jueves, 27 de febrero de 2014

LOS VULGARIZADORES DE LA ILUSTRACIÓN



 Por Javier Bonilla Saus               

                   
   
Portada de Edición y subversión  
   
 I.- Es seguramente conocido por los lectores que el autor de este texto, Robert Darnton, resulta ser uno de los especialistas en historia cultural del siglo XVIII francés más reconocidos de la actualidad. Pero, además de ello, se ha especializado, simultáneamente, en la construcción de una suerte de sub-disciplina histórica que podríamos llamar una “historia editorial” o una “historia del libro˝, enfoque del cual es claramente uno de los pioneros y se ha consolidado como quizás el más conocido especialista. Desde el año 2007 es profesor “Carl H. Pforzheimer” de la Universidad de Harvard y, nada más ni nada menos que Director de la Biblioteca de dicha Universidad.


Darnton es, además de un pionero en el campo de la historia del libro, un activo propulsor de la promoción del libro y de su futuro. En ese sentido, Darnton fue uno de los fundadores del Proyecto Gutenberg de difusión bibliográfica que ha ido posibilitando el libre acceso de los lectores a un universo aproximado de más de 40.000 títulos. En 1999 el gobierno francés lo nombró “Chevalier de la Légion d’Honneur” como reconocimiento a las múltiples dimensiones históricas y culturales de su obra y al significativo aporte de ésta a la cultura francesa.


Entre los libros de su autoría se cuentan: Mesmerism and the End of the Enlightenment (Schoken Books, 1968) y, en español, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa (1999), El coloquio de los lectores. Ensayos sobre autores, manuscritos, editores y lectores (2003), Edición y subversión. Literatura clandestina en el Antiguo Régimen (Turner-FCE, 2003), El negocio de la Ilustración. Historia editorial de la Encyclopédie, 1775-1800 (Libros sobre libros-FCE, 2006), Los best sellers prohibidos en Francia antes de la revolución (2008) y El beso de Lamourette. Reflexiones sobre historia cultural (2011), la mayoría de ellos publicados por el Fondo de Cultura Económica y Turner Publicaciones.



Parte del éxito de sus obras se debe, en buena medida, a que sus primeros textos juveniles fueron esencialmente periodísticos y, particularmente, relacionados con la crónica roja en “The Newark Star Ledger” y “The New York Times”. Sin embargo, su formación académica lo llevaría bastante más lejos que el periodismo, aunque supo conservar, hasta la fecha, un estilo ágil y desenfadado que no es común en la academia.



Bastante tempranamente (y sin recurrir a argumentos teóricos más conocidos, defendidos por post-freudianos como Carl Jung, que vinculan estabilidad y recurrencia relativas de algunas estructuras discursivas a su relación con arquetipos anclados en el inconsciente colectivo) nuestro autor desarrolló una idea altamente interesante que es, para muchos analistas,  uno de los puntos fuertes de su obra.



La idea de Darnton es que las noticias que diariamente nos ocupan, esencialmente vía los medios, no resultan ser la crónica de acontecimientos radicalmente “nuevos”. Más bien, eso que llamamos “noticias” o “novedades” que nos trae la prensa no son sino re-emergencias de fragmentos literarios que ya fueron, previamente, historias cotidianas o relatos populares y que tienden a repetirse con cierta regularidad a lo largo del tiempo. Para demostrar esa idea, Darnton analiza varios casos de “historias” que se reiteran cíclicamente a través del tiempo cultural, al menos de Occidente, entre el siglo XVII y el XX. [2]



Pero luego de esta breve introducción,  vayamos al contexto del libro que aquí comentamos que, en sentido estricto, tampoco resulta ser realmente novedoso. Por un lado, porque su primera edición en inglés data de 1982[3]. Pero, más allá de ello,  es necesario señalar que buena parte de su contenido está integrado por reediciones de una serie de trabajos parciales, alguno de los cuales vieron la luz aún antes de esa fecha, fundamentalmente durante la década de los años 70.



La edición española, a su vez, es bastante tardía [1] puesto que es del año 2003, y su distribución en América Latina no ha sido, hasta donde estamos informados, particularmente amplia.



