lunes, 11 de noviembre de 2019

La inevitable caída de Morales



Evo Morales, el indígena que sucumbió a las mieles del poder

El punto de inflexión de su largo mandato fue el 2016, cuando perdió el referéndum para cambiar la Constitución. Hoy, poco quedaba del humilde líder cocalero que asumió en su día la presidencia.

Cuando el primer presidente indígena de América Latina nació, en octubre de 1959, estaba destinado a llamarse Evaristo. Así lo establecía el «calendario pintoresco de Brístol», tan en boga en aquella época para otorgar nombres de santos católicos a los recién nacidos. Pero a Dionisio Morales no le gustaba la idea, aquel nombre era demasiado largo para su hijo varón. Como si algo le dijera que aquel bebé que luchaba por sobrevivir desde antes de nacer, algo que no consiguieron los dos hermanos que le precedieron, necesitaba un nombre sonoro e impactante para cambiar el destino de su nación.

Así que optó por Evo, la versión más corta del nombre inicial, una contracción de la que sólo quedaron las dos primeras letras y la última. Todo aquello previa discusión con el sacerdote, que en aquellos tiempos también mandaba mucho.

Las peripecias de su nacimiento y bautizo las describe el propio líder ‘aymara’ en su autobiografía, ‘Mi vida, de Orinoca al Palacio Quemado’, un largo relato de cómo la vida se confabuló con la política para empujarle hasta la Presidencia de su país, un puesto hasta entonces vedado para los indígenas. Hoy, 60 años después de su nacimiento y transcurridos 14 de su primer triunfo electoral, el nombre de Evo, el que fuera el mandatario actual más longevo del continente, ya forma parte del abanico de nombres, tan cortos e impactantes como el suyo pero que tanto han cambiado la Historia de la región: Fidel, Lula, Raúl…

Lo más paradójico es que ya no queda mucho de aquel Evo, el que alcanzó al poder desde la dirigencia ‘cocalera’ de los Andes bolivianos, en dura pugna con los poderes de toda la vida de un país sumido en la pobreza. Un giro inesperado para una Bolivia con presidentes que hablaban con un acento tan gringo que ni se les entendía.

Un simple vistazo al hasta ahora todopoderoso presidente le acerca más a Evaristo, decidido a perpetuar su nombre en el poder, alargarlo a la fuerza en la Historia de su país, incluso más allá de 2025, cuando vencía la próxima legislatura. Si hay un punto de inflexión, sucedió en 2016, cuando perdió el referéndum para cambiar la Constitución. «Los que dijeron ‘sí’ (48,7%) es para que siga Evo. Los que dijeron ‘no’ (51,3%) es para que no se vaya Evo», señaló el presidente a los periodistas para confirmar que en la América de la revolución no importa mucho lo que quiera el pueblo. Ya lo demostró su gran padrino político y aliado, quien tras perder una consulta parecida en 2007 definió el triunfo de los estudiantes que le confrontaban como «una victoria de mierda».

SU «HERMANO», NICOLÁS MADURO

De Evo a Evaristo, aunque no sea oficial ni reconocido. Al propio líder indígena le gusta repetir su nombre,»Evo» o «el Evo», como si se diera cuenta de que las mieles del poder le estaban engordando y quisiera subsanarlo con las palabras. Lo mismo le ocurrió a su aliado Hugo.

Nada queda en el aburguesado Evo de hoy de la humildad de entonces («No conocí la ropa interior hasta los 14 años»), olvidada por los dispendios que acompañan a los líderes populistas del continente, otra de las cuestiones que parte del país no le perdona al ya ex presidente, cuya principal salvaguarda ha sido la bonanza económica que disfruta el país andino. Una bonanza nacida en la nacionalización de los recursos del gas (en su mayoría en manos brasileñas) y de una administración solvente y eficaz de las cuentas públicas, siempre bajo la tutela de su inefable vicepresidente, García Linera, el cerebro gris de la administración del Movimiento Al Socialismo (MAS), y del ex ministro Luis Arce.

