lunes, 5 de septiembre de 2016

NI GOLPE DE ESTADO NI SOLUCION A LA CRISIS DEL BRASIL




Carlos Malamud: Brasil Crisis

Cambio de gobierno en Brasil

Infolatam.
 
Madrid, 4 septiembre 2016
Por Carlos Malamud

 
(Infolatam).- La contundente votación del Senado brasileño, 61 votos contra 20, completó el juicio político contra Dilma Rousseff y puso punto final a su gobierno. Al inicio del proceso comenzaron a debatirse algunas cuestiones de peso, como la del golpe de estado, la falta de legitimidad del Parlamento o la escasa la autoridad moral de unos políticos corruptos para destituir a una presidente elegida por el voto popular. Este punto se vuelve más relevante cuando Rousseff no ha sido acusada, hasta ahora, de corrupción.

Finalizado el impeachment surgieron nuevas polémicas asociadas a la evolución de la coyuntura política. De estas últimas mencionaré sólo dos, comenzando por la pregunta de si la asunción de Temer acaba con la crisis política brasileña. La otra se relaciona con las posibilidades del actual presidente de acabar su mandato el 31 de diciembre de 2018 o si éste finalizará abruptamente en algún momento previo.

En primer lugar volveré a la idea del golpe de estado, nuevamente agitada por Rousseff. Como se ha insistido repetidamente, el juicio político, impechment, es una figura recogida en la Constitución brasileña, los procedimientos se han respetado escrupulosamente y la figura del “delito de responsabilidad” está claramente definida. A esto se agrega la implicación de dos de los tres poderes del Estado, la Justicia y el Parlamento, con un pleno respeto de la legalidad.

En su intervención en el Senado, Rousseff insistió en la falta de legitimidad de quienes querían echarla del cargo después de ser electa por 54 millones de personas. Otra vez estamos frente a la lógica nefasta de muchos regímenes presidencialistas latinoamericanos: el voto popular sólo legitima a los presidentes y no a los parlamentarios. En Brasil se dio la circunstancia de que tanto los diputados que iniciaron el proceso como los senadores que lo concluyeron también fueron elegidos por el voto popular.

Igualmente se abundó en la idea de que un Parlamento mayoritariamente integrado por corruptos carecía de suficiente base moral para impulsar semejante iniciativa. El punto sería admisible si los defensores de Rousseff estuvieran limpios de toda sospecha. Pero los miembros de la antigua coalición gubernamental, diseñada a partir del PT y del PMDB, son los principales implicados en el caso Lava Jato. Hoy unos y otros están a ambos lados de la trinchera y el argumento de la corrupción no exonera a ninguna de las partes implicadas, ya que es el sistema político brasileño en su totalidad quien requiere una profunda regeneración.

Tampoco debe servir como eximente o atenuante que las pedaladas fiscales, el maquillaje presupuestario, fuesen una práctica corriente no sólo de éste sino también de los gobiernos anteriores. La extensión del mecanismo no invalida su carácter delictivo y fueron la rigidez y la torpeza política de Rousseff las que precipitaron su caída. Hoy se relaciona su destitución con un compló de la derecha más reaccionaria, cuando una parte esencial de las fuerzas políticas que la provocaron integraban hasta hace pocos meses la coalición “de izquierdas” que respaldaba al gobierno del PT. De haberse mantenido la alianza hoy no estaríamos donde estamos.

¿El cese de Rousseff acabará con la crisis política brasileña? Indudablemente no. La crisis es de tal calado que requiere reformas profundas del sistema político. Con este Congreso es imposible alcanzar los consensos necesarios para llevarlas a cabo. El cambio de gobierno sólo sirve de momento para superar algunas incertidumbres, pero poco más. Habrá que ver si la legitimidad de ejercicio le permite a Temer superar las limitaciones de su menor legitimidad de origen.



Michel Temer Brasil




Al igual que Rousseff, Temer es un político con una pésima aprobación pública. El 49% de los brasileños tiene una mala imagen de su gestión, el 31% regular y sólo un exiguo 8% cree que es buena. La misma encuesta de Ipsos recoge que un 87% piensa que Brasil va por el camino equivocado y un 59% desaprueba lo que se hace en la lucha contra la corrupción. En este escenario, al gobierno le espera una dura batalla por conquistar la opinión pública si quiere acabar su mandato en condiciones.

El desempeño económico será la clave que podría, o no, garantizarle su futuro. Un modesto crecimiento inicial permitiría neutralizar las amenazas provenientes de las causas abiertas ante la justicia electoral por financiación fraudulenta de la campaña que permitió el triunfo de la fórmula Rousseff – Temer. De momento, la caída de la economía brasileña parece haber tocado fondo y ya comienzan a verse algunas tímidas señales de recuperación.

La inflación ha comenzado a moderarse, el índice de producción industrial ha crecido por quinto mes consecutivo y el precio del mineral de hierro, uno de los principales productos de exportación, ha vuelto a subir. Tras la recesión de 2015 y 2016 las expectativas para 2017 son algo más halagüeñas. Si en julio pasado el FMI hablaba de un crecimiento del PIB del 0,5%, en las últimas semanas diferentes estudios lo sitúan entre el 1 y el 1,5, mientras el gobierno apuesta por un 1,6%.

A diferencia de crisis económicas anteriores, en esta oportunidad tanto el sistema financiero como el aparato productivo brasileños están intactos, lo que favorecerá la recuperación si se despejan las trabas políticas e institucionales existentes. El camino del gobierno Temer será muy complicado. La suma de un entorno difícil, y a ratos hostil, con las limitaciones y errores propios provocados por la gestión, dificultan el análisis.

El calendario electoral, cómo no, también incidirá en la ecuación. Las municipales del próximo octubre servirán para poner a cada uno en su sitio y para ver cómo la opinión pública ha valorado la actuación de unos y otros. Pero será el horizonte de las presidenciales de 2018 el referente que permanentemente valorarán los principales actores políticos, que reaccionarán de acuerdo con sus opciones futuras. Sin embargo, Temer ha dicho que no será candidato y esa libertad debería servirle para completar una gestión al servicio del pueblo brasileño.