jueves, 26 de agosto de 2010

ARGENTINA: LA PRENSA EN LA MIRA, LA LIBERTAD EN CAPILLA.


De manera paulatina, sistemática, y sin lugar a dudas implacable, el régimen kirchnerista avanza contra la prensa en Argentina desde finales del año 2009. En los últimos días, y en el marco de la ofensiva estructurada por la "ley de medios”, el gobierno está generando nuevos hechos que apuntan, todos, a debilitar financiera, económica y políticamente a la prensa no oficialista.

Antes de ingresar en el análisis del deplorable derrotero que en esta materia, como entre tantas otras, ha tomado el régimen argentino, conviene dejar asentada una consideración que nos parece relevante.

En el marco de la democracia liberal, el papel de la prensa y de los medios de comunicación en general resulta decisivo. La declaración de la importancia que tiene para este tipo de regímenes la llamada “libertad de prensa” es conocida y esta importancia se deriva del hecho de que la existencia de medios de difusión y de una prensa independiente del poder político suelen ser una (aunque no la única) de las garantías de permanencia del pluralismo político y, también, de otras libertades que hacen al carácter democrático y liberal del régimen en cuestión.

Pero, como en todas las dimensiones de nuestras imperfectas sociedades, hay siempre una distancia entre la importancia teórica de la tan convocada ”libertad de prensa” y las evidentes limitaciones que la prensa realmente existente manifiesta en sus prácticas cotidianas. A nadie escapa que, en la mayoría de los países de América Latina (y sólo por limitarnos al vecindario más cercano), el funcionamiento de la prensa no es ideal, es perfectible, y no resulta ser una garantía totalmente satisfactoria para el desarrollo del pluralismo político arriba requerido.

A nadie se le oculta que la existencia de grandes grupos de medios de prensa, altamente concentrados y vinculados a poderosos intereses económicos de nuestras sociedades, no constituye la mejor manera de llevar a la práctica la libertad de prensa que el régimen democrático liberal reclama para su modelo teórico. Ni ”Reforma” o ”La Jornada” en México, ni ”A Folha de Sao Paolo” o ”Jornal do Brasil” en ese país, ni ”La Nación” o ”Clarín” en Argentina constituyen ejemplos cabales de lo que los independentistas norteamericanos de 1777, ni los constituyentes de ese mismo país en 1787 o los votantes, integrantes de la Asamblea Nacional Constituyente francesa, de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en 1789, tenían en mente cuando emitieron esos textos fundacionales.

Pero no resulta menos cierto que, del siglo XVIII a la fecha, las circunstancias históricas y sociales han determinado que aquellos principios democráticos fundamentales han perdurado como principios básicos de la democracia y, simultáneamente, se han tenido que adecuar a las profundas transformaciones sociopolíticas que han sufrido las sociedades modernas (agudización de la secularización, instauración de una ”democracia de masas”, expansión del mercado en la sociedad, ”igualación” de las condiciones de vida -para utilizar la feliz expresión de Tocqueville- y ampliación de la ciudadanía, corporativización de los actores económicos, etc.). Ello significó que aquella ”prensa” que fuese originariamente concebida como la ejecutora polifónica de la pluralidad de voces de la ciudadanía, en más de un caso, toma hoy formas no previstas por el modelo democrático-liberal.

En consecuencia, y sin olvidar que no TODA la prensa contemporánea está concentrada en grandes conglomerados vinculados a grandes intereses económicos, debemos acostumbrarnos a convivir con la existencia de medios que no siempre se limitan a garantizar el pluralismo y la diversidad de opiniones y muchas veces defienden, también, intereses corporativos, sectoriales, y hasta individuales.

El reconocimiento de esta realidad de la sociedad contemporánea resulta fundamental porque es lo que pone efectivamente a prueba la verdadera voluntad democrática de los gobiernos y la verdadera naturaleza democrática de los regímenes políticos porque, en las sociedades actuales, hay que defender la libertad de prensa, también con estas condicionantes.