Morales se ha gustado apoltronado en el poder, tan protegido que no dudaba en patear sin disimulo a quien le presionaba, ya fuera en una de esas habituales pachangas de fútbol o en una partida del ajedrez político. El indígena ‘aymara’ persiguió sin disimulo a su enemigos políticos, castigó a la prensa privada, se aprovechó del poderoso aparato estatal para llenar las urnas y se alineó de forma irrestricta con su «hermano» Nicolás Maduro, más allá de las torturas y las ejecuciones extrasumariales denunciadas por la que fuera presidenta izquierdista de Chile, Michelle Bachelet, con la que Evo jamás hizo buenas migas. El histórico diferendo de la salida al mar de Bolivia lo impidió una y otra vez.

Como ya anunció durante la pasada campaña, una vida como la suya, rebosante de jornadas maratonianas de casi 20 horas, necesitaba un segundo volumen de biografía. «Hasta ahora no nos equivocamos, juntos cambiamos la Historia. ¡Vamos por un futuro seguro!», clamó el líder revolucionario en Oruro, cerca de su su Orinoca natal, un pueblito tan pequeño que los mapas se olvidaron de él. Allí, donde la lucha por la supervivencia y contra la exclusión le forjó hasta convertirle en un líder carismático empeñado en convertir en su hogar el Palacio Quemado, la antigua sede presidencial. Pero ya no podrá ser. La calle, la OEA, el ejército, la policía han doblegado a Evo Morales.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

SAUVER LA DEMOCRATIE

Le Premier ministre hongrois Viktor Orban et le ministre italien de l'Intérieur Matteo Salvini, le 28 août 2018 à Milan.
Le Premier ministre hongrois Viktor Orban et le ministre italien de l'Intérieur 
Matteo Salvini, 28 août 2018 à Milan.
afp.com/MARCO BERTORELLO


A 36 ans, il signe un diagnostic cinglant sur notre époque. Rencontre avec le politologue germano-américain Yascha Mounk.

La traduction française du livre de Yascha Mounk vient de paraître sous le titre Le Peuple contre la démocratie, aux éditions de L'Observatoire. Son auteur, né en Allemagne de parents polonais, et devenu américain, prétend offrir des aperçus novateurs sur les transformations actuelles de la démocratie.  

Si Mounk est inquiet, c'est comme il l'explique dans la conversation qui suit, parce que, tant dans le "Vieux continent" que dans le Nouveau monde, "les critères qui garantissaient la stabilité des démocraties sont fragilisés", tandis que les populistes "méprisant les règles de base de la démocratie libérale" étendent leur influence politique et idéologique presque partout. Et c'est aussi, bien sûr, parce que les régimes constitutionnels et pluralistes semblent désarçonnés par l'assaut illibéral. 


YaschaMounk, cela dit, échappe à la tentation du pessimisme radical, démobilisateur. C'est un démocrate lucide. Il entend contribuer à la "reconsolidation",autrement dit à la fortification des démocraties face à la tempête populistequi, portée par Trump, essaime hors d'Amérique en Europe. Rencontre avec unesprit combatif.  

L'Express. Vous écrivez qu'il s'agit ni plus ni moins, aujourd'hui, de "sauver la démocratie". L'heure est-elle aussi grave ? 

Yascha Mounk. Absolument. On a beaucoup caricaturé l'essai de l'historien Francis Fukuyama qui prédisait en 1992 "la fin de l'histoire" - c'est-à-dire la victoire de la démocratie libérale dans le monde occidental, grâce à la prospérité économique, l'avènement de gouvernements élus démocratiquement. On oublie que la plupart des politologues de l'époque étaient du même avis. Aujourd'hui, ces critères qui garantissaient la stabilité des démocraties sont fragilisés : beaucoup de citoyens se détournent de ce type de régime par mécontentement envers leurs institutions politiques, tandis que les populistes méprisant les règles de base de la démocratie libérale connaissent une ascension fulgurante dans presque tous les pays occidentaux. En Europe, ils recueillaient environ 5 % des suffrages dans les années 2000. Aujourd'hui, ils ont atteint 25 %. Ces gouvernements populistes menacent très directement la démocratie. La Hongrie, qui semblait à l'abri de cette involution, du fait de sa richesse et de sa pratique des élections libres sur plusieurs années, a basculé, avec son premier ministre Viktor Orban, dans ce qui ressemble à une dictature élective.  

