jueves, 24 de junio de 2010

Kirguistán: ¿De la provocación política a la crisis humanitaria?


Aunque la opinión mundial sólo tiene noticias esporádicas de Kirguistán desde que éste logró el estatuto de país independiente, luego del colapso de la ex URSS a principio de los años 9o, fue en realidad, en marzo del año 2005, cuando con la “revolución de los tulipanes” que expulsó del poder a Askar Asayev, que el nombre del país comenzó a tornarse familiar para los no especialistas en la política del Asia Central (1). El presidente Asayev, acusado en aquellos años de conducta antidemocrática, de perseguir a la oposición, de corrupción y de nepotismo, fue derrocado y el primer presidente de la novel república hubo de refugiarse en Kazajstán, y luego en Moscú, ante una revuelta en la que el mundo vio cómo, un esfuerzo serio por establecer y consolidar el tímido camino democrático que se insinúo al inicio del período independentista, se había frustrado.
Desgraciadamente, Askar Asayev fue reemplazado por Kurmanbek Bakiyev que, a partir del año 2005, tomó las riendas del país para retornar, casi inmediatamente, a modalidades de ejercicio del poder tan poco democráticas como las de su predecesor. Incapaz de restablecer la estabilidad política en el país y en permanente disputa con el Parlamento, Bakiyev, políticamente bastante cercano a la poderosa Rusia, terminó por seguir el camino de su antecesor. En el mes de abril próximo pasado, nuevas revueltas culminaron con la huída del presidente Bakiyev que hubo de dejar el país, esta vez para refugiarse en Bielorusia posiblemente sólo de paso hacia Moscú.
El análisis político pormenorizado de este complejo proceso que cubre una década de fracasos democráticos en Kirguistán no es posible realizarlo aquí. No es el objetivo de este editorial ni, por otra parte, sería una empresa realista. Un país que autoriza la presencia simultánea de bases militares rusas y norteamericanas connota una complejidad geopolítica que invita sobretodo a la prudencia. No solamente no poseemos información política de la calidad y la actualidad necesarias como para emprender esa tarea. En realidad, más genéricamente, no estamos en condiciones de comprender a cabalidad cual es el tipo de relación política y el peso real de la antigua metrópoli rusa sobre la vida institucional de estas  nuevas repúblicas y cuales son en la actualidad las relaciones internacionales de ese país con otras potencias.
Pero, más allá de que dejemos de lado la aspiración de comprender pormenorizadamente esta tumultuosa década de la historia reciente de Kirguistán, lo que nos llega por la prenda internacional constituye, inevitablemente, un tema pertinente y ello es lo que sí nos ocupa. La renuncia forzada del ex presidente Bakiyev y su reemplazo por la hoy popular Roza Otunbayeva, su antigua canciller, intentó llevarse a cabo de manera ordenada pero, en las 2 últimas semanas, la violencia se ha desatado de manera generalizada, particularmente en la parte sur del país. Ciudades como Osh y Jalalabad, de cultura predominantemente uzbeca han sido testigo de verdaderas masacres y la Cruz Roja Internacional declara textualmente, con fecha 17 de junio, “Kyrgyzstan, crisis is inmense”
Resulta de interés relevar dos elementos llamativos que se repiten en la información relativa a esta desmesurada ola de violencia desatada en Kirguistán y a la grave crisis humanitaria que se está denunciando.
Por un lado, buena parte de la prensa habla de “enfrentamientos étnicos” entre la mayoría kirguis y la minoría usbeka que ocupa preferentemente el sur del país. Mientras las Naciones Unidas sostienen que ya hay una suma de 400.000 desplazados y unos 40.000 refugiados en el territorio del vecino Uzbekistán, más de un analista entiende que ni los enfrentamientos ni sus dimensiones resultan consistentes por lo poco se conoce sobre la realidad política y cultural del país. En efecto, aunque en el pasado hay antecedentes de choques étnicos entre ambas comunidades (en particular, en 1999, hubo 300 muertos en torno a una disputa por tierras en el fértil valle de Fergana) no es menos cierto que ambos, tanto kirguises (52.4% de la población) como uzbecos (13% de aquella) son religiosamente musulmanes, hablan dialectos turcomanos muy similares y las mayores diferencias culturales que se conocen radican en que los primeros resultan ser predominantemente de origen nómada mientras que los segundos siempre constituyeron comunidades agrícolas claramente sedentarias. Por otra parte, existe una amplia minoría de origen ruso (aproximativamente el 22% de la población) que no participaría espontáneamente de una polarización social como la que se está registrando si sus orígenes fueran exclusivamente de naturaleza étnica.
Las dudas sobre las razones de estos desmesurados estallidos de violencia étnica se multiplican porque, otras fuentes en principio bien informadas, las adjudican, en cambio, a causas muy distintas. Algunas hablan directamente de que los grupos aliados con el ex-presidente Bakiyev están en la raíz del caos desatado en los últimos días. Pero otras agregan que, además de ello, los aliados de Bakiyev han sellado un pacto con los grandes traficantes de droga y con el crimen organizado sobre la base de que, ambos, convergen en el interés en que el  nuevo gobierno no logre afianzarse. Y “afianzarse” quiere decir algo muy concreto: significa que no se pueda llevar adelante el referéndum constitucional previsto para el día 27 de junio a partir del cual se definirá el rumbo del futuro régimen.
En resumidas cuentas, y  más allá de la discusión sobre las razones sustantivas de los dolorosos acontecimientos en marcha en Kirguistán (razones que, por otra parte seguramente están relativamente interconectadas y no se excluyen entre sí), lo cierto es que tanto las Naciones Unidas como la Cruz Roja Internacional nos alertan sobre la aparición de una crisis humanitaria de grandes dimensiones que parece haberse gestado en relativamente poco tiempo. Precisamente por ello, porque los acontecimientos parece degradarse rápidamente y la población refugiada y desplazada crece rápidamente, correspondería esperar que la comunidad internacional le otorgue al problema en curso la atención que sus dimensiones requieren. Y la prensa internacional…también.