La Sra. Kirchner, que reviste de presidente de la República Argentina, puede pensar lo que quiera de la conducta y de los intereses del Grupo ”Clarín”, de su expansión mediante ”Fibertel“ a otro tipo de medios no impresos, o puede discrepar con los grupos que supuestamente representa ”La Nación”. También puede tener profundas divergencias con la manera mediante la cual se gestó la composición actual de la empresa ”Papel Prensa”. Y muchos ciudadanos argentinos pueden pensar como ella. Pero, en la materia, como presidente de la República, Cristina Kirchner tiene UN SOLO DEBER: garantizar la más absoluta libertad para ”Clarín”, ”La Nación”, “Fibertel” o ”Papel Prensa”. Por cuerda separada, si estas empresas y/o grupos de empresas cometen algún ilícito, la Justicia argentina debería intervenir.

Toda otra consideración orientada a que la Presidencia de la República, o sus subordinados y "ad-láteres", interfiera con la libertad de acción de estos medios de comunicación autoriza a la ciudadanía argentina e internacional a pensar que se está atacando abierta y voluntariamente contra la libertad de prensa o, lo que es lo mismo, que la libertad tiene los días contados en la Argentina.

jueves, 19 de agosto de 2010

¿FUNDAMENTALISMO O TERROR TOTALITARIO? (2da. Parte)


“Mais, l'arme du crime, on la trouvera plutôt dans ce que les Khmers rouges déclaraient : de même qu'Hitler avait décrit ses crimes par avance, Pol Pot avait expliqué qu'il détruirait son peuple pour en créer un nouveau.
Pol Pot se disait communiste; il l'était devenu, à Paris, dans
 les années 1960. Puisque Pol Pot et son régime se
 disaient communistes…, il faut admettre
 qu'ils l'étaient vraiment, communistes.
Ce que les Khmers rouges imposèrent, ce fut le
communisme réel : il n'y eut pas, en termes conceptuels
 ou concrets, de distinction radicale entre leur règne
et le stalinisme, le maoïsme, le castrisme ou la Corée du Nord.”
Guy Sorman“Phnom Penh, le Nuremberg du communisme”
(“Le Monde”, 09/08/2010.)
Como vimos la semana pasada, los fundamentalismos (sean éstos derivados de alguna doctrina religiosa o generados en torno a una “ideocracia” laica) se caracterizan por utilizar cualquier medio, y desembarazarse de toda limitación ética, en la intención de imponer su relato y lograr sus fines. Los temas de la búsqueda de la identidad comunitaria, de la reafirmación de una lógica supraindividual y el del “contrato” con Dios, son tres objetivos fundamentales a los que debe someterse toda práctica política y la cuestión de los medios y su moralidad queda definitivamente fuera de discusión.

Pero, de alguna manera, los fundamentalismos todavía tienen fines (por arcaicos y reaccionarios que éstos sean) y es la obtención de estos fines lo que les permite justificar el uso del terror como medio. Pero, tanto en el caso que nos ocupa en Afganistán, como en muchos otros que, desgraciadamente, la historia nos ha legado, los totalitarismos son aquellos regímenes que, abruptamente, o por vía de una involución interna más gradual, optan elegir como único objetivo el Terror. Se transforman en regímenes en cuya lógica “medios” y “fines” quedan confundidos. Sin verdaderos fines que justifiquen el recurso al uso del Terror, los totalitarismos serán regímenes y sistemas políticos que funcionan para ejercer el Terror por el Terror mismo.

Como tan bien mostrase Hannah Arendt ya a mediados del siglo pasado, para el totalitarismo poco importan “los argumentos”: cualquiera sirve para su justificación propagandística porque se trata sólo de un expediente retórico que permite el uso del Terror de manera más eficiente y cómoda. ”La propaganda es, desde luego, parte inevitable de la “guerra psicológica“, pero el terror lo es más.”…”La propaganda…es un instrumento del totalitarismo y posiblemente el más importante en sus relaciones con el mundo no totalitario; el terror, al contrario, constituye la verdadera esencia de su gobierno”. (Arendt, 1999)

Stalin masacró decenas de millones de personas (y con particular saña a aquellos que pertenecieran al Partido Comunista de la URSS) con la excusa que su tarea era “salvar al socialismo en un solo país”. Y a cada denuncia respondía que eran “… patrañas del imperialismo norteamericano…”.  Hitler asesinó algún millón menos que Stalin con la supuesta idea de dotar a la raza aria de su “lebensraum” y, cuando comenzaron a filtrar los horrores de su régimen, contestó que “…todo era un complot judeo-comunista…”. Pol Pot se dedicó, cuidadosamente, a liquidar a amplios sectores de la población camboyana (un cuarto, aproximadamente) porque debía “cambiar al pueblo”, aunque, dada la modesta demografía de su país, el número de muertos que logró queda muy por debajo de los “records” de los dos antecesores mencionados.

