta realidad. La combinación
de la parte desorientada de la opinión pública y
de la pérdida de perspectiva ha creado esta
situación tan inesperada.
¿Se
siente consternado?
La
situación actual es bastante clara: es posible
explicar por qué, y ofrecer una libertad de
elección que ya no está condicionada por la
geopolítica. Si hay personas que consideran que
su destino no las lleva a ir tan lejos como
otros desean, es su derecho. No se les deja al
borde de la carretera, pero volvemos a esa regla
fundamental no escrita, que es la riqueza de la
Unión Europea: nadie está obligado, pero nadie
lo puede impedir.
¿Quién
quiere ir más allá, desde un punto de vista
político?
La
gente sabe dónde están las respuestas: ¿está
dispuesta a decirlo tal y como está la
situación?
Juncker
dijo en una ocasión: “Sabemos lo que debemos
hacer, pero no sabemos cómo ser elegidos
después”.
Yo
no lo creo. Es muy raro, cuando un líder se
consolida, que no sea recompensado. Se puede
hablar de la soledad de la señora Merkel, pero
tiene dos argumentos poderosos a su favor, lo
que no significa que no deba tomar medidas
circunstanciales: una, la constitución alemana,
y dos, la legitimidad de sus convicciones. No se
puede reprochar a Merkel la debilidad de los
demás...
Algunos
dicen: “Nos fastidia porque quiere que
hagamos lo que no deseamos”.
Salvo
que su secretario de Estado - que no es el que
más lejos está de la extrema derecha - se da
cuenta de que la vuelta a las fronteras
nacionales no conduce a nada...
Traducción
de News Clips. Publicado en El País de
Madrid, el 28.01.16