Esto es importante de establecer porque, quizás, la relevancia de este libro haya ido creciendo bastante después de su publicación inicial en lengua inglesa por una serie de acontecimientos, políticos y culturales que parecen haber revigorizado el interés de la academia (y de parte del público informado seguramente) por el siglo XVIII y sus peculiaridades intelectuales. En particular es posible hacer la hipótesis de una suerte de “retorno de la razón” después de que la importancia de ésta sufriere un desdibujamiento cierto durante dos períodos claves y casi sucesivos. Primero durante el período 1930-1970 (en el auge de los totalitarismos fascista, nazi y comunistas con su cauda promocional de la irracionalidad) y, en segundo lugar, su posterior cuestionamiento frontal, de 1968-70 en adelante, con la eclosión de la llamada “postmodernidad”. Es más, quizás la aparición de esta versión española de textos de la década de los años 70, tan tardíamente editada, tenga que ver con el surgimiento de ese renovado interés por el período histórico en el que nuestro autor se ha especializado. En ese sentido creo que es posible adelantar, siquiera a modo de elaboración provisoria, una doble tesis referida al “retorno de la razón” que estaría detrás de un revival de los estudios sobre el siglo XVIII y la Ilustración.



Por un lado es necesario recordar que, desde fines de la década de los años 60, la conceptualización de la historia de la Revolución Francesa (y forzosamente la del siglo que le precedió inmediatamente) sufrió una verdadera revisión gracias a los trabajos de François Furet  y Mona Ozouf (en, esencialmente, Penser la Révolution, Dictionnaire critique de la Révolution française o Le Siècle de l´avénement républicain). Entre otras cosas, Furet liberó a la historia de la Revolución de lo que él llamó, la lectura de la “vulgata marxista” (de la cual la obra de Soboul [4] fue el ejemplo más flagrante) introduciendo una visión infinitamente menos grandilocuente, más genuinamente política, y sobretodo mas “laica”, porque emancipada de la compulsiva “religión revolucionaria” que el marxismo había sembrado con éxito en la academia y el mundo intelectual en general. En ese sentido, los trabajos de Darnton se inscriben en esa bienvenida irreverencia de la interpretación del siglo XVIII que Furet y Ozouf, en buena medida, pusieron en marcha hace ya medio siglo.



Pero, por otro lado y más tardíamente, recordemos que el siglo XXI se ha iniciado enancado en un escandaloso despliegue de irracionalidad política (escándalo que queda patentizado en la irrupción del auge del terrorismo impulsado, sin dudas, por el fundamentalismo islámico pero también acompañado del crecimiento de otros tantos fundamentalismos, no exclusivamente religiosos pero no menos dañinos, que sólo operan de manera más sigilosa y con menos estrépito que el primero).



En ese sentido, cabe preguntarse si una suerte de tendencia cada vez más notoria a un redescubrimiento, revisión y, a veces, reafirmación de la Ilustración y de sus fuertes pujos ultra-racionalistas, en el ámbito de la filosofía política por lo menos, no están señalando un cambio de orientación de un pensamiento “posmoderno” que, allá por la década de los 70, relanzó un nuevo desafío a la soberbia, siempre algo demasiado rápidamente reconstruida, de la razón moderna. Aunque es cierto que esta tendencia no deja de coexistir con aquellos cuestionamientos que la posmodernidad intentó llevar adelante, no podemos dejar de constatar que, al menos en términos históricos, es posible detectar un “revival” de los estudios sobre la Ilustración y sus reivindicaciones ultra-racionalistas, así como un cuestionamiento de aquella lectura lineal del proceso intelectual que a través del siglo XVIII desemboca en la Revolución.



Aunque todavía no podemos afirmar que la obra de Darnton que nos ocupa se encuentre exactamente en esa línea, sí es posible convocar aquí trabajos como La Ilustración Radical. La filosofía y la construcción de la Modernidad, 1650-1750, de Jonathan Israel [5] o Los ultras de las Luces [6] de Michel Onfray,[7] y unos cuantos más [8], como intentos que parecen apuntar en ese sentido y otros que, por otra parte, refieren directamente a Darnton: construir una relectura del siglo XVIII, de la Ilustración y de la Revolución que reúna los dos elementos novedosos arriba mencionados. Por un lado, liberar a esta nueva visión de aquella historia de las servidumbres dogmáticas de la “vulgata marxista” y, por el otro, recuperar la importancia de la operación racionalista (e incluso ultra-racionalista) que la Ilustración hubo de llevar a buen puerto, más allá de los excesos de alguno de sus extremos dogmáticos que, en su momento, señaláramos en otros textos [9].