Por último conviene mencionar que nunca sabremos siquiera una cifra aproximada de los asesinatos cometidos por Mao Tsé Tung, antes, durante y después de la llamada “Revolución Cultural”. Sabemos que fueron muchos millones cuyas muertes anónimas quedaron sepultadas para siempre por la propaganda del Partido Comunista de China y la complicidad un buen número de partidos comunistas de todo el mundo. A diferencia de otros casos, en los que el régimen del Terror cayó estrepitosamente, en China eso no parece estar en el horizonte cercano. Son demasiados los países y empresas occidentales que hacen cola para obtener de los herederos de los asesinos de Mao autorización para ingresar al mercado, el permiso para instalar una industria o una prebenda para asentar alguna sucursal financiera. En este caso, los muertos de Mao Tsé Tung gozan de buena salud, como, en el fondo, siguen gozando de buena salud tantos otros muertos del “socialismo real “porque, todavía, el mundo espera por el “Nuremberg del comunismo”. (Ref. el excelente artículo de Guy Sorman publicado en “Le Monde”; ver LETRAS INTERNACIONALES No. 99).

Pero, en última instancia, estos totalitarismos, simultáneamente padres e hijos del Terror, pertenecen a la historia del siglo XX y, lo que queda, son supervivencias de la debacle del relato marxista. Su vigencia histórica está tan agotada como las patéticas imágenes que la televisión nos entrega del líder norcoreano Kim Jong-il o de Fidel Castro. Pero nada nos va a garantizar que el Terror totalitario desaparezca de nuestro horizonte cotidiano. Por el contrario, el 11 de septiembre de 2001 está allí, con sus prolegómenos y sus ramificaciones cada vez más evidentes, para recordarnos que el siglo XXI ya se ha dotado de una nueva versión del Terror totalitario.

Desde hace prácticamente una década nos hemos acostumbrando a designar como fenómenos “fundamentalistas“ a una serie de movimientos políticos que echan mano a la reivindicación religiosa (esencialmente islámica) para poner en práctica los mismos recursos de dominación política que caracterizaron a los totalitarismos del siglo XX. El régimen iraní, Al Qaeda, Hizbollah o los talibanes podrán alegar vehementemente sus profundas convicciones religiosas y su indignación ante el impío Occidente: nadie en su sano juicio puede olvidar ”el fuego sagrado” que animaba los discursos de Lenin en su tarea de ”liberar a los proletarios del mundo”, la profunda ”convicción” de Hitler en la defensa de su despreciado y amortajado mundo germánico en manos de las democracias occidentales judaizantes o la ”genialidad” del ”Gran Timonel” cuando desató la masacre de la Revolución Cultural en China. En éstos, y en todos los casos, la historia demostró que sólo se trataba de una vulgar empresa de exterminio y/o genocidio de la población para instaurar el más ramplón de los totalistarismos personalistas por un puñado de delincuentes inmorales.

Si hoy alguien quiere creer que los talibanes afganos, así como la miríada de grupos más o menos afines, autónomos o apoyados por distintos estados, son sólo ”fundamentalistas islámicos” que, indignados por la irrespetuosa fuerza de la globalización generada en Occidente, han optado por defender su identidad religiosa y cultural, estará seguramente en todo su derecho. Pero tendrá inevitablemente que explicar dos cosas.

La primera: ¿cómo se “defiende” la pureza del Islam mediante el expediente de aplicar 200 azotes y ejecutar de tres tiros en la cabeza en la plaza pública a una viuda encinta? Si esta metodología no es la forma misma de instaurar el Terror para controlar a la población por el ejercicio del Terror mismo, no imaginamos un mecanismo mejor.