Que s'est-il passé pour que la réalité apporte un tel démenti à la thèse de Fukuyama ?  
A l'époque de ce que vous avez appelé en France les "Trente Glorieuses", chacun pouvait penser qu'il vivrait mieux que ses parents, et qu'il en serait de même pour ses propres enfants. Cette foi dans le progrès social a disparu. Tout comme s'est émoussée l'expérience, très forte, de la solidarité entre les classes qu'ont connu les populations après le traumatisme de la guerre. Enfin, les Etats européens étaient soit assez homogènes du point de vue ethnique, soit avaient une conception "mono-ethnique". Avec l'immigration, la donne a changé. Beaucoup de gens ont l'impression que la culture de leur pays change sous la pression des étrangers.  

En Europe et aux Etats-Unis, nous assistons, dites-vous, à une confrontation entre des démocraties illibérales, comme la Hongrie, et des libéralismes a-démocratiques, dont l'Union européenne serait un exemple. Quelle est sa nature ?   

Notre système politique démocratique repose sur deux objectifs fondamentaux. D'une part, la défense des droits individuels - liberté d'expression, de croyance, etc - garantie par la séparation des pouvoirs. D'autre part, la souveraineté du peuple : les citoyens veulent que leur volonté soit traduite dans les politiques menées. Or, depuis plusieurs décennies, le premier objectif est correctement rempli, mais pas le second. 

Pourquoi un tel échec ?  

Premièrement, nous sommes dans des sociétés tellement riches que les puissances de l'argent ont acquis un pouvoir qu'elles n'avaient pas il y a quinze, voire même vingt ans. Deuxièmement, la réalité économique et internationale est devenue si complexe avec la mondialisation et la technologie que les dirigeants ont besoin de technocrates, de banques et d'agences indépendantes pour éclairer leurs décisions. Malheureusement, les opinions publiques ont l'impression qu'elles sont mises de côté. En Europe, ce libéralisme a-démocratique prend la forme de l'Union européenne, mais les Etats-Unis ont aussi de nombreuses institutions technocratiques qui n'ont rien à envier à la technocratie bruxelloise. Les anti-européistes sont naïfs de croire que le peuple aura le pouvoir une fois l'UE dissoute, car les réalités qui rendent ces institutions nécessaires ne vont pas disparaître d'un coup de baguette magique.  

Comment expliquez-vous que les jeunes Occidentaux soient aussi peu nombreux aujourd'hui à penser que la démocratie, en dépit de ses imperfections, reste le meilleur des régimes ?
  
Les générations précédentes ont vécu la guerre ou ses lendemains, elles savent ce que le fascisme et le communisme veulent dire ; pour elles, lutter pour préserver la démocratie est naturelle. Les jeunes, eux, n'ont pas cette mémoire. Ils voient les défauts de leur système et se disent : pourquoi ne pas essayer autre chose ? Il faut ajouter que la politique a aussi favorisé les "vieux" au détriment des jeunes, qui peinent à trouver un emploi et à se loger.  

Depuis la reconstruction de l'ordre démocratique après la chute du nazisme, l'Union européenne n'a-t-elle pas constitué un rempart contre le déferlement du populisme ?  

Oui, et je me sens d'ailleurs très européen, moi qui suis né en Allemagne de parents polonais, ai fait des études en Angleterre, ai vécu en France... L'Union européenne a apporté une réponse remarquable au nationalisme expansif et exclusif de la première partie du XXe siècle, mais je crains que son actuel déficit démocratique réactive les nationalismes et la colère populiste. Par ailleurs, le Brexit n'est pas un problème en soi - l'Union peut parfaitement fonctionner avec un pays en moins ; en revanche, la montée des gouvernements autoritaires dans de nombreux Etats membres et le fait même que l'un des favoris pour la présidence de la Commission européenne, Manfred Weber, soit un allié clé de Viktor Orban, le Premier ministre hongrois, me préoccupent bien davantage. Comment allez-vous expliquer à des citoyens français, allemands ou espagnols qu'ils doivent partager leur souveraineté au sein de l'UE avec un dictateur à Budapest ?  

Peut-on parler d'une contamination populiste, à l'image de la "lepénisation des esprits" jadis dénoncée en France ?  

Il y a les populistes étiquetés comme tels, à l'image de Matteo Salvini en Italie, et il y a, en effet, des politiciens qui commencent à copier la droite populiste par calcul électoral, à l'image de Laurent Wauquiez chez vous. Le risque est que ces partis établis se laissent entièrement gagner par les idées populistes et deviennent, à terme, des ennemis de la démocratie.  
A-t-on eu tort de considérer la question des inégalités uniquement comme un enjeu de la justice sociale, alors qu'il s'agit aussi d'un enjeu politique - le renforcement de la démocratie ? Macron est-il d'ailleurs conscient de cet enjeu, d'après vous ?  

