El “Califato” del terror
De AKFAR/Ideas No. 43, Madrid, Otoño 2015
Par JEAN-PIERRE FILIU
Catedrático de Ciencias Políticas (UNIVERSITE DE PARIS X)
En nombre
de un “islam verdadero” con vocación totalitaria, Al Bagdadi ha
implantado en la frontera sirio-iraquí un “Yihadistán” bien dotado de
armas, petróleo y fondos.
El
29 de junio de 2014, el primer día del mes de Ramadán, la ciudad iraquí
de Mosul fue el escenario de un hecho espectacular y cuidadosamente
escenificado: Abu Bakr al Baghdadi, el jefe del Estado Islámico de Irak y
el Levante (conocido con el acrónimo EIIL en español y como Da’esh en
árabe) salió de una clandestinidad casi absoluta (solo se conocían dos
fotos de él, cuya autenticidad se discutía) y se dirigió a sus
seguidores para proclamar el restablecimiento del califato bajo su
autoridad. El “califa Ibrahim” añadió que su organización se llamaría a
partir de entonces Estado Islámico.
Esta
declaración fue la culminación de una década de conflicto más o menos
larvado en el seno de Al Qaeda, que supuso la victoria póstuma de Abu
Musab al Zarqawi, el dirigente jordano de la rama iraquí de la
organización, al que mataron en junio de 2006, sobre Osama bin Laden, el
fundador saudí de Al Qaeda en agosto de 1988 y su líder hasta su muerte
en mayo de 2011. Al Zarqawi reprochaba a Bin Laden que no otorgase una
prioridad absoluta a la implantación yihadista en Oriente Medio, que se
marginase en los confines de Afganistán y Pakistán y que se perdiese en
un terrorismo más publicitario que eficaz.
La
invasión estadounidense de Irak en marzo de 2003 abrió las puertas de
este país a los discípulos de Al Zarqawi, a los que se les unieron
pronto los nostálgicos del régimen depuesto de Sadam Husein. Estos
antiguos oficiales del partido Baaz aportaron a Al Zarqawi sus redes
clandestinas, sus zulos de armas y su experiencia militar. Estados
Unidos, por su parte, al negarse a admitir la existencia de una
resistencia realmente nacional a su ocupación, agrandó la figura de Al
Zarqawi atribuyéndole la mayoría de los ataques anti-estadounidenses.
El
creciente poder de Al Zarqawi obligó a Bin Laden a nombrarlo jefe de la
rama local de Al Qaeda en noviembre de 2004. Pero el fundador de Al
Qaeda, y más todavía su adjunto egipcio, Ayman al Zawahiri, no perdían
la esperanza de retomar el control de la “filial” iraquí. Cuando mataron
a Al Zarqawi en un bombardeo estadounidense, en junio de 2006, Al
Zawahiri envió a Irak a un comisario político de nacionalidad egipcia,
Abu Hamza al Muhayer.
Esta
imposición de la dirección central fue rechazada por la rama iraquí de
Al Qaeda y tuvieron que pasar muchos meses antes de llegar al extraño
compromiso de una dirección bicéfala: Abu Hamza al Muhayer se convertía
en el jefe de un Estado Islámico, mientras que Abu Omar al Bagdadi, el
nombre de guerra de un antiguo general baazista, era proclamado
“califa”. El objetivo de este ostentoso golpe de Estado era colocar al
líder yihadista en la línea de descendencia del califato abasí de
Bagdad, derrocado en 1258 por las invasiones mongoles.
En
la propaganda yihadista, “los judíos y los cruzados” (sic) son los
equivalentes contemporáneos de los enemigos acérrimos del islam suní que
eran entonces los mongoles. El hecho de que la población chií de Irak
se mostrase, como en 1258, más favorable al derrocamiento del poder suní
fue utilizado por Al Qaeda para justificar una campaña terrorista
contra los chiíes sin precedentes.
Esta
ola de atentados derivó en 2006 en una verdadera guerra civil entre
suníes y chiíes de Irak, en la que estos últimos, mayoritarios en el
país, resultaron vencedores. Tras esta victoria militar, que la minoría
suní considera una derrota histórica, se produjo el nombramiento como
primer ministro de Nuri al Maliki, uno de los líderes chiíes más
intolerantes. Al Qaeda retrocedía en todas partes, y los comandos de su
“Estado Islámico” eran el objetivo de las milicias suníes
progubernamentales, llamadas Sahwa (Despertar), financiadas y armadas
por EE UU.
