jueves, 19 de agosto de 2010

¿FUNDAMENTALISMO O TERROR TOTALITARIO? (2da. Parte)


“Mais, l'arme du crime, on la trouvera plutôt dans ce que les Khmers rouges déclaraient : de même qu'Hitler avait décrit ses crimes par avance, Pol Pot avait expliqué qu'il détruirait son peuple pour en créer un nouveau.
Pol Pot se disait communiste; il l'était devenu, à Paris, dans
 les années 1960. Puisque Pol Pot et son régime se
 disaient communistes…, il faut admettre
 qu'ils l'étaient vraiment, communistes.
Ce que les Khmers rouges imposèrent, ce fut le
communisme réel : il n'y eut pas, en termes conceptuels
 ou concrets, de distinction radicale entre leur règne
et le stalinisme, le maoïsme, le castrisme ou la Corée du Nord.”
Guy Sorman“Phnom Penh, le Nuremberg du communisme”
(“Le Monde”, 09/08/2010.)
Como vimos la semana pasada, los fundamentalismos (sean éstos derivados de alguna doctrina religiosa o generados en torno a una “ideocracia” laica) se caracterizan por utilizar cualquier medio, y desembarazarse de toda limitación ética, en la intención de imponer su relato y lograr sus fines. Los temas de la búsqueda de la identidad comunitaria, de la reafirmación de una lógica supraindividual y el del “contrato” con Dios, son tres objetivos fundamentales a los que debe someterse toda práctica política y la cuestión de los medios y su moralidad queda definitivamente fuera de discusión.

Pero, de alguna manera, los fundamentalismos todavía tienen fines (por arcaicos y reaccionarios que éstos sean) y es la obtención de estos fines lo que les permite justificar el uso del terror como medio. Pero, tanto en el caso que nos ocupa en Afganistán, como en muchos otros que, desgraciadamente, la historia nos ha legado, los totalitarismos son aquellos regímenes que, abruptamente, o por vía de una involución interna más gradual, optan elegir como único objetivo el Terror. Se transforman en regímenes en cuya lógica “medios” y “fines” quedan confundidos. Sin verdaderos fines que justifiquen el recurso al uso del Terror, los totalitarismos serán regímenes y sistemas políticos que funcionan para ejercer el Terror por el Terror mismo.

Como tan bien mostrase Hannah Arendt ya a mediados del siglo pasado, para el totalitarismo poco importan “los argumentos”: cualquiera sirve para su justificación propagandística porque se trata sólo de un expediente retórico que permite el uso del Terror de manera más eficiente y cómoda. ”La propaganda es, desde luego, parte inevitable de la “guerra psicológica“, pero el terror lo es más.”…”La propaganda…es un instrumento del totalitarismo y posiblemente el más importante en sus relaciones con el mundo no totalitario; el terror, al contrario, constituye la verdadera esencia de su gobierno”. (Arendt, 1999)

Stalin masacró decenas de millones de personas (y con particular saña a aquellos que pertenecieran al Partido Comunista de la URSS) con la excusa que su tarea era “salvar al socialismo en un solo país”. Y a cada denuncia respondía que eran “… patrañas del imperialismo norteamericano…”.  Hitler asesinó algún millón menos que Stalin con la supuesta idea de dotar a la raza aria de su “lebensraum” y, cuando comenzaron a filtrar los horrores de su régimen, contestó que “…todo era un complot judeo-comunista…”. Pol Pot se dedicó, cuidadosamente, a liquidar a amplios sectores de la población camboyana (un cuarto, aproximadamente) porque debía “cambiar al pueblo”, aunque, dada la modesta demografía de su país, el número de muertos que logró queda muy por debajo de los “records” de los dos antecesores mencionados.