Même des privilégiés qui ne placent pas au sommet de leur hiérarchie de valeurs la question de l'égalité doivent le reconnaître : une poursuite de la stagnation économique pour la classe moyenne ne peut avoir que des conséquences politiques délétères. Le populisme, qui, à court terme, peut la stimuler, obère toujours l'économie sur le long terme, ainsi que nous le rappellent la Turquie ou le Venezuela. La France, elle, a besoin de modernisation - ce que Macron a très bien compris. Mais, simultanément, la nécessité de changer les règles du capitalisme global se fait ressentir. 

Le "nationalisme inclusif" que vous préconisez doit rediriger les passions politiques les plus négatives pour en faire les instruments d'une "reconsolidation démocratique". Est-ce faisable ? 

Faisable, je ne sais pas. Ce que je sais, c'est que l'utopie consistant à vaincre entièrement le 
nationalisme n'est pas réalisable. Au cours de ces vingt ou trente dernières années, le nationalisme est demeuré la force la plus puissante, même dans les pays d'Europe occidentale. Le nationalisme, à mes yeux, est comparable à une bête à moitié sauvage. On ne peut jamais être sûr de son caractère inoffensif. Le mieux est encore d'essayer de la domestiquer. Débarrassé de sa dimension biologique, le nationalisme peut d'ailleurs être, dans cet horizon, une force positive, qui permet d'aller au-delà des solidarités fondées sur le sang et peut recréer un "collectif", un nous où un habitant religieux de Strasbourg se sent solidaire de son concitoyen laïque de Marseille. Le nationalisme inclusif, en définitive, c'est l'inverse du nationalisme agressif de Trump, qui ne croit jamais qu'il puisse exister entre l'Amérique et ses partenaires des "deal win-win". 

Trump, c'est "America alone", reproche Jean-Yves Le Drian. Vous êtes d'accord ? 

Absolument ! C'est très bien résumé. Pour Trump, sa victoire équivaut à la défaite d'autrui. 

Revenons à Macron. Au début d'une année décisive pour l'Europe, peut-il selon vous espérer gagner son pari ? 

Sincèrement, je ne sais pas... Il doit se battre sur deux fronts. Sa percée serait un signal positif, qui signifierait que l'extrême droite n'est pas arrivée en tête lors des élections européennes. D'un autre côté, il sait que la bataille pour l'avenir de l'Europe réside dans la manière de maîtriser l'ascension des gouvernements illibéraux dont la Hongrie d'Orban fournit le modèle ; il y a pire qu'une victoire électorale des populistes , c'est la perspective de voir, par exemple en Hongrie, le Fidesz devenir une partie d'un bloc gouvernemental de droite extrémisée. Les démocraties illibérales sont clairement démocratiques (des élections libres s'y déroulent), mais très nettement a-libérales (l'ouverture de champ du débat démocratique est très faible). 

Justement. L'UE gagnerait-elle à faire montre de davantage de fermeté vis-à-vis de ces régimes, justement, selon vous. Petit à petit, la ligne rouge n'est-elle pas devenue orange puis verte ? 

Exactement ! En l'espace de cinq ans, on s'est mis à abandonner la référence à des lignes rouges à ne pas dépasser. Orban se sent tout permis. 

L'Italie est-elle en train de devenir le laboratoire des démocraties illibérales ? 

Le risque existe. L'Italie a été l'atelier des Républiques modernes, puis le fourrier du fascisme mussolinien et, dans les années 90, la rampe de lancement de la démagogie médiatique berlusconienne. Le "trumpisme" marque actuellement des points dans la Péninsule. La question - qui se pose aux politologues - est de savoir si, dès lors qu'elle parvient à un certain niveau de prospérité, une démocratie est stabilisée et prémunie contre les populismes. Francis Fukuyama pensait que oui. Les illibéralismes actuels nous rappellent que non.  

Le modèle républicain français peut-il être une sourced'inspiration pour contrer les populismes à l'échelle de l'Europe ?  