En
abril de 2010, una incursión iraquí-estadounidense provocó la
eliminación de Abu Hamza al Muhayer y de Abu Omar al Bagdadi. Fue este
último quien tomó las riendas del Estado Islámico, no sin haber meditado
sobre los errores de sus predecesores. Puso fin a la dirección bicéfala
y dejó de mencionar en público un eventual “califato”. También realizó
purgas sangrientas entre las filas yihadistas para mantener solo a los
fieles cuya lealtad era indiscutible.
La complicidad de Siria e Irán
Abu
Bakr al Bagdadi consiguió autonomía con respecto a la dirección central
de Al Qaeda. Cuando mataron a Bin Laden en 2011 y Al Zawahiri tomó su
relevo, Al Bagdadi se negó a jurar lealtad al nuevo “emir” (comandante)
de Al Qaeda porque pretendía convertir su “Estado islámico en Irak” en
el eje central del movimiento yihadista mundial. Y a este respecto podía
contar con dos aliados inimaginables: Bashar al Assad en Siria y Nuri
al Maliki en Irak.
En
efecto, el dictador sirio se enfrenta desde marzo de 2011 a una
revuelta popular sin precedentes, que optó por la no violencia como arma
estratégica. Ahora bien, la propaganda del déspota repite sin cesar que
esta aspiración revolucionaria no es más que el fruto de un enorme
complot internacional contra Siria y que su régimen es el único baluarte
contra el “terrorismo” y Al Qaeda.
Los
servicios secretos sirios trabajaron durante años con las diferentes
organizaciones de la guerrilla anti-estadounidense en Irak, que iban y
venían a lo largo de los 600 kilómetros de la frontera muy porosa entre
los dos países. El régimen de Al Assad consideraba que esta guerra por
interposición era un medio de debilitar a EE UU en Irak, en caso de que
se hubiesen visto tentados de desestabilizar también a la vecina Siria.
Pero sobre todo, los oficiales afectados encontraban en estos oscuros
tratos una forma rápida de enriquecimiento personal.
Es
decir, el aparato represivo sirio tenía viejas relaciones con las redes
del “Estado Islámico”. Al Assad liberó oportunamente a unos yihadistas
encarcelados (mientras sus servicios se ensañaban con la oposición no
violenta), y todo con el fin de favorecer la escalada de violencia
armada, e incluso las provocaciones terroristas, y alejar así a la
población de la tentación revolucionaria. En la escena internacional, la
Rusia de Vladimir Putin repetía constantemente que Al Assad era un
“baluarte contra Al Qaeda”.
Del
otro lado de la frontera sirio-iraquí, Al Maliki se comportaba cada vez
más como un autócrata sectario. No contento con enemistarse con sus
aliados kurdos y suníes, llegó a hacer que las milicias Sahwa, que
fueron determinantes en la lucha contra Al Qaeda, se volviesen contra
él. Al Bagdadi, oculto en una estricta clandestinidad, manejaba
hábilmente sus peones en la escena siria e iraquí, apoyando a unos y a
otros en función de las oportunidades.
En
abril de 2013, Al Bagdadi proclamó el Estado Islámico en Irak y el
Levante en torno a la ciudad siria de Raqqa, en el valle del Éufrates.
Sus partidarios impusieron su visión totalitaria y alejada de la “ley
islámica” con una violencia extrema. Paralelamente, el aumento del
descontento suní contra el régimen de Al Maliki permitió a Al Bagdadi
volver a asentarse en la provincia iraquí de Anbar, al oeste del país.
El
jefe yihadista, que es utilizado como contrapunto por Al Assad y Al
Maliki para desacreditar a su oposición, se aprovechó de su complicidad
pasiva o activa para implantarse efectivamente en el Este de Siria y en
el Oeste de Irak. El monstruo al que así animaban estaba listo para
volverse contra los aprendices de brujo de Damasco y de Bagdad. La
oposición siria, en cambio, inicia en enero de 2014 su “segunda
revolución” contra “el Estado Islámico” y logra expulsarlo de Alepo y de
su región interior.
Al
Bagdadi sigue jugando en los dos tableros de Siria y de Irak. Sus
sargentos reclutadores aprovechan la rabia impotente provocada por las
matanzas en Siria para engrosar las filas de sus “voluntarios”
internacionales, que se vuelven más fácilmente contra la población siria
porque son ajenos a la cultura y al idioma del país. En nombre de un
“islam verdadero” con vocación totalitaria, Al Bagdadi dispone de miles
de militantes y de simpatizantes venidos del mundo entero, especialmente
de Europa.
