Por Javier Bonilla Saus*
En diciembre del año 2006 comenzó a desarrollarse la crónica de una catástrofe largamente anunciada desde hace décadas por todos los analistas internacionales sensatos. El Sr. Mugabe, al frente del gobierno de Zimbabwe desde 1980, no tuvo mejor idea que proponer una reforma constitucional que le permitiese permanecer al menos 2 años más en el poder. Sin embargo, por primera vez, su partido, el ZANU-PF (Zimbabwe African National Union-Patriotic Front), ni siquiera mediante el fraude sistemático, logró derrotar al líder de la oposición Morgan Tsvangirai. Deberían haber ido a una segunda vuelta pero, mediante el uso de la fuerza y de la intimidación, Mugabe logró forzar una "mediación" del –entonces presidente sudafricano Thabo Mbeki. En una primera lectura, lo que resulta poco explicable es cómo el Sr. Mbeki terminó aceptando fungir como "mediador" y todavía menos entendible es como la oposición no rechazó inmediatamente semejante solución.
Al final las cosas retomaron su "curso normal". La oposición fue cada vez mas perseguida, Thabo Mbeki quedó a la vista del mundo entero como lo que siempre fue, un simple cómplice de Mugabe, y la oposición se retiró de toda la farsa. Desde entonces el control político de Mugabe sobre Zimbabwe se deteriora lentamente por lo que, como cabe esperar en semejante contexto, la represión se acentúa de manera proporcional.
Pero desde hace uno o dos meses todo indica que la situación "tocó el fondo". Desde hace ya casi 10 años, la economía de este país y la calidad de vida de la población han venido declinando a un ritmo pavoroso. Ya no se trata de simples cifras como las que tradicionalmente estamos habituados a vincular con situaciones políticas y/o económicas críticas: son cifras que sólo pueden verse en situaciones de guerra abierta. O mejor dicho: son cifras que sólo son asociables con el proceso de destrucción total de un país. No en vano el editorial de "Le Monde", del 3/12/08, titula: "Suicide du Zimbabwe".
Que, en 2007, el PIB haya variado -6%, luego de una larga serie de números negativos, que la mortalidad infantil llegue al 85 por mil niños nacidos vivos, que el 20% de la población sea portadora de HIV, que la esperanza de vida promedio sea de 44 años, que el desempleo sobrepase el 80% de la población activa o que la inflación de julio pasado haya llegado al inverosímil monto de 231.000.000% (sic), son cifras que no reflejan estrictamente la realidad del Zimbabwe creado, desde hace 28 años, por el "héroe" nacional, Robert Mugabe.
Lo que no tiene "cifra", es que hay ciudades donde ya el servicio de energía eléctrica sólo funciona, algunas horas, durante sólo 4 días por semana: y eso desde hace un año; lo que es insólito es que en la ciudad de Marondera, con sus 50.000 habitantes, todos los servicios públicos llevan varios meses sin actividad; lo que no resulta admisible es que, también desde hace más de un año (para ser exactos, desde febrero 2007) el sistema de tratamiento de agua potable de la capital está prácticamente fuera de servicio y, como previsible consecuencia, el cólera ya se ha cobrado más de 600 víctimas y unos 13.000 casos de probable infección en lo que va de 2008.
Desde luego que este espectacular resultado, que recuerda de manera escalofriante al de la Camboya de Pol-Pot, es el fruto de una larga política, salvo que, en este caso, estamos ante un modelo de "socialismo africanizante".
La idea es conocida. Alcanza con mezclar un supuesto "socialismo" con una buena dosis de populismo anticolonialista, irresponsabilidad política y corrupción total del personal político para que la receta funcione admirablemente. Acostumbrado como está el mundo y los medios a aceptar a-críticamente el discurso "politically correct" que sostiene que todo lo malo que sucede en el África es culpa del "colonialismo", son innumerables los líderes africanos que se han erigido en tiranuelos de opereta para quienes el acceso al poder sólo implica el compromiso de abusar de él. Si, como resultado final, se obtiene la reiteración sistemática de fracaso tras fracaso, alcanza con apuntar el dedo hacia el Norte para encontrar culpables y decir que son necesarias "Soluciones africanas para los problemas africanos". Aunque a otro nivel, en América Latina estamos bastante habituados al mismo discurso por parte de varios gobiernos del continente.
Hace casi una década, por ejemplo, Mugabe decidió premiar a sus "militantes" con las tierras y haciendas de los granjeros blancos. Haciendas construídas con su trabajo, con su capital y con el esfuerzo de sus trabajadores durante el perído de la antigua Rhodesia. A esta política de premiar a sus secuaces (no hay informes fehacientes de que ningun verdadero trabajador del período anterior haya recibido tierras), le llamó "reforma agraria". El caos causado a partir de ese momento ha sido tal que los países vecinos están insistentemente exhortando a Mugabe para que detenga dicha "reforma" porque sus efectos han sido desastrosos para todos los estados linderos. Es más, el Tribunal de la SADC (South African Development Community), organismo multilateral integrado por 15 países del Sur de África, acaba de fallar, en base a un reclamo de 27 granjeros blancos, que el programa de Mugabe no ha hecho otra cosa que generar "…víctimas de un proceso de discriminación racial…" contra los antiguos colonos.
Pero a la alarma económica y a la inminente hambruna que aquejará al país en cuestión de semanas, se suma la catástrofe sanitaria. Desde hace meses la OMS está señalando que, en virtud del crack del sistema de agua potable de Harare y otras ciudades, y de la inoperancia del sistema de salud, la epidemia de cólera es inminente. Y aunque con fecha 4 de diciembre, finalmente, el gobierno se ha decidido a pedir abiertamente el apoyo de la Comunidad internacional, Mugabe no ceja en sostener que toda la situación se debe a la acción del imperialismo y del colonialismo. Es bien sabido que, cuando "la cosa aprieta en serio", los principios del socialismo africanista vienen a morir en petitorios de ayuda a los países occidentales. Que, por su parte, y sin que esto deba sorprender a nadie, ayudan o no ayudan; y si ayudan, lo hacen de la manera que más les conviene.
En resumen, para cuando este artículo sea publicado, es altamente probable que como en Darfur, como en el Congo, como en Somalia, etc. estemos ante una catástrofe humanitaria de proporciones gigantescas. En este caso, sin embargo, no hay guerra, ni problemas fronterizos, étnicos o disputas por colosales recursos naturales que sirvan de escusa para justificar la inoperancia del gobierno: sólo está la irresponsabilidad de un tirano indecente que ha decidido destruir a su país y a su gente por el solo placer de perpetuarse en el poder hasta la muerte.
*Catedrático de Ciencia Política
Depto de Estudios Internacionales
FACS –ORT Uruguay
Depto de Estudios Internacionales
FACS –ORT Uruguay