La segunda: ¿por qué razones, tanto el “modus operandi” de la exhibición pública del Terror, como el sistemático recurso al desmentido propagandístico cínicamente reñido con las evidencias que utilizan los talibanes, resultan ser prácticamente idénticos a los métodos de Lenin, de Hitler, de Mussolini, de Stalin, de Enver Hoxha, de Tito, de Pol Pot, de Castro o de Kim Jong-il , entre otros ?

La semana pasada se inició, para unos 1.500 millones de musulmanes, el mes del Ramadán que es un mes lunar de ayuno ys sobretodo de meditación. Quizás sea un buen momento para que los musulmanes reflexionen que, a pesar de las apariencias, ellos son el primer objetivo del nuevo totalitarismo del siglo XXI.


jueves, 12 de agosto de 2010

¿FUNDAMENTALISMO O TERROR TOTALITARIO? (1era. Parte)



“Bibi Sanubar, 35 años, fue retenida durante 3 días por los
talibanes, recibió 200 latigazos y después fue ejecutada
en público en un bastión talibán de la provincia de Badghis,
al oeste de Afganistán…”.“Los talibanes acusaban a la viuda
de adulterio”. “Ella fue ejecutada de tres tiros en la cabeza, aunque
estaba encinta, declaró M. Sayeedi, segundo encargado
de la policía provincial”
De un cable de AFP retomado por “Le Monde”, “Les dépêches”, 09/08/2010.

