jueves, 22 de mayo de 2014

EL "JOGO BONITO" DE LA POLÍTICA BRASILEÑA













//EDITORIAL//

“¿O POVO NÃO QUER FUTEBOL?”



“…the most delayed World Cup since I have been in Fifa”.
Sepp Blatter

A medida que se aproxima la fecha de inicio del Campeonato Mundial de Fútbol, la prensa brasileña, así como la internacional, destacan el crecimiento de una nueva ola de manifestaciones y protestas en San Pablo y Río de Janeiro, así como en distintas ciudades del Brasil. Es más, algunos analistas hablan de la existencia de una “verdadera preocupación” en el gobierno Rousseff, ante los desbordes de la semana pasada. 

Seguramente la expresión sea quizás algo exagerada pero la salida del Ministro Gilberto Carvalho, el sábado 17 de mayo, desde Porto Alegre, asegurando que habrá un cambio de humor en “la recta final” y que el Brasil está entrando en “el clima que tanto le gusta” a medida que se acerca el Mundial, al mismo tiempo que reafirmó que el gobierno no le teme a las manifestaciones, dejó sembrada la semilla de la duda sobre lo acontecerá en el futuro inmediato.

Ya dos días antes, la Presidente Dilma Rousseff había apelado al “alma hospitalaria” de los brasileños como reacción a la exacerbación de las huelgas y manifestaciones, indicando que los brasileños estaban siendo observados por los millones de visitantes que van a llegar a apoyar a sus equipos nacionales. Fue sintomático que esta curiosa exhortación la llevase a cabo en un acto solemne donde se firmaba un no menos llamativo compromiso de “trabalho decente” entre obreros y empresarios, que cubría, exactamente, el período de duración del Campeonato Mundial.
En una lectura literal de los acontecimientos de las últimas semanas, quizás sea cierto que estemos asistiendo a un tensionamiento de la situación social, especialmente en algunos centros urbanos de importancia. Ocupaciones de habitaciones en las favelas (“…queremos casas nivel FIFA…” era un slogan recurrente) o simplemente en casas abandonadas por población desplazada por las obras de infraestructura, reclamos por la ineficiencia social del enorme gasto público comprometido y por el costo de vida siempre creciente, se mezclaron, sin embargo, con todo tipo de reivindicaciones, a veces poco relacionadas con el evento futbolístico. 

En ese sentido la resistencia al Mundial aparece, por ejemplo, como catalizador de demandas que algunos manifestantes querían ver en la prensa internacional, con el lema en inglés “Tourist, don't come to the World Cup, danger country”. Pero, al mismo tiempo, en Recife, la policía militar y los bomberos dejaron a gran parte del Estado de Pernambuco sin ningún tipo de protección para sumarse a las protestas e intentar lograr un aumento salarial del 50%, muy por encima del menos del 15 % propuesto por el Gobierno. 

Pero lo de Recife no es un hecho aislado. Muestra de ello es la aparición de integrantes de varios sindicatos, incluso de gremios de funcionarios en las recientes manifestaciones callejeras de varias ciudades. Ello constituye un cambio a evaluar porque parece indicar que ya no son sólo grupos espontáneos de estudiantes, “indignados” o simples ciudadanos los que toman las calles como en junio 2013. Aunque no hay cuantificaciones creíbles, más de un centenar de organizaciones gremiales se unieron a la última protesta que puso en circulación el slogan “Copa Sem Povo: Tô na rua de novo”'

Esta aparición de organizaciones formales probablemente responda al ingreso de nuevas preocupaciones políticas entremezcladas con la protesta ciudadana. No solamente hay demandas muy concretas ligadas al precio de los transportes públicos, de los alquileres y a las dificultades de acceso a algunos estadios que están movilizando obreros sindicalizados y funcionariado público. Hay claros indicios que el PT comienza a entrever que las dificultades de la Copa del Mundo adquieren perfiles riesgosos para las próximas elecciones en las que se aprestaba a lograr la segunda Presidencia de Dilma. La aparición de sindicatos formales (y seguramente controlados por el partido de gobierno) en las protestas populares y los recientes ataques de Lula contra la prensa indican que la maquinaria oficial se ha puesto en marcha para defender sus posibilidades electorales en octubre de este año. En algunos casos porque las direcciones sindicales controladas por el PT no quieren aparecer “defendiendo” al gobierno cuya imagen está en crisis y se “pliegan” a los reclamos de base. En otros casos, porque, directamente, los sindicatos ya no responden a la dirección oficialista y se suman espontáneamente al movimiento de protesta. 

Pero, en sentido estricto, la importancia de la movilización popular, la orientación final de los conflictos callejeros, su profundidad y posible trascendencia política y electoral son, por ahora, difíciles de evaluar. Y ello por dos razones.