II.- Pero, después de dedicarnos a estas hipótesis sobre las circunstancias que parecen haber “reactualizado” el interés por el pensamiento occidental (y particularmente francés) del siglo XVIII, es necesario que le ofrezcamos al lector una idea aproximada de las virtudes y limitaciones del texto. Y ello es especialmente importante por este libro de Darnton es particularmente original y no dejará de sorprender positivamente a más de un lector.



Como dijimos, Darnton se aproximará a los acontecimientos que marcan el final del Antiguo Régimen desde la perspectiva de la edición y publicación de la “literatura marginal”[10] de las décadas inmediatamente anteriores a la Revolución por lo que, en buena medida, su texto termina siendo, como decimos en nuestro título, un estudio de “los vulgarizadores” de la Ilustración. Es decir todos aquellos autores, casi o totalmente desconocidos, que desarrollaron sus escritos a posteriori y “a la sombra” de la verdadera Ilustración que los precedió.



Para llevar adelante su empresa, Darnton utiliza una verdadera mina de documentos de época que encontrare, en Suiza, en la biblioteca municipal de Neuchatel: los archivos de la Société typographique de Neuchatel. En dicha empresa editorial, situada en una ciudad cercana a la frontera francesa, se imprimieron cientos y cientos de títulos censurados y perseguidos por la policía entre los años 1770 y 1800. El negocio fundamental de esta Société era abastecer de libros al mercado de lectores franceses ávidos de tener contacto con la “literatura prohibida”. La importancia de esta vasta fuente de documentos es directa o indirectamente comprobable en cada uno de los 6 grandes capítulos que integran el libro.



Pero la originalidad del enfoque de Darnton es pretender “...llegar al fondo de la Ilustración” y “…examinarlo como se ha examinado la Revolución recientemente: desde abajo”. Y para comprender que significa ese “fondo de la Ilustración” basta con transcribir aquí una de las primeras cartas del libro de Darnton que es un pedido del 10 de diciembre de 1772, de un librero de Poitiers, de nombre Chevrier, al proveedor suizo: “Esta es la lista de los libros filosóficos (sic) que quiero. Por favor envíe la factura por adelantado: Venus en el claustro o la monja en camisa, La Cristiandad al desnudo, Memorias de Mme. la marquesa de Pompadour, Estudio sobre el origen del despotismo oriental, El Sistema Natural, Teresa la filósofa, Margot la cantinera.



Es evidente, y Darnton no deja de mencionarlo, que lo que se entiende por “libros filosóficos” en la carta no se corresponde con la visión canónica de los títulos que teóricamente ocupaban los desvelos del philosophe illustré que conservó la historia oficial que estudiamos. Es más es evidente que la expresión “libros filosóficos” se hizo sinónimo de libros transgresores



Una primera conclusión es que, con toda seguridad, nos formamos en una versión tan acartonada y libresca de la Ilustración como extremista, sobre-actuada y marxistizante resultó ser la versión que de la Revolución nos legó l´ École des Annales y a partir de la cual se contruyeron varias generaciones de libros de texto. Pero además, y esto no es para nada menor, resulta de gran interés advertir como, lo que Darnton llama con precisión “la baja literatura de la Ilustración tardía”, constituye un cuerpo de literatura a la vez muy diferente del que creasen los philosophes algunas décadas antes.[11]


Que esta “baja literatura” de la segunda mitad del siglo XVIII tuviese estas notables limitaciones no deja de quitarle una real importancia histórica como bien deja claro Darnton en el último ensayo del libro: “Leer, escribir, publicar”. No resulta difícil comprender que las obras de los verdaderos philosophes impactaron directamente en la concepción del mundo que sostenía al Antiguo Régimen y produjeron una suerte de “ruptura epistemológica” de la que éste nunca hubo de recuperarse.



Pero los franceses que demolieron la Bastille, (le petit peuple de Paris) no habían leído la Enciclopédie ni L´Esprit des Lois. Darnton hace la hipótesis que durante el siglo XVIII francés hubo un cierto aumento del alfabetismo [12] pero, de ser cierto, eso no había multiplicado los lectores de d´Alembert o del Barón D´Holbach. Lo que posiblemente se amplió fue el número de lectores de los panfletos de “baja literatura”. No es difícil concluir, entonces, que estos “…escritorzuelos hambrientos…” tuvieron un impacto decisivo en la movilización, por lo menos de los habitantes de Paris y de sus faubourgs y de otras ciudades. En algún sentido sus obras (algunas de ellas pobremente editadas en Neuchatel) cumplieron la función de los volantes, panfletos, editoriales, artículos de prensa, emisiones televisivas o las hoy llamadas “redes sociales” que, en otros procesos revolucionarios más contemporáneos, hubieron de ser decisivos. La puesta en marcha del odio del petit peuple contra la Monarquía y Luis XVI y su movilización le deben más a Brissot, a Le Senne o a Mauvelain que a los verdaderos philosophes.[13]