Aunque en declaraciones posteriores el Comando talibán negase la noticia mediante declaraciones de Yousuf Ahmadi, portavoz reconocido del movimiento, que sostuvo que todo era “…propaganda de la prensa occidental…” , en verdad la discusión sobre la realidad o irrealidad de este evento no resulta ser políticamente significativa. Entre 1996 y 2001, cuando el régimen político controlado por los talibanes afganos estuvo en el poder en Afganistán, las lapidaciones por adulterio, el seccionamiento de manos por robo, el decapitamiento de opositores políticos o de simples ciudadanos que se contactaban, a veces casualmente, con occidentales y demás atrocidades de todo tipo, fueron moneda corriente por lo que, hoy, resultan muy poco creíbles las denegaciones de este portavoz de la infamia.
Desgraciadamente, la historia de Bibi Sanubar, “se non è vera, è ben trovata” y, más allá de lo que digan las autoridades de los talibanes, esa es la imagen que se han forjado, consciente y cuidadosamente, estos grupos que, bajo la designación de “fundamentalistas islámicos” han secuestrado al Islam para ejercer el más brutal y banal de los regímenes de terror.
Conviene detenerse un tanto ante esta doble cuestión arriba mencionada: la idea de que los talibanes son “fundamentalistas islámicos” y la curiosa (y no casual) mecánica del recurso al “desmentido oficial”, contra todas las evidencias, por parte de la autoridad talibán.
Todos conocemos la convulsionada historia del fundamentalismo islámico contemporáneo. Dejando de lado, por obvias razones de espacio, los primeros pujos de radicalismo que se generaron a medida que se acentuaba el debilitamiento de los grandes imperios islámicos como el turco, el persa (e incluso el indio), a partir del siglo XVIII y XIX, o la posterior irrupción del “wahhabismo” o “salafismo”, el origen del fundamentalismo islámico contemporáneo puede, sensatamente, ubicarse en el siglo XX.
A efectos prácticos, conviene remitir la aparición de su versión contemporánea a la prédica de ”Los Hermanos Musulmanes”, a la obra del paquistaní Mawdudi y, muy particularmente, a la de Sayid Qutb, quien cayese ejecutado por el régimen nasserista egipcio en 1966. A su vez, si el fundamentalismo sunnita tuvo en Sayid Qutb su inspirador, el chiísmo lo encontrará, más tardíamente, en la consolidación del jomeinismo, suerte de ”revolución” del pequeño clero islámico (los ”mulah”) contra los grandes ayatollahs transformados en administradores del ”establischment” chiíta.
Pero, en cualquier caso, y más allá de diferencias de doctrina teológica, los fundamentalismos islámicos nacidos y desarrollados durante el siglo XX eran primos hermanos de todos los radicalismos islámicos del pasado (y, también, muy cercanos a los fundamentalismos protestantes, católicos, hebreos, budistas, etc.) del mismo período o a los diversos fundamentalismos, no religiosos, pero si ”ideocráticos” , que los siglos pasados supieron alumbrar.
Su lógica originaria es, esencialmente, siempre la misma y puede resumirse en los siguientes rasgos:
a.- la reivindicación de una suerte de imaginario ”retorno a las fuentes”, la vuelta a un momento ”puro” previo a la aparición de influencias ”extrañas“, ”extranjeras“ o ”espúreas” que causaren la ”desviación”, la ”corrupción” o la pérdida definitiva de los valores considerados, más que arbitrariamente, como el núcleo mismo de una identidad (religiosa, o de otro tipo, en los raros casos en los que el fenómeno no es puramente religioso);
b.- la voluntad de reafirmar la supremacía absoluta de la comunidad, concebida como una “totalidad de creyentes”, por sobre cualquier interés, derecho o volición individual, grupal o sectorial de los integrantes de dicha comunidad;
c.- la afirmación radical que el funcionamiento político del estado (o polis, o comunidad política, como se le quiera llamar) debe de estar estrictamente regulado por un contrato “originario” previamente establecido con la Divinidad y que, por lo tanto, toda autoridad política ha de estar sometida a alguna forma de autoridad religiosa “superior” a la primera.
Más allá de la forzosa generalidad de estos rasgos, resulta evidente que ellos son abiertamente contradictorios con cualquier modalidad democrática, liberal y republicana de gestión política. Suponen la sumisión (si no es que la desaparición simbólica) del individuo y el alineamiento de la mayoría de las actividades de la comunidad a formas rituales derivadas de la religión en cuestión puesto que ésta es la “asignadora de sentido en última instancia”, si se nos permite la expresión. O sea, los fundamentalismos sólo pueden convivir con alguna forma de autoritarismo político y la sola lectura de sus características hace explícito el carácter profundamente arcaico, liberticida y retrógado de las soluciones políticas que impulsan.
Pero lo que no se deduce de los rasgos generales que acabamos de enumerar, es que las diversas modalidades del fundamentalismo requieran forzosamente de regímenes políticos que hagan del terror la herramienta básica para gestionar la vida de la comunidad. Lo que nos interesa intentar aclarar aquí es que, en la última década o, si se quiere, desde el 11 de septiembre del 2001, se ha ido asentando paulatinamente la idea de que el problema radica en el auge del fundamentalismo, “islámico” en este caso, y no en la proliferación de actividades, grupos y regímenes que, independientemente de su retórica fundamentalista, hacen del uso sistemático del terror, su rasgo más característico.
Lo que sucede en Afganistán, en partes de Pakistán y en muchos otros lugares del planeta ya hace un buen rato que se ha ido apartando de sus genuinas (y arcaicas) raíces supuestamente “fundamentalistas” para transformarse en totalitarismos que hacen del terror su modus operandi primordial. Es, entonces, en esta diferenciación entre fundamentalismo y terrorismo totalitario, donde nos parece oportuno detenernos, en nuestra siguiente entrega, para una mejor comprensión de la conflictividad del mundo que nos aqueja.
introduccion notas de análisis resumen semanal de noticias internacionales documentos de interés publicaciones conferencias y eventos varios otras noticias equipo de letras internacionales