- En primer lugar, hay una correlación compleja pero relativamente estrecha entre las protestas sociales en curso, la creciente vivencia de la población de que la economía del país está deteniéndose rápidamente y la construcción de las obras de infraestructura puestas en marcha por el Mundial que implicaron gastos “culturalmente desmesurados” para una población condenada, desde hace décadas (por no decir siglos), a una convivencia más que compulsiva con la escasez y la pobreza. Desde las primeras protestas significativas de junio del año pasado, y en los meses subsiguientes, se ha instalado en la agenda de un sector significativo de las clases medias y de la población urbana la certeza de que el gobierno ha perdido el control financiero del gasto, el control del proceso de construcción de las infraestructuras y, lo que es peor, que el gobierno ha perdido el control de la razón de ser misma de algunas de las obras que se han emprendido (los estadios de Manaos y Brasilia son los ejemplos perfectos de obras en las que nunca de jugarán partidos de fútbol de manera regular). En otros términos: al menos un sector amplio de la población más informada vincula, directamente, la construcción  de estas desmesuradas e innecesarias “arenas” deportivas con la descomunal corrupción existente en los gobiernos del PT.

Esta sensación de que el gobierno y el desarrollo del Campeonato Mundial han perdido apoyo ya ha sido claramente cuantificada. El 80% de la población manifestaba su apoyo a la operación “Copa do Mundo” hace 5 años atrás mientras que, hoy, menos del 50% muestra su interés en su desarrollo y prometidas bondades. Es más, 55% de los brasileños opinan que la realización del Campeonato del Mundo ya a ser directamente lesivo para su economía personal.

Las dudas sobre la capacidad de ejecución de las obras emprendidas, agregada a la duda sobre el manejo político de la seguridad durante el evento son tan grandes que el corresponsal en Río de Janeiro de “The Guardian” manifestaba, a fines de abril próximo pasado, que el tema más fuertemente discutido en Río, en ese momento, era que, solamente si Brasil ganaba la Copa del Mundo en 2014, sería posible organizar los Juegos Olímpicos del 2016. Una derrota de la selección nacional este año significaría, además de un cataclismo político difícil de contener, la inevitable suspensión de los Juegos cuyas obras, por cierto, tienen un atraso ya irrecuperable para muchos.
Esta sensación de impotencia política, desgobierno y catástrofe inminente ha tenido algunas manifestaciones políticas originales y seguramente inéditas. Hay en marcha un frondoso proceso de creación de organizaciones “anti-Copa”. Se ha conformado, por ejemplo, el “Comité Popular dos Atingidos pela Copa do Mundo” que posee un Comité de rango nacional y, simultáneamente, cuenta con un Comité en cada uno de los Estados de la Federación.

- Pero en segundo lugar, debemos recordar que todavía hay un gran Brasil “profundo” cuya relación con el Campeonato en ciernes es y será bastante más lejano que el que ya están viviendo millones de trabajadores de las grandes ciudades así como las inquietas clases medias recién inauguradas. 

La relación con el evento que tendrá este Brasil “profundo” será marginalmente radial y, en la mayoría de los casos, esencialmente televisivo (aunque no hay que descartar que sea esta una de las primeras ocasiones que las  nuevas redes sociales tengan un efecto de comunicación novedoso). Este Brasil “profundo” mira desde fuera la indescifrable “queja” de sus compatriotas de las grandes urbes que parece querer poner en cuestión lo que, para esos sectores, era una “evidencia”: la Copa en Brasil quería decir Brasil nuevamente campeón del Mundo y no mucho más que eso. Todo lo demás era ignorado o secundario. En muy pocos casos esta población es conciente del descomunal impacto (seguramente desastroso en lo financiero como lo prueban todos los casos históricos anteriores más recientes) que el evento tendrá en el país.

Estos sectores nada intuyen de los 4 billones de dólares que cuestan los nuevos estadios ni de los 7 billones que están insumiendo las obras de infraestructura (carreteras, metros, calles, etc.) que están vinculados a los primeros. En su entorno inmediato, un inmenso Hinterland donde las aglomeraciones urbanas son pequeñas o medianas, no pueden siquiera imaginar el caos, el despilfarro de recursos y el cambio brutal que está sufriendo la vida de millones de brasileños en las grandes ciudades debido a la Copa del Mundo.

Es necesario tener en cuenta que ese Brasil “profundo”, que se encuentra fuera de las grandes aglomeraciones que esperan la realización de los 64 partidos de fútbol que se avecinan, todavía estuvo alejado de toda controversia en torno al evento hasta hace muy poco tiempo. Es que, dejando de lado la población de las 12 ciudades sede, el resto de los brasileños todavía vivirían una Copa del Mundo de tarjeta postal si no fuese porque Romario, el ídolo futbolístico nacionalmente reconocido (y solamente superado en popularidad por Pelé) ha salido recientemente a criticar abiertamente, tanto a la FIFA como al gobierno, en su errático camino hacia el Mundial. 

En cualquier caso, todo indica que, a medida que los partidos de fútbol se acerquen, la opinión pública y su “entusiasmo”, siempre peligrosamente cargado de pulsiones nacionalistas más o menos oscuras, terminará por opacar la preocupaciones de la ciudadanía que, desde una perspectiva más genuinamente política, intuye la absoluta falta de pertinencia de la realización de un evento fuera de toda proporción. Y la Copa del Mundo tendrá lugar y todo seguirá igual para millones de brasileños…

Javier Bonilla Saus