lunes, 18 de marzo de 2013

LA CATÁSTROFE VENEZOLANA


 


Javier Bonilla Saus
Marzo 17, 2013 .


Hasta la fecha no son muchos los análisis cuidadosos de cuales son las características fundamentales de la coyuntura política venezolana que resultó abruptamente trastocada por la muerte de Hugo Chávez.
En el hipotético “modelo chavista” o “bolivariano”, cuya existencia, como veremos, es más que dudosa, una sola cosa era cierta. Siendo una concepción ultra-personalista del autoritarismo -(la vieja analítica política recurría al término de “caudillismo” para designar esa enfermedad de acumular poder en términos personales)-, lo único que el “modelo” no tenía previsto era la desaparición física de Hugo Chávez. Por más que bregara incansablemente por ello, la inmortalidad no se le dio en vida al “comandante” y, seguramente, tampoco se consolidará en la memoria popular por mucho tiempo.
Este problema de la desaparición física del individuo que operaba como El Poder en el régimen chavista constituye un obstáculo mayor para imaginar la continuidad política en aquel país. En el corto plazo, la utilización político- electoral de la muerte, la manipulación escandalosa de los afectos populares y el proceso de amedrentamiento sistemático de la oposición, hacen más que probable que el candidato “oficial”, Nicolás Maduro, termine siendo el ganador de las elecciones del 14 de abril.  Lo más probable es que ese triunfo sea, en muchos sentidos, “el principio del fin” y que el país se vaya empantanando en una espiral política cada vez más conflictiva.
Son varios los elementos que abonan para que se afirme una interpretación más bien pesimista del futuro político del país caribeño.
En primer lugar cabe recordar que la economía venezolana ha sido cuidadosamente destruida durante los sucesivos períodos de gobierno chavista. Aunque no es éste el lugar más apropiado para verlos en detalle, todos los indicadores económicos de Venezuela resultan ser alarmantes, tanto en comparación con los de los otros países de América Latina como, en muchos casos, en comparación con los propios indicadores del pasado económico venezolano. En este sentido resalta el verdadero desplome de la producción petrolera, la caída generalizada del producto interno, la cuasi desaparición de los rubros exportables no petroleros y la caída vertical de la inversión tanto extranjera como nacional, privada como pública. En otros términos, la economía venezolana  es un cuerpo que sobrevive en estado de extrema debilidad sostenido por una transfusión constante de dólares que logran a mantenerlo en vida gracias a la explosión del precio del petróleo.
El segundo elemento que hace augurar un futuro complicado para el sistema político venezolano es que el chavismo fue (y por ahora sigue siendo) un vasto emprendimiento de demolición de la institucionalidad democrática del país. Todas las instituciones del estado fueron “atrapadas” y puestas al servicio de la voluntad política de un líder que acaparó poder sin tasa ni medida. Êl devoró al Poder Ejecutivo y el Poder Ejecutivo devoró a los demás poderes del  Estado, el Legislativo, el Judicial, los organismos de contralor electoral, las grandes empresas públicas (PDVSA es el arquetipo) y, en general, puso el Estado al servicio de su voluntad omnímoda.
El tercer aspecto que poner en duda la capacidad futura de una gestión razonablemente sensata y pacífica en el período post-Chávez por alguno de sus sucesores es que, al contrario de lo que se repite insistentemente, Chávez no le dio la palabra, ni el voto, ni el acceso a la sociedad a ningún hipotético “nuevo pueblo” que se encontraba “marginado” por los gobiernos anteriores, la “oligarquía” o por “el imperialismo”.
Aunque la sociedad venezolana fuese una sociedad fuertemente marcada por diferentes tipos de desigualdades (Amartya Sen, 1992, 12-30) y no por “la desigualdad”, durante décadas aquel país tuvo partidos políticos estables, un régimen democrático creíbles, instituciones que garantizaban un mínimo los derechos, aún de los sectores desfavorecidos. 
Lo que hizo Chávez fue dividir la ciudadanía venezolana entre sus “partidarios” y los que él designó sus “enemigos”. Repartió corrupción y prebendas entre sus partidarios (que pertenecen a los más diversos sectores sociales) generando una ciudadanía oficialista de “bolivarianos“ y arremetió contra aquellos que no festejaron su gimnasia autoritaria y, fuesen trabajadores, desocupados, banqueros, campesinos, empresarios o funcionarios, estos venezolanos “enemigos“, pasaron a formar parte de una ciudadanía de “segunda clase” cuyos derechos comenzaron a ser paulatinamente recortados. 
En esas condiciones, y como suele suceder en la mayoría de los regímenes populistas, lo que reiteradamente se presenta como una ampliación de la ciudadanía hacia los sectores más pobres de la sociedad, es, en realidad, una operación de destrucción de la ciudadanía. La operación chavista consistió en dividir a la ciudadanía de manera de privarla de toda capacidad real de decisión política. Enfrentando una mitad de la sociedad venezolana contra la otra mitad, y suprimiendo toda posibilidad de sobrevivencia de las manifestaciones de pluralismo político, lo que el régimen buscó, y logró, fue escindir el cuerpo soberano en dos posturas maniqueas enfrentadas entre sí y de esa manera poder imponer el poder personal de Chávez.
 Como ya se ha señalado por teóricos recientes del populismo (Laclau, 2005, 91- 197) el régimen se construyó “su pueblo” como una operación “de creación”, mediante un “fiat lux” que el líder supremo dirige conscienzudamente, eligiendo quienes serán verdaderos ciudadanos y quienes serán “enemigos”. 
Quizás el mejor ejemplo de este “manejo discrecional” de Chávez que lo lleva a “construir su pueblo”, pasando por encima de décadas de funcionamiento democrático de las instituciones venezolanas, quede más evidente en la construcción de “su” aparato del Estado, de “sus” instituciones, de “sus“ políticas 
Ello puede verse, particularmente, en la política exterior errática y caprichosa que le impuso al país del que se apropió y que igualmente le impuso a una región sudamericana que, en buena medida, aceptó sus regalos y toleró sus caprichos. El petróleo y PDVSA fueron “sus” herramientas privilegiadas de política exterior. 
Con el petróleo y sus dólares, compró voluntades y torció políticas, protegió a la dictadura cubana y le ofreció una cabecera de playa en América Latina al no menos dictatorial Irán teocrático, todo ello enancado en un relato anti-imperialista cuya “caja financiera” eran las exportaciones de petróleo a EE.UU. y  las ventas de la petrolera CITGO en ese mercado.
En un país arrasado, simultáneamente, por la violencia del régimen y la de la sociedad civil, que se han puesto en marcha, supuestamente para llevar a cabo una “revolución bolivariana”, ninguna mejora social sustantiva y permanente es realmente constatable. Sólo reinaba, hasta hace unos meses, el tronituante relato del folklórico comandante: su voz omnipresente reemplazaba la ausencia de toda institución confiable.
En este contexto, en realidad, reina un silencio político sepulcral. Por más que Maduro alce la voz, se autodeclare “hijo de Chávez”, proponga el embalsamamiento (evidentemente imposible) de los despojos del comandante, y amenace a la oposición de todas las maneras posibles, la sucesión del régimen chavista es una incógnita altamente riesgosa y el futuro del pueblo venezolano no se sabe bien en manos de quien está porque, lo único que es seguro, es que no lo está en manos del mismo pueblo.

1.- Sen, Amartya: “Inequality Reexamined”, Harvard University Press, 1992.
2.-  Laclau, Ernesto: “La Razón Populista”, II. “La Construcción del Pueblo”, F.C.E., Buenos Aires, 2005.