Quizás lo que Darton no rescata con demasiada claridad ni con suficiente énfasis es que la existencia y florecimiento de este hormigueo altamente eficaz [14] de “literatura chatarra”, y su función altamente subversiva, solamente pudo tener lugar porque la obra de la Ilustración temprana y los verdaderos philosophes habían arrasado con toda legitimidad y respeto intelectual y ético para con la Monarquía, la Iglesia y, en general, el Antiguo Régimen. Cincuenta años más tarde, estaba abierta la posibilidad para que algunos de estos escritorzuelos de “bas étage” se ocupase de los supuestos vicios sexuales de la Reina.[15]



III.- A modo de simples reflexiones finales, este libro debe ser leído, sobretodo, como un “muestra” de una amplio proceso de relectura del siglo XVIII y de la Revolución francesa que tiene ya unas cuantas décadas de comenzado. El enfoque de Darnton, en sus seis capítulos relativamente autónomos pero temáticamente bien relacionados, tiene la virtud de dejarnos entrever algunas vicisitudes de un momento clave de la evolución de las ideas políticas y sociales en Francia durante el siglo XVIII. Pero la principal virtud de este trabajo es que aparece haber logrado despojarse de toda tonalidad épica y los relatos que lo integran muestran los más cotidianos, íntimos, y mesquinos detalles humanos que, en una muy amplia medida, hacen parte fundamental de la trama de la historia.





[1] ,- Darnton, Robert, Ed. F.C.E.- Turner, México D.F.,1era. Ed. Española. Madrid – 2003.
[2].- Darnton evoca un episodio que narra con extrañas variaciones una misma tragedia: "Una historia recurrente es el caso de los padres que en un extravío de la identidad asesinan a su propio hijo. Se publicó por primera vez en una rudimentaria hoja parisina de noticias en 1618. Luego cruzó por innumerables reencarnaciones: apareció en Toulouse en 1848, en Angoûleme en 1881, y finalmente en un periódico argelino moderno del que la rescató Albert Camus para reescribirla, con un estilo existencialista, para L´Étranger y Malentendu. Aunque los nombres, las fechas y los lugares varían, la forma del cuento es inequívocamente la misma en el curso de tres siglos". Véase "El lector como misterio",  Revista  Fractal  2, julio-septiembre, 1996, año 1, volumen I, pp. 77-98.

[3].- Y lleva como título: “The Literary Underground of the Old Regime”. Ed. President & Fellows of Harvard College, 1982.

[4] .- Como es sabido, Albert Soboul, Secretario de l´École des Annales, en la estela de Mathiez, Lefebvre y Labrousse, construyó una historia tan esquemáticamente jacobina y “marxistizada” de la Revolución Francesa que Robespierre terminó fungiendo como una mera Anunciación “avant la lettre“ de Vladimir Lenin. Nótese que, en nuestro país y bastante más hacia fines de la década de los 60s, Jesús Bentancourt Díaz, historiador comunista refugiado en la licenciatura en Filosofía de la Facultad de Humanidades, dedicaba el año académico 1969 completo a pergeñar impunemente a “El Príncipe” del Macchiavello en un molde abiertamente leninista que lo ponía al borde de configurar una falsificación. Véase cómo el procedimiento era, de hecho, recurrente en la época de la preguerra:  Bresciano, Juan Andrés, “El antifascimo ítalo-uruguayo en el contexto de la Segunda Guerra Mundial“, Revista DEP, No. 11, 2009 y su llamada 26, p. 102, sobre el texto de Bentancourt Díaz, J: “La política exterior de la Revolución Francesa”, Revista “Progreso”, I. 3, junio-septiembre 1940 y su reiterada tendencia a que La propaganda de la asociación (se refiere a la asociación anti-fascista, el Círcolo Italiano y su revista “Progreso”) suele incorporar referencias al pasado que permiten comprender procesos del más inmediato presente.” Debe dejarse claro que el uso y abuso del pasado para abonar dogmáticamente el presente y, al mismo tiempo, el uso del presente para reconstruir, de manera más o menos intencional y arbitraria, el pasado, era moneda corriente en los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial.