Oui, par son refus de ce que vous appelez, vous les Français, le communautarisme. Une partie de la gauche a pris l'habitude d'insister sur les différences entre les citoyens. C'est une erreur. La fierté républicaine rappelle le bonheur de vivre en France. Mais inversement, dans le modèle républicain de votre pays, on observe une difficulté à prendre en compte l'ampleur réelle des discriminations réellement vécues par les individus. 

Le peuple contre la démocratie, de Yascha Mounk, Les éditions de l'Observatoire, 23,50 euros.

FUKUYAMA CONTINUE DANS LE BROUILLARD !!!


Le dossier de L'Express

Francis Fukuyama : "Le meilleur carburant du populisme, c'est le dédain des élites"

Propos recueillis par Marc Epstein,


Francis Fukuyama, professeur en sciences politiques à l'université Stanford, en Californie (ici, en 2008).
Francis Fukuyama, professeur en sciences politiques à l'université Stanford, 
Californie (ici, en 2008).

REUTERS/
Larry Downing

Il y a trente ans, avant la chute du Mur, il annonçait la "fin de l'histoire" et le triomphe de la démocratie. Analyse nuancée désormais, à l'aune de la vague populiste.

Quelques mois avant l'éclatement du bloc soviétique en Europe centrale, en 1989, Francis Fukuyama, alors conseiller de l'administration Reagan, publie dans la revue The National Interest un article qui fait sensation : La fin de l'histoire ? Il y prédit la mort de l'utopie communiste et l'avènement d'un consensus universel autour de la démocratie libérale et de l'économie de marché. Une thèse qu'il développe ensuite dans un livre parfois critiqué pour son excès d'optimisme, La fin de l'histoire et le dernier homme (Flammarion, 1992). Désormais professeur de sciences politiques à l'université Stanford, en Californie, il nuance son propos. Et décrypte les causes de la vague populiste. 

L'Express : Que retenez-vous, trente ans plus tard, de votre propre analyse? 

Francis Fukuyama : Le monde a beaucoup changé depuis 1989. Dans un premier temps, la chute des régimes communistes a permis des avancées démocratiques rapides. Depuis une quinzaine d'années, cependant, de nouveaux périls menacent le modèle démocratique. À la montée en puissance de régimes autoritaires, comme en Russie ou en Chine, s'ajoute le regain du populisme, notamment en Europe et aux États-Unis. Ailleurs, nombre de pays en voie de développement peinent à surmonter la corruption et la faiblesse de leur gouvernance. Malgré ces évolutions, la démocratie libérale a gardé tous ses attraits, me semble-t-il.  

Qu'est-ce à dire ? La démocratie demeure-t-elle un idéal universel ? 

Songez aux manifestations de rue en Algérie, au Soudan, en Arménie, au Venezuela... Une majorité d'êtres humains aspirent à ne pas vivre sous un régime tyrannique. On oublie que cela n'a pas toujours été le cas. Au XXe siècle, avec l'enrichissement, les progrès de l'éducation et l'interconnexion croissante du monde, une classe moyenne s'est développée, surtout aux États-Unis et en Europe. Souvent propriétaires de leur foyer, ses membres désirent participer au débat démocratique. La Chine, de ce point de vue, demeure un mystère. Le pays compte une classe moyenne de quelque 500 millions d'individus. Souhaitent-ils vivre dans une société plus libre et démocratique ? Pas sûr. Sous Xi Jinping, le Parti communiste a pu restreindre les libertés publiques sans rencontrer de forte opposition. Reste que la Chine n'a pas connu de véritable crise économique, ou de fort ralentissement de son activité. Or cela se produira un jour, fatalement. Le régime conservera-t-il, alors, sa légitimité ? Nul ne sait. 

 
Comment expliquer la montée du populisme dans des démocraties pourtant anciennes ? 

La démocratie libérale reconnaît à tous les citoyens le droit de participer à la gouvernance de la cité, et chacun d'entre eux y trouve une forme de reconnaissance et de dignité. Mais le sentiment de reconnaissance d'un individu et sa dignité peuvent aussi reposer sur une facette de son identité : sa nation d'origine, sa religion, son orientation sexuelle... Les leaders populistes s'appuient sur ces reconnaissances partielles, en quelque sorte. Quand Viktor Orban explique que la nationalité hongroise doit être fondée sur l'ethnicité, il s'adresse à une partie de l'électorat en fonction de ses origines. D'où son dédain affiché envers l'Union européenne, soit dit en passant, car l'UE a facilité les mouvements de migration et affaibli l'idée même d'une identité nationale.  

