jueves, 23 de septiembre de 2010

TURQUÍA: UN REFERÉNDUM PROBLEMÁTICO

 
El domingo 12 de septiembre, el electorado de Turquía ratificó con claridad las reformas a la Constitución que el gobierno del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), del primer ministro Recep Erdogan, sometió a referéndum. El ”score” final fue contundente puesto que el “si” a las reformas obtuvo un 58% de los sufragios.

El resultado del referéndum constitucional es importante porque, en los hechos, funcionará como una suerte de “plebiscito” de la gestión de gobierno de Recep Erdogan, plebiscito que, seguramente, impactará decisivamente, dentro de un año, en las elecciones legislativas del verano donde las chances del CHP de Kemal Kiliçdaroglu ya aparecen algo disminuidas. Y si el AKP gana esas legislativas, la continuidad de Erdogan al frente del gobierno estaría muy cerca de concretarse.

En el referéndum en cuestión se ponía a votación la modificación de unos 26 artículos de la Constitución que emergió del golpe de estado militar del año 1980 y cuya aprobación fue concretada bajo presión militar. En líneas generales, las enmiendas aprobadas podrían ser claramente calificadas como pasos importantes hacia una modernización y racionalización del sistema político turco si éste no tuviese la peculiar historia y el curioso perfil que efectivamente posee. Como veremos, el resultado “político” (no el electoral) es por demás ambiguo puesto que anuncia el paulatino debilitamiento del poder militar, la decadencia de una laicidad política, que en su momento acercó a Turquía al Occidente, fortalece a los partidos políticos, a la sociedad y al discurso de reivindicación del Islam detrás del que se encuentra, inevitablemente agazapado, el fundamentalismo islámico.

La Turquía moderna es hija de Kemal Ataturk, líder del movimiento militar revolucionario que, al final de la 1era. Guerra Mundial, realizó la hazaña de pergeñar en 1923 un estado laico y moderno con los materiales históricos heredados de la penosa decadencia del Imperio Otomano. La república fundada por Ataturk resultó ser inevitablemente autoritaria, nacionalista, expansionista y fuertemente militarista. Pero era una república y, esto no es poca cosa, era un gran proyecto de racionalización y secularización de una sociedad islámica ultratradicionalista y profundamente conservadora. Si hoy Turquía se destaca en el mundo, y particularmente en el mundo islámico, es porque aparece dotada de un sistema político secularizado y aparentemente mucho más “moderno” que el de los países islámicos donde la secularización de la sociedad y de la política es incipiente o inexistente. Para bien y para mal, el kemalismo fue, durante décadas, el gran actor de la sociedad turca y está en la base de la Turquía moderna.

Pero al kemalismo le pasó lo que le pasa a muchas izquierdas latinoamericanas: aspiran a revolucionar la sociedad del 2010 para volver a un modelo socio-político de 1960. Iluminista, centralista, jacobino, nacionalista, antiimperialista, higienista y autoritario, orientado a “fortalecer al estado”, “ilustrar a la población”, “desarrollar al país”, ”combatir al imperialismo” y “salvar a los pobres“, todo ello a la fuerza, sin consultar democráticamente a la ciudadanía y aunque sea al precio de lesionar o perder la libertad política de todos, el kemalismo posee todos los tics ideológicos de los supuestos “progresismos“ latinoamericanos.

Ya hace décadas que la misma modernización impulsada durante los primeros 40 años del kemalismo hizo que la sociedad turca se hartara del paternalismo militar izquierdizante. Por ello, porque la sociedad turca se hizo más urbana, más compleja y diversa, porque les clases medias se vincularon con el mundo, porque el consumo occidentalizado comenzó a extenderse a sectores populares, el electorado comenzó a tener nuevas orientaciones políticas. En 1960, en 1971, y en 1980, los militares hubieron de quebrar el orden institucional para “preservar el espíritu” de la república kemalista. Y así se fue instaurando la peculiar configuración de una izquierda militar defensora autoritaria de la laicidad del Estado todopoderoso que dirigía con crecientes dificultades a una sociedad cada vez más plural, más diversas, más exigente que reivindicaba valores poco entendibles para el viejo modelo kemalista. Y poco entendibles, también, porque, en muchos casos, las nuevas demandas aparecen como abiertamente contradictorias entre sí. Por ejemplo, Turquía reclama un nuevo y más respetado lugar para la religión y, al mismo tiempo, un nuevo y más respetado lugar para la mujer.

El quiebre hubo de tener lugar, finalmente, en el 2002, cuando el Partido AKP, que proviene del movimiento cultural y político pro-islamista llegase finalmente al gobierno. Cuando un exultante Erdogan, festeja, en la noche del domingo 12 de septiembre, el triunfo en el referéndum con la frase “Nuestro pueblo ha dado un paso histórico hacia la democracia y la supremacía del Estado de derecho. Se ha acabado el régimen de tutela, y han perdido los que apoyan los golpes de estado”, no es posible estar en desacuerdo. Pero tampoco es fácil contener la desconfianza.

No solamente el gobierno de Erdogan no ha sido, en absoluto, un ejemplo de respeto al estado de derecho. Son muchas las violaciones a las libertades fundamentales que pueden ser endosadas a este súbito y prístino demócrata. Más allá de ello, en realidad, lo que profundamente preocupa es que en esta embestida contra el agotado pasado kemalista se esté contrabandeando una renovación política portadora de un discurso cada vez más islamizante y que Turquía esté, lentamente, cambiando del “regimen de tutela” de los viejos militares autoritarios y laicos hacia un “regimen de tutela” de nuevos ayatollahs autoritarios y fundamentalistas.

La inquietud no es subjetiva. Para muestra, alcanza un botón. Las encuestas, internacionalmente supervisadas, indican cambios inquietantes en la opinión pública turca. En el año 2004, el 74% de los turcos se inclinaba favorablemente por una integración de su país en el Unión Europea; en el 2010, el porcentaje cae al 38%.