jueves, 17 de junio de 2010

Las vicisitudes de la Unión Europea



Antes de que se desencadenara la desmesurada cobertura mediática del Campeonato Mundial de fútbol que se desarrolla en Sudáfrica, el tema de las dificultades financieras y económicas de la Unión Europea ocupó durante más de dos meses los titulares de proyección internacional.
El hecho que la fiebre futbolística haya desplazado a Europa de las primeras planas no significa que los problemas del viejo continente hayan quedado resueltos. En realidad, aunque algunas medidas se han tomado, todavía el mundo, y particularmente los mercados, no perciben que la crisis europea se haya encarrilado hacia algún tipo de solución por costosa que ésta resulte ser en última instancia.
El próximo 17 de junio, en la reunión del Consejo en Bruselas, se presenta una buena oportunidad para que los dirigentes europeos envíen un mensaje al mundo indicando, no solamente lo que ya se ha avanzado, sino también qué es lo que proponen de novedoso para el futuro.
Con respecto a lo ya realizado nuestros lectores tienen pocas dudas. En lo que hace a la zona euro (es decir, a los 16 países que la integran) ya se ha conformado un Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FESF), relativamente poderoso, así como se ha adoptado, a principios de mayo, en Luxemburgo, un Plan de Estabilización y se requirió de un número muy importante de países de la zona que comiencen sus planes reestructura de deuda y de ajuste. Los casos de la ayuda a Grecia, y en menor medida de ajustes en Portugal y España, son los más conocidos del público pero, en realidad, prácticamente todos los países de la zona euro, más muchos de los 27 países que forman parte de la Unión, se han abocado a esta tarea.
Todo muy bonito: el euro parece hasta ahora haber detenido una caída frente al dólar que, por otra parte, con la excepción de algunos sectores de Alemania, nadie ve con demasiada inquietud. Pero a nadie escapa que esta “fiebre” continental de ajuste fiscal, en un contexto de crecimiento económico muy débil, corre el serio riesgo de echar las bases de un escenario deflacionario cuyas consecuencias pueden ser bastante más gravosas que la desvalorizacón del euro, que la evidente fragilidad del sector financiero o que un más que improbable escenario inflacionario.
Pero, dicho esto, el 17 de junio Europa deberá empezar (nadie en su sano juicio pretende que ésto se resuelva inmediatamente) a dar respuesta a otra serie de problemas conexos que, si bien aparecen con “problemas económicos”, “fiscales” o “financieros” son en realidad grandes desafíos políticos que deben ser enfrentados.
Un primer tema a ser resuelto es el de cuales habrán de ser los mecanismos institucionales que garanticen, en el futuro, que las reglas fiscales en la zona sean respetadas por sus integrantes. Aunque hay un acuerdo informal germano-francés para prohibir el derecho de voto a los países que se obstinen en las violaciones, el tema de fondo compete en primer lugar a los 16 países de la zona euro, pero también es resorte de los otros países que forman parte del mercado europeo.
En ese sentido, la discusión del próximo 17 de junio en Bruselas no se anuncia fácil. Aunque ya está acordado entre los ministros de finanzas de la zona euro que las grandes líneas de los futuros proyectos presupuestales serán sometidos a consideración de la Comisión Europea y de los otros países antes de su aprobación por los respectivos parlamentos nacionales, el tema en realidad es algo más que técnico. Está realmente pronta, políticamente, la Unión Europea para comenzar a instrumentar mecanismos supranacionales de gestión macro-económica ?
Ese “gobierno económico europeo”  que se comienza a esbozar, más por la fatalidad de las circunstancias que por un particular entusiasmo de los países miembros, ¿como habría de funcionar?  Lo imaginamos bastante bien regañando y deteniendo a Portugal o a Bélgica en caso de “desalineamientos” fiscales. ¿Pero será ese “gobierno económico europeo” capaz de imponer a Alemania que, de una vez por todas, afloje temporalmente su rigorismo fiscal e invite a sus consumidores a invertir la tendencia a restringuir su consumo interno que se mantiene desde el año 2006, casi “a la japonesa” y sin ninguna amenaza de crisis nacional o internacional a la vista en aquella época? ¿Podrá ese “gobierno económico europeo”  manejar una crisis de una economía del tamaño de la italiana en el caso hipotético que ésta se presentase?  ¿Lograría ese “gobierno económico europeo” imponer en Francia la ineludible reforma jubilatoria que el gobierno Sarkozy está planteando, pero cuya aprobación es por ahora una incógnita?
Es evidente que estas preguntas convocan, ante todo, a enfrentar un problema político: ¿de donde saldrá la autoridad suficientemente legítima como para imponer directivas políticas y macroeconómicas supranacionales a los grandes países de la Unión?
En realidad, son estas interrogantes -(más políticas que económicas)- las que están fomentando la desconfianza de los mercados. Cuando el 14 de junio Moody´s degradó violentamente la calificación de la deuda griega, Jean-Claude Junker, el presidente del Eurogrupo, se lanzó en la peligrosa pendiente de advertir contra la “irracionalidad” de los mercados y, al pasar, contra la (por demás opinable) decisión de Moody´s: “Nuestros “fundamentals” son de hecho mucho mejores que los de Estados Unidos y los del Japón..” dijo indignado. Y ello es efectivamente así tanto en lo que tiene que ver con la deuda como en lo concerniente al déficit. En realidad nadie confía demasiado en lo que digan las calificadoras de riesgo -(preguntémosle a Barack Obama sobre el desempeño que tuvieron en la crisis norteamericana)- y nadie pretende, tampoco, que los mercados sean “perfectamente racionales”. Pero lo que salta a la vista es que los mercados están reaccionando mucho más a una situación de incertidumbre política que a una constelación económica particularmente catastrófica.
Si, en un plazo razonablemente corto, Europa logra mostrarle al mundo “donde está el piloto”, en poco tiempo y con medidas técnicas atinadas y apropiadas como perfectamente Europa puede tomar, la crisis se encarrilará hacia algún tipo de salida como parece ser el caso en los EE.UU. Pero si Europa no logra transmitir al mundo que hay una persona, o una institución o un colectivo sólidamente consolidado que está en el mando político de la salida de la crisis, la situación europea corre el serio riesgo de transformarse en una parálisis crónica que, a la larga, no podrá sino devenir en una muy larga enfermedad terminal.