Chacun de nous a des identités multiples. Vous-même êtes un père de famille américain, universitaire, porteur d'un nom d'origine japonaise...

Oui, et nos identités ne sont pas fixes. Mais elles pèsent un poids politique croissant. Les membres de minorités raciales, par exemple, ont le sentiment que leur dignité doit être mieux affirmée et reconnue. C'est légitime, juste, nécessaire. Toutefois, ces aspects ne définissent pas la totalité d'un individu. Les ennuis commencent quand, dans l'Amérique de Trump, par exemple, le fait d'être un homme blanc occulte l'importance du mérite et du bon respect des règles.  

Si les revendications identitaires triomphent, que devient la démocratie représentative ? 

Nous avons besoin de leaders politiques qui se préoccupent des oubliés, des vulnérables et des minoritaires, tout en célébrant ce que nous avons en commun... Cela passe aussi par un meilleur enseignement de l'Histoire. 

La vague populiste est-elle réversible? Donald Trump, Boris Johnson et d'autres sont récompensés, dans les enquêtes d'opinion, pour leurs saillies "politiquement incorrectes" au sujet des femmes, des musulmans, des personnes en situation de handicap...  

Dans une démocratie, les élections permettent de tourner la page. Si Trump devait remporter la présidentielle de 2020 et rester au pouvoir pour un nouveau mandat de quatre ans, j'y verrais un signe inquiétant pour la démocratie américaine.  

Les élites traditionnelles ont-elles compris l'enjeu ? 

Les électeurs des mouvements populistes sont souvent perçus comme des racistes ou des xénophobes... Or c'est souvent faux. Les électeurs les plus modestes ont des revendications légitimes : depuis plusieurs années, certains ont vu leur pouvoir d'achat se déliter, leur situation s'est précarisée, d'autres ont perdu leur emploi. Le meilleur carburant du populisme, c'est le dédain des élites libérales à l'égard de ces citoyens qui n'ont pas grand-chose à perdre. Ces questions ne sont pas seulement d'ordre économique ; elles traduisent, je le répète, une soif de dignité et de reconnaissance. Voilà pourquoi il ne suffira pas de créer des emplois ou de relancer l'industrie. La dignité exige l'écoute. J'ai été frappé de constater à quel point, au Royaume-Uni, lors de la campagne pour le référendum sur le Brexit, les partisans du maintien dans l'Union européenne semblaient faire la leçon à l'autre camp et fustiger leur prétendu manque d'éducation.  

Si une partie de la population s'estime négligée et vote pour des leaders populistes de droite, la gauche n'en porte-t-elle pas une part de responsabilité ? 

De fait, les inégalités se creusent. En toute logique, si les critères de vote étaient uniquement d'ordre économique, les mouvements favorables à une meilleure distribution des richesses auraient le vent en poupe. Or ce n'est pas le cas. Les populistes de droite bénéficient d'une popularité croissante car ils ont mieux compris l'importance des questions de dignité et de communauté. Ils décrivent les citoyens comme appartenant à une communauté nationale et n'éprouvent pas de honte particulière à le formuler ainsi. A gauche, en revanche, le simple terme de "nation" ravive les fantômes du nationalisme. Une grande partie de la gauche européenne est cosmopolite ; elle invite à se préoccuper du sort de réfugiés éloignés comme de celui de voisins dans le besoin. C'est un discours compliqué à tenir, des années durant... La gauche doit pouvoir parler de la nation. Non sur la base du sang, mais sur celle de principes démocratiques.  

À cet égard, le projet européen constitue-t-il un modèle à suivre? 
  
Oui, mais la question de l'identité n'a pas été réglée. Sur le Vieux Continent, chacun se perçoit davantage comme Français, Grec ou Allemand plutôt qu'Européen. A terme, toutefois, l'UE représente une forme de modèle.  

La démocratie doit-elle évoluer et devenir, par exemple, plus participative? 