(1).“LETRAS INTERNACIONALES” ofreció información sobre este país solamente en tres ocasiones durante  el último año. Véanse los Nos. 65 y 70 (de fechas 25  de junio y 30 de Julio de 2009) y el último número 91, de la semana anterior, que ya informa del tema de este Editorial en la Sección “Noticias de la Semana”.

jueves, 17 de junio de 2010

Las vicisitudes de la Unión Europea



Antes de que se desencadenara la desmesurada cobertura mediática del Campeonato Mundial de fútbol que se desarrolla en Sudáfrica, el tema de las dificultades financieras y económicas de la Unión Europea ocupó durante más de dos meses los titulares de proyección internacional.
El hecho que la fiebre futbolística haya desplazado a Europa de las primeras planas no significa que los problemas del viejo continente hayan quedado resueltos. En realidad, aunque algunas medidas se han tomado, todavía el mundo, y particularmente los mercados, no perciben que la crisis europea se haya encarrilado hacia algún tipo de solución por costosa que ésta resulte ser en última instancia.
El próximo 17 de junio, en la reunión del Consejo en Bruselas, se presenta una buena oportunidad para que los dirigentes europeos envíen un mensaje al mundo indicando, no solamente lo que ya se ha avanzado, sino también qué es lo que proponen de novedoso para el futuro.
Con respecto a lo ya realizado nuestros lectores tienen pocas dudas. En lo que hace a la zona euro (es decir, a los 16 países que la integran) ya se ha conformado un Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FESF), relativamente poderoso, así como se ha adoptado, a principios de mayo, en Luxemburgo, un Plan de Estabilización y se requirió de un número muy importante de países de la zona que comiencen sus planes reestructura de deuda y de ajuste. Los casos de la ayuda a Grecia, y en menor medida de ajustes en Portugal y España, son los más conocidos del público pero, en realidad, prácticamente todos los países de la zona euro, más muchos de los 27 países que forman parte de la Unión, se han abocado a esta tarea.
Todo muy bonito: el euro parece hasta ahora haber detenido una caída frente al dólar que, por otra parte, con la excepción de algunos sectores de Alemania, nadie ve con demasiada inquietud. Pero a nadie escapa que esta “fiebre” continental de ajuste fiscal, en un contexto de crecimiento económico muy débil, corre el serio riesgo de echar las bases de un escenario deflacionario cuyas consecuencias pueden ser bastante más gravosas que la desvalorizacón del euro, que la evidente fragilidad del sector financiero o que un más que improbable escenario inflacionario.
Pero, dicho esto, el 17 de junio Europa deberá empezar (nadie en su sano juicio pretende que ésto se resuelva inmediatamente) a dar respuesta a otra serie de problemas conexos que, si bien aparecen con “problemas económicos”, “fiscales” o “financieros” son en realidad grandes desafíos políticos que deben ser enfrentados.
Un primer tema a ser resuelto es el de cuales habrán de ser los mecanismos institucionales que garanticen, en el futuro, que las reglas fiscales en la zona sean respetadas por sus integrantes. Aunque hay un acuerdo informal germano-francés para prohibir el derecho de voto a los países que se obstinen en las violaciones, el tema de fondo compete en primer lugar a los 16 países de la zona euro, pero también es resorte de los otros países que forman parte del mercado europeo.