Pero
lo peor estaba aun por llegar, esta vez en Irak donde, el 10 de junio
de 2014, el “Estado Islámico” se apoderó de Mosul, la capital del Norte,
antes de realizar un avance fulgurante hasta las puertas de Bagdad. El
ejército de Al Maliki, corrupto y desmotivado, simplemente se hundió
ante la ofensiva yihadista. Al Bagdadi contó con la ayuda de los
nostálgicos de Sadam Husein, así como con el cambio de bando de las
principales tribus que formaban el núcleo de la Sahwa.
Es
un auténtico desastre estratégico que da lugar al establecimiento, a
caballo entre la frontera sirio-iraquí, de un Yihadistán que cuenta con
numerosas armas y con mucho petróleo y muchos fondos (se calcula que el
“tesoro de guerra” de Al Bagdadi asciende a más de 1.000 millones de
dólares, de los que la mitad provienen de los bancos de Mosul). Sin
embargo, la aparición de tal amenaza no consigue romper el statu quo
devastador que sigue existiendo en Damasco, en beneficio de Al Assad, y
en Bagdad, en beneficio de Al Maliki. Los dos dictadores prefieren sumir
a su país, primero en una guerra civil, y luego en el horror yihadista,
para no ceder nada de su poder.
La
proclamación del “califato” por parte de Al Bagdadi ha sido tratada a
menudo con desprecio por los analistas occidentales. Sin embargo, se
trata de un desarrollo importante del formalismo yihadista: incluso Bin
Laden afirmaba actuar solo como respuesta a una agresión, y justificó
los atentados del 11-S en nombre de un “yihad defensivo”; el “califa
Ibrahim” puede, por el contrario, declarar un “yihad ofensivo”, es decir
una ola de atentados de gran magnitud. No existe ninguna razón para que
no lo haga.
Abu
Bakr al Bagdadi se ha convertido en el hombre más peligroso del mundo y
hará todo lo posible por superar a Bin Laden en la escalada terrorista.
Nadie podrá decir que le cogió por sorpresa.
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N. de la Redacción
Este texto, particularmente bien informado en muchos aspectos, padece sin embargo de una carencia importante en lo referente a la naturaleza de la relación de convoca a los llamados “yihadistas”, líderes y combatientesm a esta aventura demencial y asesina.
En primer lugar le falta mucho a este asalariado de Arabia Saudita y de Iran, Abu
Bakr al Bagdadi, para poder ser calificado como “el mas peligroso del mundo“. Su peligrosidad, innegable, es la misma que la de los narcotraficantes colombianos o mexicanos, su importancia política es insignificante e imaginarlo como un líder totalitario es como confundir Al Capone con Stalin. El segundo tuvo contactos (catastróficos) con la historia, el primero nació y murió en el horizonte policial de la crónica roja.
Las tropas integrantes de estos grupos “islamistas“ son, en muy buena proporción, bandas de delincuentes de múltiples nacionalidades, más o menos acostumbrados a lidiar con la policía y los jueces, que han optado por abandonar sus países de origen para escapar de la justicia. Ladrones, asaltantes, violadores de niños u mujeres, drogadictos y criminales de larga data, acusados de todo tipo de delitos encontraron, en una supuesta “conversión” al Islam, una forma particularmente cobardo de escapar de sus condiciones de marginales sociales y de perseguidos por las diferentes justicias de los países occidentales o musulmanes. Hoy constituyen, en sentido estricto, mucho mas un conjunto de grupos de mercenarios totalmente carentes de ética y desprovistos de cualquier tipo de valor religioso, moral o político, que un improbable “Ejército Islámico” por más que exhiban videos de patética grandilocuencia para espantar ancianitas solitarias y reclutar, al mismo tiempo, cuando fracasado pasmado circula por el mundo contemporáneo.
El solo interés de estas tropas es la apropiación de riquezas o el cobro de ingentes salarios pagos por el entorno de estos nuevos “Califas“ de pacotilla surgidos a la sombra del robo de petróleo, de gaz, del saqueo de invalorables monumentos históricos que están destruyendo incontrolablemente, para vender sus partes, y de los ingentes aportes financieros de Arabia Saudi, de los Estados del Golfo, de Qatar, de Turquía (que debería ser inmediatamente suspendida en su condicion de integrante de la OTAN hasta que no reconquiste un Presidente y un gobierno no comprometido con las bandas de delincuentes que mantiene en sus fronteras), de Bachar el Assad, etc.
J.B.S.