En principe, nous souhaitons tous vivre dans une démocratie où les citoyens sont fortement engagés. L'ennui, c'est que c'est irréaliste. La plupart des êtres humains veulent gagner leur vie, élever leurs enfants, pratiquer leurs hobbys, prendre des vacances... De plus, dans une démocratie moderne, les choix à faire sont très complexes : politique monétaire, politique de santé, que sais-je. Nous n'avons ni le temps ni les compétences pour nous pencher sur ces sujets. Il est logique de déléguer notre pouvoir. Et il est illusoire de penser que la population dans son ensemble ferait de meilleurs choix que des politiciens chevronnés.  
Le populisme battu en brèche, vous y croyez ? 

Voyez Hongkong, l'Ethiopie, le Soudan, l'Algérie... La flamme de 1989 brille toujours. D'autant que les leaders populistes sont souvent de piètres dirigeants ! Dans une économie mondialisée, je ne crois pas trop au protectionnisme et à la défense étroite de ses intérêts matériels. Pour toutes ces raisons, je reste raisonnablement optimiste. 
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lunes, 4 de noviembre de 2019



Ciencias Sociales, una facultad en la que la pluralidad de ideas tiene la falta

El caso de la académica Adriana Marrero dejó a la vista una cierta hegemonía de pensamiento en esa rama de la universidad pública


Por Leonardo Carreño
04 de noviembre de 2019
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“En Sociales son todos de izquierda”, comentó Matías Zabolewics, un estudiante de esa Facultad de la Universidad de la República (Udelar) en una mesa redonda que compartió con otros nuevos votantes organizada por El Observador unas semanas atrás. Con mucha soltura el joven lanzó una frase que resume la realidad que atormenta a muchos docentes y estudiantes que viven su experiencia académica en esa casa de estudios: la pluralidad de ideas es la gran ausente.
Una semana después de ese comentario al pasar del estudiante, la académica Adriana Marrero, doctora en Sociología por la Universidad de Salamanca y docente grado 5 de la Facultad de Ciencias Sociales, renunció a la Udelar y denunció que en esa casa de estudios “es imposible producir conocimiento, divulgarlo, discutirlo, ni expresarse con libertad”, según la carta en la que hizo pública su renuncia.

“Durante buena parte de mi vida en Humanidades el problema fue de poder (por los cargos) y en parte rozaba la política porque yo no era del MPP; soy de izquierda pero en ese momento y durante 25 años fui de la Vertiente Artiguista, a la que le decían la ‘izquierda paqueta’ en la Udelar. Yo me aparecía bien vestida y prolija, hablaba con términos técnicos y sabiendo lo que hablaba y eso es ser subversivo. Cuando mostrás datos, te tildan de cuantitavista y pasás a ser subversiva. No hay espacio para el debate”, agregó, luego, en una entrevista con El Observador.

A raíz del caso de Marrero la decana de la facultad, Carmen Midaglia, dijo a El Observador que desde el consejo de ese centro de estudios se brindó ayuda a la docente para que su caso fuera tratado por la comisión central de acoso de la Universidad de la República pero que, a pesar de esa gestión, la socióloga prefirió renunciar y "salir a la prensa".

Pero Marrero no es la única que entiende que la pluralidad se ve cuestionada en esa facultad.
El doctor en Ciencia Política y asesor en seguridad de Ernesto Talvi, Diego Sanjurjo, es otro de los que tuvo que llegar al punto de denunciar acoso laboral porque una docente lo insultó en repetidas ocasiones luego de que se hiciera pública su incorporación en el equipo del economista colorado.

“La verdad es que fueron unas semanas muy duras para mí. No me sentía cómodo yendo a trabajar. Por suerte avisé lo que estaba ocurriendo y paró”, contó Sanjurjo a El Observador.

El experto en seguridad relató que le han ocurrido varios episodios que reflejan una situación compleja. Por ejemplo, una estudiante le dijo que había abandonado el curso que él dicta porque, al hacerse pública su vinculación política, ahora se había convertido en “el enemigo”. Otro estudiante, con más peso gremial, le dijo que o se convencía rápido de la idoneidad del cogobierno o no iba “a poder seguir trabajando”.

“Puede ser que yo haya tenido mala suerte, no lo sé, pero creo que no es un lugar fácil para quienes piensan distinto. Hay una corriente que viene de Argentina, esa idea del académico militante, que de alguna manera sugiere que cuanto más partidario y agresivo seas, más valorado sos. Las redes sociales son problemáticas en ese sentido, y los estudiantes lo ven como un modelo a seguir”, expresó Sanjurjo.