viernes, 6 de agosto de 2010

NO SOMOS TODOS IGUALES


La actual crisis económico-financiera que azota a las mayores economías del mundo, está dejándonos, en Latinoamérica, varias lecciones interesantes sobre el desempeño de nuestras economías ante el fenómeno. Es que, por primera vez en muchas décadas, el desempeño en esta coyuntura de los distintos países de América Latina dista mucho de presentar la homogeneidad que había caracterizado en las crisis anteriores.
En esta crisis estamos viendo, y en algunos países sufriendo, cómo el manejo serio y responsable de las finanzas se transforma en el diferenciador determinante entre dos escenarios bastante diferentes: la caída libre de la economía y el aumento vertical del desempleo versus una caída más moderada y un Estado con respaldo financiero y recursos sólidos para enfrentar el tsunami financiero actual.
En crisis anteriores, desde México hacia el Sur, prácticamente todos los países de la región nos veíamos enfrentados a problemas idénticos o similares, con pocas alternativas de diferenciarnos de nuestros vecinos y viéndonos arrastrados a alguna modalidad de descalabro de nuestras economías.
Esta última crisis está mostrándonos que nos es lo mismo estar en Chile que en Venezuela, ni en Argentina que en Brasil. Nos reafirma, además, que esta situación de diferenciación el la capacidad de respuesta a la crisis no es casual. Ante todo deja claro que no es producto de ninguna manipulación imperialista para sacudir nuestros cimientos económicos y, lo que es más importante, nos ayuda a comprender cuan significativo y determinante es el manejo responsable de los recursos propios en tiempos de bonanzas.
Y es que mientras los precios de los "commodities" volaban por los aires en los mercados internacionales, países como Argentina, Ecuador y Venezuela incorporaron a su gasto corriente los ingresos excepcionales que los precios de la soja y el petróleo, entre otros, les proporcionaba a su economía. Todo esto, sin realizar las reformas necesarias que garantizaran que, en momentos de vacas flacas, los recursos estarían presentes para poder pasar lo mejor posible este mal momento que, como toda economía es cíclica, tarde o temprano iba a llegar.
Resulta muy gráfica de esta situación que se ha planteado con el despilfarro de los ingresos conseguidos en al bonanza de la pre-crisis, la frase del ex ministro venezolano de petróleo y cofundador de la OPEP, Juan Pablo Pérez Alfonso, que en los años 70 señaló que: “…dentro de diez años, dentro de veinte años, ya lo verán: el petróleo nos llevará a la ruina”. Y eso es lo que está pasando aceleradamente con la economía venezolana.
Sobre la situación a la que refiere esta frase podemos hacer una sencilla modificación y, además de referirinos al petróleo, incluir muchas otras materias primas. Tal vez con la excepción del cobre, pero ello no por el cobre en sí mismo que es una "commodity" más. Más bien porque el manejo que se ha hecho de los recursos provenientes de la comercialización de este recurso difiere del que se ha realizado con los que provienen de las otras "commodities".
Como siempre, el caso chileno deja al descubierto que, en Latinoamérica, somos países cada vez menos parecidos y que cada vez más, por suerte, hay algunos países que manejan con racionalidad y responsabilidad los recursos que no le pertenecen ni a un líder, ni a un partido, ni siquiera a una generación, sino a todo un pueblo.
Por último, y por otra parte, hay que señalar que el caso de México ha sido bien distinto. Su clase empresarial, y sin duda el gobierno, han sido responsables de "descansarse" sobre la comodidad que representa tener tan cerca al principal mercado del . En dicha situación, todos los actores optaron por la facilidad, lo que llevó a que dicho país destinara el 80 % de sus exportaciones al mercado interno de los Estados Unidos. Una vez estallada la crisis, lo que redujo abruptamente el nivel de compra de dicho mercado, México se encontró con su sector exportador prácticamente paralizado.
Grave error que nosotros, desde nuestro pequeño Uruguay, ya vivimos cuando, hacia finales de la década de los años 90, destinábamos el 60 % de nuestras exportaciones a nuestros “socios” del Mercosur que, crisis mediante y devaluaciones inconsultas de sus propias monedas, nos dejaron en poco tiempo fuera de aquellos mercados donde colocábamos una parte muy significativa de nuestras exportaciones.
Sin duda esta crisis nos deja a todos los latinoamericanos muchas lecciones, de las cuales debemos tomar debida nota, porque en términos históricos, esta crisis es solamente un acontecimiento más de los tantos que el futuro nos depara.

