El lunes 11 de mayo, en el Aeropuerto Ben Gurión de Israel, comenzó una problemática gira de Benedicto XVI. Aunque en su primer discurso, en el mismo aeropuerto, con la presencia del Presidente Simón Peres -(que tuvo la deferencia de recibirlo con palabras en latín)- y del Primer Ministro Benjamin Netanyahu, el Papa se apresuró a condenar las manifestaciones antisemitas con algunas frases contundentes a los efectos de ensayar un gesto de acercamiento con las autoridades locales -(“el antisemitismo continúa alzando su repugnante cabeza en muchas partes del mundo. Es totalmente inaceptable. Debemos hacer todos los esfuerzos para luchar contra él allá donde se encuentre”)- , es evidente que esta gira no se está desarrollando por los carriles más constructivos.
Muchos son los elementos que convergen para hacer de esta instancia una gira particularmente difícil. Es la primera vez que Benedicto XVI visita la región y, tal como lo había anunciado al inicio de su "mandato", se trata de un Papa bastante menos mediático y viajero que Juan Pablo II. No olvidemos que, cuando fue elegido tenía 78 años lo cual lo convirtió en uno de los Papas que más edad tenían en el momento de su elección, entre los 264 Pontífices que lo antecedieron. Este hecho puso en marcha más de una especulación entre los analistas expertos en asuntos vaticanos. Para muchos estábamos ante una "figura de transición" que aparecía al sólo efecto de llenar el vacío dejado por la muerte de Juan Pablo II hasta que, la compleja alquimia política interna de la Iglesia destilase alguna figura más "aggiornada" que la del entonces Cardenal Ratzinger.
En parte por ello, por sorprendente que pueda parecer, el primer elemento que introduce incertidumbre es la figura misma de Benedicto XVI. Su escaso carisma personal -(particularmente en comparación con el de su antecesor)-, su perfil de "religioso intelectual" -("the teaching Pope", lo llama la prensa norteamericana)- sus posturas de defensa de las corrientes conservadoras de la Iglesia y hasta su origen alemán, aderezado con una hipotética pertenencia compulsiva a organizaciones militares del agonizante IIIer. Reich, a la improbable edad de 15 o 16 años, son elementos que se están manejando, a lo largo de esta gira, de formas no siempre muy ortodoxas.
En segundo lugar, la gira se produce en medio de una relación del Papa con Israel, muy complicada por el incidente del obispo Williamson que no ha sido olvidado. Como tampoco han sido olvidadas sus declaraciones del año 2006 cuando, citando a un antiguo Emperador bizantino, repitió las palabras de aquel para con el Islam llamándolo "diabólico e inhumano". Esto, seguramente, no le generó simpatías palestinas.
Aunque las autoridades políticas -(israelíes y palestinas)-, e incluso la población en general, ha seguido -(al menos hasta el momento en que redactamos este editorial)- con cierta simpatía al Pontífice en sus diferentes intervenciones, los principales problemas parecer provenir de las autoridades y voces religiosas. El gobierno israelí deseaba esta visita y el Jefe de la Autoridad Palestina, M. Abbas acaba de calificar a la visita del Papa como histórica y lo invitó a la festividad de la Navidad de este año en Belén.
Es que, desde un punto de vista estrictamente político, los dichos, las actitudes, los gestos; en otros términos, la semiótica de la visita papal -(hasta hoy, miércoles 13)- han sido perfectas. Visita Israel, pero habla del estado palestino desde sus primeras alocuciones, critica el muro de separación entre Israel y Cisjordania pero condena la violencia de los grupos extremistas palestinos y, en términos generales, toda la mecánica de su visita está efectivamente organizada para que sea una gira donde todas las partes tengan algo para ganar.
El problema es que eso se construye en el ámbito de la política y, cuando se es Papa, hay que ser muy buen político -(como fue el caso de Juan Pablo II)- para que, en determinadas circunstancias, la investidura religiosa no interfiera dificultando la acción política. La doble condición de Pontífice y de Jefe del Estado del Vaticano constituye una particularidad que puede jugar a favor, (en términos estrictos, el Estado Vaticano sólo adquiere relevancia por ser el centro neurálgico de la Iglesia Católica) pero que se le torna en contra cuando su calidad de autoridad religiosa prevalece sobre la de autoridad política. Como autoridad religiosa, cuando se expresa, abre inexorablemente la posibilidad de que otras autoridades religiosas se expresen a su vez. Y lo que puede suceder es que entre esos espontáneos interlocutores religiosos de Benedicto XVI pese más la promoción de su fé que la racionalidad política.
En distintas instancias de la agenda de Benedicto XVI se suceden comentarios, incidentes o interpretaciones que evidentemente provienen más de un mundo regido por la defensa acérrima de adhesiones religiosas que del de la política. En un evento, en el Instituto Notre Dame de Jerusalem, donde estaba programada una única intervención por parte del Pontífice, un Sheik se apropia "manu militari" del micrófono y lanza una arenga fuertemente anti-israelí. Del lado israelí parecen acumularse las más complejas interpretaciones. Un rabino declara la molestia judía porque el representante del Vaticano no abandonó la sala durante la intervención de Mahmoud Ahmadinejad en la conferencia contra el racismo organizada por las Naciones Unidas en Ginebra hace algunas semanas. En el discurso pronunciado en su visita al Memorial del Holocausto, Yad Vashem, -(ver el texto inglés en esta misma publicación)- no faltaron los que le reprocharon utilizar la expresión "…la memoria de millones de judíos…" en lugar de precisar que fueron "…seis millones…" los que perecieron en el Holocausto. O bien se le criticó "…no es lo mismo "muertos" que "asesinados…” lo cual es atendible pero contrasta bastante con la actitud oficial del estado de Israel y de la Autoridad palestina que parecen claramente interesados en que el evento sea, ante todo, un acontecimiento político exitoso más que una disputa de hermenéutica teológica.
En todo caso la visita durará hasta el viernes. Serán 48 horas más de una visita muy difícil que ha planteado, desde los más delicados problemas relativos a la seguridad física del Pontífice, hasta desafíos políticos altamente complejos que estarán presentes hasta el último minuto de la gira. Cuando el avión levante vuelo de retorno a Roma, recién entonces, llegará el tiempo de las conclusiones. Mientras tanto, y en aras de una paz que tiene que ser posible, sólo cabe desearle suerte a Benedicto XVI. Y el que quiera rezar, que rece.