El asesor de Talvi, que aseguró que jamás hizo política partidaria en una clase porque "es lo último que un docente debe hacer”, contó que cree que el problema va más allá de estas actitudes. “Estudiar e investigar solo con aquellos que piensan igual a uno es problemático para el aprendizaje, para el desarrollo educativo e incluso para el desarrollo de la ciencia", señaló.

A modo de ejemplo, el experto en seguridad hizo referencia a la criminología y a los estudios de seguridad. Según dijo, existe una “corriente crítica” que entiende que el delito es una consecuencia natural del capitalismo. “A nivel mundial se trata sin dudas de una corriente válida pero muy minoritaria. Sin embargo, en nuestra facultad, supone la mayor parte de la producción científica y ello tiene repercusiones en materia de políticas públicas", apuntó.

“Conservador o fascista”

En un artículo titulado "La universidad, la izquierda y el debate: porque no parece tan buena idea operarse en una cloaca", el experto en Criminología y Sociología de la desviación, Nicolás Trajtenberg, hizo el año pasado una severa crítica a la ausencia de debate en la Universidad de la República y, particularmente, en la Facultad de Ciencias Sociales, lugar donde el autor trabajaba.
Trajtenberg afirmó que en esos ámbitos hay temas que no pueden ser objeto de discusión o debate porque cualquier cuestionamiento que escape a la perspectiva hegemónica es tildado de "conservador o fascista".

Camilo dos Santos

"En la Universidad Pública de Uruguay, y en particular en el ámbito de las Ciencias Sociales yo percibo una creciente polarización y dogmatismo en la discusión donde algunos temas (por ej. aborto, presupuesto para educación pública, femicidio, etc.) prácticamente no son o no pueden ser objeto de discusión so pena de ser descalificado de conservador o fascista", escribió Trajtenberg en un blog.

Este sábado, en diálogo con El Observador, el docente aseguró que nunca percibió una "persecución ideológica" pero sí recalcó que muchos de sus colegas comparten la idea de que los que tiene una alineación política de derecha "están completamente equivocados". 

"Quiero sacar actores críticos, quiero sacar actores que cuestionen el statu quo, que tengan un aporte significativo a como construir una sociedad más justa. Pero también quiero sacar tipos que sean plurales, que no sean dogmáticos, que entiendan que hay muy buenas ideas en todos lados, incluso en los partidos a dónde no pertenecen. Eso me parece importante y me preocupa un poco", sentenció.

“Foto al facho”

Pero los cuestionamientos a la falta de pluralidad de ideas en Ciencias Sociales no vienen solo de parte de profesores.

Rogelio Bazzan, que pertenece a la Corriente Gremial Universitaria (CGU), milita en el Partido Nacional y es estudiante del ciclo inicial de la facultad, sabe lo que es sufrir la "discriminación" y el "vacío" que le hacen solamente por tener una vinculación política diferente a la mayoría.

Según contó a El Observador, la experiencia "más dura" que le tocó vivir fue cuando, el año pasado, decidieron apoyar a Adolfo Garcé como decano de la facultad.
En la asamblea dónde los estudiantes tenían que decidir a quién votar, "la que comenzó hablando dijo que era importante que la facultad estuviera en las manos de Carmen Midaglia (actual decana) porque ella respondía a los intereses de la izquierda".

"Al ver que el grupo de estudiantes que defendíamos a Fito seguíamos en la asamblea, bueno, los argumentos empezaron a ser más duros. En algunos casos hasta nos gritaron y se pararon en frente de nosotros para increparnos. Es más, una compañera se paró y nos sacó una foto para después marcarnos quienes éramos los 'fachos' que no seguíamos los lineamientos de la izquierda", contó el estudiante.

Pero más allá de ese hecho puntual, el joven lamentó que esa agresividad frente al pensamiento ajeno se note cotidianamente en clases. Según dijo, cuando trata de marcar su postura en clase sobre algún hecho de la actualidad nacional, siempre escucha "murmullos" y "señalamientos".

"Muchas veces uno tiene que evitar hablar en clase porque enseguida te sentís atacado", remató.
Otros estudiantes con los que habló El Observador relataron hechos similares a los que contaron las fuentes consultadas paro prefirieron no ser nombrados por temor a represalias.




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