En ese sentido, la discusión del próximo 17 de junio en Bruselas no se anuncia fácil. Aunque ya está acordado entre los ministros de finanzas de la zona euro que las grandes líneas de los futuros proyectos presupuestales serán sometidos a consideración de la Comisión Europea y de los otros países antes de su aprobación por los respectivos parlamentos nacionales, el tema en realidad es algo más que técnico. Está realmente pronta, políticamente, la Unión Europea para comenzar a instrumentar mecanismos supranacionales de gestión macro-económica ?
Ese “gobierno económico europeo”  que se comienza a esbozar, más por la fatalidad de las circunstancias que por un particular entusiasmo de los países miembros, ¿como habría de funcionar?  Lo imaginamos bastante bien regañando y deteniendo a Portugal o a Bélgica en caso de “desalineamientos” fiscales. ¿Pero será ese “gobierno económico europeo” capaz de imponer a Alemania que, de una vez por todas, afloje temporalmente su rigorismo fiscal e invite a sus consumidores a invertir la tendencia a restringuir su consumo interno que se mantiene desde el año 2006, casi “a la japonesa” y sin ninguna amenaza de crisis nacional o internacional a la vista en aquella época? ¿Podrá ese “gobierno económico europeo”  manejar una crisis de una economía del tamaño de la italiana en el caso hipotético que ésta se presentase?  ¿Lograría ese “gobierno económico europeo” imponer en Francia la ineludible reforma jubilatoria que el gobierno Sarkozy está planteando, pero cuya aprobación es por ahora una incógnita?
Es evidente que estas preguntas convocan, ante todo, a enfrentar un problema político: ¿de donde saldrá la autoridad suficientemente legítima como para imponer directivas políticas y macroeconómicas supranacionales a los grandes países de la Unión?
En realidad, son estas interrogantes -(más políticas que económicas)- las que están fomentando la desconfianza de los mercados. Cuando el 14 de junio Moody´s degradó violentamente la calificación de la deuda griega, Jean-Claude Junker, el presidente del Eurogrupo, se lanzó en la peligrosa pendiente de advertir contra la “irracionalidad” de los mercados y, al pasar, contra la (por demás opinable) decisión de Moody´s: “Nuestros “fundamentals” son de hecho mucho mejores que los de Estados Unidos y los del Japón..” dijo indignado. Y ello es efectivamente así tanto en lo que tiene que ver con la deuda como en lo concerniente al déficit. En realidad nadie confía demasiado en lo que digan las calificadoras de riesgo -(preguntémosle a Barack Obama sobre el desempeño que tuvieron en la crisis norteamericana)- y nadie pretende, tampoco, que los mercados sean “perfectamente racionales”. Pero lo que salta a la vista es que los mercados están reaccionando mucho más a una situación de incertidumbre política que a una constelación económica particularmente catastrófica.
Si, en un plazo razonablemente corto, Europa logra mostrarle al mundo “donde está el piloto”, en poco tiempo y con medidas técnicas atinadas y apropiadas como perfectamente Europa puede tomar, la crisis se encarrilará hacia algún tipo de salida como parece ser el caso en los EE.UU. Pero si Europa no logra transmitir al mundo que hay una persona, o una institución o un colectivo sólidamente consolidado que está en el mando político de la salida de la crisis, la situación europea corre el serio riesgo de transformarse en una parálisis crónica que, a la larga, no podrá sino devenir en una muy larga enfermedad terminal.