Son de todos conocidos los resultados de la primera vuelta de las elecciones brasileñas llevadas a cabo el domingo 3 de octubre próximo pasado. Con un desempeño técnico aparentemente impecable en el escrutinio, a las 11 de la noche de ese mismo día, en casi todos los estados, y a nivel nacional, se conocía la distribución por candidatos de más del 90% de los votos emitidos. De ahí entonces, nadie a cuestionado ningún resultado.
“Algo” en esta elección no salió exactamente como estaba previsto en la dirección de campaña de la candidata favorita Dilma Rousseff. Seguramente que la posibilidad de tener que ir a una segunda vuelta contra José Serra, el 31 de octubre, era un escenario plausible y tomado en consideración. En particular en vista de la evolución de las últimas encuestas que parecía indicar que la candidata de Lula había comenzado a perder lentamente intenciones de voto.
El “algo” que no estaba previsto resultó ser Marina Silva, la candidata del Partido Verde (PV), que obtuvo casi el 20% de los votos emitidos, un “score” que nadie siquiera imaginó posible para ella.
Desde la noche de las elecciones, hace dos semanas, los intentos de explicación de la votación verde se suceden. Y, en grandes líneas, las explicaciones pueden agruparse en cuatro categorías.
Por un lado están los que hablan de “un voto castigo” contra el gobierno, el PT, Lula y Dilma impulsado por los medios de prensa, que utilizaron los innumerables casos de corrupción política en los que el PT estuvo, y está, comprometido a lo largo de las 2 últimas presidencias para montar una hipotética “campaña” contra la candidata del PT.
En segundo lugar figuran los que, atentos a la siempre alta popularidad de Lula y a los otros éxitos electorales del partido ya confirmados, interpretan más bien que el voto castigo fue explícitamente contra Dilma y ello en virtud, tanto de su evidente falta de carisma como a un reciente y sonado hecho de corrupción. El descubrimiento que Erenice Guerra, la mano derecha de Dilma, tenía montado un verdadero negocio familiar privado de tráfic0 de influencias para obtener recursos financieros del BNDES y otras “regalías” más o menos escandalosas. También para muchos, la explicación no es la corrupción imperante en la oficina inmediatamente vecina a la de Dilma Rousseff: la culpa de este voto castigo es, desde luego, de la prensa que hizo público el caso. Así lo hizo saber el Presidente Lula, reiteradas veces antes de la elección, durante la vergonzosa campaña partidaria que, “en paralelo” y olvidándose de que es el Presidente de todos los brasileños, organizó para sostener a su candidata y a su partido.
En tercer lugar aparecen las explicaciones más “sociológicas”. Para algunos, el resultado obtenido por Marina Silva se vincula con la emergencia de un amplio movimiento de jóvenes de clases medias y medias acomodadas que, internet mediante, fue capaz de movilizar, de manera novedosa y particularmente eficaz, a sectores importantes de esos grupos sociales. Esos jóvenes militantes, autodenominados “marineiros”, habrían hecho ya una opción política claramente “ambientalista”, desconfiarían abiertamente del éxito económico logrado por el país desde la década anterior y verían con igual desagrado tanto la moderación desarrollista de Serra como el activismo económico de Lula para posicionar al Brasil como un BRIC.
Por último, y más en línea con la tradicional lectura “conspirativa” del pensamiento autoritario de izquierda, aparece la explicación que sostiene que los casi 20 millones de votos obtenidos por el Partido Verde, serían el reflejo electoral de una relativamente importante expansión en la sociedad brasileña de las iglesias evangélicas. Siendo Marina Silva una practicante de este credo, la hipótesis explicativa ha llegado lejos. Tan lejos como hasta “Le Monde” de París que, a cinco días del escrutinio, se afiliaba alegremente a esta tesis titulando, gratuitamente, “En el Brasil: la dudosa campaña de los evangélicos”. El titular no es ingenuo. En el marco de la lucha por organizar el electorado para la segunda vuelta, la especie resulta ser un modelo de descalificación solapada e hipócrita de los votos de Marina Silva al identificarlos, de manera totalmente arbitraria y abusiva, con una minoría religiosa en un país mayoritariamente católico y sincretista.
Aunque todos estos abordajes responden a elementos que efectivamente han estado presentes en el último período electoral, ninguno de ellos parece ser capaz de dar cuenta de manera completa del “fenómeno” Marina Silva. Por otra parte, el tiempo dirá si estamos ante un evento exclusivamente electoral o si hay una transformación social más de fondo que sustenta la aparición de estos nuevos votantes que no se alinean con los clivages más tradicionales del electorado manifestados en las últimas elecciones.
Pero, en todo caso, en los términos de la coyuntura electoral actual, de estas cuatro interpretaciones, seguramente la última parece ser, al menos al momento de redactar este editorial, la que ha tenido más andamiento y, por ende, más impacto directo sobre la campaña de segunda vuelta que ya se encuentra en curso.
Durante el primer debate entre Serra y Rousseff la polémica hubo de abordar, además del tema de la seguridad pública que es uno de los puntos más débiles del gobierno del PT, la cuestión del aborto. Rousseff, como Lula y como el PT, hace mucho tiempo que han adoptado, reiteradas veces, una posición “pro-aborto”. Sin embargo, la interpretación del voto verde como un “voto evangélico” ha obligado a Rousseff a desdecirse rápidamente y, ahora, tenemos en la candidata una verdadera militante “pro-vida”.
Como detalle complementario, que sería folklórico si en el fondo no resultase patético, la prensa brasileña señala que el lunes 11 de octubre, Dilma Roussef, la férrea guerrillera revolucionaria marxista-leninista de los años mozos, asistió a una misa en el santuario de Nuestra Señora Aparecida, conjuntamente con 15.000 feligreses. Al igual que en su momento Enrique IV de Francia y de Navarra, la candidata de Lula parece ya muy dispuesta a amoldar sus convicciones a las nuevas circunstancias electorales. “París bien vale una misa”.