jueves, 5 de agosto de 2010

NUEVA TELENOVELA TROPICAL Y VAN…

TELENOVELA TROPICAL




Como era previsible, la Cumbre de los cancilleres de UNASUR reunida la semana pasada en Quito, Ecuador, no llegó a conclusión alguna. El tema a tratarse, a solicitud de Venezuela, era la denuncia hecha por Colombia días antes en la OEA (aparentemente acompañada de pruebas contundentes), de supuestos campamentos y 1.500 ”guerrilleros” de las FARC instalados libremente y operando en territorio venezolano. La reunión preparó un texto de consenso para elevar a los Presidentes y, a último momento, el canciller de Venezuela, entendió que ese texto no debía ser un texto oficial de la conferencia con lo cual dio por tierra con cualquier posibilidad de avance hacia, o de concreción de, algún resultado palpable.
Sobre este asunto sería tiempo que la opinión pública terminase de ”desayunarse” de una buena vez. En la neo-populista América Latina en la que (con honrosas excepciones) vivimos, la tendencia que rige el manejo de las relaciones internacionales es: crea problemas, no soluciones y, cuando logres crearlos, complícalos afín de crear una nueva organización internacional que se encargue de gerenciar la complicación y permita la amplificación del conflicto.
Esta tendencia está alimentada por diversos afluentes que convergen hacia el primado de la retórica populista, hacia el verbalismo arrogante y hacia la más ostensible y cuidadosamente buscada de las inoperancias. Por un lado la voracidad presidencial por figurar en los medios torna difícil todo tratamiento diplomático serio de los temas eventualmente sustantivos. La diplomacia ”presidencial” prima. Por otra parte, en ámbitos totalmente improvisados como el ALBA o como la UNASUR, esta segunda orientada por una Secretaría en manos de Néstor Kirchner cuya preocupación fundamental oscila entre el engorde de sus cuentas bancarias y el control político de la provincia de Buenos Aires (para poder seguir alimentando cuentas bancarias), los temas serios de política internacional latinoamericana tienen muy escasas chances de avanzar.
El conflicto entre Colombia y Venezuela en torno a la cuestión de la protección que éste último país (así como el Ecuador) le ofrece a las FARC ya va por su enésima crisis. El Ecuador rompió relaciones con Colombia el 8 de marzo del 2008, Venezuela acaba de hacerlo nuevamente entre improperios y amenazas de Chávez. Pero hasta ahora, toda esta mezcla de amenazas, declaraciones, insultos y demás ejercicios sólo han terminado en shows mediáticos que nunca lograron decir las cosas por su nombre ni hacer avanzar o solucionar la cuestión.
En primer lugar, hace décadas que las llamadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) dejaron de ser un grupo guerrillero con algún contenido ideológico ”revolucionario”. Son esencialmente una organización narco-terrorista cuyas primeras ramificaciones, según algunas fuentes, ya empiezan a hacer presentes en México ya que este país, a pesar de los ingentes esfuerzos gubernamentales, se ha transformado en privilegiada plataforma continental de acción de la delincuencia organizada.
Sin embargo, las FARC continúan comportándose frente a la comunidad internacional como si fuesen un interlocutor válido y legítimo. Tan es así que, con fecha 30 de julio, esta organización acaba de hacer llegar, vía un blog en Internet cercano a su dirección, una oferta de negociación, dirigida al futuro gobierno del Presidente Santos que asumirá en los próximos días. En su propuesta propone discutir, nada más ni nada menos, que la presencia de bases norteamericanas en dicho país. No es posible aún opinar seriamente sobre como debería Santos recibir esta oferta, pero es de presumir que el futuro Presidente conoce perfectamente el perfil de estos ”guerrilleros”. Sobretodo si recordamos que, al mismo tiempo, con horas de diferencia, 5 policías y un soldado colombiano fueron asesinados en el sur del país por las FARC. Durante el fin de semana, además, hubo nuevas bajas cuyo número exacto no nos ha sido posible establecer.
En segundo lugar, resulta particularmente sorprendente que el Presidente Chávez sólo hable de guerra, movilización de su ejército, defensa de supuestas violaciones de soberanía, insulte rutinariamente al Presidente colombiano y nada responda sobre las acusaciones que Colombia ha hecho en la OEA. Aunque en tono infinitamente más moderado, también el Presidente Uribe, su gobierno y las FF.AA. de Colombia declaran día por medio a propósito del conflicto.
Dada la tirantez existente y la fluidez de una situación permanentemente modificada por declaraciones que se suceden y/o superponen vertiginosamente, no es difícil llegar a una conclusión cada vez más evidente. A todos los actores (quizás con la excepción de Santos), las FARC, Chávez, Correa y Uribe les interesa cultivar la táctica de la tensión y exacerbar el conflicto.
Es como en cualquier telenovela: si las cosas comienzan a transcurrir hacia alguna forma de solución razonable el melodrama pierde en intensidad y, por ende, el “rating” y la audiencia se evaporan. La única diferencia es que, en este juego, están de por medio muchas vidas y el bienestar de la población de estos países. Alguien tiene que darse cuenta.