[5].- Edición Inglesa de Oxford University Press, 2001. Edición española del F.C.E.,  México, 2012.

[6].- Edición francesa Grasset &Fasquelle, París, 2007. Edición española, Anagrama, Barcelona, 2010.

[7] .- En el texto arriba citado Onfray hace explícita su admiración por la obra de Darnton: La cara oculta de las Luces. Para entrar en ese siglo, habría que citar todo el excelente trabajo de Robert Darnton, que ha revolucionado la manera de comprender esta época“. Op. cit. p 307.

[8].- Onfray reenvía a varios textos de Darnton: Gens de Lettres, Ed. Odile Jacob, Paris, 1992. Del mismo autor La Fin des Lumières. Le Mesmerisme et la Révolution, Paris, Ed. Perrin, 1995. Sala-Molins, Louis: Les Misères des Lumières, sous la  Raison, l´outrage,  Ed. Robert Laffont, Paris, 1992. Schouls, P.A., Descartes and the Enlightment, Ed. McGill-Queens Up, Edimburgo, 1989, para sólo nombrar un puñado de ellos.

[9] .- Ver: Isaiah Berlin y la sombra de las Luces. Cuadernos de CLAEH No. 100,  Mvdeo, Dic.  2012. (En coautoría con Jonathan Arriola).

[10] .- Darnton utiliza en su texto la expresión de “Grub Street” para designar eso que nosotros llamamos aqui “literatura marginal” o, eventualmente, “panfletaria“. “Grub Street” refiere a una calle de Londres donde, desde el siglo XVI a inicios del XIX, habitaban, trabajaban y lucraban, con escaso éxito por cierto, autores de poca monta, poetas frustrados,  literatos por encargo, etc.. En inglés, el término dejó de referir solamente a un lugar de la ciudad y su sentido se extendió a los distintos géneros “literarios” que en ese lugar se producían.

[11].- Darnton evita el concepto de “generación” y refiere a dos “unidades demográficas” bien diferenciadas. La de los grandes philosophes que nacen entre 1689 y 1717 y mueren entre 1755 y 1785 y a unidad demográfica siguiente, que nace durante las dos primeras décadas del siglo, y que no registra nombre alguno de real envergadura: Suard, La Harpe, Thomas, Marmontel y ni el propio Beaumarchais que será más recordado por su mediocre perfil de literato que como filósofo, constituyeron herederos dignos de sus antecesores. Antoine de Rivarol en su “Le Petit Almanach de nos grands hommes” de 1788 (Ver en Gallica http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k48117q) describió con sorna y malevolencia, pero no sin exactitud, las limitaciones de esa inmensa plebe de auto-designados escritores y pseudo philosophes que poblaban las buhardillas de París. Si en algunos casos es injusto (Restif de la Bretonne, Desmoulins, Fabre d´Eglantine, de una u otra manera, “pasaron” a la historia) en la mayoría de los casos las obras de esos autores desaparecieron porque eran esencialmente libelos panfletarios o, directamente, difamatorios o pornográficos.

[12] .- Basado en un estudio de Louis Maggiolo,  Darnton maneja la cifra de cerca de 9 millones 600 personas que podrían escribir sus nombres en Francia, en 1780, para una población total de 26 millones de habitantes. El estudio de Maggiolo se basa en un trabajo sobre alfabetización de Fleury, Michel y Valmary, Pierre: “Les progrès de l ´instruction élémentaire de Louis XIV à Napoléon III d´après l´enqûete de Louis Maggiolo (1877-1879)”, “Population”, 1957, pp71-92.

[13] .- Alguno de los cuales, como Voltaire, lucharon por décadas para “entrer dans le monde”, léase la Corte, y habían terminado por lograrlo.

[14] .- “La policía se tomaba los libelos en serio porque su efecto sobre la opinión pública también era serio, y la opinión pública cobró un poder notable en los años de decadencia del Antigüo Régimen”, Darnton, (2003), p. 223.


[15] .-  Ya vimos que  los libros llamados “filosóficos” aludían incluso a temáticas bastantes pedestres y sus efectos en el público podían ser devastadores. “Los amoríos de Charlot et Toinette” , libelo pornográfico de gran éxito, se iniciaba con una descripción de la reina Ma. Antonieta masturbándose previamente a una de sus supuestas orgías con el conde d´Artois.

Robert Darnton
"EDICIÓN Y SUBVERSIÓN - Literatura clandestina en el Antigüo Régimen"
Ed. FCE-Turner
México - Madrid, 2003