Por último conviene mencionar que nunca sabremos siquiera una cifra aproximada de los asesinatos cometidos por Mao Tsé Tung, antes, durante y después de la llamada “Revolución Cultural”. Sabemos que fueron muchos millones cuyas muertes anónimas quedaron sepultadas para siempre por la propaganda del Partido Comunista de China y la complicidad un buen número de partidos comunistas de todo el mundo. A diferencia de otros casos, en los que el régimen del Terror cayó estrepitosamente, en China eso no parece estar en el horizonte cercano. Son demasiados los países y empresas occidentales que hacen cola para obtener de los herederos de los asesinos de Mao autorización para ingresar al mercado, el permiso para instalar una industria o una prebenda para asentar alguna sucursal financiera. En este caso, los muertos de Mao Tsé Tung gozan de buena salud, como, en el fondo, siguen gozando de buena salud tantos otros muertos del “socialismo real “porque, todavía, el mundo espera por el “Nuremberg del comunismo”. (Ref. el excelente artículo de Guy Sorman publicado en “Le Monde”; ver LETRAS INTERNACIONALES No. 99).

Pero, en última instancia, estos totalitarismos, simultáneamente padres e hijos del Terror, pertenecen a la historia del siglo XX y, lo que queda, son supervivencias de la debacle del relato marxista. Su vigencia histórica está tan agotada como las patéticas imágenes que la televisión nos entrega del líder norcoreano Kim Jong-il o de Fidel Castro. Pero nada nos va a garantizar que el Terror totalitario desaparezca de nuestro horizonte cotidiano. Por el contrario, el 11 de septiembre de 2001 está allí, con sus prolegómenos y sus ramificaciones cada vez más evidentes, para recordarnos que el siglo XXI ya se ha dotado de una nueva versión del Terror totalitario.

Desde hace prácticamente una década nos hemos acostumbrando a designar como fenómenos “fundamentalistas“ a una serie de movimientos políticos que echan mano a la reivindicación religiosa (esencialmente islámica) para poner en práctica los mismos recursos de dominación política que caracterizaron a los totalitarismos del siglo XX. El régimen iraní, Al Qaeda, Hizbollah o los talibanes podrán alegar vehementemente sus profundas convicciones religiosas y su indignación ante el impío Occidente: nadie en su sano juicio puede olvidar ”el fuego sagrado” que animaba los discursos de Lenin en su tarea de ”liberar a los proletarios del mundo”, la profunda ”convicción” de Hitler en la defensa de su despreciado y amortajado mundo germánico en manos de las democracias occidentales judaizantes o la ”genialidad” del ”Gran Timonel” cuando desató la masacre de la Revolución Cultural en China. En éstos, y en todos los casos, la historia demostró que sólo se trataba de una vulgar empresa de exterminio y/o genocidio de la población para instaurar el más ramplón de los totalistarismos personalistas por un puñado de delincuentes inmorales.

Si hoy alguien quiere creer que los talibanes afganos, así como la miríada de grupos más o menos afines, autónomos o apoyados por distintos estados, son sólo ”fundamentalistas islámicos” que, indignados por la irrespetuosa fuerza de la globalización generada en Occidente, han optado por defender su identidad religiosa y cultural, estará seguramente en todo su derecho. Pero tendrá inevitablemente que explicar dos cosas.

La primera: ¿cómo se “defiende” la pureza del Islam mediante el expediente de aplicar 200 azotes y ejecutar de tres tiros en la cabeza en la plaza pública a una viuda encinta? Si esta metodología no es la forma misma de instaurar el Terror para controlar a la población por el ejercicio del Terror mismo, no imaginamos un mecanismo mejor.

La segunda: ¿por qué razones, tanto el “modus operandi” de la exhibición pública del Terror, como el sistemático recurso al desmentido propagandístico cínicamente reñido con las evidencias que utilizan los talibanes, resultan ser prácticamente idénticos a los métodos de Lenin, de Hitler, de Mussolini, de Stalin, de Enver Hoxha, de Tito, de Pol Pot, de Castro o de Kim Jong-il , entre otros ?

La semana pasada se inició, para unos 1.500 millones de musulmanes, el mes del Ramadán que es un mes lunar de ayuno ys sobretodo de meditación. Quizás sea un buen momento para que los musulmanes reflexionen que, a pesar de las apariencias, ellos son el primer objetivo del nuevo totalitarismo del siglo XXI.