martes, 22 de noviembre de 2016

Entre la realidad y lo “politically correct”



La Gran Revuelta norteamericana



Hace poco más de un año los estudiantes de la Universidad de Yale se preparaban para disfrazarse para el Halloween. Sin embargo, el campus estaba convulsionado porque la administración universitaria había pedido en una circular a los alumnos que por favor no se disfrazasen de personajes de grupos minoritarios, históricamente oprimidos: nada de indios piel rojas, por favor. Una profesora, tutora de uno de los dormitorios, sintió excesiva esa prohibición y protestó, alegando que mejor dejaran a los muchachos disfrazarse como les pareciera. Un grupo de alumnos montó en cólera y a gritos le reclamó al marido de la osada profesora el derecho de los jóvenes a sentirse “seguros” en la universidad.


El 8 de noviembre de 2016 los norteamericanos hicieron lo impensable: eligieron como su presidente a un hombre notoriamente inepto para el cargo. El primer presidente negro de los Estados Unidos le entregará el poder a Donald Trump, quien fue apoyado en su campaña por el Ku Klux Klan. Su agenda política hizo presentables y exitosos la xenofobia, el racismo y el sentimiento anti inmigrante. ¿Están relacionados estos dos sucesos?





estados-unidos



En 1991 el crítico cultural Christopher Lash trataba de dar cuenta de la rebelión derechista de Ronald Reagan que barrió el horizonte político norteamericano en los ochenta. Lasch, un hombre de izquierda, pero conservador cultural, tenía una explicación que incomodaba a las élites progresistas. “La tenaz creencia en el progreso”, pensaba Lasch, “hacía que fuera muy difícil para la izquierda el escuchar a quienes decían que las cosas se caían a pedazos.” 

Este segmento había perdido contacto con quienes habitaban en esa vasta franja de territorio que se extendía entre las dos costa del país; la zona sobre la cual las élites globales “volaban”, pero en donde casi nunca aterrizaban. La izquierda confundía el profundo malestar social –económico y cultural– experimentado en la América profunda con los dolores temporales ocasionados por el imparable, y necesario, proceso de modernización. 

Esta era, pensaba Lasch, la reyerta de la izquierda con los Estados Unidos. “Si la gente en la izquierda se sentía alienada de los Estados Unidos era porque a sus ojos la mayoría de norteamericanos se rehusaba a aceptar el futuro. En lugar de ello se aferraba a hábitos de pensamiento atrasados, estrechos, que le impedían cambiar con los tiempos”. (The True and Ony Heaven). Veinticinco años después los rezagados, los deplorables, quienes no creían en el progreso globalizado, interracial y multicultural se levantaron una vez más en insurgencia electoral para mostrarse impúdicos ante las élites formadas en Yale y Harvard, esas que regulan los disfraces de los estudiantes. La violencia de esta revuelta es inaudita.


La insurgencia de la América profunda de los ochenta fue contenida y canalizada por el partido republicano. Nunca amenazó con romper el esquema bipartidista tradicional. Reagan podía ser un actor de Hollywood, pero no era un hombre anti sistema, como sí lo es Donald Trump. La Gran Revuelta actual tiene como su blanco el establishment de Washington. Son las políticas tomadas en esa distante ciudad de nadie las que supuestamente les han fallado a los votantes de Trump. 

El problema es que Washington significa, simultáneamente, muchas cosas: la profunda transformación del trabajo y la economía global, la diversificación étnica del país, la desigualdad social y el fin de la movilidad para un segmento que durante tres generaciones había visto sus destinos mejorar. Si algo, el fenómeno es sólo parcialmente económico. 

Por más de veinte años el abismo que Lasch describió en los noventa entre las élites ilustradas y la América profunda creció y se profundizó al grado de hacerse, literalmente, insalvable. En realidad, al paso de los años dos naciones bien distintas han cuajado en el gran macizo continental. Dos naciones que se recelan mutuamente y que se aborrecen como resentimiento. Sólo ha quedado el Pluribus

Ese sentimiento de agravio fue el que Trump capitalizó y por ello su vulgaridad fue un activo desde el comienzo de la contienda. Mientras que las élites se entretienen normando los disfraces de sus privilegiados estudiantes, los blancos de clase media baja, en el campo y en los páramos postindustriales, ven sus trabajos desvanecerse en el aire, sus creencias ridiculizadas, su sensibilidad anti intelectual denigrada por los cosmopolitas habitantes de las metrópolis y los campus universitarios. Y ese es el caldo de cultivo propicio para el populismo antiliberal que encuentra chivos expiatorios por doquier. 


La revuelta de las masas que tiene lugar en Estados Unidos podría tener como resultado la destrucción del sistema político norteamericano como lo conocemos. Desde las primeras décadas de la República ese país no había experimentado nada como esto. El fenómeno de democracias que se suicidan no es desconocido, pero la democracia liberal más antigua de la historia nunca había estado en una situación donde un quiebre democrático fuese posible. Ahora lo está y ello tiene insondeables consecuencias para el mundo.


REVISTA “NEXOS”. 
México D.F. 
9 noviembre, 2016
José Antonio Aguilar Rivera


José Antonio Aguilar Rivera
Investigador del CIDE. Autor de La geometría y el mito. Un ensayo sobre la libertad y el liberalismo en México, 1821-1970 y Cartas mexicanas de Alexis de Tocqueville, entre otros títulos.