Con la justificada aprensión de volver a asistir a la reiterativa gimnasia retórica de esta multitud de Cumbres que nos abruman, mañana, viernes 17 de abril, se abrirá en Trinidad Tobago la 5ª. Cumbre de las Américas, a la que asistirá el nuevo Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama.
El nuevo mandatario, en un intento que creemos cabe insertar en su insistencia en “el cambio de estilo”, ha hecho declarar a su consejero especial, Jeffrey Davidow, que “...viene más a escuchar que a hablar…”.
Este particular abordaje de Obama, que insiste permanentemente en “el cambio de estilo”, debe ser mirado con atención. Desde luego que una primera lectura es que, aprovechando cada uno de los eventos internacionales multilaterales a los que ha concurrido (G20, OTAN y, ahora, la Cumbre de las Américas) Obama quiere despegarse y distanciarse del modus operandi de la administración del Presidente Bush. Ante la rugosidad –cuando no soberbia- del discurso de Bush, Obama trabaja activamente para transformarse en una suerte de “friendly President”.
Este particular abordaje de Obama, que insiste permanentemente en “el cambio de estilo”, debe ser mirado con atención. Desde luego que una primera lectura es que, aprovechando cada uno de los eventos internacionales multilaterales a los que ha concurrido (G20, OTAN y, ahora, la Cumbre de las Américas) Obama quiere despegarse y distanciarse del modus operandi de la administración del Presidente Bush. Ante la rugosidad –cuando no soberbia- del discurso de Bush, Obama trabaja activamente para transformarse en una suerte de “friendly President”.
Sería claramente un error, tanto minimizar esta intención, como comenzar a visualizarla como un verdadero cambio en la política exterior de los EE.UU. A nadie escapa que todo cambio de forma –o si se prefiere de “estilo”- de relacionarse en el ámbito diplomático repercute inexorablemente en el “contenido” de los mensajes que se transmiten. Esta compleja relación que se establece en la dupla "forma/contenido" está naturalmente inscripta en la práctica política y diplomática desde los albores de la historia y mucho antes de que Ferdinand de Saussure la teorizare, como característica de toda semiótica, en su “Curso de Lingüística General”, a principios del siglo XX.
¿Cabe entonces pensar que nos vamos a tener que acostumbrar a un “friendly President” que se sentará en Trinidad Tobago como un amable escucha de qué es lo que piensan y desean “las Américas”? ¿Más dispuesto a “…hacer política con la región…" que a "…hacer política para la región…”, como nos transmite la Casa Blanca? Nada es menos seguro.
En primer lugar, incluso en lo relativo al “cambio de estilo”, Obama deberá sortear algunos obstáculos sencillos, pero no por ello menos importantes: nunca se ocupó de Latinoamérica, no conoce su historia ni su cultura y no habla ni jota de español.
Los EE.UU. tienen lo que es llamado una agenda “hemisférica”. Ello significa: una agenda para con Latinoamérica – (y otra para con Canadá que no será pertinente abordar aquí)- que posee ejes relativamente constantes y lo que cabe esperar, es ver cómo es que éstos se declinan en el nuevo formato que Obama quiere imprimirle.
Un elemento que conviene siempre recordar es que, en la política exterior estadounidense, Latinoamérica, como tal, siempre ha ocupado un lugar relativamente poco decisivo en la agenda. Ha habido -(y hay)- temas latinoamericanos que sí constituyen puntos de alto interés para los EE.UU pero eso no significa que ese interés sea extensible a todo el subcontinente. En buena medida la expresión “política hemisférica”, que tan buena recepción tiene en Washington y tan poca resonancia consigue en Latinoamérica, es una manera elegante de designar esta realidad: un título sonoro y rimbombante al que se le adhieren los problemas -(grandes o pequeños)- que los EE.UU. intentan resolver con los distintos países latinoamericanos.
Es justo decir, al mismo tiempo, que tampoco existió nunca una agenda de Latinoamérica para con los EE.UU. Ante la fuerza de las relaciones bilaterales y las debilidades de los procesos de integración en América Latina, hay un gran número de temas que son de interés exclusivo de ciertos países, otros que no lo son para otros y más de uno que no es realmente de interés de nadie.
Por lo pronto, Obama llega a Trinidad Tobago habiendo dado los dos primeros pasos, a la vez muy ortodoxos e importantes, que permiten dotar a la inminente Cumbre de cierta previsibilidad. Ha tenido sendas reuniones “tête à tête” con el Presidente del Brasil, Luis I. Lula da Silva y con el Presidente de México, Felipe Calderón además de haber concurrido, conjuntamente, a la reunión del G20.
Con el primero de los Presidentes, Obama se reunió hace ya un tiempo. El hecho mismo de haber sido el primer presidente latinoamericano con quien hubo de encontrarse constituye la reafirmación de una constante de la política estadounidense hacia el subcontinente: el primer interlocutor de los EE.UU. en Latinoamérica ha sido, y es, el Brasil. El pasado ideológico de Lula está en el olvido y los temas de la crisis económica y, sobre todo, el de las nuevas formas de energía (especialmente biocombustibles) fueron la modalidad coyuntural de reafirmar una relación que siempre fue decisiva y que trasciende estos y otros temas anexos.
Con el segundo, aunque el encuentro haya sido breve -(pero ha estado precedido por sendas visitas de Hillary Clinton y Janet Napolitano a México)- seguramente los dos presidentes han conversado el eterno y enorme problema fronterizo que aqueja a ambos países: inmigración legal e ilegal, narcotráfico, tráfico de armas, crimen organizado, etc. Es altamente probable que ya se haya avanzado en la idea de la “corresponsabilidad” de ambos países en el desgobierno que reina en una frontera de 5.000 kmts.
Pero en la Cumbre hay un tema que interesa inexorablemente a todos los países que a ella asisten: la crisis económica global. Éste será un punto que permite visualizar una suerte de “telón de fondo común” en el que todos concordarán más allá de las profundas y previsibles diferencias de apreciación que sobre esta crisis habrán de escucharse.
En línea con "l’air du temps" recogido en las resoluciones del G20, seguramente volverán a resurgir temas ya conocidos:
- una mayor regulación para las actividades financieras (cuya forma concreta todavía deberá eventualmente definirse, especialmente a nivel de la legislación nacional de muchos países),
- un papel más proactivo del Estado ante las dificultades ya presentes en las economías de la región,
- un reforzamiento de las potestades y finanzas del FMI para intervenir ante posibles problemas fiscales y/o financieros agudos aunque va a ser difícil imaginar que los EE.UU. acepten modificaciones de importancia en la distribución del poder relativo de los países, tanto en este organismo como en los bancos multilaterales -(Bco. Mundial y BID)-,
- una convocatoria a evitar las tentaciones proteccionistas ante la crisis, ritualmente reenviada a una invocación a la reactivación de la Ronda de Doha.
- un papel más proactivo del Estado ante las dificultades ya presentes en las economías de la región,
- un reforzamiento de las potestades y finanzas del FMI para intervenir ante posibles problemas fiscales y/o financieros agudos aunque va a ser difícil imaginar que los EE.UU. acepten modificaciones de importancia en la distribución del poder relativo de los países, tanto en este organismo como en los bancos multilaterales -(Bco. Mundial y BID)-,
- una convocatoria a evitar las tentaciones proteccionistas ante la crisis, ritualmente reenviada a una invocación a la reactivación de la Ronda de Doha.
Donde algunas novedades pueden emerger es, precisamente, en uno de esos puntos álgidos de la relación de EE.UU. con uno de los países de la región. Liberalizando nuevamente el envío de remesas, el tráfico de personas y las licencias a las compañías de comunicaciones telefónicas con Cuba, el Presidente Obama intenta efectivamente mover algo en “Parque Jurásico” aun a costa de perder algunas plumas en el terreno de los principios democráticos.
Alguna razón tiene: mientras los polos se derriten de manera nada recomendable, la guerra fría entre los EE.UU. y Cuba permanece impertérrita y totalmente inmune al calentamiento global. El dictador ya minimizó la movida de Obama y contestó que “rechaza el bloqueo”. Es cierto que, esta vez, lo ha hecho sin los improperios acostumbrados. Aunque éstos pueden volver en cualquier momento, quizás veamos alguna novedad en la materia.
En el papel figura, además de los mencionados, una serie de temas, algunos trascendentes, otros menos, que serán abordados más o menos protocolarmente. Seguramente, lo esencial no está allí: lo que todos esperamos es que la retórica, siquiera por una vez, descanse y que se concluya con algunas resoluciones que redunden en la superación de problemas que duermen en las agendas desde hace décadas.